Sugar Ray Leonard, los puños de un actor
Uno de los nombres más rutilantes de la historia del boxeo, ahora está dedicado al cine.
Alejandro Millán / tatomillan@gmail.com
El 7 de octubre se estrenó en Colombia el filme ‘Gigantes de acero’, donde el legendario campeón trabajó como asesor boxístico. El Espectador habló con él en Los Ángeles.
Se cayó muchas veces, aunque en su récord sólo registra tres derrotas y 100 millones de dólares en ganancias. Le desprendieron la retina y estuvo retirado durante tres años, pero cuando volvió al ring resistió como un corredor de maratón una pelea de doce asaltos con Marvin Hagler y le quitó su título mundial en aquella mítica noche del 10 de marzo de 1986. Decían que era pequeño, débil, que sus golpes eran como azúcar, pero ganó títulos en cinco pesos distintos, un logro impresionante en la extensa y pródiga historia del boxeo. Fue el mejor de la década de los ochenta y sólo peleó cinco años. Es Sugar Ray Leonard.
Estamos en Los Ángeles, en medio de las entrevistas de promoción de la nueva película con Hugh Jackman, titulada Gigantes de acero, donde Leonard trabajó como asesor boxístico. Sugar camina entre actores, agentes y publicistas como un desconocido, como si fuera un asistente más, pero sabiendo que cada persona que pasa a su lado no puede dejar de reconocerlo.
Por supuesto que él le enseñó al actor australiano los secretos de los golpes, le contó de sus hazañas en el cuadrilátero en aquellas peleas de leyenda frente a Thomas Hearns, Mano de Piedra Durán y Hagler, que HBO transmitía sin falta los viernes y los sábados. Le contó sobre cómo se trabaja en la esquina, cómo el legendario Angelo Dundee (el mismo coach de Mohammed Ali) le transmitió las estrategias necesarias para ganar.
“Me fue genial. Pensé en participar por Stacey Snider (directora ejecutiva del estudio DreamWorks, responsable del filme) y no sabía qué esperar de la película. Leí el guión, comencé a entender la intención y después me encontré con Hugh Jackman. La verdad es que me convertí en su coach y en el del robot protagonista de la película, Atom, y les di a entender que la relación entre el boxeador y su entrenador es muy especial, es íntima, cercana. Y eso pasó con Hugh. Con el tiempo no necesitaba hablar, con sólo mirarme ya sabía qué quería, qué estaba pensando. Esa clase de conexión es lo que yo quería buscar”, dice mientras le exprime agua a un vaso colmado de cubos de hielo.
Está intacto, con el mismo peso de sus años de boxeador: 147 libras. Sólo ha perdido algo de pelo, pero no hay una sola señal que revele sus 55 años. Hace chistes, bromea, muy al estilo de un actor, de un entertainer, en lo que se ha convertido desde que se retiró del boxeo en 1997. Una estrella que va y viene entre el deporte y el espectáculo.
Según el archivo de Internet Movie Database (Imdb), Leonard es uno de los boxeadores con más apariciones en la pantalla del cine y la televisión (con 79, apenas es superado por Mike Tyson y por el más grande, Mohammed Ali), donde además de aparecer como él mismo en Bailando con las estrellas y Casado con hijos, entre otros programas, condujo hace seis años, al lado de Sylvester Stallone, The Contender, un reality sobre aspirantes a boxeadores profesionales que duró tres temporadas.
“Creo que esto es una extensión de mi legado. No es sólo ser consultor de boxeo para películas taquilleras; aunque eso ya es bastante bueno. Esto hace parte de lo que soy: un boxeador. Es una buena forma de seguir trabajando, de estar en el negocio”.
Pero fue el año pasado cuando pasó de los realities a las grandes ligas de Hollywood, con su aparición en la película El peleador, la misma que le dio el Óscar al hombre de Batman, Christian Bale. En ella, Leonard se interpreta a sí mismo, además de que la trama de la película contiene escenas reales de su pelea del 18 de julio de 1978 contra Dick Eklund, uno de los personajes del filme.
