Con un David Ospina inmenso, Colombia clasificó a semifinales de la Copa América

David Ospina tuvo todo muy claro, nítido. Y lo más importante, mantuvo la confianza no sólo en él, sino en sus compañeros. Por eso cuando ganó el sorteo, el jugador con más partidos en la selección de Colombia (112) decidió que la selección fuera la primera en patear.

Y se lo comunicó a sus compañeros antes de una corta arenga y con la vivacidad del que cree a pesar de que en las cuatro definiciones anteriores, desde los 12 pasos, apenas había ganado una.

Empezó Duván Zapata, tan ansioso durante los 90 minutos, con un bombazo, arriba, imposible para Fernando Muslera. Igualó Edison Cavani, con la tranquilidad que siempre tiene en este tipo de situaciones. Vino Dávinson Sánchez y el defensor templado para pegar, lo fue para cobrar.

José Giménez, tan aplicado y obediente, se equivocó, o más bien, Ospina lo leyó, lo anticipó, pie en la raya, como dice la regla, las palmas de las manos estiradas y ventaja para Colombia.

Luego aparecieron Yerry Mina y sus saltitos para un remate impecable, Luis Suárez y la experiencia del que muestra el empeine del pie para engañar al portero, y Miguel Ángel Borja y la efectividad del que está más fresco (ingresó en el 87 por Rafael Santos Borré, de excelente partido).

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Entonces Matías Viña fue por la obviedad, por la seguridad de que el zurdo debe pegarle cruzado. Y Ospina controló el remate, terminó la serie, la espera para que el VAR dijera que todo era correcto y Colombia a semifinales, y la carrera de Juan Guillermo Cuadrado por la tribuna para festejar con el resto (pagó una fecha de sanción). Y el llanto inconsolable del hombre de Palmeiras, el consuelo de los rivales.

Así se puede resumir lo que fue la tanda de penaltis luego de 90 minutos sin goles, de chocar y pegar, y de una Uruguay que con poco complicó mucho. El equipo de Rueda tuvo picos altos, pero otros en los que fueron más las ganas que el orden y la capacidad de asociarse.

Wilmar Barrios, tan efectivo quitando la pelota, tuvo que tomar la responsabilidad de encarar porque no encontró a quién darle el balón, algunas veces. El volante se destacó por su intensidad desmesurada, por la entrega y ese fútbol salvaje -entre lo permitido- que distingue a un hombre que recupera con el que recupera, levanta la cabeza y quiere salir limpio.

Hay que reconocer que Colombia lo intentó por todos lados, y que si bien las opciones no fueron muchas, se trabajaron buscando simetría, procurando romper la barrera de un rival al que se le nota el proceso, que conoce de memoria cómo moverse, cómo incomodar, hasta cómo pegar.

En contexto: David Ospina se convirtió en el jugador con más partidos en la selección de Colombia

Al destino, parece, le gustan las repeticiones y por eso este encuentro fue una especie de Déjà vu del que jugaron ambas selecciones hace 18 años, también en cuartos de final, con definición desde los 12 pasos. Solo que esa vez, Colombia se impuso 4-2 y no 5-3.

Premio a la valentía de la mayoría y para los que no tuvieron una actuación destacada (como Luis Fernando Muriel), para los que entraron en la segunda parte para mantener la idea, y para unos defensores que supieron solucionar los problemas que causó Uruguay.

Y, claro, para Ospina, tan atento en los 90 minutos (en un centro evitó el gol de Nahitan Nández) y quien en lo técnico de los penaltis respondió con altura. Muslera y su abrazo y sus palabras de admiración lo reiteran.

El esfuerzo de la selección no se negoció. Sí, a veces faltan ideas, a veces Luis Díaz corre mucho, engancha mucho y no causa peligro, pero se le nota el valor. Y el valor es cuestión de aguante. Y Colombia en el Mané Garrincha sí que aguantó, y luchó.

Curiosamente, como en 1993, puede que el rival sea Argentina, ahora con Lionel Messi, que busca ganar por fin un título con su selección. Primero deberá superar a la Ecuador de Gustavo Alfaro para estar entre las cuatro mejores del evento.

