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El efectismo ha sido parte de la cultura colombiana en los últimos años. Y ver el país a través de esos lentes hace que eso que muchos llaman “victorias morales” sean subestimadas y despreciadas, pero las ideas y enseñanzas van haciendo legado, y, por ende, es lo que termina perdurando. Muchos dirán que los títulos hacen más fáciles la consolidación de los proyectos, pero las circunstancias dictan que, más que el campeonato, lo que la selección femenina de Colombia obtuvo en la pasada Copa América vale más que el trofeo y el US$1’500.000 que entregaba la Conmebol al campeón, que una vez más fue el combinado brasileño. Colombia perdió la final contra Brasil en un partido que daba como favorita a la selección verde-amarilla. No solo era el combinado con más títulos —ya registra ocho de nueve posibles—, sino porque llegaba —y así terminó— con la valla invicta. Un gol de Debinha, de penal, fue suficiente para que las dirigidas por Pia Sundhage se quedaran con el trofeo de la Copa América.
El conjunto nacional jugó de tú a tú. Aunque careció de profundidad y claridad en el último cuarto de cancha, la actitud nunca faltó y la unidad que mostraron como equipo tampoco se rompió, pese al desespero y la adversidad. “Colombia jugó un partido extraordinario, por momentos brillantes, y fue con su identidad, su fútbol. Sabíamos que un error (...) era el desequilibrio del partido y con eso Colombia después del gol no se amilanó; por el contrario, se exigió, jugó más fútbol”, comentó Nelson Abadía, técnico de Colombia. Fueron catorce goles a favor y cuatro en contra para sus dirigidas, que aunque no lograron alcanzar el título en casa (es la tercera vez que son subcampeonas, tras las ediciones de 2010 y 2014), cumplieron el objetivo de clasificar al Mundial de Australia-Nueva Zelanda 2023 y a los Juegos Olímpicos de París 2024.
“Esto no es de merecimientos, es el momento en que la vida y Dios nos tengan preparado para celebrar, pero yo hoy celebro que tenemos un equipo maravilloso, un montón de niñas extraordinarias, que tienen un futuro excepcional”, dijo Catalina Usme, la jugadora de Colombia que más remató en la final y es un referente de la selección por su experiencia y liderazgo dentro y fuera de la cancha. Contra la falta de garantías para una Liga Femenina digna, contra los rumores del veto a otras jugadoras colombianas en la selección, el combinado que compitió en esta Copa América, que salió con el puño en alto en el primer partido y siempre mostró ante las cámaras una imagen de todas agarradas de gancho, para protestar y sentar un mensaje, logró ampliar el alcance del eco de las más de 600 futbolistas que insisten en que los sectores públicos y privados, y la hinchada, apoyen y no dejen de presionar para que el balompié femenino siga creciendo, pues sin duda lo ha hecho, y con el mérito de hacerlo casi que por cuenta propia, pero lo ideal es que este tenga el respaldo que merece. “Este equipo tiene muchas más cosas que dar. Ahora queda un camino bastante largo, que apenas acaba de empezar”, dijo Leicy Santos, quien hizo cuatro asistencias a lo largo del campeonato y volvió a ser la aliada de todas dentro de la cancha. Brillaron Leicy Santos, que es el presente, y Linda Caicedo, la mejor jugadora de la Copa y futuro de la selección, así como también Catalina Pérez, Daniela Arias, Daniela Montoya, Mayra Ramírez, entre otras.
Hay proyección y trabajo. Ya lo dijo antes de la final Pia Sundhage: Colombia debería sacar ventaja de lo que se vivió en la Copa América. Y las jugadoras así lo entendieron a lo largo del mes que pasó con el torneo. Frente a toda adversidad, como dice el lema lasallista, lo importante es seguir pensando en colectivo, pues “lo unido permanece” y, si sigue por ese camino, el fútbol femenino encontrará lo que por convicción ha luchado y por el bien del deporte merece, y es que el espectáculo no falte y los referentes no desaparezcan, para que los relatos en las canchas no se cuenten solo desde un lado, sino desde todos y para toda la humanidad.