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Si Caterine Ibargüen hubiera clasificado a los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 probablemente hoy no sería campeona del mundo. La frustración que le generó no haber asistido a las justas en China fue precisamente la principal motivación para darle un vuelco a su carrera. Hasta entonces era una buena saltadora, de largo, alto y triple, con la suficiente calidad para ganar medallas en eventos continentales y participar con decoro en las competencias olímpicas o mundiales, pero no la figura dominante que aparece con su sonrisa contagiosa y su figura espectacular en la guía para medios de la IAAF y en los afiches promocionales de la decimoquinta versión del Campeonato del Mundo de Mayores, que comenzó el viernes en el Nido de Pájaro.
La antioqueña, nacida en Apartadó el 12 de febrero de 1984, sabe mejor que nadie lo que significa caer para levantarse. Porque es lo que hace por lo menos 50 veces cada día en los entrenamientos y lo que la ha convertido en la mejor atleta colombiana de la historia. “La verdad es que me deprimí y pensé incluso en retirarme”, admite a El Espectador al recordar que no logró la marca mínima para Pekín: “Eso le dio un giro total a mi vida”.
Tras ese episodio se fue a estudiar enfermería en la Universidad Metropolitana de Puerto Rico y aceptó por fin los consejos de los técnicos Ubaldo Duany y Regla Sandino, quienes le habían insinuado que se especializara en el salto triple, pues por su velocidad y potencia la favorecía más. Y tenían razón. En pocos años Caterine perfeccionó su técnica y mejoró sus marcas, al punto que se convenció de que podía ser la mejor del planeta.
En el Mundial de Daegu 2011 alcanzó la medalla de bronce y les avisó a sus rivales que daría la pelea en el futuro. En los Juegos Olímpicos de Londres 2012 el segundo lugar le supo a poco. El 5 de agosto de ese año, mientras toda Colombia celebraba su plata, ella se repetía en el podio que tenía que haber estado en el primer lugar. Será por eso que desde ese día nadie la supera. Hace un mes completó 28 victorias consecutivas, con tres títulos de la Liga de Diamante y un campeonato mundial, el de Moscú 2013, el primero de un atleta colombiano.
Sin embargo, ese invicto, todavía lejos de los mayores de la historia del atletismo, impuestos por leyendas como Edwin Moses (400 metros vallas), Emil Zatopek (5.000 y 10.000 metros), Carl Lewis (salto largo) y Iolanda Balas (salto alto), no le quita el sueño. “Lo que me preocupa es dar lo mejor de mí, entregarme al ciento por ciento, superarme yo misma. No suelo obsesionarme con las cosas, porque creo que el tiempo de Dios es perfecto”, explica antes de agregar que tampoco se presiona por batir el récord mundial de la especialidad, 15,50 metros, en poder de la ucraniana Inessa Kravets desde 1995, 19 centímetros más que su mejor marca hasta el momento (15,31 en Mónaco 2014). “Si se da, bienvenido sea, un logro más, pero si no, voy a quedar feliz porque siempre he trabajado duro”.
Y a pesar de que no es obsesiva, se traza metas constantemente. Tiene una inmediata: revalidar mañana su título mundial, esta vez en el estadio que no pudo conocer en 2008 y que el jueves la dejó con la boca abierta. “Apenas entré sentí una emoción grande. Es muy bonito, me impresionó”. Y si lo dice una mujer de 31 años que ha conocido los más grandes y espectaculares escenarios del planeta, es por algo.
“No tomo este Mundial como una revancha, pero sí tengo una gran motivación. Esta es mi competencia más importante del año y quiero seguir siendo campeona”, le dice Caterine a este medio, en la pista de calentamiento del Parque Olímpico, en la que acaba de terminar una larga y dura sesión de entrenamiento con Ubaldo Duany, quien, más que su entrenador, es su amigo, su padre.
“Me he preparado bastante bien. Hemos trabajado duro en los pequeños detalles técnicos que marcan la diferencia en mi prueba, en afinar todos los movimientos”, dice después de casi tres horas en la pista, en la que su morena figura de 1,81 metros de estatura y 65 kilogramos de peso no pasa desapercibida. “Debo admitir que sí me siento diferente. La gente se ha dado cuenta de que existo, que la campeona mundial es colombiana. Me saludan, me reconocen”, asegura sin modestia, pues sabe que todo se lo ha ganado a pulso.
