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Juan Manuel Lillo tiene el recuerdo intacto del primer día que fue a la casa de Francisco Maturana, cuando lo conoció mientras dirigía a Valladolid en España. Esa tarde, al pasar al estudio, el colombiano le dijo: “Tú, que más que loco de la cabeza estás loco del fútbol, mirá esta cantidad de cosas que me mandan”. Y como si estuviera desempolvando un viejo papiro egipcio, Maturana empezó a estirar metros y metros de papel. Eran escritos que le enviaba por fax Arrigo Sacchi, entrenador del Milan de los 80 y 90, uno de los equipos más revolucionarios de la historia.
El italiano le pedía al chocoano que le validara los ejercicios tácticos que estaba aplicando en el cuadro rossonero. Y que si no le parecían, contaba el español, le dijera qué variantes se le ocurrían. “¡Sacchi buscaba a Pacho!”, contaba Lillo asombrado, por aquellos años en los que dirigía a Atlético Nacional y Maturana había vuelto a Once Caldas.
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Si en Colombia tuvimos una escuela futbolística propia fue la que pensó Francisco Maturana. ¿De dónde nació esa “sensibilidad” por la fantasía? ¿Esa obsesión por el regate, la presión y el vértigo como principios de juego? ¿Por qué la pelota se volvió el norte de nuestra identidad, aun cuando nunca había sido la base de nuestro juego? Todos los caminos llevan a esa generación de los 90. Una camada de jugadores que partieron nuestra historia en dos, compenetrados alrededor de la idea de un estratega revolucionario. Su premisa: “La unión, la amistad, la calidad y, sobre todo, los principios y códigos de vida, le dieron sentido a nuestro caminar”.
Tiene sentido hablar de esos futbolistas como si fueran peripatéticos, aquellos caminantes que mientras andaban, siguiendo los pasos de Aristóteles, pensaban. En el camino se les revelaba la vida, las utopías, los mundos posibles y sus derivas. Sus pasos eran la fuerza de su pensamiento.
Y cualquier escuela se estructura alrededor de un hombre o una idea. Hay una corriente que los junta a todos, diferentes y polifónicos, para que vayan hacia un solo lado. Así como los peripatéticos siguieron a Aristóteles, también en Grecia existieron los pitagóricos y los sofistas. Más adelante Agustín de Hipona también tuvo seguidores y existieron los escolásticos, los humanistas y los racionalistas. En los tiempos contemporáneos de Marx nació el marxismo, en Alemania se creó la Escuela de Frankfurt, y de Adam Smith, la Escuela Clásica. En el arte se crearon las vanguardias, pero, de seguir así, la lista sería interminable, porque el hombre se mueve por las ideas. Así como en Países Bajos y en España Rinus Michels y Johan Cruyff crearon un modelo que fue un cisma, en Italia Helenio Herrera y Sacchi fueron un antes y un después. En Brasil, Mario Zagallo creó un conjunto perfecto, mientras en Argentina, con las ideas opuestas de César Menotti y Carlos Bilardo, la albiceleste fue dos veces campeona del mundo.
En Colombia el referente es Francisco Maturana, el hombre que mejor entendió de qué estábamos hechos. “Vos ves a los alemanes y ellos se definen desde la puntualidad, el orden y el físico. Nosotros, de pronto, somos más de la fantasía y la risa, más de la charla. Somos el fútbol de la calle, el de la esquina cuando nos juntamos cuatro o cinco a tocar un balón”.
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Pacho Maturana: utopías y mundos posibles
Cuando Francisco Maturana llegó a la selección recibió una herencia rica en teorías, jugadores y modelos que estructuraron nuestro fútbol durante décadas. “Cuando llegué a España, y el mundo estaba dividido entre Maradona y Pelé, allá no había esa coyuntura. En España, en su gran mayoría, tenían claro que el mejor jugador del mundo había sido Alfredo Di Stéfano. Bueno, en alguna ocasión hablé con Alfredo y él decía que en Colombia había un jugador que jugaba mejor que él: Humberto el Turrón Álvarez”, explica el chocoano.
Y continúa: “Había un central colombiano que los argentinos le pusieron “el portón de América”, se llamaba Henry Caicedo. Había un volante central, un diez, que en algún momento jugó en Cali y fue a una Copa Libertadores a Uruguay. El día después del partido, los uruguayos titularon: “Diego Umaña compró el Centenario”. Yo crecí escuchando historias de Víctor Campaz y de Jairo Arboleda”.
La evolución táctica de Colombia recorrió un largo trecho. En un primer momento, desde los orígenes aficionados y la llegada de cientos de futbolistas extranjeros a la “liga pirata” en los tiempos de El Dorado, hasta la consolidación de una selección que llegó por primera vez a un Mundial en 1962 de la mano de Adolfo Pedernera.
