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La identidad de nuestro fútbol la soporta la nostalgia, que navega en la añoranza de grandes gestas: el gol de Freddy Rincón a los alemanes, el 5-0 a los argentinos o el 4-4 del gol olímpico de Marcos Coll a la Araña Negra de los soviéticos. A veces, más que los títulos, en el balompié son los grandes relatos, aquellos que se desprenden de la épica, los que perduran en la memoria.
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Un día, para El País, Gabriel García Márquez dijo: “La nostalgia es la materia prima fundamental que forma la base de mi escritura. No me refiero a la nostalgia de chico, aquellos sí que fueron buenos años, sino más bien al hecho de ver la vida desde una perspectiva determinada”.
Los recuerdos de García Márquez dieron forma a sus letras. Y él, que fue de los que mejor interpretó lo que somos, halló en ese choque, de su memoria con lo que vivía, la inspiración para crear a Macondo.
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La selección de Colombia está influida por esa nostalgia macondiana. Su relato se configura a partir de esas leyendas de otros tiempos. Son los cimientos de una identidad frágil, que reposan en el recuerdo de aquellas historias. Y el subcampeonato en la Copa América de 1975 es una de las primeras anécdotas que definen la idiosincrasia de nuestro fútbol.
Yugoslavia en la selección de Colombia
El proceso del 75 se inició cuatro años antes, en el 71, con la llegada del entrenador yugoslavo Todor Veselinovic. Toza, como lo llamaban, venía de Independiente Santa Fe. Su estilo recogía la influencia de la selección balcánica que maravilló a Europa en la década del 60. Y con los cardenales había logrado un equipo tan arrollador, que lo llamaron en el 71, en la mitad del campeonato, para que dirigiera la selección nacional en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972.
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La idea de Toza se apoyaba en una exigente preparación atlética de los deportistas. El objetivo era lograr un equipo de mucho despliegue, que aprovechara la habilidad de jugadores técnicos y veloces. Willington Ortiz, estandarte de esa selección, recordó, en conversación con El Espectador, el estilo intenso de esa escuela. “Éramos un equipo rápido y fuerte. Estábamos muy preparados atléticamente y practicábamos un juego muy físico”.
A pesar de que no tuvo la posibilidad ni el tiempo de desarrollar su idea en la selección, como lo había hecho en los tres años que estuvo en Santa Fe, Toza consiguió la clasificación a los Juegos de Múnich. Sin embargo, la llegada a las Olimpiadas fue sufrida, con tres empates en los tres partidos de la fase final de la clasificatoria. La participación en las justas tampoco fue remarcable, con goleadas en contra por 5-1 contra Polonia y 6-1 contra Alemania Occidental, y apenas una victoria contra Ghana por 3-1.
Resultados aparte, en Colombia sí alcanzaron a verse muestras de buen juego. Según La historia de la Selección Colombia, libro de Guillermo Ruiz, lo importante de ese torneo fue la puesta marcha de todo un proceso. “A pesar de los estridentes marcadores en contra, Colombia tuvo ratos en los que jugó bien y causó grata impresión”. El camino empezaba a allanarse. No obstante, las diferencias futbolísticas de la selección nacional con respecto al mundo eran notables. A los colombianos, sin recorrido internacional, les costó demasiado enfrentar a rivales de más categoría.
Para las eliminatorias al Mundial de Alemania 74, el proyecto de Toza ya había cuajado. El paso de la idea de juego de toque, gestación y técnica que, influida por la Máquina de River, dictó la escuela argentina en la década del 60 en la selección colombiana mutó a un juego más atlético.
Colombia sometió físicamente a sus rivales, Uruguay y Ecuador, pero pagó muy caro sus errores tácticos en la zona defensiva. El equipo de Toza quedó empatado en puntos con los uruguayos, que en la última fecha golearon a los ecuatorianos y sellaron su clasificación.
