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Minuto 21. Colombia enfrentó a Bolivia en el partido correspondiente a la segunda fecha de la Copa América Femenina. Leicy Santos, la número 10 de Colombia, recibió el balón afuera del área, se acomodó, quedó en solitario y remató al otro palo de Alba Salazar, arquera boliviana. Leicy celebró con el equipo, empuñó el brazo, corrió hasta la tribuna occidental del estadio Pascual Guerrero, en Cali, y señaló a su mamá, Diana, su papá, Elizaith, y su hermano Rudiel. “Ya habíamos hablado que ese primer gol en el torneo nos lo iba a dedicar”, cuenta Rudiel.
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Leicy cumplió y realizó el sueño por el que llevaba trabajando desde que tiene doce años. “Si me llego a encontrar a la niña que corría con un balón por las calles de mi pueblo, San Sebastián, en Córdoba, le diría: ‘Sí lo conseguiste, sí lo lograste’”, le dijo a El Espectador la volante, una de las jugadoras más destacadas de la Copa América Femenina. Su comienzo en el fútbol se dio por la admiración que le causaba ver jugar a Elizaith, su padre, quien de joven estuvo en la selección sub-20 de Córdoba.
El torneo de rodillones, una competencia tradicional en San Sebastián, fue el escenario en el que Leicy veía jugar a su papá mientras se iba enamorando, cada vez más, del fútbol. “Él anotó un gol y yo, muy chiquita, como de ocho años, salí corriendo a abrazarlo. Fue algo que me marcó mucho y que no olvido. Fue la euforia, la emoción de abrazar a mi papá porque metió un gol”, evoca la 10 de la selección. En ese momento entendió que quería ser futbolista y se propuso trabajar todos los días para cumplir ese sueño.
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Su talento llevó a que uno de los amigos de su papá lo convenciera de viajar a Bogotá para que se presentara en el club Besser, un equipo femenino. “Pedro Rodríguez, el entrenador de Besser, nos dijo que nos teníamos que ir con ella, porque se podría convertir en una gloria o en un fracaso”, cuenta Rudiel. Tomaron la decisión, empacaron lo necesario y llegaron a Bogotá. “Esos primeros días fueron duros. El trasteo cabía en un taxi. La primera noche dormimos los cuatro en el piso, con una cobija, en un cuarto de Suba Villa María”, anota Rudiel.
Elizaith, quien solía vender pescado en la costa, llegó a la capital a trabajar en la construcción, mientras Diana estuvo de repostera en una panadería. “Esos momentos nos marcaron como familia”, dice Rudiel, “quizá la anécdota que más recuerdo es un día que llegamos con Leicy de jugar fútbol en el parque y solo había para comer café y arroz”. Ellos, como los niños que eran, lo tomaron muy jocosamente, pero Elizaith llegó a pensar que lo mejor era regresar al pueblo. “Mi hermana solo le dijo: ‘Papi, vamos a seguir; para atrás, ni un paso’”, asegura.
Y la recompensa por ese año de sacrificio llegó: su primera convocatoria a la selección de Colombia sub-17 para disputar los Juegos Suramericanos de 2010. “En el primer entrenamiento, en la primera pelota que tocó Leicy, yo ya vi que era una crack. Marcaba diferencia en la cancha desde que era chiquita. Era más talentosa que nosotras y por mucho”, comenta Nicole Regnier, quien añade que desde ahí comenzó una amistad que califica como “lo más bonito que me ha dejado el fútbol. Ella es mi hermana”.
Nicole, quien de cariño le dice a Leicy “Cólico”, recuerda que en esas concentraciones en Bogotá la familia de Leicy, a la que considera su familia, estaba pendiente de ella, pues tenía que viajar desde Cali para concentrarse con el combinado nacional. Y, para hacer un buen debut, Nicole y Leicy realizaban doble jornada de entrenamiento. “Nos reuníamos para hacer preparación física todas las mañanas y en la tarde nos íbamos ya con el equipo”, apunta Nicole.
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A pesar de que Leicy y Nicole disputaron un cuadrangular en Cartagena, por falta de países participantes el fútbol femenino fue excluido del torneo. Su debut se pospuso hasta el Suramericano Sub 17 de Bolivia. Leicy fue titular ante Chile y marcó dos goles en la victoria 4-0. Con la selección de Colombia de mayores disputó el Mundial de Canadá 2015, los Juegos Olímpicos de Río 2016, la Copa América de Ecuador 2014 y la de Chile 2018; los Campeonatos Suramericanos 2012, 2014 y 2015; los Centroamericanos y del Caribe 2014 y los Panamericanos 2015 y 2019.