“No fue una historia sobre el boxeo, aunque se trate de boxeadores. Es sobre esa familia disfuncional que se va contra Mickey (Ward), pero él logra imponerse. Fue una gran experiencia, la disfruté mucho”.
Sintió entonces un clic en su vida en esto del espectáculo. Al poco tiempo fue llamado por la gente de DreamWorks para unirse a un proyecto especial: Gigantes de acero, una fábula futurista sobre robots boxeadores que se rompen las tuercas en un ring mientras en las esquinas sus amos-entrenadores los dirigen a control remoto. Él debía encargarse de asesorar a la producción de la película en su parte más esencial: el boxeo.
Además de que sus movimientos más famosos, como su veloz combinación de golpes y su capacidad de aguantar, quedaron patentados en el robot protagonista, Atom, también le tocó enseñarle algo de golpes a Jackman, quien dijo al respecto: “No sólo me enseñó cómo se lanzan los golpes, sino cómo se vive una pelea; cómo es el corazón de un boxeador”.
“Desde el primer día le dejé claro a Hugh que el boxeo había que tomarlo en serio. Para ser el mejor se necesita compromiso. Este es uno de los deportes que requieren tu total atención. No se juega al boxeo; se juega al fútbol, al béisbol, al baloncesto. No al boxeo. Otra cosa fundamental es no tener miedo en el ring. Puedes estar preocupado, estresado, pero no asustado. Cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de que pude haber muerto. Y digo que tuve una gran carrera por eso, por el compromiso y por no tener miedo allá arriba”.
Miedo es una palabra escasa en la vida de Leonard: se atrevió a pelear en cinco categorías distintas (welter, superwelter, medio, supermedio y semipesado) y en todas fue campeón del mundo. Se atrevió a pelear contra los campeones imbatibles, como Wilfred Benítez (el mismo que le arrebató el título a Kid Pambelé), Thomas Hearns, Marvin Hagler y el gran Roberto Mano de Piedra Durán, y a todos les ganó. Cuando tenía 40 años y ya hacía parte del Salón de la Fama del Boxeo, se atrevió a subirse de nuevo a un ring y, aunque perdió, la gente despidió con abucheos al Macho Camacho, su verdugo entre las cuerdas.
Ahora también anda en los titulares, como hace 20 años, de cuenta de su autobiografía, La gran pelea: mi vida dentro y fuera del ring, que publicó este año. En esas páginas confiesa, además de su adicción a la cocaína y al alcohol, los abusos sexuales de sus entrenadores cuando comenzaba a mostrarse como un gran campeón.
“No tuve una vida fácil y nadie sabe cuánto sufrí. No importa cuánto gané y que mi apariencia decía que estaba todo bien. No era así, era una máscara. Herí a mucha gente, no físicamente, pero sí en el corazón. Lo que importa son los sentimientos que se llevan adentro, no lo que se muestra. Ahora, después de sacarlo todo y de pedir perdón, me siento aliviado. No tengo de qué avergonzarme, no me siento mal y hasta me siento algo poderoso, agradecido con Dios por lo que me llegué a ser y por todo lo que he durado. Llevo más de 30 años con el boxeo, que es mucho tiempo. Mucha gente en este negocio no dura tanto”, dice, mientras alguien le avisa que tiene que atender otra entrevista.
Pero entonces le recuerdan un nombre familiar para todos: Kid Pambelé, nuestro Pambelé, el primer y más grande campeón que ha dado el boxeo colombiano, el hombre que ahora deambula como un fantasma por los centros de rehabilitación. Reconoce el nombre.
“Sé quién es y la única reflexión que queda es que el boxeo es un deporte de gente pobre y no hay un manual que nos diga qué tenemos que hacer cuando nos llega la victoria, de quién nos tenemos que asesorar, cómo podemos tener una mejor educación. El boxeo es una carrera rápida donde al empezar nadie da respeto, no hay dinero y sólo se tienen los puños. Y si no se está preparado para el retiro, uno queda igual que como estaba al principio: sin respeto, sin dinero y sólo con los puños”.