David Ospina tuvo todo muy claro, nítido. Y lo más importante, mantuvo la confianza no sólo en él, sino en sus compañeros. Por eso cuando ganó el sorteo, el jugador con más partidos en la selección de Colombia (112) decidió que la selección fuera la primera en patear.

Y se lo comunicó a sus compañeros antes de una corta arenga y con la vivacidad del que cree a pesar de que en las cuatro definiciones anteriores, desde los 12 pasos, apenas había ganado una.

Empezó Duván Zapata, tan ansioso durante los 90 minutos, con un bombazo, arriba, imposible para Fernando Muslera. Igualó Edison Cavani, con la tranquilidad que siempre tiene en este tipo de situaciones. Vino Dávinson Sánchez y el defensor templado para pegar, lo fue para cobrar.

José Giménez, tan aplicado y obediente, se equivocó, o más bien, Ospina lo leyó, lo anticipó, pie en la raya, como dice la regla, las palmas de las manos estiradas y ventaja para Colombia.

Luego aparecieron Yerry Mina y sus saltitos para un remate impecable, Luis Suárez y la experiencia del que muestra el empeine del pie para engañar al portero, y Miguel Ángel Borja y la efectividad del que está más fresco (ingresó en el 87 por Rafael Santos Borré, de excelente partido).

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Entonces Matías Viña fue por la obviedad, por la seguridad de que el zurdo debe pegarle cruzado. Y Ospina controló el remate, terminó la serie, la espera para que el VAR dijera que todo era correcto y Colombia a semifinales, y la carrera de Juan Guillermo Cuadrado por la tribuna para festejar con el resto (pagó una fecha de sanción). Y el llanto inconsolable del hombre de Palmeiras, el consuelo de los rivales.

Así se puede resumir lo que fue la tanda de penaltis luego de 90 minutos sin goles, de chocar y pegar, y de una Uruguay que con poco complicó mucho. El equipo de Rueda tuvo picos altos, pero otros en los que fueron más las ganas que el orden y la capacidad de asociarse.

Wilmar Barrios, tan efectivo quitando la pelota, tuvo que tomar la responsabilidad de encarar porque no encontró a quién darle el balón, algunas veces. El volante se destacó por su intensidad desmesurada, por la entrega y ese fútbol salvaje -entre lo permitido- que distingue a un hombre que recupera con el que recupera, levanta la cabeza y quiere salir limpio.

Hay que reconocer que Colombia lo intentó por todos lados, y que si bien las opciones no fueron muchas, se trabajaron buscando simetría, procurando romper la barrera de un rival al que se le nota el proceso, que conoce de memoria cómo moverse, cómo incomodar, hasta cómo pegar.

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Al destino, parece, le gustan las repeticiones y por eso este encuentro fue una especie de Déjà vu del que jugaron ambas selecciones hace 18 años, también en cuartos de final, con definición desde los 12 pasos. Solo que esa vez, Colombia se impuso 4-2 y no 5-3.

Premio a la valentía de la mayoría y para los que no tuvieron una actuación destacada (como Luis Fernando Muriel), para los que entraron en la segunda parte para mantener la idea, y para unos defensores que supieron solucionar los problemas que causó Uruguay.

Y, claro, para Ospina, tan atento en los 90 minutos (en un centro evitó el gol de Nahitan Nández) y quien en lo técnico de los penaltis respondió con altura. Muslera y su abrazo y sus palabras de admiración lo reiteran.

El esfuerzo de la selección no se negoció. Sí, a veces faltan ideas, a veces Luis Díaz corre mucho, engancha mucho y no causa peligro, pero se le nota el valor. Y el valor es cuestión de aguante. Y Colombia en el Mané Garrincha sí que aguantó, y luchó.

Curiosamente, como en 1993, puede que el rival sea Argentina, ahora con Lionel Messi, que busca ganar por fin un título con su selección. Primero deberá superar a la Ecuador de Gustavo Alfaro para estar entre las cuatro mejores del evento.