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“Este fenómeno de La Niña nos ha afectado, pero nosotros los caficultores somos como el café, que así nos caiga la roya seguimos persistiendo. Es triste ver cómo, debido al invierno, se pierde la producción”, cuenta María Lucerito Martínez, productora de La Celia (Risaralda).
Toda su vida se ha dedicado a este fruto, pero es propietaria desde 2012 y tiene tres hectáreas de finca más otra de su esposo. El café es su fuente de ingresos en el país, que es reconocido por este fruto y que se caracteriza por ser el mayor productor mundial de la variedad arábigo suave lavado.
“Sin exagerar, hemos perdido el 70 % de la cosecha. No nos ha afectado demasiado, porque el precio está muy bueno, pero todo está muy caro, especialmente los fertilizantes. Eso ha implicado que tengamos que endeudarnos para poder abonar”, añade Martínez.
Desde julio de 2020 la zona cafetera ha estado bajo la influencia del fenómeno de La Niña. Han sido casi dos años de precipitaciones por encima de los promedios históricos.
“Eso implica que hay algunos excesos de agua en las plantaciones de café que les impide su correcto funcionamiento. Es una planta originaria del bosque seco tropical. El fenómeno de La Niña ha durado dos años y ha tenido efectos térmicos, porque las temperaturas máximas tienden a ser inferiores a las históricas, por lo tanto, los grados térmicos acumulados en las plantas son menores”, dice Hernando Duque, gerente técnico de la Federación Nacional de Cafeteros (FNC).
Duque también explica que en esas condiciones se reduce el cuajamiento de las flores, es decir, que puede haber menor cantidad de estas en las ramas o que se caen por el impacto de las gotas de lluvia en ellas. Por eso algunas de las flores no dan como resultado el fruto del café, lo que reduce la productividad de la planta y, en últimas, el volumen de las cosechas.
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No en todas las zonas las afectaciones son las mismas, porque los tipos de cultivos son diferentes. Hay uno que reduce el impacto de la lluvia en las flores, que consiste en sembrar el café bajo la sombra de otros árboles o bosques.
“Tenemos nuestra plantación bajo sombrío de bosque nativo y, por fortuna, eso nos ha ayudado a pasar un poco más tranquilo esta temporada de invierno tan larga. Pero de todos modos nos afecta. Hemos tenido una baja en la producción de entre el 30 y 40 %, y habría sido mayor sin la sombra”, relata Francisco Muñoz, caficultor del municipio de Arbeláez (Cundinamarca), en la región del Sumapaz, a 70 kilómetros de Bogotá.
Las cifras de la FNC dan cuenta de que aproximadamente el 60 % de los cultivos son sin sombrío y el 40 %, bajo sombra. Este último también trae beneficios en el sabor de la taza, aunque “al no tener la totalidad de la luminosidad, la fotosíntesis es un poco menor y entonces la cantidad de florescencia baja. Hay un sacrificio en la cantidad frente a la libre exposición”, agrega Muñoz.
Y es que en este sentido se da otra de las afectaciones del fruto por cuenta de las lluvias: disminuye la cantidad de horas del brillo solar, según Duque. Esta permite cuantificar “las horas de luz directa que llega directamente a los cultivos de café” y se han reducido entre un 12 y 30 %. Cuando la temperatura media es menor, la planta trabaja a menor ritmo y produce menos.
Además, a los caficultores les preocupa que la mano de obra esté escasa y costosa. La mayor afectación es que “no se pueda recoger a tiempo, sobre todo porque la lluvia acelera el proceso de maduración del grano, se llena de agua y se cae más rápido”, detalla Mario Gómez, cultivador de Acevedo (Huila).
Todos estos factores, que repercuten en cada uno de los caficultores, como Martínez, Muñoz y Gómez, se ven reflejados en las cifras de la FNC. Entre enero y mayo de este año, la producción registrada de café de Colombia alcanzó los 4,5 millones de sacos, 4 % menos frente a los casi 4,7 millones del mismo período anterior.
En los últimos 12 meses (de junio 2021 hasta mayo 2022), la producción alcanzó los 12,4 millones de sacos, 10 % menos frente a los 13,8 millones de sacos cosechados un año atrás.
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Un invierno que bloquea
Las lluvias no solo impactan los volúmenes de café colombiano, sino que también alteran su comercio porque perjudican las vías terciarias con los frecuentes deslizamientos de tierra que impiden sacar el fruto de las fincas para venderlo.
“Por su naturaleza, las vías terciarias son más estrechas y cuentan con obras complementarias de menor capacidad como puentes, alcantarillas, cunetas, etc. Por lo tanto, cualquier evento puede interrumpir el tráfico por las mismas”, expresa Verónica Botero, decana de la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia. Y añade que se debe revisar la conectividad regional e intermunicipal para contar con vías alternas en caso de interrupción del tráfico por deslizamientos.
Lo que le ocurre a Edith Parra es una muestra de esta situación. Ella es caficultora del municipio Valle de San José (Santander), y tiene su café bajo sombrío, por lo que su producción no se ha visto reducida, por el contrario, afirma que espera una buena cosecha.
Sin embargo, “las vías terciarias se han estado deteriorando por tanta lluvia. Si esto sigue así para octubre -que es la temporada de recolección- se nos va a dificultar bajar a vender el café. Por eso le pedimos a los gobiernos regional y local que nos ayuden con esta situación”, expresa Parra.
Para Gómez, este problema ha sido “un dolor de cabeza en las regiones cafeteras”. Considera que no hay mantenimiento de estas ni una respuesta “rápida del ente gubernamental, por lo que el producto se puede quedar detenido por más tiempo o se pierde la oportunidad de vender a un precio mayor”.
“Que haya conexiones viales óptimas en la ruralidad es una de las principales necesidades insatisfechas que tiene el campo. Para atender este problema se debe iniciar por identificar las amenazas por deslizamientos y que los diseños y la adecuación de las vías nuevas o existentes tengan esto en cuenta”, propone Botero.
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Precios elevados
Las carreteras no solo sirven para sacar el café, sino que por ellas también entran los insumos que necesitan los caficultores. Esa ha sido otra de las preocupaciones que tienen.
“Los fertilizantes e insumos que antes valían, por ejemplo, $100 ahora valen $300. Ahora que tenemos un café a buen precio, que se ha vuelto rentable, que era interesante, se viene el alto costo de los insumos y todas estas dificultades. Tenemos precios altos y baja producción, por lo que quedamos con los ingresos justos”, señala Muñoz.
Justamente son esos buenos precios de venta del café los que han permitido que esta actividad agropecuaria esté siendo rentable, a pesar de todas las dificultades y los sobrecostos que han tenido los productores.
Una muestra de esto es que, a pesar de que la producción nacional del fruto ha venido cayendo desde 2019, el valor de las exportaciones ha venido en aumento.
En 2019 la cifra de exportación fue de 753.366.254 kilos netos y los ingresos, de 2.282.169.950 FOB dólares. En 2020 fueron 694.927.685 kilos netos a 2.453.943.087 FOB dólares. Mientras que en 2021 se tuvo la menor cantidad de kilos netos con 687.865.684, pero el mayor valor en FOB dólares: 3.106.941.273.
Los caficultores de los diferentes departamentos del país -como Martínez, Muñoz, Gómez y Parra- usan todos los recursos que tienen a su alcance para superar el invierno y sus dificultades con la mayor producción posible para así aprovechar al máximo los buenos precios que tiene el café.
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