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Cali, 2022. Minuto 45 del partido entre Colombia y Bolivia en la segunda fecha de la Copa América Femenina. La defensa boliviana Yuditza Salvatierra cometió una falta dentro del área contra la defensa colombiana Manuela Vanegas. La jueza peruana Elizabeth Tintaya con el brazo extendido se dirigió hasta el punto penal. El estadio Pascual Guerrero se unió en un solo grito de aliento para las jugadoras. Catalina Usme, la goleadora histórica del equipo nacional, tomó el balón, le dio un beso y se acomodó para patear. Miró fijamente a Alba Salazar, arquera de Bolivia, y remató con la izquierda. El balón rebotó contra el vertical. La afición, una vez más, alentó a Usme.
El partido terminó 3-0 a favor de Colombia. Algunas jugadoras, como Daniela Arias, Mayra Ramírez y Jorelyn Carabalí, fueron a la tribuna oriental para festejar con los hinchas. Otras como Leicy Santos, Tatiana Ariza, Daniela Montoya y Gisela Robledo se quedaron en el banco bailando por la victoria. Pero, Usme, cabizbaja, caminó hasta la tribuna occidental a buscar a su familia. La esperaban sus padres, José Domingo y Luz Marina, su hermano Andrés y su ahijado Martín. Ella se acercó, se fundió en un abrazo con su familia y por sus mejillas corrieron algunas lágrimas. Hoy sus papás y Andrés, quien además es su entrenador en América de Cali, le envían una carta recordándole sus inicios en el fútbol.
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Cata, hermana Por Andrés Usme
De ti he podido aprender la disciplina, la constancia y la convicción. Nunca te has rendido, no has dejado que nadie te diga que no puedes seguir jugando fútbol. Tampoco has desistido, ni siquiera en las situaciones más adversas, como las dos lesiones que tuviste. Recuerdo ese partido el 31 de julio, frente a Francia en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. En la casa estábamos viéndote jugar y, en los últimos minutos del descuento del primer tiempo, saliste en camilla del campo de juego. Tú sabes cómo son las mamás, y en especial la nuestra, que tiene un sexto sentido que no falla. Sabíamos que algo no estaba bien, porque no eres de quejas, siempre que recibes un golpe, te levantas, te sobas y sigues jugando.
Esa vez no fue así. En tu cara se notaba el dolor, solo tapabas tus ojos con las manos. Nadie nos daba razón de nada. Tú más que nadie conoces como eran las condiciones del fútbol femenino en esa época y, como pudimos, logramos comunicarnos con alguien de la Federación. El diagnóstico no era el mejor: habías sufrido una rotura de ligamento en la rodilla derecha. Y, según nos comentaron, por los parámetros establecidos tenías que operarte allá. Mi mamá, angustiada, nos decía que como pudiera se conseguía un tiquete hasta Londres e iba a acompañarte, pero tú, con tu carácter fuerte y tu determinación, insistías en viajar a Colombia y resolver acá.
Como te lo dije, tú más que nadie sabes cómo eran las condiciones del fútbol femenino en esa época, nos entregaron a nuestra niña tirada en un aeropuerto en una silla de ruedas. ¿Recuerdas esos años? El deporte no era profesional ni tenías un trabajo estable. Ya eras mayor de edad y, como no estabas estudiando, no estabas afiliada a ninguna EPS. Solo contábamos con el Sisbén. En ese momento se nos apareció uno de los ángeles en tu carrera: Jorge Osorio Ciro. Por medio de él, conseguimos un médico en la Clínica las Américas y no te cobraron nada por la cirugía. Después de tu recuperación ya íbamos, por fin, a trabajar juntos en Formas Íntimas. Pero las lesiones nos jugaron una vez más una mala pasada.
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Eran finales de agosto de 2014. Estabas jugando frente a Atlético Nacional, en Guarne, Antioquia. Paraste un balón y al girarte para evadir a una rival sentiste el sonido de cómo crujía tu rodilla derecha, la que te habías lesionado en Londres. Sufriste ruptura total del ligamento cruzado anterior y del menisco. La historia se repitió, pues las condiciones laborales de las futbolistas no eran las mejores y nos tocó buscar cómo íbamos a hacer de nuevo con tu cirugía. Otro ángel apareció: el doctor Mauricio Palacio, de la Clínica Medellín, te operó sin cobrarte nada; sin embargo, te dio un dictamen médico que ningún futbolista quiere escuchar: no ibas a volver a jugar.
