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Las tensiones entre China y EE..UU escalaron este viernes en la noche, luego de que el gobierno de Beijing afirmara que va a responder con impuestos a productos estadounidenses, luego de que la administración Trump hiciera lo propio con productos chinos.
El blanco de los aranceles chinos serán la soya y el maíz, dos granos cuya producción absorbe mayoritariamente el mercado chino y que, además, son cultivados en estados republicanos, en donde el apoyo a Trump es mayoritario.
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El Ministerio de Finanzas Chino aseguró que aplicará un arancel adicional de 25 % a unos US$50.000 millones de importaciones estadounidenses. Todos los productos incluidos en esta primera ronda de retaliaciones son agrícolas y, de seguir con el plan de las autoridades chinas, entrarán en efecto el 6 de julio.
En 2017, las importaciones agrícolas de China procedentes de EE.UU. ascendieron a US$24.100 millones, de acuerdo con datos de las aduanas chinas. Eso representa aproximadamente el 19 % de las importaciones agrícolas totales, que llegan a unos US$125.860 millones, según datos del Ministerio de Agricultura y Asuntos Rurales.
El intercambio comercial entre ambas naciones ascendió a más de US$636.000 millones, de acuerdo con cifras del Departamento de Comercio de EE.UU.
Buena parte de los argumentos de Trump para imponer aranceles, que fue la primera medida en lo que ya es una guerra comercial (aunque aún en una etapa incipiente), es el déficit comercial entre las dos naciones, y que está a favor de China: mientras que los chinos importaron US$130.400 millones en 2017, los estadounidenses llegaron a US$505.600 millones.
El desarrollo de las relaciones comerciales con China se traduce en un creciente déficit para Estados Unidos. El año pasado el déficit en bienes era de 375.300 millones de dólares; lo que significaba un aumento de 8,1% respecto al año previo. En 1985, cuando empezaron a llevarse registros, esta cifra era de 6.000 millones de dólares.
A su vez, las inversiones directas de empresas chinas en Estados Unidos tuvieron el año pasado un volumen de 29.000 millones de dólares, según el consejo sino americano (USBC). La cifra de 2017 es un 35% menor a la del año anterior debido a que Pekín restringió inversiones en el exterior, especialmente en inmobiliaria y hotelería.
Pero no es solamente un asunto de montos exportados e importados. La disputa va más allá y pasa por las leyes chinas, que obligan a que las compañías extranjeras que entran al país, en muchos casos, deban compartir parte de su tecnología con empresas nacionales, lo que, argumenta Trump, termina por erosionar las ventajas y el panorama comercial para los negocios estadounidenses.
Trump tiene razón, al menos en parte. De hecho, este año, el gobierno chino anunció que relajara estas normas para el sector automotriz y aeronáutico.
Ahora, la práctica china de obligar a compartir tecnología es una forma muy común, y ampliamente utilizada por otras economías emergentes, de industrializar rápidamente un país. Trump juega al nacionalismo, pero no es el único que sabe cómo jugar en ese escenario