Las promesas que Reinaldo Rueda no ha cumplido en la selección de Colombia
El entrenador vallecaucano llegó a inicios de 2021 al combinado nacional prometiendo regresar a la identidad del fútbol colombiano. Sin embargo, meses después, el equipo todavía no responde y la clasificación a Catar 2022 está en riesgo.
Fernando Camilo Garzón
Pasan los partidos y la selección de Colombia no se despega de la calculadora, ilusionada con llegar al Mundial de Catar 2022. En la matemática tiene vida, aunque el juego, hasta el momento, no acompaña esa esperanza. Y tal y como dijo Juan Guillermo Cuadrado, después del partido contra Paraguay el pasado martes, la selección se aferra a la fe. Tiene que ser así porque en el campo, juzgando el funcionamiento, las cosas no pueden ser vistas de otro modo. Estamos entregados al milagro, al como sea.
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Pasan los partidos y la selección de Colombia no se despega de la calculadora, ilusionada con llegar al Mundial de Catar 2022. En la matemática tiene vida, aunque el juego, hasta el momento, no acompaña esa esperanza. Y tal y como dijo Juan Guillermo Cuadrado, después del partido contra Paraguay el pasado martes, la selección se aferra a la fe. Tiene que ser así porque en el campo, juzgando el funcionamiento, las cosas no pueden ser vistas de otro modo. Estamos entregados al milagro, al como sea.
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Reinaldo Rueda llegó a inicios de 2021 como una esperanza para enderezar el barco de la selección y el rumbo al Mundial. La principal excusa para traer al vallecaucano, más allá de las humillantes goleadas que sufrió el equipo de Carlos Queiroz contra Uruguay y Ecuador en 2020, era volver a la esencia, a la identidad (a pesar de lo difuso del concepto) del fútbol colombiano.
En la primera conferencia de prensa, cuando se presentó a Rueda en enero, el entrenador dio algunas pistas, más escuetas que otra cosa, de lo que sería su idea de juego, su modelo de trabajo y lo que esperaba del equipo en la cancha. Hoy, esas promesas, tres de ellas fundamentales, todavía no se han cumplido. Y con el tiempo que apremia, cada vez el margen de Rueda se vuelve más estrecho.
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Uno de los estandartes del director técnico parte de esta frase, que dijo ese día: “Conocemos las virtudes de los jugadores que están en este proceso. Colombia va a ser muy fiel a lo que es el sentir del jugador colombiano, independientemente de los sistemas”.
Rueda llegaba con la intención de potenciar la vocación ofensiva que, históricamente, ha caracterizado al fútbol nacional. Sobre todo, a sus jugadores. No por menos, el primer ciclo de José Néstor Pekerman fue rotundamente exitoso. Fue una vuelta a la base, al sentir.
El equipo que dirigía el argentino era, principalmente, alegre. Tenía una propuesta clara en ataque y diversas variantes. Y si bien a Colombia se le ha conocido en Suramérica por el buen toque de balón, la esencia del jugador colombiano está en el desborde y en la habilidad. En esa capacidad ofensiva para someter al contrario desde lo creativo.
Sin embargo, Rueda, que en ese entonces mostró un preocupante desdén por los sistemas, se alejó de esa identidad y en los primeros partidos que tuvo bajo su mando se inclinó por fortalecer defensa. El principio pasó del ataque y la intensidad, del toque y el desborde, a la seguridad en el primer cuarto de cancha. Y no había duda, era algo que había que ajustar, pero desde su primer partido, cuando Colombia goleó a Perú 3-0, ya había quedado en el aire la molestia de un equipo que fue sumamente efectivo, pero al que le costó imponerse a su rival tal y como lo había proyectado el entrenador.
Las goleadas ocultan fallos. “Siempre es mejor arreglar ganando”, se dice. Los resultados empezaron a respaldar el proceso, más allá de que la efectividad empezó a menguar en la medida en la que el equipo empezó a crear menos. Y ahí llegó la Copa América.
Rueda, cuyo segundo principio estaba en la preparación del conjunto, tuvo un tiempo útil para probar y analizar sus variantes. Aquel primer día, Rueda aseguró: “Es importante estimular los talentos que tenemos en Colombia. Es nuestra tarea explotar esos talentos y llevarlos a nivel de Selección”.
Si bien el ex Atlético Nacional alertó que el sistema estaría en un segundo plano, se esperaba que su esquema, juzgado por sus propias palabras y anteriores trabajos, pudiera potenciar las individualidades del equipo, que en el caso de jugadores como Luis Díaz, Duván Zapata, Luis Fernando Muriel o Wilmar Barrios, se presentaban (y se presentan) en un gran momento. Y, por momentos, esos destellos, de los grandes nombres que tiene el equipo, soportaron a la selección, aún cuando el equipo carecía de una idea clara de juego, áspecto que finalmente terminó por estancar la creatividad.
La electricidad de los jugadores empezó a verse opacada por la falta de espacios que generaba y ganaba para sí mismo el conjunto. El estancamiento empezó a denotar que la principal carencia del equipo era llegar al gol. Ni siquiera anotar, que también, sino crear las opciones. De ahí empezaron los empates y al finalizar la Copa, Colombia terminó el torneo igualando tres partidos (apenas una muestra de lo que vendría después), ganando dos y perdiendo otros dos.
Ante la falta de creatividad, Rueda, que se negaba a llamar a James Rodríguez, con razones justas, pero discutibles, tuvo que echar mano de Juan Fernando Quintero, aunque daba la sensación de que lo hacía más por necesidad que por convicción. El resultado fue el esperable. Como el sistema nunca apareció, Quintero tuvo que encontrar su ubicación en el campo. Incómodo, sin socios, y pegado a la banda, fue un jugador totalmente intrascendente. Lo mismo que le pasó a James en su regreso a la selección en la última ventana de eliminatorias.
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El equipo de Rueda, sin respuesta ofensiva, o un ecosistema que le brinde más posibilidades a los jugadores, y sin la virtud de potenciar a sus valores, falló en dos de sus principios básicos.
Tal vez la única promesa que Rueda ha cumplido, a medias, fue el tercer y último principio que explicó ese día: “Espero que tengamos un ambiente de armonía. La salud social y mental de la Selección la debemos cuidar todos y me refiero a toda la familia de la Selección Colombia”.
Si algo ha sostenido al equipo, por encima de los resultado, ha sido la armonía. Lo dicen los jugadores, están contentos. Más allá de los problemas, declaraciones y discusiones con piezas claves como James, lo único que parece sostener a la selección en este momento, como ya fue dicho, es la actitud del grupo.
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Sin embargo, en la esperanza no se puede guiar el equipo para llegar a Catar y ahora, con la necesidad de sumar nueve puntos de 12 en disputa, es obligatorio que Rueda le de un vuelco a su postura sobre el sistema. El vallecaucano necesidar dar en la tecla rápido y encontrar alguna forma de potenciar a sus fichas, acercándolos a la esencia del sentir del fútbol colombiano. Dos de los tres principios que prometió y que, hasta ahora, no ha podido cumplir.