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Como la memoria es a veces frágil, hay quienes no saben la clase de jugador que fue Freddy Rincón, el crack del fútbol que murió el miércoles 13 de abril por un terrible accidente automovilístico que nunca dejaré de lamentar. Pero, claro, hay muchos que sí lo saben y por eso mismo es que vale la pena contar parte de la historia de un futbolista maravilloso que lo tenía todo: técnica, poder goleador, tremenda fuerza, velocidad, estatura, visión de juego, mucha marca, bastante fantasía y, además (a pesar de una timidez inicial), una férrea personalidad. (Recomendamos: Así fue el adiós a Freddy Rincón en el estadio Pascual Guerrero de Cali).
Freddy Rincón, el legendario número 19 de la selección Colombia (y el 14 en Santa Fe y el América), fue protagonista de muchas páginas inolvidables del fútbol colombiano con sus goles, jugadas exquisitas, choques con los rivales (eso también vale la pena verlo) y, por supuesto, éxitos y fracasos que nos ilusionaron, alegraron y, más de una vez, nos desengañaron, pero sin dejar de gozar y recordar con orgullo —y ahora nostalgia— lo mucho que él y otros como él dejaron plasmado en una cancha de juego. Total, Rincón fue, en compañía de otros ilustres nombres, uno de los pioneros en llevar al fútbol colombiano a muchos lugares como Brasil, Italia y España, con lo cual cualquier futbolista local que ahora mete dos goles, es contratado en cualquier lugar del mundo. (Aquí puede leer artículos de Petrit Baquero sobre música salsa).
Y lo fue formando parte de esa generación dorada de cracks excéntricos que, con sus pintas estrafalarias, bastante exotismo (que los hacía verse, tal vez, más nuestros), mucha calle, a veces poca disciplina y, sin duda, portentoso talento, pusieron a Colombia en el mapa futbolístico internacional haciéndola respetada, a veces temida y, por supuesto, muy icónica y llamativa, porque ganara o perdiera, daban ganas de verla jugar (a mí me encantaba y a muchos otros también). Y, claro, me refiero a esa Colombia inolvidable de artistas del balón que dejaban pinceladas de talento con ese toque-toque demoledor que demostraba, además, que Norman Mailer estaba muy equivocado cuando dijo que “los tipos duros no bailan”, porque ese equipo, como enseñó el gran Eduardo Galeano, danzaba con el balón, demostrando que sí, que los tipos duros sí bailan, además con bastante sabrosura.
Eso sí, cuando había que meter la pierna, también la metía, como lo hacía el exquisito, pero también duro, Freddy Rincón, pues estrellarse en la cancha contra él, con su 1.87 de estatura y 90 kilos de peso de pura fibra, era como hacerlo contra una pared, lo cual saben muchos de los que lo enfrentaron, por ejemplo, Simeone, el más “maloso” de la selección argentina de los noventa, que más de una vez fue azotado por Rincón quien solo le abría los ojos y le dejaba claro que los jugadores colombianos ya no andarían con complejos, porque sabían que eran buenos y tal vez mejores que los otros.
Freddy Eusebio Rincón Valencia nació el 14 de agosto de 1966 en Buenaventura, ese puerto del Pacífico que tenía una cantera que se creyó inagotable de futbolistas (“Maravilla” Gamboa, Marino Klinger, Víctor y Teófilo Campaz, Adolfo “el Tren” Valencia…) y donde desde muy joven empezó a destacarse como alguien excepcional por su físico y talento con el balón. Esto dejó en evidencia que, más pronto que tarde, Rincón saldría adelante de ese difícil entorno de pobreza material que sigue así a pesar de ser la puerta de entrada de millones de productos que generan mucha plata, sin que eso se vea reflejado en la calidad de vida de la gente, algo sobre lo cual habrá que seguir hablando.
Sus comienzos fueron en equipos aficionados, como el Atlético Buenaventura de su tierra, y, ya como profesional, en la capital del país y de la mano del santandereano Jorge Luis Pinto, como volante estelar del Santa Fe, donde se convirtió, para 1988, en una de las estrellas del fútbol colombiano, el cual, por cuenta de la gestión de recordados dirigentes (Alfonso Senior, Alex Gorayeb, León Londoño…), el innegable talento que surge silvestre en las calles y “mangas” de los barrios populares y, por supuesto, el montón de plata que los “mágicos” le metieron a varios equipos, consiguió un altísimo nivel que dejó historias con partidos durísimos, jugadotas de antología, golazos legendarios y rivalidades inolvidables (y varios hechos lamentables, claro).
