Maturana y el baloncesto que se jugaba con los pies
La presión zonal fue el gran legado del entrenador antioqueño al mundo. Todo gracias a tres uruguayos que esparcieron sus ideas en Colombia. Una entrega más del especial ¿A qué jugamos?
Thomas Blanco
Dando vueltas en su silla, Francisco Maturana ya se estaba acostumbrando al olor a menta. Pero a su consultorio llegó en 1983 el uruguayo Luis Cubilla, nuevo entrenador de Atlético Nacional, a hacerse una mentirosa intervención dental. “Pacho, volvé al fulbo. Mirá que te necesito...”.
Maturana, célebre defensor del Nacional de Oswaldo Zubeldía, ya estaba entregado a la odontología. Y su no rotundo. “Entiendo, entiendo... entonces ayudame en el equipo, vos tenés presencia. Y mirá que ya te estás poniendo gordo, el cuerpo te está gritando fútbol”.
Mire el especial⚽: ¿A qué jugamos? Identidad e historia del fútbol colombiano
Esa pequeña visita fue una de las más trascendentales en la historia del fútbol colombiano. Maturana se sumergió en la dirección técnica y tomó el equipo sub-17, del que ya sobresalían nombres como los de René Higuita, Carlos Álvarez y Edison Álvarez. Y él, en medio del enfoque en la condición física y la profesionalización que le habían dado a nuestro fútbol Zubeldía y Bilardo, ambos técnicos suyos, por fin se matriculó en su propia escuela: la del uruguayo José Ricardo de León, en la que Cubilla era su gran discípulo. Al igual que el también uruguayo Juan Martín Mujica, quien llegó después de que Cubilla se fuera de Nacional. Los primeros brochazos de la revolución que nuestro fútbol tendría para ofrecerle al mundo.
La inspiración de José Ricardo: la Naranja Mecánica de Rinus Michels y su fútbol total. Que entre líneas se resumía en el pressing zonal y rabioso para recuperar la pelota en el menor tiempo posible. El más cercano al rival que tenía la pelota saltaba a morderlo mientras sus compañeros iban detrás en manada a apoyarlo y cerrar líneas de pase con otros posibles receptores.
Pero el uruguayo se inventó su propia variación: sus futbolistas no irían por el jugador sino por la pelota. Una defensa comprimida, lejos del arco, incluyendo al arquero, en la que cada jugador defendía una parcela del campo. Y el cronómetro de José Ricardo para recuperar la pelota. “Planifiqué un baloncesto que se jugara con los pies”, sostiene en su libro ¿Antifútbol o fútbol completo? Mi revolución.
Más: Adolfo Pedernera, el que pedía no matar a Dios a pelotazos
Ese fuego uruguayo se encendió aquí con el título de la selección colombiana que ganó su primer sudamericano juvenil en 1987 al mando de Finot Castaño y Hugo Gallego, mano derecha de Maturana, y quien también había sido dirigido por De León en el Tolima subcampeón de 1981. Con esos principios y con tipos como Eduardo Niño, Óscar Pareja y John Jairo Tréllez salieron campeones con la valla menos vencida, con el goleador y como el equipo que más goles hizo. Pero el periodismo catalogó a ese plantel de antifútbol. En tiempos imperantes de la marca al hombre, defender en línea y marcar en zona era contracultural.
Aunque el futbolista colombiano, por sus características naturales, se acoplaba más con esa manera de entender el fútbol. Con esa fórmula, en su 4-2-2-2 de Atlético Nacional, conquistó en 1989 la primera Copa Libertadores. Y se la ganó en la final al dueño de los derechos de autor de todo lo que estábamos viviendo: al Olimpia de Cubillas. Él, la persona con la que más habló de fútbol en su vida, el que le despertó las ganas de dirigir, lo sufrió en carne propia.