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Después, el Maestro puso los insumos, ordenó la casa y en las décadas posteriores empezó a cocinarse nuestra identidad. Había mundos posibles, pero ninguno daba resultado. Soñábamos con utopías y siempre nos quedábamos a nada. Pasamos por modelos yugoslavos, uruguayos, peruanos y argentinos, entre otros lugares del mundo que aportaron a la idea, hasta que llegaron los 90 y con ellos se definió el modelo que guiaría el camino.
“Hubo, en un tiempo, una camada de técnicos colombianos jóvenes, supremamente inquietos, que les tocó jugar o enfrentarse a los modelos imperantes que había en Colombia. Y gracias a ese choque y esa enseñanza se mejoró mucho la metodología para poder aprender”, explica Pedro Sarmiento, entrenador de Atlético Nacional.
Francisco Maturana recogió esas ideas, esa mixtura de estilos, para crear un sentido colectivo que nos mostró ante el mundo. “La gran revolución del fútbol colombiano empezó en el entendimiento del pressing y de la importancia de la capacidad física para marcar hombre a hombre. Todo eso le tocó a nuestra generación y a Maturana, que además venía con su idea de la posesión de la pelota”, asegura Sarmiento.
Una idea que no se entiende desde las individualidades, explica el estratega chocoano. Todo lo contrario, encuentra su razón de ser en el colectivo. “Hay una historia de un partido que fuimos a jugar a Nueva York. Hacía un calor tremendo. En el entretiempo, entro al camerino y veo a Carlos Mario Hoyos, que está en el suelo desparramado, sudando y con una toalla en el cuello. Y veo a León Villa, que le está echando aire. Ellos competían por el puesto. Entonces lo miro extrañado y le pregunto si no tenía envidia de él, que era el titular. Me dice: ‘Pacho, mientras juegue él, que haga lo mejor posible. Pero, si me da papaya, no vuelve a jugar más’”.
La deriva del fútbol colombiano
“El gran dolor de Pacho Maturana -dice Pedro Sarmiento- es que están acabando con el talento del futbolista colombiano. No dejan que la magia del jugador aflore”.
Para nadie es un secreto: el jugador colombiano es talentoso. Así ha sido siempre. Veloz, hábil, encarador, el biotipo del futbolista colombiano es envidiable a nivel mundial. Maturana lo que hizo fue comprender el potencial de sus capacidades. “Nuestra construcción fue, más que futbolística, cultural. ¿Qué tiene el antioqueño? El antioqueño tiene orden. Y fuera de eso humildad para trabajar de seis a seis. Entonces tiene que defender. El costeño tiene gol y alegría. Entonces ahí tiene que estar la delantera. En el Valle uno encuentra alguien fantasioso, creativo. Ahí están las ideas”.
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Y así como antes de Maturana ese valor no estuvo ausente, después no fue diferente. La generación que lideró José Néstor Pékerman fue también histórica desde los resultados y rica desde lo técnico. Sin embargo, la nostalgia de esos tiempos nunca abandonó al equipo. Era una presión añadida. Y ante la partida del argentino, después de Rusia 2018, la selección naufragó en sus propias dudas. La añoranza de esos años maravillosos hizo pensar en sueños imposibles. Otras realidades, lejanías de nuestra esencia. Y de la confusión, llegó la deriva. El resultado: eliminados de Catar 2022.
¿Y nuestra escuela? Se perdió paulatinamente con los años. En medio de la debacle llegó Reinaldo Rueda, el elegido más capaz (juzgando por los resultados) para enderezar el barco. No obstante, el rumbo estaba desviado. Y Rueda, que prometió reencauzarnos en viejas ideas, no superó la frustración de no encontrar el equipo.
Para Maturana esa deriva es un malestar general y dice que la reconstrucción debe partir de la humildad. “En 2002 el campeón fue Brasil. En ese momento América tenía nueve títulos. ¿Qué paso en estos 20 años que no volvimos a ganar? Europa nos superó, hay que aceptarlo. Después hay que preguntarse: ¿Qué estamos haciendo? No son los jugadores, porque hoy más que nunca Europa está llena de jugadores americanos. Es decir, el talento se sigue dando. La pregunta es por qué empezamos a copiar y nos olvidamos de porqué ganábamos antes. Hoy los técnicos afirman que quieren ir a ver a trabajar a Thomas Tuchel, que quieren ir a vivir a Alemania. Y resulta que en el Santos estuvo Pelé, Neymar, Robinho, y nadie quiere ir a vivir a Brasil. ¿Europa es más? No, en un momento nosotros fuimos más y tenemos que volver a esa esencia”.
En el cielo se ve un nubarrón, se aproxima una tormenta. Los próximos años revelarán si retomamos el camino de los pasos que dictó la vieja escuela, que hoy parecen extraviados. Nostalgia. En la radio suena “El Tri”, de México. Y la canción dice: “Es la nostalgia de fin de siglo. Y se vuelven a oír las rolas de los Beatles, de Elvis, de Yanis, de Jendrix, de Morrison y de Lenoooooooon”.
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