En ese contexto, Rincón se destacó como uno de los protagonistas del campeonato en un momento en el que aquí había grandísimos jugadores como Higuita, Valderrama, Redín, Gareca, “La Gambeta” Estrada, Cabañas, Falcioni, Bataglia, Alexis García, Leonel Álvarez, Andrés Escobar, Didi Valderrama, Alex Escobar, Iguarán, Anthony de Ávila, Acisclo Córdoba, JJ Tréllez, Navarro Montoya, Goycochea y el mismo Willington Ortiz, que dejaba ver sus últimos destellos, entre muchos otros. Y consiguió, con la evidente presión de la prensa bogotana, llegar a la selección Colombia con tal impacto que hasta le cambió algo de su estilo, pues se pasó de jugar con volantes tocadores y calidosísimos que acompañaban a “El Pibe”, como Redín, Alexis o “el Bendito” Fajardo, a hacerlo más frontalmente con alguien que también tocaba, pero con mayor velocidad, desdoble, marca y mucho gol.
De ahí en adelante, nos empezamos a acostumbrar a verlo con Valderrama tocando y tocando, y, súbitamente, dando un pique tremendo de tres o cuatro zancadas y hacer un golazo memorable, convirtiéndose en uno de los nombres fijos del equipo inolvidable de Maturana que jugaba en cualquier cancha del mundo como si fuera el “picadito” del barrio (porque “se juega como se vive”) con Higuita, “El Pibe”, Leonel, “Chonto”, Andrés Escobar, “Coroncoro” Perea, “Barrabás”, Gildardo, Iguarán, “La Gambeta”, “El Palomo” y después Asprilla, “el Tren”, Harold Lozano, Valenciano, Osorio, Wilson Pérez, Córdoba, “Aristi” y varios más.
Con Colombia, Rincón tuvo momentos estelares, como el golazo a Alemania (una selección avasallante, como nunca más Colombia ha vuelto a enfrentar) en el minuto 47:12 del segundo tiempo en pleno Mundial del 90, o los dos goles a Argentina en el inolvidable 5-0 en el Monumental de River. O el golazo a Bolivia en La Paz, o los dos a Perú en Lima y Barranquilla respectivamente, o a Paraguay en Asunción, o tantos otros. Y fue ídolo en Santa Fe, América de Cali, Palmeiras, Corinthians, Santos y Nápoles con técnicos como Pinto, Umaña, Maturana, Ochoa Uribe, “Bolillo” Gómez, Valdano y Luxemburgo con quienes ganó trofeos como el campeonato colombiano, dos títulos brasileros y un Mundial de clubes (con un golazo en la semifinal), jugando, además, varias Copas América (la del 93 la tenía que ganar Colombia, pero ni modo) y clasificando a tres mundiales. Todos coinciden vehementemente en que se trataba de un jugador maravilloso, de porte impresionante, físico imponente, técnica depurada y despliegue por toda la cancha, al punto de que podría haber jugado con éxito en cualquier posición del campo o en cualquier equipo del mundo (Mario Zagallo, técnico de Brasil, dijo que le habría encantado tener a un jugador así en su selección), lo cual lo hace, sin duda alguna, el más completo de los futbolistas de la historia del fútbol colombiano.
De hecho, no veo a un jugador que se le equipare hoy en el mundo, ni Pogba o Kanté, ni antes Vieira o Touré Yaya, ni Gundogan o Kroos, ni nadie, porque Rincón era otra cosa y, sin duda, uno de los jugadores que más me gustaba ver y que me hacía en mis viejos tiempos salir a jugar imitando (claro, infructuosamente) su zancada, sus taquitos calidosos, sus túneles y ochos sutiles, y su poderosa pegada que le hacían ser un crack con todas las de la ley.
Pero, claro, no todo fue color de rosa, pues en esa Colombia de los años ochenta y noventa que, en medio del caos y la violencia desatada desde diferentes flancos, al tiempo que el tejido social se seguía rompiendo por todas partes, sus deportistas empezaron a cargar con el peso —porque muchos les confirieron esa responsabilidad— de darnos esperanza, subir nuestra golpeada autoestima y generar algún amago de unión, porque con lo demás (si acaso también con los grandes músicos) no era posible hacerlo. Pero eso era algo bastante difícil de lograr en un momento en el que, tal vez, el fútbol que se jugaba era superior a la mentalidad de un país bastante enredado y desangrado por la violencia oficial y no oficial, por lo que, cuando esos héroes fueron derrotados, terminaron señalados y destruidos por esos mismos que antes los habían endiosado.
