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La economía de Argentina inicia un desafiante semestre, con exigentes metas a cumplir en materia fiscal y monetaria pactadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y un acotado poder de maniobra derivado de serios desequilibrios macroeconómicos y un contexto internacional adverso.
Y la renuncia este sábado del ministro Martín Guzmán, encargado del área económica desde que Alberto Fernández llegó a la Presidencia en diciembre de 2019, no hace sino elevar la incertidumbre por el devenir del país, cuando aún queda más de un año para los siguientes comicios presidenciales.
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Guzmán, que presentó su dimisión al mandatario en una extensa carta que hizo pública a través de Twitter, ha sido uno de los ministros más cuestionados por el ala oficialista que lidera la vicepresidenta Cristina Fernández, muy crítica con el ajuste fiscal comprometido en el acuerdo con el FMI.
Con una brillante carrera académica, Martín Guzmán encabezó como ministro de Economía la renegociación de la deuda de Argentina con acreedores extranjeros y con el FMI, lo que evitó la caída del país en default, pero se vio consumido por la vorágine de la inflación.
Discípulo destacado del Nobel de Economía Joseph Stiglitz, Guzmán carecía de experiencia en la gestión de gobierno y tampoco tenía militancia política cuando asumió en diciembre de 2019 en el gabinete del presidente Alberto Fernández, un peronista de centro-izquierda.
Dos años y medio después, tras haber reestrucutrado US$66.000 millones con bonistas internacionales y otros US$44.500 millones con el Fondo Monetario Internacional, Guzmán renunció este sábado a su cargo, acosado por las críticas internas y en medio de una crisis inflacionaria que ha llevado al índice de precios a subir 60 % anualizado, uno de los incrementos más elevados en el mundo.
En su carta de renuncia, Guzmán destacó las dificultades imprevistas que enfrentó el gobierno casi desde el primer momento -la pandemia del covid-19 y los efectos de la guerra en Ucrania- pero consideró que junto con el mandatario dieron “pasos para que la economía (...) se recupere y crezca”.
A las tensiones financieras, recesión y la altísima inflación con las que se encontró al asumir como titular de la cartera económica, se sumarían, apenas tres meses después, los efectos de la pandemia de covid-19. Un contexto en el que Guzmán -de carácter apacible y con una forma de hablar firme pero sosegada- inició las intensas negociaciones para reestructurar bonos por 105.000 millones de dólares en manos de acreedores privados liderados por poderosos e implacables fondos de inversión, un proceso que concluyó con una reestructuración en septiembre de 2020.
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¿Cómo está la economía argentina?
Tras haberse recuperado 10,4 % en 2021, poniendo fin a tres años de severa recesión, la segunda economía suramericana logró mantenerse a flote en la primera mitad de 2022, con tasas positivas de crecimiento, pero mucho menores a las del año pasado, en un complejo escenario global convulsionado por la guerra en Ucrania.
Para el segundo semestre los pronósticos privados son de mayor desaceleración, cerrando el año con un crecimiento del 3 %, aunque un resultado tal podría ser no tan malo en vista a las múltiples amenazas que se ciernen sobren la economía argentina.
Una de estas amenazas es la falta de divisas, el “combustible” para la economía.
La balanza comercial afronta las presiones de precios internacionales elevados. Aumentaron las exportaciones agrícolas, pero las necesidades de importación de energía harán que Argentina recorte este año su superávit comercial hasta los US$11.000 millones, según cálculos privados.
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Para el segundo semestre, por cuestiones estacionales, se prevé un menor ingreso de divisas por exportaciones agrícolas, sumando presión al Banco Central, que debe aumentar este año sus reservas monetarias en US$5.800 millones, según lo comprometido ante el FMI en marzo último.
Una presión que llevó a la autoridad monetaria a establecer el pasado lunes límites al acceso a divisas por parte de las empresas para pagar importaciones.
La medida, en principio, le permitió en pocos días sumar los dólares necesarios para cumplir con la meta trimestral de acumulación de reservas.
Pero en la economía real se teme un impacto negativo en la industria y los precios.
Un panorama desafiante
Los inversores miran con preocupación el difícil panorama fiscal que afronta Argentina.
Según lo pactado con el FMI, el país suramericano debe reducir este año su déficit fiscal primario al 2,5 % del producto interno bruto (PIB) -desde el 3 % en 2021- y la asistencia monetaria por parte del Banco Central al Tesoro al 1 % del PIB -desde el 3,7 % en 2021-.
La vara que marcan estas metas es alta. Argentina no tiene acceso a los mercados internacionales de deuda y la financiación en la plaza local es cada vez más exigente.
“Es el juego de la sábana corta. Si se quiere engordar las reservas con un cepo a la importación, se frena la actividad económica. Si se gasta más de lo que ingresa, con el déficit fiscal aumentando y emitiendo dinero, la inflación no va a bajar, todo lo contrario”, indicó Piazza.
El Gobierno busca reducir la carga fiscal de los millonarios subsidios al consumo de gas y electricidad, pero los aumentos tarifarios -que también tienen efectos inflacionarios- no parecen ser suficientes. Tampoco hay margen ni social ni político para más impuestos.
¿Y si Argentina no cumple las metas con el FMI en el segundo semestre y se queda sin los desembolsos del organismo que le permiten no caer en cese de pagos con ese organismo? “No veo esa posibilidad. El FMI, en todo caso, dará un waiver (dispensa)”, consideró Piazza.
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