Pero tú sabes que decirte eso a ti solo ha servido para motivarte a cumplir tus metas. Te dijeron, además, que la recuperación se demoraba mínimo un año, eso significaba que te ibas a perder el Mundial de Canadá 2015, tu sueño de estar con tu selección en un mundial se estaba opacando. Te operaron por la mañana y tu tenacidad volvió a brillar. Por la tarde llegaste a la casa y le dijiste a mi mamá: “¿Que no puedo volver a jugar fútbol?, mirá”. Empezaste a hacer terapia con el balón y repetías una y otra vez que sí ibas a regresar a las canchas. No te dejaste tampoco ayudar de nadie, ni siquiera le permitiste a mi mamá que te bañara. Decías que tú podías sola y que eso te ayudaba en tu recuperación.
Durante ese proceso conociste a la fisioterapeuta Andrea Katich, quien tampoco te cobró por las terapias. Juntas hacían muchos trabajos, como subir en bicicleta por Las Palmas y a los tres meses llamaste a Felipe Taborda, quien era el entrenador de la selección, para que te tuviera en cuenta durante el microciclo. Solo querías una oportunidad para demostrar que podías jugar una Copa Mundo. Él solo te respondió que demostraras que eras capaz de recuperarte y, que si lo lograbas, ahí tenías tu puesto. Claro que Taborda no sabía en lo que se metía, porque no solo decirte que no es imposible, sino que eres perseverante y contante. Esas cualidades te llevaron a que, contra todo pronóstico, te recuperaras antes de tiempo.
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Y sí que aprovechaste esa oportunidad que te estaba dando la vida. Lograste, en los octavos de final, marcarle dos goles a la selección de Estados Unidos, el mejor equipo femenino. No te alcanzas a imaginar en la casa todo lo que celebramos, estábamos felices de verte triunfar. Te digo que en el deporte las lesiones terminan de formar el carácter y pasan dos cosas: o pueden volver más fuertes o no vuelven nunca. En tu caso estas experiencias te han hecho mucho más fuerte. Verte jugar ahora como profesional me acuerda a esos primeros años en Marinilla, con el equipo de nuestro hermano Diego Armando. Es y siempre ha sido un deleite. Tu talento sobresale.
Y ha sobresalido tanto que te buscaron para ser parte de los procesos de América de Cali para competir en la primera edición de la Liga Profesional Femenina, esa ilusión con la que llevabas soñando desde los cuatro años. El proyecto lo llevó Marcela Gómez y nos lo mostró en la mesa del comedor de la casa de nuestros padres y, aunque no hice parte desde el primer año, dos temporadas después, en 2019, pudimos por fin trabajar juntos y conseguimos nuestro primer título. El partido de regreso era en el Atanasio Girardot, en esa cancha que nos vio crecer en el deporte y frente a Medellín, el equipo que nos impulsó en este camino. El Kínder del profe Usme, como nos llamaron, logró su primera estrella.
Cata, he disfrutado trabajar contigo, eres una líder increíble dentro y fuera de la cancha y todo ese esfuerzo ha mostrado sus frutos. Disfrútate cada partido de esta Copa América, a la hinchada, a tus compañeras, cada uno de los procesos. Si pudiera decirle algo a esa Cata que madrugaba todos los días en Marinilla para irse a Medellín a entrenar, le diría que siga para adelante, que siga creciendo, fortaleciéndose, aprendiendo y, aunque creo que hay un camino largo por recorrer, vamos por el correcto. También le diría que todo el esfuerzo por impulsar el fútbol femenino en el país ha tenido recompensas y que has tomado una buena decisión al no irte al exterior, sino quedarte a luchar por las colombianas.
Hija, por Luz Marina Pineda y Domingo Usme
Cata, sabes que cada vez que vemos un partido tuyo en la selección, sin importar si es un amistoso, se nos escurren las lágrimas de emoción. Verte hoy en la Copa América, tan decidida, amando tanto el fútbol femenino y luchando para que tengan un trato justo y digno, nos llena mucho de emoción. Verte ahora corriendo por la gramilla del Pascual Guerrero, con la camiseta amarilla de la selección, nos lleva a acordarnos de esos primeros años en Marinilla, en nuestra casa, donde pasaste tu infancia y la mayor parte de tu adolescencia. Como ya te lo hemos dicho, cuando estabas en mi barriga dabas muchas patadas y muy duras y, como pasó con tus hermanos, tu papá ya te tenía listo un balón de fútbol y un uniforme.
