La alegría en las lágrimas de Catalina Pérez
La portera es baluarte del relevo generacional de la selección femenina, que busca ganar el título de la Copa América y conseguir una gesta histórica.
Fernando Camilo Garzón
Catalina Pérez quiso contener el llanto, pero no pudo. Las lágrimas se habían soltado y corrían por las mejillas como caudales. Colombia le había ganado a Argentina, estaba en la final de la Copa América, clasificada para el Mundial de 2023 y los Olímpicos de 2024. Ellas cumplieron. Y la meta, una vez alcanzada, se sintió como dejar de cargar un yunque.
Frente a la cámara, testigo de sus declaraciones después de la clasificación a la final contra Brasil, Catalina se desbocó. Hombros abajo y el cuerpo vencido. Los ojos, vidriosos, los mantuvo entre cerrados para no terminar de quebrarse mientras el llanto ahogaba sus palabras y entrecortaba su voz. La cabeza negaba, de un lado al otro, incrédula del lugar al que habían llegado: “Perdóname que estoy así —se excusó la arquera de la selección de Colombia ante el periodista—, pero estoy muy feliz”. No era desconsuelo, sino alegría. La liberación que deja la tranquilidad de la labor cumplida, del sueño alcanzado.
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En la historia de Catalina Pérez está el reflejo de la mayoría de las jugadoras de la selección femenina. Luchadoras que anhelaron con jugar a la pelota, muchas veces a contraviento de sus propias familias y las convenciones de una sociedad que excluyó a las mujeres tácitamente del fútbol. Y recordando esos años, los primeros en los que Pérez desafió la idea machista de que una niña no podía dedicarse a jugar al balompié, la actual portera de la selección de Colombia se reconforta con saber que la lucha valió la pena.
Cuando se mudó a Estados Unidos, Catalina Pérez tenía cuatro años y ya estaba enamorada del balón. Sintió el flechazo cuando un día sus papás la llevaron a recoger a su hermano del entrenamiento. A él no le gustaba jugar y salió de la práctica refunfuñando. Ella, en cambio, esa tarde se imaginó que su vida tenía que transcurrir en una cancha. Había un problema y era que la habían metido a clases de natación cuando a ella el agua le interesaba poco. Así que le dijo a su mamá que quería unos guayos.
—“¿Segura? ¿Pero si al fútbol solo juegan los niños? ¿Y si mejor te compramos una raqueta?”.
— “¿Tenis? Mamá, yo quiero jugar fútbol” —reclamó Catalina. Y no hubo más discusión.
Mire: “Cómo preparar el mundial sin una Liga digna”: Myriam Guerrero
Sobre el campo le gustaba correr, quería ser mediocampista. Sin embargo, en su primer equipo aficionado, cuando comenzó a entrenarse en forma, el director técnico obligaba a las jugadoras a rotar en el arco. “Nadie quería tapar, pero a mí me gustaba tirarme al suelo”. Y le fue bien. Tanto, que al siguiente día le dijeron que tenía que volver al arco. “¿Cómo así? ¿Esto no era por un día?”, reclamó Pérez en vano, pues del arco no volvería a salir jamás.
Fue duro, al principio le costó asimilarlo. No entendía la vida entre los palos, aunque, al estar ahí en el área, se sentía bien. ¿Así se siente la pasión? ¿El impulso que, al descubrirlo, lleva a tomar decisiones que moldean una vida? Ojos en la pelota. Solo escucha la respiración. Durante unas milésimas parece que el suelo no importa. ¡Estás volando, Catalina! ¡Estás feliz! Es una sensación. Esos instantes, en los que su cuerpo cortaba el aire para llegar a la pelota y evitar que pasara la línea, valían la pena. Definitivamente, ser arquera iba a ser el motivo de su vida.