En las justas de Lima 2019 la selección de Colombia consiguió una hazaña al quedarse, por primera vez en la historia del balompié nacional, con la medalla de oro. Las dirigidas por Nelson Abadía se impusieron ante Argentina 7-6 en la definición desde el punto penal. Fue uno de los momentos más emblemáticos para Leicy. Una proeza que buscó repetir ayer en la final de la Copa América 2022 frente a Brasil.
Para este torneo, Leicy tuvo un amuleto: su familia, que había dejado su vida en San Sebastián para acompañarla a cumplir el sueño de ser futbolista. “Nos dijo que quería que la acompañáramos en todos los partidos y estuvimos en Cali, Armenia y Bucaramanga viéndola”, dice Rudiel, pero en la final ante Brasil tuvo un acompañante especial: Matheus, su sobrino de dos años. “Ella está loca por mi hijo. Quería que él la pudiera ver jugar en un estadio y le cumplimos su ilusión”, anota.
Fútbol profesional: un capítulo aparte
Antes de 2017, cuando arrancó el fútbol profesional femenino en Colombia, los clubes aficionados mandaban la parada. Leicy primero conformó las filas de Besser y luego pasó a la plantilla de Future Soccer, donde conoció a Lina Arciniegas, una de sus amigas más cercanas. “Entrenábamos con los futbolistas retirados y Leicy siempre marcaba la diferencia, a pesar ser tan bajita, mide como un metro y medio. Era impresionante”, anota Lina. Esa diferencia la llevó a que Santa Fe la llamara para la primera edición de la liga.
Y fue una de las figuras. Compartía equipo con Liana Salazar y Gabriela Huertas, la costarricense Melissa Herrera, la venezolana Oriana Altuve y la trinitense Kimika Forbes. Con un puntaje casi perfecto, Santa Fe llegó a la final frente a Huila y ante más de 33.000 espectadores se coronó campeón nada menos que con un golazo suyo. Leicy, una vez más, contó con sus padres como hinchas. “Todos los familiares bajaron a la cancha, nos dimos un abrazo que no voy a olvidar nunca”, apunta Leicy.
Después de ser campeonas, explica Lina, Leicy se dio cuenta del potencial del fútbol femenino y “la emoción que genera ser parte de un club que le apostó desde esa primera edición al fútbol femenino”. Un año después, Lina pasó a ser su compañera en el cuadro cardenal y montaron juntas una empresa de mantequilla de maní. “Ella, que ya era parte de la selección, empezó siendo la imagen de mi emprendimiento. Yo, además de entrenar, tenía otro trabajo y no podía estar muy pendiente”, anota. Entonces, Leicy le propuso ser su socia.
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“Nosotras llegábamos todos los días a Tenjo a las 6 de la mañana para entrenar. Terminábamos sobre las 9, almorzábamos e íbamos a producir en Cajicá”, comenta Lina. Se cambiaban los guayos y el uniforme de Santa Fe por gorros y delantales de producción y se ponían a trabajar en Cacahuates Colombia, una marca que ya está consolidada.
Nicole, por su parte, reitera que el corazón de Leicy y de su familia es de oro. “Es gente maravillosa. Ella ha sido una persona humilde y, a pesar de toda su grandeza y todo lo que ha conseguido en el fútbol, sigue siendo igual”, dice y añade que siempre fue una líder en la cancha: “No le daba miedo si, con 17 o 20 años, enfrentaba a selecciones como Francia o Estados Unidos. Siempre tuvo un carácter determinante”. Melissa Ortiz, con quien compartió las convocatorias de Colombia durante tres años, comenta que Cachetebomba, como le decían a Leicy, “es muy rápida, muy técnica, muy luchadora. Entrega lo mejor de sí”.
Su hermano Rudiel anota que desde que era pequeña Leicy entrenaba todos los días para ser la mejor. “Ella tenía un deseo muy grande, que era ser futbolista profesional, que la gente conociera su talento. Entrena todos los días para ser mejor. Es terquísima. Es una barbaridad. Para nosotros Leicy es el orgullo de la familia”, dice Rudiel pausado, con la voz entrecortada y los ojos aguados, llenos de orgullo.