En ese contexto, Rincón fue parte de la selección en el Mundial de Italia 90 que, a pesar de que pudo llegar mucho más lejos, dejó un buen sabor de boca; también fue fundamental en el equipazo que llegó a Estados Unidos en 1994 con el rótulo de favorito y que fracasó estruendosamente por distintas razones y que tuvo el desenlace trágico del asesinato de Andrés Escobar, como muestra de que, para algunos en este país, el fútbol es más que un juego. Finalmente, fue uno de los pocos que se salvaron en el muy flojo Mundial para Colombia de Francia 98 donde un equipo envejecido fue pasado por encima por varios de sus rivales.
También vivió malos momentos en el Real Madrid, un equipo en crisis por ese entonces, que jamás había tenido a un jugador negro en su plantilla, siendo víctima de ataques racistas de los denominados ultras que no quisieron ver a semejante clase de jugador. Total, Rincón dijo que esas expresiones discriminatorias no lo afectaron porque ya estaba curtido del racismo que vivió en Colombia y que es evidente, así algunos no lo quieran entender (y valga decir que Lorenzo Sanz, el presidente del Real Madrid que fue a buscar jugadores a Brasil, regresó a España diciendo que el mejor jugador que vio fue Rincón, del que se acababan de desprender; las paradojas de la vida).
Y tuvo líos con la justicia en 2007, por cuenta de su amistad desde la infancia con un narcotraficante, que le generaron, tal vez, las más grandes angustias de su existencia, aunque pudo salir avante al ser absuelto de los cargos en su contra. También resultó involucrado en un grave accidente automovilístico en el 2013, del que se salvó por su fortaleza física, lo cual esta vez, tristemente, no volvió a ocurrir. Y entró en polémicas con dirigentes deportivos y algún jugador de la selección Colombia actual, por su férrea personalidad que le hacía decir lo que pensaba sin temor alguno, lo que le generó ciertas críticas, a las cuales no les puso mucha atención.
El caso es que ha muerto a los 55 años Freddy Rincón, “la Espiga”, “el Coloso del Pacífico”, “el crack de Buenaventura”, el imponente gigante todoterreno de Colombia, como le decían; el impresionante titán del balón que me proporcionó tantas alegrías, como el gol que más he gritado y celebrado en mi vida, y que, desde la recuperación de balón del gran Leonel (me conmovió verlo llorar con tanto dolor por su querido amigo), pasando por “el Bendito”, “El Pibe” y finiquitada por Rincón, todavía me emociona cuando lo veo o cuando lo leo, pues el maestro Galeano, como muchos lo han recordado, lo relató así:
… Valderrama recibió la pelota de espaldas, giró, se desprendió de tres alemanes que le sobraban y la pasó a Rincón, y Rincón a Valderrama, Valderrama a Rincón, tuya y mía, mía y tuya, tocando y tocando, hasta que Rincón pegó unas zancadas de jirafa y quedó solo ante Illgner, el guardameta alemán. Illgner tapaba el arco. Entonces Rincón no pateó la pelota: la acarició. Y ella se deslizó, suavecita, por entre las piernas del arquero, y fue gol.
Todavía se humedecen mis ojos cuando leo esto y cuando alguien vuelve a compartir el video del gol por algún lado, y sí, sé que otras cosas, tal vez, me deberían sensibilizar más (¿y qué saben si no es así?), pero que no se olvide que el arte, porque varios de esos futbolistas eran artistas, y el deporte, por supuesto, nos hacen conocer otros mundos y soñar despiertos con que es posible romper nuestro destino trágico y volar muy lejos sin olvidarnos de dónde venimos.
Freddy Rincón nos dio grandes alegrías y nos ayudó a soñar. Pudimos admirarlo porque nos representó dignamente en todo el mundo y, claro, no era perfecto, pero sí un jugador maravilloso y un buen tipo, amigo y casi hermano de todos esos jugadores con los que tanto compartió y que se han visto tremendamente compungidos por su partida.
Ahora él será una leyenda para este sufrido país tan necesitado de sonrisas, pues alguien que nos hizo gritar, reír y llorar de alegría nunca jamás se podrá olvidar. Por eso, como dijo un buen amigo que a veces lanza frases que me gustan, Freddy estará, ahora y por siempre, en un importante rincón de mi corazón…
* Petrit Baquero es historiador y politólogo. Autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012) y La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017).