Y así volvió al país, cuando desde la sub-20 se fijaron en una arquera colombiana que tapaba en el fútbol formativo de Estados Unidos. Eso fue por 2011, el año en que la selección femenina de mayores de Colombia viajó a Alemania para jugar el primer Mundial de su historia. No imaginaba Catalina Pérez que cuatro años después iba a terminar jugando en Canadá la siguiente Copa del Mundo. Y menos que iba a debutar en octavos de final contra Estados Unidos, la selección más importante del mundo, el equipo de Carli Lloyd, Alex Morgan y compañía. Pensó tanto en su estreno, lo preparó con tal nivel de detalle, que en un achique que había entrenado durante días salió demasiado revolucionada y ocasionó un penalti que conllevó su expulsión.
Mire más: De Alemania a Canadá: los mundiales femeninos de la selección de Colombia
Colombia se fue eliminada de ese Mundial y no volvió a los dos siguientes. A Catalina Pérez el mundo parecía venírsele abajo. Llegó la confusión. Aparecieron las preguntas incómodas, producto de su propia cabeza que le hacían cuestionarse si era suficiente. Fueron tiempos de reafirmar para sí misma esa lucha que dio desde pequeña. De hacerse la promesa de volver para buscar revancha.
De ahí ese llanto que soltó el lunes tras ganarle a Argentina. Del cúmulo del tiempo y las dudas. Catalina Pérez, que creció admirando la figura de Sandra Sepúlveda, hoy en día su compañera, es uno de los baluartes de la selección femenina de Colombia. Y es una de las líderes del relevo generacional hacia la nueva camada de futbolistas que prometen poner a la tricolor en el panorama del fútbol femenino internacional, como Linda Caicedo o Natalia Giraldo, la portera que se alista para adueñarse del arco en las próximas décadas.
Pérez disfruta el momento, pero aspira a la grandeza. “Soñamos tanto con llegar a la final, vamos por el título. Soñamos con esta Copa del Mundo, soñamos con los Olímpicos. Ahora, a entregarlo todo en el siguiente partido”, dijo esa noche en la que la euforia se le comía las palabras. Un anhelo alimentado por la ilusión que de pequeña la llevó a soñar con la pelota y que ahora, gracias a ella, le permite vivir sus días más alegres.
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Catalina Pérez quiso contener el llanto, pero no pudo. Las lágrimas se habían soltado y corrían por las mejillas como caudales. Colombia le había ganado a Argentina, estaba en la final de la Copa América, clasificada para el Mundial de 2023 y los Olímpicos de 2024. Ellas cumplieron. Y la meta, una vez alcanzada, se sintió como dejar de cargar un yunque.
Frente a la cámara, testigo de sus declaraciones después de la clasificación a la final contra Brasil, Catalina se desbocó. Hombros abajo y el cuerpo vencido. Los ojos, vidriosos, los mantuvo entre cerrados para no terminar de quebrarse mientras el llanto ahogaba sus palabras y entrecortaba su voz. La cabeza negaba, de un lado al otro, incrédula del lugar al que habían llegado: “Perdóname que estoy así —se excusó la arquera de la selección de Colombia ante el periodista—, pero estoy muy feliz”. No era desconsuelo, sino alegría. La liberación que deja la tranquilidad de la labor cumplida, del sueño alcanzado.
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En la historia de Catalina Pérez está el reflejo de la mayoría de las jugadoras de la selección femenina. Luchadoras que anhelaron con jugar a la pelota, muchas veces a contraviento de sus propias familias y las convenciones de una sociedad que excluyó a las mujeres tácitamente del fútbol. Y recordando esos años, los primeros en los que Pérez desafió la idea machista de que una niña no podía dedicarse a jugar al balompié, la actual portera de la selección de Colombia se reconforta con saber que la lucha valió la pena.