Maturana, con un par de whiskies, se sentó en su máquina de escribir y redactó una carta para ofrecerle el título al médico Ochoa, quien dos años atrás había perdido su tercera final consecutiva con el América. “Usted fue el técnico y decano que nos abrió el camino”. Todo en el año más violento en la historia de Colombia: el de los carros bomba, el de los aviones que explotaban por los aires, en el que asesinaban al próximo presidente del país, en el que sesenta kilos de dinamita amenazaron las páginas de este periódico y en el que ni siquiera hubo campeón de nuestro fútbol tras la cancelación del campeonato por el asesinato del árbitro Álvaro Ortega por orden de Pablo Escobar. Un coctel de toda nuestra “identidad” en pleno.
En la Copa Intercontinental, serendipia, mensajes subliminales de la vida, Nacional se enfrentó a un Milan que era dirigido por un tipo que promulgaba los mismos valores novedosos de presión zonal y línea de cuatro de Maturana al otro lado del mar: Arrigo Sacchi. Un choque de dos mundos calcados. El partido fue un fuego cruzado de trampas del fuera de lugar, pocos espacios, dos equipos interpuestos lejos de su arco y poco o mucho fútbol, depende del lente de quien lo vea. Un spoiler del fútbol actual que se amputó en ese entonces por el cambio del fuera de juego posicional conocido como “ley anti-Milán”. Y un partido sin goles, escrito para los penales, pero que en el minuto 119, con un gol de tiro libre al borde del área de Alberigo Evani, les dio el título a los italianos.
Pacho y Sacchi, como en un juego de gemelos, hicieron click inmediato en Tokio. “Yo le explicaba que a nosotros en los costados de nuestra línea de cuatro, para las coberturas, nos tocaba hacer una curva porque los defensores en América no son tan rápidos como en Europa”, recuerda Maturana. La relación sigue vigente, se siguen viendo, siguen siendo grandes amigos. Tratan de conservar la tradición de reunirse una vez al año en una casa de Sacchi retirada en las montañas, al norte de Italia, lejos, lejos de todos, a hablar de fútbol.
Lea: Zubeldía y Bilardo: la revolución que se gestó en trenes
Sacchi fue el invitado ilustre a la concentración de la selección colombiana en el Mundial de Italia 90. Maturana, con sus ideas frescas y un fútbol lírico de toques cortos con la pelota, ansioso, les preguntó a las mentes respetadas del fútbol que conocía hasta dónde creía que podía llegar su equipo. Menotti, Bilardo y Beckenbauer le respondieron lo mismo: “Si te va bien, Francisco, pasás la fase de grupos”. Y él, cabizbajo, le preguntó a Sacchi, porque él, su alter ego, pensaba lo mismo: “Pacho, lo que pasa es que ustedes no tienen historia, la historia se consigue viendo. ¿A quiénes vieron Rincón, Higuita y Valderrama jugar un Mundial? A ninguno. Ustedes son los que van a empezar la historia”.
Una expresión futbolística que se transmitió y se sigue contando, aún hoy, treinta y dos años después, como la de un fútbol ofensivo, de buen trato a la pelota y pases cortos. Una parte de la película, pero no la trama. Porque la parte pensante del fútbol de Maturana es la defensa. “Siempre he entendido que para jugar bien no se puede jugar mal atrás”, reconoce sobre su primer mandamiento. Su estilo se resume en la tensión entre el orden para defender y el desorden para atacar. “Arriba les doy libertad a los jugadores para que ocupen cualquier espacio. Si quisiera atacar con orden, con dos equipos que viven ordenados, se formaría una cosa que nadie va a aceptar y disfrutar. En cambio, cuando hay desorden, hay licencia para que aparezca la fantasía, porque ni el jugador sabe lo que va a hacer. En el momento en que recibe la pelota es que le llega la inspiración”.
El único entrenador colombiano que ha dirigido en el fútbol europeo, que hasta tuvo un contrato firmado para dirigir al Real Madrid en reemplazo de Alfredo Di Stéfano, le entregó como principal aporte al fútbol mundial la presión zonal. Una bandera que en su propia tierra fue desconocida y casi olvidada… porque, como lo enseñó una película de Disney, solo muere lo que se olvida. Lo que no se cuenta. Como cuando unos uruguayos sembraron un baloncesto que en Colombia se jugó muy bien con los pies.
