Carmen Elisa Rodríguez: encontrando el rumbo
Este 22 de noviembre se inaugura el Cruce de la Cordillera Central. Carmen Elisa Rodríguez, controladora vial que trabajó en la obra más de once años, cuenta cómo su vida se vio atravesada por este megaproyecto.
Durante 11 años y cuatro meses Carmen Elisa Rodríguez recorrió el territorio en el que hoy se encuentra el Cruce de la Cordillera Central, una obra de infraestructura con 60 obras que atraviesan las montañas entre Calarcá (Quindío) y Cajamarca (Tolima). Aunque dice —con una sonrisa— que la finalización de este megaproyecto la llena de satisfacción, también deja ver la nostalgia que le produce despedirse de sus compañeros, del ajetreo diario y de su paleta de señalización.
Carmen llegó a ser auxiliar de tráfico sin proponérselo y casi podría argumentarse que el proyecto del Cruce llegó hacia ella.
La carretera que cruza esta zona, y que sube al alto de La Línea, está poblada en sus lados de cultivos, mulas, arrieros, bultos de café y racimos de plátano que parecen llover de la falda de las montañas. En un lugar que puede parecer detenido en el tiempo, un megaproyecto de infraestructura pareciera generar una rasgadura en la fibra de la vida misma.
Lea también: ¿Quiénes construyeron el Cruce de la Cordillera Central?
Para 2010, el ruido, el polvo y en general todos los inconvenientes de las obras desencadenaron una protesta entre los habitantes de la zona. Rodríguez, quien entonces trabajaba en una casa de familia, resultó en el paro con su entonces jefe. Para su sorpresa, durante la manifestación miembros de las empresa constructora preguntaron quién quería empleo. Al principio no levantó la mano, pero el hombre que la acompañaba le sugirió hacerlo, pues si aceptaba tendría “todo lo de ley”.
El 29 de julio de ese año fue su primer día de trabajo en el proyecto. Hasta entonces había sido mesera, auxiliar de cocina y empleada doméstica, también conocía las labores del campo, pero nunca había estado en una obra. Al principio, sus funciones eran barrer, carretillar, “bolear pala” y transportar los residuos al botadero. De esa época recuerda que “salía de las volquetas llena de barro, con una pala atrás, sin saber a qué hora iba a terminar la jornada”.
Tras un par de meses pasó a ser controladora vial, encargándose, entre otras cosas, de regular el paso de vehículos en diferentes puntos del megaproyecto. Asumir esa función no le resultó fácil: “Al principio pensé que los carros no me iban a parar, pensé que me iban a matar”. Pero en el camino se encontró con una ingeniera, quien la ayudó a ver las cosas en perspectiva. “Me dijo que no me preocupara que nadie nació aprendido, me enseñó a ser estricta y dedicada. Y lo logré, aprendí y me voy porque se acaba el proyecto, no por mala”.
Ahora desempeña con destreza su labor. Es amable, tiene una sonrisa pícara, y al mismo tiempo es firme y sabe muy bien cómo hacer que la obedezcan. Incluso fue guarda de seguridad de la obra durante una temporada en la que mucha gente salió de vacaciones.
El Cruce de la Cordillera Central es una mole de concreto y acero que bien puede despertar en algunos una mezcla entre asombro y hasta miedo. El megaproyecto se compone principalmente de 31 viaductos y 25 túneles, muchos de los cuales cuelgan entre la niebla y la lluvia a más de 2.000 metros de altura. Montaña abajo se suman tres intercambiadores viales y 30 kilómetros de doble calzada entre Cajamarca y Calarcá.
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Cuando Rodríguez habla del orgullo de haber ayudado en la construcción también está diciendo que ella es parte de eso, de las vigas, la tierra y el acero que hoy le dan forma al proyecto.
La obra más representativa, sin duda, es el túnel de La Línea: el más largo de su tipo en Latinoamérica, con 8,65 kilómetros de doble calzada en un solo sentido, inaugurado en septiembre del año pasado.