El 7 de octubre se estrenó en Colombia el filme ‘Gigantes de acero’, donde el legendario campeón trabajó como asesor boxístico. El Espectador habló con él en Los Ángeles.
Se cayó muchas veces, aunque en su récord sólo registra tres derrotas y 100 millones de dólares en ganancias. Le desprendieron la retina y estuvo retirado durante tres años, pero cuando volvió al ring resistió como un corredor de maratón una pelea de doce asaltos con Marvin Hagler y le quitó su título mundial en aquella mítica noche del 10 de marzo de 1986. Decían que era pequeño, débil, que sus golpes eran como azúcar, pero ganó títulos en cinco pesos distintos, un logro impresionante en la extensa y pródiga historia del boxeo. Fue el mejor de la década de los ochenta y sólo peleó cinco años. Es Sugar Ray Leonard.
Estamos en Los Ángeles, en medio de las entrevistas de promoción de la nueva película con Hugh Jackman, titulada Gigantes de acero, donde Leonard trabajó como asesor boxístico. Sugar camina entre actores, agentes y publicistas como un desconocido, como si fuera un asistente más, pero sabiendo que cada persona que pasa a su lado no puede dejar de reconocerlo.
Por supuesto que él le enseñó al actor australiano los secretos de los golpes, le contó de sus hazañas en el cuadrilátero en aquellas peleas de leyenda frente a Thomas Hearns, Mano de Piedra Durán y Hagler, que HBO transmitía sin falta los viernes y los sábados. Le contó sobre cómo se trabaja en la esquina, cómo el legendario Angelo Dundee (el mismo coach de Mohammed Ali) le transmitió las estrategias necesarias para ganar.
“Me fue genial. Pensé en participar por Stacey Snider (directora ejecutiva del estudio DreamWorks, responsable del filme) y no sabía qué esperar de la película. Leí el guión, comencé a entender la intención y después me encontré con Hugh Jackman. La verdad es que me convertí en su coach y en el del robot protagonista de la película, Atom, y les di a entender que la relación entre el boxeador y su entrenador es muy especial, es íntima, cercana. Y eso pasó con Hugh. Con el tiempo no necesitaba hablar, con sólo mirarme ya sabía qué quería, qué estaba pensando. Esa clase de conexión es lo que yo quería buscar”, dice mientras le exprime agua a un vaso colmado de cubos de hielo.
Está intacto, con el mismo peso de sus años de boxeador: 147 libras. Sólo ha perdido algo de pelo, pero no hay una sola señal que revele sus 55 años. Hace chistes, bromea, muy al estilo de un actor, de un entertainer, en lo que se ha convertido desde que se retiró del boxeo en 1997. Una estrella que va y viene entre el deporte y el espectáculo.
Según el archivo de Internet Movie Database (Imdb), Leonard es uno de los boxeadores con más apariciones en la pantalla del cine y la televisión (con 79, apenas es superado por Mike Tyson y por el más grande, Mohammed Ali), donde además de aparecer como él mismo en Bailando con las estrellas y Casado con hijos, entre otros programas, condujo hace seis años, al lado de Sylvester Stallone, The Contender, un reality sobre aspirantes a boxeadores profesionales que duró tres temporadas.
“Creo que esto es una extensión de mi legado. No es sólo ser consultor de boxeo para películas taquilleras; aunque eso ya es bastante bueno. Esto hace parte de lo que soy: un boxeador. Es una buena forma de seguir trabajando, de estar en el negocio”.
Pero fue el año pasado cuando pasó de los realities a las grandes ligas de Hollywood, con su aparición en la película El peleador, la misma que le dio el Óscar al hombre de Batman, Christian Bale. En ella, Leonard se interpreta a sí mismo, además de que la trama de la película contiene escenas reales de su pelea del 18 de julio de 1978 contra Dick Eklund, uno de los personajes del filme.