Por: Thomas Blanco- @thomblalin
Dando vueltas en su silla, Francisco Maturana ya se estaba acostumbrando al olor a menta. Pero a su consultorio llegó en 1983 el uruguayo Luis Cubilla, nuevo entrenador de Atlético Nacional, a hacerse una mentirosa intervención dental. “Pacho, volvé al fulbo. Mirá que te necesito...”.
Maturana, célebre defensor del Nacional de Oswaldo Zubeldía, ya estaba entregado a la odontología. Y su no rotundo. “Entiendo, entiendo... entonces ayudame en el equipo, vos tenés presencia. Y mirá que ya te estás poniendo gordo, el cuerpo te está gritando fútbol”.
Mire el especial⚽: ¿A qué jugamos? Identidad e historia del fútbol colombiano
Esa pequeña visita fue una de las más trascendentales en la historia del fútbol colombiano. Maturana se sumergió en la dirección técnica y tomó el equipo sub-17, del que ya sobresalían nombres como los de René Higuita, Carlos Álvarez y Edison Álvarez. Y él, en medio del enfoque en la condición física y la profesionalización que le habían dado a nuestro fútbol Zubeldía y Bilardo, ambos técnicos suyos, por fin se matriculó en su propia escuela: la del uruguayo José Ricardo de León, en la que Cubilla era su gran discípulo. Al igual que el también uruguayo Juan Martín Mujica, quien llegó después de que Cubilla se fuera de Nacional. Los primeros brochazos de la revolución que nuestro fútbol tendría para ofrecerle al mundo.
La inspiración de José Ricardo: la Naranja Mecánica de Rinus Michels y su fútbol total. Que entre líneas se resumía en el pressing zonal y rabioso para recuperar la pelota en el menor tiempo posible. El más cercano al rival que tenía la pelota saltaba a morderlo mientras sus compañeros iban detrás en manada a apoyarlo y cerrar líneas de pase con otros posibles receptores.
Pero el uruguayo se inventó su propia variación: sus futbolistas no irían por el jugador sino por la pelota. Una defensa comprimida, lejos del arco, incluyendo al arquero, en la que cada jugador defendía una parcela del campo. Y el cronómetro de José Ricardo para recuperar la pelota. “Planifiqué un baloncesto que se jugara con los pies”, sostiene en su libro ¿Antifútbol o fútbol completo? Mi revolución.
Más: Adolfo Pedernera, el que pedía no matar a Dios a pelotazos
Ese fuego uruguayo se encendió aquí con el título de la selección colombiana que ganó su primer sudamericano juvenil en 1987 al mando de Finot Castaño y Hugo Gallego, mano derecha de Maturana, y quien también había sido dirigido por De León en el Tolima subcampeón de 1981. Con esos principios y con tipos como Eduardo Niño, Óscar Pareja y John Jairo Tréllez salieron campeones con la valla menos vencida, con el goleador y como el equipo que más goles hizo. Pero el periodismo catalogó a ese plantel de antifútbol. En tiempos imperantes de la marca al hombre, defender en línea y marcar en zona era contracultural.
Aunque el futbolista colombiano, por sus características naturales, se acoplaba más con esa manera de entender el fútbol. Con esa fórmula, en su 4-2-2-2 de Atlético Nacional, conquistó en 1989 la primera Copa Libertadores. Y se la ganó en la final al dueño de los derechos de autor de todo lo que estábamos viviendo: al Olimpia de Cubillas. Él, la persona con la que más habló de fútbol en su vida, el que le despertó las ganas de dirigir, lo sufrió en carne propia.
Maturana, con un par de whiskies, se sentó en su máquina de escribir y redactó una carta para ofrecerle el título al médico Ochoa, quien dos años atrás había perdido su tercera final consecutiva con el América. “Usted fue el técnico y decano que nos abrió el camino”. Todo en el año más violento en la historia de Colombia: el de los carros bomba, el de los aviones que explotaban por los aires, en el que asesinaban al próximo presidente del país, en el que sesenta kilos de dinamita amenazaron las páginas de este periódico y en el que ni siquiera hubo campeón de nuestro fútbol tras la cancelación del campeonato por el asesinato del árbitro Álvaro Ortega por orden de Pablo Escobar. Un coctel de toda nuestra “identidad” en pleno.