En esa obra, con la que soñaron los colombianos desde 1900, participó Carmen, escoltando el recorrido de la maquinaria que convirtió la roca dura de la cordillera en un túnel a 2.400 metros sobre el nivel del mar. Todavía recuerda el miedo que le generaba entrar en la galería recién excavada, tanto así que asegura que una vez vivió un susto que le erizó la piel y la sacó corriendo de la estructura.
También tiene presente que a la complejidad de su trabajo se le sumó la pandemia. Con el COVID-19 llegaron los protocolos de bioseguridad y el temor a los contagios. Sin embargo, Carmen no permaneció mucho tiempo en casa, ya que pocos días después de que se decretaron los cierres, hubo un derrumbe en uno de los túneles, por eso tuvo que trabajar tres meses de noche como señalizadora vial mientras estabilizaron la situación.
Estos obstáculos son pequeños comparados con los que ha enfrentado en la vida. Carmen se define como una mujer guerrera. Cuando sus padres le faltaron tuvo que defenderse sola con sus dos hijos. Su familia es víctima de las ejecuciones extrajudiciales conocidas como “falsos positivos”, pero ese es un tema del que prefiere no hablar demasiado. Incluso le gusta pensar en su natal Cajamarca más allá de la violencia. Compara la vereda Potosí, en la que creció, con el Valle del Cocora porque hay mucha palma de cera. De su niñez recuerda muchas cosas, como que la escuela le quedaba a una hora caminando y que debía madrugar todas las mañanas para ayudarle a su madre a moler el maíz para las arepas.
Puede leer: Cruce de la Cordillera Central: los impactos económicos más allá de la obra
De vuelta en la obra y en medio del ruido, ver a Carmen trabajar deja en claro que, desde afuera, una construcción de esta escala se puede percibir caótica, por debajo hay toda una sinergia entre quienes la habitan, que trasciende los límites del proyecto.
En estos 11 años su rutina y la de su familia se adaptaron a las necesidades de la obra. Normalmente, se levantaba a las 4:00 de la mañana para alistarse y preparar la comida de sus dos hijos. Su hija acaba de cumplir 16 años y su hijo tiene 19. Las extensas jornadas de trabajo le han impedido compartir con ellos y con su nieto tanto como hubiera querido.
Carmen cuenta que en los primeros años llegó a tener horarios de 24 horas de trabajo, por 24 de descanso; en ese caso contrataba a alguien para cuidar de día a los niños, que en ese momento eran muy pequeños, y su hermana los cuidaba en las noches. Pero, por lo general, sus turnos eran de 12 horas, de 6:00 de la mañana a 6:00 de la tarde, los siete días de la semana con un descanso un domingo cada dos semanas.
Últimamente, salía en moto desde su casa, en la vereda La Luisa, kilómetro 42, vía Armenia, hasta el tramo en el que tenía que trabajar ese día, en el lado de Cajamarca. El recorrido le gustaba porque, como empleada, podía usar las obras que ella misma ayudó a construir; algo que le ahorraba tiempo, pero también la hacía sentirse más segura. Tras la inauguración, el Cruce de la Cordillera Central funcionará como doble calzada en ambos sentidos, entre la vía existente y la nueva vía, los cálculos estiman que además de reducir 30 minutos los tiempos de desplazamiento de vehículos particulares y buses, la accidentalidad bajará un 95 %.
Más allá del orgullo y la estabilidad económica, Carmen reconoce que la obra le dejó una historia de amor y una amiga a quien considera su hermana. En el proyecto conoció a su esposo, Eulices Quiñones, conductor de volquetas, con quien cumple nueve años de relación este 26 de noviembre. Si bien se trasladaban juntos desde y hasta el proyecto, Carmen asegura que siempre ha sabido separar muy bien las cosas: “Cuando tenía que regañarlo como señalizadora, lo hacía. Y él también cuando tenía que llamarme la atención por alguna razón. No mezclamos nuestra vida personal con la laboral”. Ahora su esposo trabaja en la obra de doble calzada entre Cajamarca e Ibagué.