“No fue una historia sobre el boxeo, aunque se trate de boxeadores. Es sobre esa familia disfuncional que se va contra Mickey (Ward), pero él logra imponerse. Fue una gran experiencia, la disfruté mucho”.
Sintió entonces un clic en su vida en esto del espectáculo. Al poco tiempo fue llamado por la gente de DreamWorks para unirse a un proyecto especial: Gigantes de acero, una fábula futurista sobre robots boxeadores que se rompen las tuercas en un ring mientras en las esquinas sus amos-entrenadores los dirigen a control remoto. Él debía encargarse de asesorar a la producción de la película en su parte más esencial: el boxeo.
Además de que sus movimientos más famosos, como su veloz combinación de golpes y su capacidad de aguantar, quedaron patentados en el robot protagonista, Atom, también le tocó enseñarle algo de golpes a Jackman, quien dijo al respecto: “No sólo me enseñó cómo se lanzan los golpes, sino cómo se vive una pelea; cómo es el corazón de un boxeador”.
“Desde el primer día le dejé claro a Hugh que el boxeo había que tomarlo en serio. Para ser el mejor se necesita compromiso. Este es uno de los deportes que requieren tu total atención. No se juega al boxeo; se juega al fútbol, al béisbol, al baloncesto. No al boxeo. Otra cosa fundamental es no tener miedo en el ring. Puedes estar preocupado, estresado, pero no asustado. Cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de que pude haber muerto. Y digo que tuve una gran carrera por eso, por el compromiso y por no tener miedo allá arriba”.
Miedo es una palabra escasa en la vida de Leonard: se atrevió a pelear en cinco categorías distintas (welter, superwelter, medio, supermedio y semipesado) y en todas fue campeón del mundo. Se atrevió a pelear contra los campeones imbatibles, como Wilfred Benítez (el mismo que le arrebató el título a Kid Pambelé), Thomas Hearns, Marvin Hagler y el gran Roberto Mano de Piedra Durán, y a todos les ganó. Cuando tenía 40 años y ya hacía parte del Salón de la Fama del Boxeo, se atrevió a subirse de nuevo a un ring y, aunque perdió, la gente despidió con abucheos al Macho Camacho, su verdugo entre las cuerdas.
Ahora también anda en los titulares, como hace 20 años, de cuenta de su autobiografía, La gran pelea: mi vida dentro y fuera del ring, que publicó este año. En esas páginas confiesa, además de su adicción a la cocaína y al alcohol, los abusos sexuales de sus entrenadores cuando comenzaba a mostrarse como un gran campeón.
“No tuve una vida fácil y nadie sabe cuánto sufrí. No importa cuánto gané y que mi apariencia decía que estaba todo bien. No era así, era una máscara. Herí a mucha gente, no físicamente, pero sí en el corazón. Lo que importa son los sentimientos que se llevan adentro, no lo que se muestra. Ahora, después de sacarlo todo y de pedir perdón, me siento aliviado. No tengo de qué avergonzarme, no me siento mal y hasta me siento algo poderoso, agradecido con Dios por lo que me llegué a ser y por todo lo que he durado. Llevo más de 30 años con el boxeo, que es mucho tiempo. Mucha gente en este negocio no dura tanto”, dice, mientras alguien le avisa que tiene que atender otra entrevista.
Pero entonces le recuerdan un nombre familiar para todos: Kid Pambelé, nuestro Pambelé, el primer y más grande campeón que ha dado el boxeo colombiano, el hombre que ahora deambula como un fantasma por los centros de rehabilitación. Reconoce el nombre.
“Sé quién es y la única reflexión que queda es que el boxeo es un deporte de gente pobre y no hay un manual que nos diga qué tenemos que hacer cuando nos llega la victoria, de quién nos tenemos que asesorar, cómo podemos tener una mejor educación. El boxeo es una carrera rápida donde al empezar nadie da respeto, no hay dinero y sólo se tienen los puños. Y si no se está preparado para el retiro, uno queda igual que como estaba al principio: sin respeto, sin dinero y sólo con los puños”.