En la Copa Intercontinental, serendipia, mensajes subliminales de la vida, Nacional se enfrentó a un Milan que era dirigido por un tipo que promulgaba los mismos valores novedosos de presión zonal y línea de cuatro de Maturana al otro lado del mar: Arrigo Sacchi. Un choque de dos mundos calcados. El partido fue un fuego cruzado de trampas del fuera de lugar, pocos espacios, dos equipos interpuestos lejos de su arco y poco o mucho fútbol, depende del lente de quien lo vea. Un spoiler del fútbol actual que se amputó en ese entonces por el cambio del fuera de juego posicional conocido como “ley anti-Milán”. Y un partido sin goles, escrito para los penales, pero que en el minuto 119, con un gol de tiro libre al borde del área de Alberigo Evani, les dio el título a los italianos.
Pacho y Sacchi, como en un juego de gemelos, hicieron click inmediato en Tokio. “Yo le explicaba que a nosotros en los costados de nuestra línea de cuatro, para las coberturas, nos tocaba hacer una curva porque los defensores en América no son tan rápidos como en Europa”, recuerda Maturana. La relación sigue vigente, se siguen viendo, siguen siendo grandes amigos. Tratan de conservar la tradición de reunirse una vez al año en una casa de Sacchi retirada en las montañas, al norte de Italia, lejos, lejos de todos, a hablar de fútbol.
Lea: Zubeldía y Bilardo: la revolución que se gestó en trenes
Sacchi fue el invitado ilustre a la concentración de la selección colombiana en el Mundial de Italia 90. Maturana, con sus ideas frescas y un fútbol lírico de toques cortos con la pelota, ansioso, les preguntó a las mentes respetadas del fútbol que conocía hasta dónde creía que podía llegar su equipo. Menotti, Bilardo y Beckenbauer le respondieron lo mismo: “Si te va bien, Francisco, pasás la fase de grupos”. Y él, cabizbajo, le preguntó a Sacchi, porque él, su alter ego, pensaba lo mismo: “Pacho, lo que pasa es que ustedes no tienen historia, la historia se consigue viendo. ¿A quiénes vieron Rincón, Higuita y Valderrama jugar un Mundial? A ninguno. Ustedes son los que van a empezar la historia”.
Una expresión futbolística que se transmitió y se sigue contando, aún hoy, treinta y dos años después, como la de un fútbol ofensivo, de buen trato a la pelota y pases cortos. Una parte de la película, pero no la trama. Porque la parte pensante del fútbol de Maturana es la defensa. “Siempre he entendido que para jugar bien no se puede jugar mal atrás”, reconoce sobre su primer mandamiento. Su estilo se resume en la tensión entre el orden para defender y el desorden para atacar. “Arriba les doy libertad a los jugadores para que ocupen cualquier espacio. Si quisiera atacar con orden, con dos equipos que viven ordenados, se formaría una cosa que nadie va a aceptar y disfrutar. En cambio, cuando hay desorden, hay licencia para que aparezca la fantasía, porque ni el jugador sabe lo que va a hacer. En el momento en que recibe la pelota es que le llega la inspiración”.
El único entrenador colombiano que ha dirigido en el fútbol europeo, que hasta tuvo un contrato firmado para dirigir al Real Madrid en reemplazo de Alfredo Di Stéfano, le entregó como principal aporte al fútbol mundial la presión zonal. Una bandera que en su propia tierra fue desconocida y casi olvidada… porque, como lo enseñó una película de Disney, solo muere lo que se olvida. Lo que no se cuenta. Como cuando unos uruguayos sembraron un baloncesto que en Colombia se jugó muy bien con los pies.
Por: Thomas Blanco- @thomblalin