Cuando se mudó a Estados Unidos, Catalina Pérez tenía cuatro años y ya estaba enamorada del balón. Sintió el flechazo cuando un día sus papás la llevaron a recoger a su hermano del entrenamiento. A él no le gustaba jugar y salió de la práctica refunfuñando. Ella, en cambio, esa tarde se imaginó que su vida tenía que transcurrir en una cancha. Había un problema y era que la habían metido a clases de natación cuando a ella el agua le interesaba poco. Así que le dijo a su mamá que quería unos guayos.
—“¿Segura? ¿Pero si al fútbol solo juegan los niños? ¿Y si mejor te compramos una raqueta?”.
— “¿Tenis? Mamá, yo quiero jugar fútbol” —reclamó Catalina. Y no hubo más discusión.
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Sobre el campo le gustaba correr, quería ser mediocampista. Sin embargo, en su primer equipo aficionado, cuando comenzó a entrenarse en forma, el director técnico obligaba a las jugadoras a rotar en el arco. “Nadie quería tapar, pero a mí me gustaba tirarme al suelo”. Y le fue bien. Tanto, que al siguiente día le dijeron que tenía que volver al arco. “¿Cómo así? ¿Esto no era por un día?”, reclamó Pérez en vano, pues del arco no volvería a salir jamás.
Fue duro, al principio le costó asimilarlo. No entendía la vida entre los palos, aunque, al estar ahí en el área, se sentía bien. ¿Así se siente la pasión? ¿El impulso que, al descubrirlo, lleva a tomar decisiones que moldean una vida? Ojos en la pelota. Solo escucha la respiración. Durante unas milésimas parece que el suelo no importa. ¡Estás volando, Catalina! ¡Estás feliz! Es una sensación. Esos instantes, en los que su cuerpo cortaba el aire para llegar a la pelota y evitar que pasara la línea, valían la pena. Definitivamente, ser arquera iba a ser el motivo de su vida.
Y así volvió al país, cuando desde la sub-20 se fijaron en una arquera colombiana que tapaba en el fútbol formativo de Estados Unidos. Eso fue por 2011, el año en que la selección femenina de mayores de Colombia viajó a Alemania para jugar el primer Mundial de su historia. No imaginaba Catalina Pérez que cuatro años después iba a terminar jugando en Canadá la siguiente Copa del Mundo. Y menos que iba a debutar en octavos de final contra Estados Unidos, la selección más importante del mundo, el equipo de Carli Lloyd, Alex Morgan y compañía. Pensó tanto en su estreno, lo preparó con tal nivel de detalle, que en un achique que había entrenado durante días salió demasiado revolucionada y ocasionó un penalti que conllevó su expulsión.
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Colombia se fue eliminada de ese Mundial y no volvió a los dos siguientes. A Catalina Pérez el mundo parecía venírsele abajo. Llegó la confusión. Aparecieron las preguntas incómodas, producto de su propia cabeza que le hacían cuestionarse si era suficiente. Fueron tiempos de reafirmar para sí misma esa lucha que dio desde pequeña. De hacerse la promesa de volver para buscar revancha.
De ahí ese llanto que soltó el lunes tras ganarle a Argentina. Del cúmulo del tiempo y las dudas. Catalina Pérez, que creció admirando la figura de Sandra Sepúlveda, hoy en día su compañera, es uno de los baluartes de la selección femenina de Colombia. Y es una de las líderes del relevo generacional hacia la nueva camada de futbolistas que prometen poner a la tricolor en el panorama del fútbol femenino internacional, como Linda Caicedo o Natalia Giraldo, la portera que se alista para adueñarse del arco en las próximas décadas.
Pérez disfruta el momento, pero aspira a la grandeza. “Soñamos tanto con llegar a la final, vamos por el título. Soñamos con esta Copa del Mundo, soñamos con los Olímpicos. Ahora, a entregarlo todo en el siguiente partido”, dijo esa noche en la que la euforia se le comía las palabras. Un anhelo alimentado por la ilusión que de pequeña la llevó a soñar con la pelota y que ahora, gracias a ella, le permite vivir sus días más alegres.
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