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En las calles se habla de que la economía no va bien. Y no es una percepción desorientada. Las cifras más recientes muestran que creció 2 % en el tercer trimestre de 2017, luego de que el ministro de Hacienda esperara en enero —mes de optimismo febril— un crecimiento entre 2,5 y 3 % para este año. (Lea también: Economía en 2018 crecerá entre 2,2% y 2,4%: ANDI)
Cuando ya estaban disponibles los datos del primer trimestre, el ministro Cárdenas prefirió coincidir con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y pronosticó un crecimiento de sólo 2 %. Para completar, al conocerse el dato del tercer trimestre, menguó mucho más su optimismo y afirmó: “Con esto, estamos pronosticando que en el año 2017 el crecimiento estará entre 1,9 y 1,7 %, con el dato más probable para el cierre en 1,8 %”.
Más allá de la habilidad del ministro para atinar el resultado final de 2017, con la posibilidad de ir ajustando sus estimaciones a medida que los resultados van empeorando, sus comentarios confirman que las expectativas del Gobierno sobre el crecimiento de 2017 se deterioraron a lo largo de este año.
No estamos en una recesión, aunque lo afirmen algunos con exageración. Pero es verdad que las cifras de 2016 y 2017 muestran que estamos creciendo a tasas sustancialmente inferiores a las que caracterizaron un período reciente. Por ejemplo, para no ir muy lejos, la tasa de crecimiento promedio del PIB colombiano fue 4,5 % entre los años 2009 y 2015.
En relación con la región, las proyecciones del FMI —de acuerdo con las perspectivas económicas de su departamento para el hemisferio occidental— reconocen como efecto positivo el fortalecimiento de la economía mundial, resultado de un mayor crecimiento de la demanda doméstica en los países avanzados, en China y en otras economías emergentes grandes. Reconocen también, como efecto negativo, que los precios de varias materias primas importantes para América Latina y el Caribe continuaron débiles en buena parte del segundo semestre de 2017. Con ese contexto, de acuerdo con el FMI, Colombia terminará 2017 con una tasa de crecimiento de 1,7 % frente a un crecimiento de América Latina y el Caribe de 1,2 %. (Lea también: Nuevamente baja la previsión de crecimiento económico para Colombia en 2017)
Esta comparación con toda la región, sin embargo, no debería ser usada por nuestro Gobierno con ánimo triunfalista. La tasa de crecimiento colombiana (1,7) —en términos porcentuales— será quizás superior a la proyectada para Brasil (0,7), Chile (1,4), Ecuador (0,2) y, por supuesto, Venezuela (-12), afectado por una severa crisis política y económica. Pero también está la lista de algunos países suramericanos con tasas superiores: Argentina (2,5), Bolivia (4,2), Paraguay (3,9), Perú (2,7) y Uruguay (3,5). Además, la proyección de crecimiento para México es 2,1 %, y para un grupo de países centroamericanos conformado por Costa Rica, República Dominicana, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá, el FMI espera un crecimiento promedio de 4,1 % para este año.
Más importante que la referencia coyuntural con economías cercanas geográficamente —en algunos casos con similitudes productivas— es que la región, en general, ha estado marcada por su dependencia al comercio con Estados Unidos y a los vaivenes de los precios de las materias primas. Esto ha condicionado por mucho tiempo el desempeño económico de la región al norteamericano y a mercados internacionales en los que la región tiene poco poder.
Ninguna de las economías latinoamericanas parece tener consolidada o garantizada una agenda de crecimiento y competitividad que mitigue la vulnerabilidad a los choques de la economía internacional. Y es triste ver que los gobiernos colombianos piensan menos en una estrategia efectiva de crecimiento y competitividad que en tratar de convencernos de que, por crecer 1,7 y no 1,2 %, “en el reino de los ciegos, el tuerto es el rey”.
Es cierto que la llegada de China con paso fuerte al panorama económico internacional ha movido ya por algunos años las piezas de la geopolítica y la economía mundial, y también que varios de los países de la región han disminuido su dependencia comercial con los Estados Unidos. No obstante, la dependencia productiva y exportadora en las materias primas aún es una constante.
En el caso colombiano, las exportaciones de petróleo, carbón, café y ferroníquel sumaron US$16.000 millones entre enero y septiembre de este año y representaron así 60 % de nuestras exportaciones totales. No es difícil imaginar lo que ocurre con los ingresos de exportación del país cuando los precios de estos cuatro bienes no están en su mejor momento. Nos iría mejor si tuviéramos instituciones diseñadas para aprovechar las épocas de vacas gordas con el fin de financiar una reestructuración productiva en favor de sectores estratégicos.
Y podríamos arrancar con la industria. Permite un buen balance entre la generación de empleo y el potencial para mejorar su productividad con la asimilación de nuevas tecnologías y más capital. Además tiene fuertes encadenamientos con otros sectores de la economía. Es la verdadera locomotora de una economía productiva y generadora de puestos de trabajo.
Infortunadamente, los cambios anuales del tercer trimestre de 2017 muestran que la industria manufacturera decreció 0,6 %, mientras que la construcción cayó 2,1 %. Las cosas ya venían mal en estos sectores: el trimestre pasado la construcción creció apenas 0,3 % y la industria manufacturera descendió 3,4 %. Esto es claramente grave: la industria manufacturera ya presenta dos trimestres consecutivos de decrecimiento.
Otro sector importante para Colombia es el agropecuario. Presentó un resultado favorable (7,1 %) que ayudó para alcanzar el 2 % de crecimiento del PIB. Pero, una vez más, lo apropiado es atajar a aquellos que inician los cantos de victoria. Es muy posible que la producción agropecuaria no sea estable ni esté consolidada.
Las cifras de este sector parecen en montaña rusa. Sólo entre 2016 y 2017, la tasa de crecimiento del sector agropecuario ha oscilado entre -0,6 y 7,8 %. Este último trimestre, además, el valor agregado relacionado con los cultivos de café creció 21 % (el mayor crecimiento desde el primer trimestre de 2014), pero el trimestre pasado cayó 18 % en relación con el mismo trimestre de 2016.
Sin avances sólidos en la industria manufacturera, la construcción y la agricultura, no es extraño que la tasa de desempleo en octubre haya sido 8,6 %, muy cercana a las tasas de desempleo de octubre de 2016 (8,3) y octubre de 2015 (8,2). Las cifras de octubre en años recientes muestran que 2013 fue el último año en el que la tasa de desempleo disminuyó.
Debe quedarnos claro que, sin una agenda en la que se prioricen los estímulos económicos para los sectores claves —industria y agricultura—, el crecimiento será mediocre y el desempleo no abandonará su tendencia. Y sin más empleo será imposible hablar de una inclusión socioeconómica real y estable para la mayoría de los colombianos.
Sin la inclusión social que se deriva de una economía que usa eficientemente la fuerza productiva de sus ciudadanos, no será posible atender bien algunos de los grandes problemas de nuestra sociedad: pobreza, desigualdad y conflicto.
Ese empleo de la capacidad productiva del país no se dará mientras la política económica sea manejada por el piloto neoliberal que nos dejaron instalado con las reformas de los años 90 y que, por cierto, se quedó dormido.
* Profesor asociado de economía y director de investigación de la Pontificia Universidad Javeriana. Ph.D. en economía de la Universidad de Massachusetts-Amherst.