La gente del pueblo, entre risas, nos decía que ibas a ser un niño. y, en más de una oportunidad, Nos preguntaron qué pasaba si eras una niña. Tu papá convencido les dijo que las niñas también jugaban fútbol, sin siquiera imaginarse el talento que ibas a tener en las canchas. Desde siempre te encantaba jugar con tus hermanos, y tu papá, quien jugaba como defensa en el balompié aficionado, los acolitaba en todo. Cuando yo no estaba en la casa, él les daba permiso de arrumar todos los muebles, armaban un arco y simulaban un partido. Quizá esos primeros años fueron los que te llevaron, con solo cuatro años, pedirles a José Henao Ramos y Jorge Osorio, técnicos del club de Marinilla, un puesto.
En ese club te fuiste formando, adquiriendo diversas características en la cancha y, aunque siempre competiste con solo hombres, te destacabas entre ellos por tu disciplina y constancia. ¿Recuerdas que la casa quedaba allá arriba en una loma? No te importaba que estuviera lloviendo ni que la neblina empañara el camino; te levantabas todos los días, bajabas la montaña y llegabas a la cancha a entrenar. Tu sueño siempre fue ser futbolista, te querías dedicar a este deporte y, la verdad, te confesamos, no entendíamos muy bien de dónde había surgido esta idea, si en esos años no había equipos femeninos y menos transmitían los pocos partidos que se disputaban.
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Pero tú, con tu idea clara, seguías compitiendo. Tu papá vio en ti unas cualidades únicas en la cancha y te inscribió, junto a Andrés y Diego Armando, en el torneo de la empresa de él. En ese campeonato solo había dos niñas inscritas y terminaste siendo la goleadora. Continuaste feliz entrenando en el equipo de Marinilla participando en el Pony Fútbol y ese certamen nos ofreció la posibilidad de viajar por varios municipios de Antioquia. Leonardo, uno de los papás de tus compañeros de equipo, tenía una buseta y nos llevaba a los cuatro —a ustedes tres y a mí— a los partidos. Nos disfrutamos mucho esos años. A pesar de que tus hermanos se salieron de la escuela, tú seguiste.
Hasta que a los 16 años te enfrentaste, por primera vez, al rechazo por ser mujer. A la casa llegó una carta de la Federación explicando que las niñas no podían participar en el Pony Fútbol, que era un torneo solo para niños. Estabas furiosa y decías que eran unos machistas. Esas puertas que te cerraron te motivaron a continuar. Ya tenías identificado que en Medellín había un club dedicado al fútbol femenino: Formas Íntimas. No sabemos cómo hiciste, pero te conseguiste el número de Liliana Zapata y lograste que te dieran una oportunidad para entrenar con ellas. Ese día, de casualidad, estaba Álvaro Restrepo, quien era el entrenador de la selección de Antioquia.
Aunque esos primeros años fueron de muchos sacrificios, poco a poco se te fueron abriendo las puertas. Madrugabas todos los días para ir al colegio, en la tarde tomabas un bus desde Marinilla hasta Medellín, un viaje de 45 minutos, entrenabas y llegabas a la casa sobre las diez u once de la noche. Una jornada que te tocó soportar durante un año y medio y que fue trayendo sus frutos, como tu primera convocatoria a la selección de Colombia. Te dieron un uniforme azul, una camiseta que te quedaba por las rodillas y una pantaloneta que te llegaba unos centímetros más abajo. Era un uniforme de hombre, pero tú estabas feliz. No te importó que fuera de hombre ni que te quedara grande. Desde ahí empezó tu historia.
Hija, nos sentimos muy orgullosos de ti, siempre hemos visto ese amor, paciencia y tolerancia que has tenido con el fútbol femenino. Eres de las pocas personas que desde pequeña tenía claro su camino. Nos llena de mucho orgullo ver la solidaridad que tienes con tus compañeras, pensando en que este deporte avance en el país y, por eso, no te has querido ir a jugar al exterior. Nunca te hemos visto deprimida ni autocompadeciéndote, y la palabra “retiro” no existe en tu vocabulario; al contrario, eres valiente, fuerte mentalmente, perseverante, sincera y perfeccionista. Desde el estadio te seguiremos apoyando. Martín, tu ahijado, cuando Colombia hace un gol grita: “Tata, gol, Tata”, creyendo que lo marcas tú. Tu papá te espera para sentarse en el sofá a analizar los partidos y seguimos acá en tu casa cuidando a Manolo. Cata, tu sueño hoy es una realidad y estás ayudando a que otras niñas y mujeres lo cumplan.