De su amiga, Nancy Mireya Solano, también controladora vial, menciona que su relación se forjó en los últimos cuatro años. “Donde estaba una, también estaba la otra. La considero mi hermana”, dice. Ya no trabajan juntas porque hace tres semanas se acabó el contrato de Nancy. Esa despedida, de las muchas que ha vivido en este mes, fue la más dura. Aunque se ven por fuera del horario laboral, extraña compartir dentro de la obra, recuerda incluso que juntas recorrieron por primera vez los túneles y viaductos terminados, como constancia quedó una foto.
De todas formas es consciente de que este proceso ya llegó a su fin. En el megaproyecto trabajaron cerca de 7.000 personas y simultáneamente hubo hasta 3.000 empleados en el momento de mayor actividad. Ahora quedan muy pocos: sólo quienes tras la inauguración terminarán obras de estabilización. Algunos de sus compañeros se fueron a trabajar en otras obras y algunos más han regresado al campo en donde dice que se necesita gente porque, de todas formas, Cajamarca es una de las despensas agrícolas de Colombia.
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Tras pensar por unos segundos con añoranza en que pronto ella también se irá, menciona con alegría que en estos 11 años logró terminar el bachillerato. En 2017, después de que las obras quedaron paralizadas tras los incumplimientos del contratista, y a la espera de una nueva licitación, Carmen aprovechó los meses que no tuvo trabajo para finalizar sus estudios. De ese tiempo rememora el apoyo que le brindó su esposo y cómo sus hijos le ayudaban a hacer tareas. Los obstáculos se presentaron cuando regresó a sus labores, pero logró sortearlos estudiando en su poco tiempo libre.
De hecho, decidió contagiar a su esposo con esa motivación que la impulsó a terminar los tres grados que le hacían falta. “Yo le decía que estudiara, pero él aseguraba que loro viejo no aprende a hablar, después lo convencí y ambos somos bachilleres”.
Después de dejar un grano de arena en la construcción del Cruce de la Cordillera Central que promete optimizar la conexión entre Buenaventura y el centro del país, aumentar la competitividad y aportar al desarrollo económico del Eje Cafetero, Carmen dedicará un tiempo a su proyecto más importante: sus hijos.
Durante 11 años y cuatro meses Carmen Elisa Rodríguez recorrió el territorio en el que hoy se encuentra el Cruce de la Cordillera Central, una obra de infraestructura con 60 obras que atraviesan las montañas entre Calarcá (Quindío) y Cajamarca (Tolima). Aunque dice —con una sonrisa— que la finalización de este megaproyecto la llena de satisfacción, también deja ver la nostalgia que le produce despedirse de sus compañeros, del ajetreo diario y de su paleta de señalización.
Carmen llegó a ser auxiliar de tráfico sin proponérselo y casi podría argumentarse que el proyecto del Cruce llegó hacia ella.
La carretera que cruza esta zona, y que sube al alto de La Línea, está poblada en sus lados de cultivos, mulas, arrieros, bultos de café y racimos de plátano que parecen llover de la falda de las montañas. En un lugar que puede parecer detenido en el tiempo, un megaproyecto de infraestructura pareciera generar una rasgadura en la fibra de la vida misma.
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Para 2010, el ruido, el polvo y en general todos los inconvenientes de las obras desencadenaron una protesta entre los habitantes de la zona. Rodríguez, quien entonces trabajaba en una casa de familia, resultó en el paro con su entonces jefe. Para su sorpresa, durante la manifestación miembros de las empresa constructora preguntaron quién quería empleo. Al principio no levantó la mano, pero el hombre que la acompañaba le sugirió hacerlo, pues si aceptaba tendría “todo lo de ley”.
El 29 de julio de ese año fue su primer día de trabajo en el proyecto. Hasta entonces había sido mesera, auxiliar de cocina y empleada doméstica, también conocía las labores del campo, pero nunca había estado en una obra. Al principio, sus funciones eran barrer, carretillar, “bolear pala” y transportar los residuos al botadero. De esa época recuerda que “salía de las volquetas llena de barro, con una pala atrás, sin saber a qué hora iba a terminar la jornada”.