El regreso del “Caimán” y la Copa del 75
El peso de la nostalgia recae también sobre lo que no pudo ser. O en este caso sobre los que no pudieron llegar a ser. Colombia les quedó debiendo un Mundial a Willington, Alejandro Brand, Pedro Zape, Ernesto Díaz, Jaime Morón, Otoniel Quintana, Jairo Arboleda, Arturo Segovia, entre tantos otros. Y la Copa América del 75 terminó siendo la recompensa para un proceso que jamás culminó como debía. El relato que definió a una generación que nunca pudo llegar al olimpo del balompié, la Copa del Mundo.
El encargado de recoger los frutos de los yugoslavos fue Efraín el Caimán Sánchez, pupilo de Adolfo Pedernera en la selección que logró la gesta de llegar al Mundial de Chile 62. Finalizado el proceso de Toza, tras la decepción de las eliminatorias a Alemania 74, el fútbol colombiano viró de nuevo a las ideas primarias que nutrieron su identidad. O al menos lo intentó con el retorno de uno de sus primeros héroes.
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No era una experiencia inédita. Francisco El Cobo Zuluaga, el consentido de Pedernera, ya había intentado llegar al Mundial de México 70, pero contó con la mala fortuna de estar emparejado en la eliminatoria con el mejor Brasil de Pelé.
Colombia llegó a 1975, no obstante, con un proceso más consolidado y una base de jugadores brillantes. Cali, Millonarios y Santa Fe marcaron los compases de esos años y, además de la labor yugoslava, Gabriel Ochoa Uribe también contribuyó a ese proceso.
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Willington Ortiz explica que la mayor virtud del Caimán Sánchez en esa Copa América fue que logró juntar todos los procesos que habían en ese momento y les dio la libertad a los futbolistas de ejecutar lo que ya sabían. “El Caimán Sánchez era sobre todo un buen motivador. Y era diferente a lo que habíamos vivido en esos años. Él nos daba mucha libertad, no teníamos tantas restricciones”.
Colombia empezó de menos a más en el torneo y ganó todos los partidos de su grupo contra Ecuador y Paraguay. Al encarar las semifinales contra Uruguay había pocas esperanzas de avanzar de ronda, pero la balanza cambió cuando en Bogotá la selección dio la sorpresa y ganó 3-0. En Montevideo, apoyados en una actuación descomunal de Zape, que jugó con el hombro lesionado, los colombianos soportaron la embestida y perdieron apenas por 1-0. Épica. Era la primera vez que el combinado nacional se metía a una final, y el público al fin se ilusionaba con una selección.
Sin embargo, Colombia tuvo la mala fortuna de las lesiones y en la serie definitiva contra Perú no pudo contar ni con Willington ni con Ernesto Díaz en los dos primeros partidos. Y los incas, que tenían una nómina de peso, con nombres como Teófilo Cubillas, Héctor Chumpitaz y Hugo Sotil, se terminaron imponiendo en el tercer juego, que desempató la serie y les dio el título.
Esta es la selección Colombia de fútbol subcampeona en la copa América de 1975 #HistoriaDeColombia pic.twitter.com/8HICfcXaj1
— Historia de Colombia (@colombia_hist) August 15, 2019
La Copa se escapó cuando parecía lista. La leyenda del equipo que casi le da el primer campeonato a Colombia perduró durante años. Sobre todo por las decepciones de los años venideros. La selección del 75 no inspiró particularmente por su juego, pero sí por esa nostalgia de un campeonato que casi ocurre.
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Gabriel García Márquez decía que se dio cuenta de las posibilidades narrativas que tenía su obra cuando recordó las historias que le contaban cuando era niño. “Pensé: ¿por qué no tienes el valor de escribir así? Al fin y al cabo, mi madre me había contado historias como esas y mi abuela me contaba de la forma más natural cuentos más imaginativos todavía”. De los recuerdos podemos partir también para explicar porqué esa generación del 75 demostró que Colombia sí podía competir internacionalmente. Y porqué de esa nostalgia, de aquello que no se consiguió, se motivó la revolución que llevaría a la explosión de Colombia ante el mundo, con su generación de los 90, 15 años más tarde.
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