Y lo hace día a día, trabajando hora y media en las mañanas y tres horas en la tarde. “Hago unos cinco o seis saltos técnicos (completos), no pasamos de ahí”, explica. Pero no tiene en cuenta 10 o 12 más que hizo sin impulso, ni otros 20 con carrera corta. Esos son tan rutinarios que es como si fueran parte del calentamiento que hace sola, bajo la mirada de su entrenador, ahora aficionado a la fotografía, quien aprovecha para captar unas buenas imágenes de su pupila, admirada por los atletas de la delegación italiana que entrenan a su lado.
Luego de un rato Duany se la lleva al foso de arena. Intensifica el trabajo físico utilizando unas vallas y la pone a saltar. “Los brazos arriba”, le dice. “Pasa el pie, no lo hagas tan rápido”, la corrige, mientras ella ríe como aceptando su error. “Tranquila, la posición del tronco arriba”, agrega el técnico, quien saca pecho al saludar a sus colegas y compatriotas cubanos, celosos por el diamante que ha pulido.
En el carril del lado trabaja la kazaja Olga Rypakova, campeona olímpica y principal rival de Caterine en la actualidad, al lado de la rusa Ekaterina Koneva. A ella se le nota tensionada. Casi no sonríe. Mientras la colombiana canta, aplaude y se da palmadas en las piernas, la europea se reprocha cada salto y mira al cielo. Eso se refleja en la distancia que logra cada una. No hay una medición exacta en el entrenamiento, pero la colombiana le saca por lo menos medio metro de ventaja. Se nota cada vez que Duany, con paciencia, remueve la arena luego de cada caída.
Después Caterine prepara arranque y carrera. Uno, dos, tres…. quince pasos largos y pone su zapato. Luego da 36 pasitos y acomoda el termo. Así marca los sitios para cambiar de ritmo o de pie. “Vamos, negra”, se grita ella misma. “Duany, ¿qué hago?”, pregunta. Él responde rápido y Caterine emprende vuelo: “Voy de una”. Antes de caer ambos gritan al tiempo: “El tronco”. Están tan compenetrados que saben exactamente qué deben mejorar para poder celebrar este lunes un nuevo título mundial y obtener el justo premio a tanto sacrificio.
Cerca de ahí, la marchista Lorena Arenas y la atleta Muriel Coneo terminan su entrenamiento y la esperan para tomar el autobús de regreso al Convention Center Aoyuncun Branch Hotel, en donde se hospeda la delegación colombiana. Pero Caterine y Duany no han terminado. Recogen sus morrales y se van por el túnel que comunica la pista de calentamiento con el estadio olímpico. Hacen un reconocimiento del terreno en el que competirán y hasta se toman una foto con una impresionante estructura de metal que tiene la figura de un árbol, el símbolo del Mundial, ubicada en el centro de la tribuna oriental, el sector en el que se realiza el salto triple.
De regreso a la pista de práctica, la sesión termina con estiramientos con una banda elástica, abdominales y flexiones de pecho. Caterine se quita los spikes (zapatos de competencia), se limpia la arena de los pies y se pone unos tenis Nike, la marca que la patrocina. Se hidrata y se acomoda el iPod para escuchar música y relajarse. Camino al bus reconoce que se siente figura del deporte mundial: “De verdad hago parte de la gran actualidad del atletismo y eso me gusta. Me siento bien al poder influir para que un evento como este sea tan grande y para que nuestra disciplina se desarrolle”.
Está satisfecha con su carrera, a la que califica como “linda, bonita”, pero tiene claro que el oro olímpico en Río 2016 sería “la cereza en el pastel”. Pase lo que pase mañana y de aquí en adelante, se siente “contenta y agradecida por lo que he logrado en la vida” y sigue explorando nuevos horizontes: “Acabo de lanzar mi marca de ropa, Cibargüen, que tiene mi logo. Es un sueño que siempre tuve y que ahora se hace realidad. Le he puesto mucha energía y entusiasmo”, cuenta antes de despedirse amablemente con una sonrisa, esa que la ha convertido en la mejor embajadora de Colombia en el mundo, en la más fiel representante de una raza alegre y luchadora, acostumbrada a caer, pero sobre todo a levantarse siempre.