Tras un par de meses pasó a ser controladora vial, encargándose, entre otras cosas, de regular el paso de vehículos en diferentes puntos del megaproyecto. Asumir esa función no le resultó fácil: “Al principio pensé que los carros no me iban a parar, pensé que me iban a matar”. Pero en el camino se encontró con una ingeniera, quien la ayudó a ver las cosas en perspectiva. “Me dijo que no me preocupara que nadie nació aprendido, me enseñó a ser estricta y dedicada. Y lo logré, aprendí y me voy porque se acaba el proyecto, no por mala”.
Ahora desempeña con destreza su labor. Es amable, tiene una sonrisa pícara, y al mismo tiempo es firme y sabe muy bien cómo hacer que la obedezcan. Incluso fue guarda de seguridad de la obra durante una temporada en la que mucha gente salió de vacaciones.
El Cruce de la Cordillera Central es una mole de concreto y acero que bien puede despertar en algunos una mezcla entre asombro y hasta miedo. El megaproyecto se compone principalmente de 31 viaductos y 25 túneles, muchos de los cuales cuelgan entre la niebla y la lluvia a más de 2.000 metros de altura. Montaña abajo se suman tres intercambiadores viales y 30 kilómetros de doble calzada entre Cajamarca y Calarcá.
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Cuando Rodríguez habla del orgullo de haber ayudado en la construcción también está diciendo que ella es parte de eso, de las vigas, la tierra y el acero que hoy le dan forma al proyecto.
La obra más representativa, sin duda, es el túnel de La Línea: el más largo de su tipo en Latinoamérica, con 8,65 kilómetros de doble calzada en un solo sentido, inaugurado en septiembre del año pasado.
En esa obra, con la que soñaron los colombianos desde 1900, participó Carmen, escoltando el recorrido de la maquinaria que convirtió la roca dura de la cordillera en un túnel a 2.400 metros sobre el nivel del mar. Todavía recuerda el miedo que le generaba entrar en la galería recién excavada, tanto así que asegura que una vez vivió un susto que le erizó la piel y la sacó corriendo de la estructura.
También tiene presente que a la complejidad de su trabajo se le sumó la pandemia. Con el COVID-19 llegaron los protocolos de bioseguridad y el temor a los contagios. Sin embargo, Carmen no permaneció mucho tiempo en casa, ya que pocos días después de que se decretaron los cierres, hubo un derrumbe en uno de los túneles, por eso tuvo que trabajar tres meses de noche como señalizadora vial mientras estabilizaron la situación.
Estos obstáculos son pequeños comparados con los que ha enfrentado en la vida. Carmen se define como una mujer guerrera. Cuando sus padres le faltaron tuvo que defenderse sola con sus dos hijos. Su familia es víctima de las ejecuciones extrajudiciales conocidas como “falsos positivos”, pero ese es un tema del que prefiere no hablar demasiado. Incluso le gusta pensar en su natal Cajamarca más allá de la violencia. Compara la vereda Potosí, en la que creció, con el Valle del Cocora porque hay mucha palma de cera. De su niñez recuerda muchas cosas, como que la escuela le quedaba a una hora caminando y que debía madrugar todas las mañanas para ayudarle a su madre a moler el maíz para las arepas.
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De vuelta en la obra y en medio del ruido, ver a Carmen trabajar deja en claro que, desde afuera, una construcción de esta escala se puede percibir caótica, por debajo hay toda una sinergia entre quienes la habitan, que trasciende los límites del proyecto.
En estos 11 años su rutina y la de su familia se adaptaron a las necesidades de la obra. Normalmente, se levantaba a las 4:00 de la mañana para alistarse y preparar la comida de sus dos hijos. Su hija acaba de cumplir 16 años y su hijo tiene 19. Las extensas jornadas de trabajo le han impedido compartir con ellos y con su nieto tanto como hubiera querido.
Carmen cuenta que en los primeros años llegó a tener horarios de 24 horas de trabajo, por 24 de descanso; en ese caso contrataba a alguien para cuidar de día a los niños, que en ese momento eran muy pequeños, y su hermana los cuidaba en las noches. Pero, por lo general, sus turnos eran de 12 horas, de 6:00 de la mañana a 6:00 de la tarde, los siete días de la semana con un descanso un domingo cada dos semanas.
Últimamente, salía en moto desde su casa, en la vereda La Luisa, kilómetro 42, vía Armenia, hasta el tramo en el que tenía que trabajar ese día, en el lado de Cajamarca. El recorrido le gustaba porque, como empleada, podía usar las obras que ella misma ayudó a construir; algo que le ahorraba tiempo, pero también la hacía sentirse más segura. Tras la inauguración, el Cruce de la Cordillera Central funcionará como doble calzada en ambos sentidos, entre la vía existente y la nueva vía, los cálculos estiman que además de reducir 30 minutos los tiempos de desplazamiento de vehículos particulares y buses, la accidentalidad bajará un 95 %.
Más allá del orgullo y la estabilidad económica, Carmen reconoce que la obra le dejó una historia de amor y una amiga a quien considera su hermana. En el proyecto conoció a su esposo, Eulices Quiñones, conductor de volquetas, con quien cumple nueve años de relación este 26 de noviembre. Si bien se trasladaban juntos desde y hasta el proyecto, Carmen asegura que siempre ha sabido separar muy bien las cosas: “Cuando tenía que regañarlo como señalizadora, lo hacía. Y él también cuando tenía que llamarme la atención por alguna razón. No mezclamos nuestra vida personal con la laboral”. Ahora su esposo trabaja en la obra de doble calzada entre Cajamarca e Ibagué.
De su amiga, Nancy Mireya Solano, también controladora vial, menciona que su relación se forjó en los últimos cuatro años. “Donde estaba una, también estaba la otra. La considero mi hermana”, dice. Ya no trabajan juntas porque hace tres semanas se acabó el contrato de Nancy. Esa despedida, de las muchas que ha vivido en este mes, fue la más dura. Aunque se ven por fuera del horario laboral, extraña compartir dentro de la obra, recuerda incluso que juntas recorrieron por primera vez los túneles y viaductos terminados, como constancia quedó una foto.
De todas formas es consciente de que este proceso ya llegó a su fin. En el megaproyecto trabajaron cerca de 7.000 personas y simultáneamente hubo hasta 3.000 empleados en el momento de mayor actividad. Ahora quedan muy pocos: sólo quienes tras la inauguración terminarán obras de estabilización. Algunos de sus compañeros se fueron a trabajar en otras obras y algunos más han regresado al campo en donde dice que se necesita gente porque, de todas formas, Cajamarca es una de las despensas agrícolas de Colombia.
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Tras pensar por unos segundos con añoranza en que pronto ella también se irá, menciona con alegría que en estos 11 años logró terminar el bachillerato. En 2017, después de que las obras quedaron paralizadas tras los incumplimientos del contratista, y a la espera de una nueva licitación, Carmen aprovechó los meses que no tuvo trabajo para finalizar sus estudios. De ese tiempo rememora el apoyo que le brindó su esposo y cómo sus hijos le ayudaban a hacer tareas. Los obstáculos se presentaron cuando regresó a sus labores, pero logró sortearlos estudiando en su poco tiempo libre.
De hecho, decidió contagiar a su esposo con esa motivación que la impulsó a terminar los tres grados que le hacían falta. “Yo le decía que estudiara, pero él aseguraba que loro viejo no aprende a hablar, después lo convencí y ambos somos bachilleres”.
Después de dejar un grano de arena en la construcción del Cruce de la Cordillera Central que promete optimizar la conexión entre Buenaventura y el centro del país, aumentar la competitividad y aportar al desarrollo económico del Eje Cafetero, Carmen dedicará un tiempo a su proyecto más importante: sus hijos.