José Humberto Lozano: para ver la vida y la muerte
José Humberto Lozano dejó el trabajo en el campo hace más de 10 años para participar en la construcción del Cruce de la Cordillera Central. Hoy recuerda cómo el megaproyecto le dejó momentos buenos y recuerdos amargos.
El Cruce de la Cordillera Central une el suroccidente y el centro del país con 30 kilómetros de doble calzada en 60 obras entre Quindío y Tolima. Los 31 puentes, 25 túneles y tres intercambiadores viales prometen, entre otras cosas, mejorar la movilidad e impulsar la economía de varios departamentos.
La inauguración de la totalidad del megaproyecto, que se inició en 2005 con la excavación del túnel piloto que despejó las dudas respecto a la viabilidad del Túnel de La Línea, la obra cumbre del Cruce de la Cordillera Central, es un hito para la infraestructura colombiana. Para volver realidad la obra, que se gestó durante más de 100 años (después de varios retrasos e inconvenientes) fue necesario contratar a más de 7.000 personas: en el momento de más actividad hubo en la construcción unos 3.000 trabajadores.
Uno de ellos es José Humberto Lozano, ayudante de obra en el proyecto por más de 10 años. Si bien se siente satisfecho de ver la obra culminada, también sabe que llegó la hora de despedirse del trabajo que le brindó estabilidad económica durante una década.
Puede leer: ¿Quiénes construyeron el Cruce de la Cordillera Central?
José pasó su hoja de vida después de que un amigo le informó que necesitaban personal para trabajar en el Túnel de La Línea. Hasta ese momento había trabajado en el campo desde los 12 años, sembrando frijol, arracacha, arveja, zanahoria, cilantro, habichuela. Ahora, con la finalización del proyecto, quiere seguir trabajando en obras, pero mientras consigue otro empleo retomará esas labores.
Y aunque le gusta vivir en su natal Cajamarca, está dispuesto a trasladarse a otra zona para poder trabajar. Su motivación y meta es conseguir una casa para su esposa e hijos y poder arreglar la de su mamá que en este momento se inunda cuando llueve mucho.
La obra en la que pasó once años de su vida, de los 38 que tiene, lo transformó. Ya está acostumbrado a las jornadas de 12 horas, a levantarse a las 4:00 de la mañana, esperar el bus de la empresa que lo recoge pasadas las 5:00 para llegar a trabajar un poco antes de 6:00. Está acostumbrado a trabajar durante 16 días (algunos de día y otros de noche) y a los cuatro días de descanso. Y también estaba acostumbrado a que cuando había trancones largos tenía que devolverse a pie. Un tema que, entre otras cosas, debería solucionar el proyecto, ya que los cálculos del Invías estiman que la accidentalidad se reducirá en un 95 % y se evitarán cierres por cerca de 850 horas al año causados por accidentes y derrumbes con este proyecto.
Para José, el Cruce de la Cordillera Central no es solamente una obra: en esos 30 kilómetros conoció amigos, pasó buenos y malos ratos y aprendió un oficio al que nunca antes se le había medido. De hecho, reconoce que al principio le daba temor ingresar al túnel de La Línea, el paso subterráneo de 8,6 kilómetros, construido a 2.400 metros sobre el nivel del mar, por la imponencia del alto que corona la montaña que atraviesa la estructura.
Lea: Martha “Roca Dura” Méndez: abriendo caminos
También se va con momentos amargos. No recuerda en qué año fue, pero está seguro de que era domingo. Ese día le pidieron a él y a sus compañeros transportar estructuras metálicas desde el sector Quindío hasta el túnel de La Línea. Cuando llegaron a descargar, el material se cayó de la máquina cuando esta ya lo había elevado. Los demás alcanzaron a correr, pero uno de sus compañeros, con el que comía en los descansos y tomaba algo en el pueblo, quedó atrapado debajo de un arco y ahí murió.
No se sabe a ciencia cierta cuántas personas fallecieron en la construcción. José escuchó de otros accidentes, pero de este no se puede olvidar porque estaba ahí y porque perdió un amigo. Todavía se le aguan los ojos al recordar esa historia.
Mientras apoya los últimos retoques de la obra en los túneles ubicados en el sector Cajamarca del proyecto, dice que también tiene buenos recuerdos. El más bonito fue ver su nombre en el monumento que le hace honor a los trabajadores que participaron en la construcción del Túnel de La Línea, el más largo de su tipo en América Latina.
También lo llena de orgullo saber que algún día su familia pasará por los 15 túneles y 16 viaductos en Tolima, los ocho túneles y 15 viaductos de Quindío (más el túnel de La Línea y el de rescate) y él podrá decir que participó en la construcción, que puso un granito de arena.
Le puede interesar: Cruce de la Cordillera Central: los impactos económicos más allá de la obra
Su expectativa es que el Cruce de la Cordillera Central les permita a los trabajadores del campo transportar de una forma más eficiente los productos que tanto trabajo les cuesta cultivar. Los cálculos señalan que los transportadores de carga pesada reducirán 50 minutos los tiempos de recorrido y habrá también una mayor competitividad para el país ya que se facilita el transporte entre el suroccidente colombiano, que incluye al puerto de Buenaventura, y Bogotá, Boyacá, Meta, principales centros de producción.
Muchos otros trabajadores, como José, culminan una etapa. El orgullo y la nostalgia también dejan ver la incertidumbre respecto a qué sigue en sus vidas.
El Cruce de la Cordillera Central une el suroccidente y el centro del país con 30 kilómetros de doble calzada en 60 obras entre Quindío y Tolima. Los 31 puentes, 25 túneles y tres intercambiadores viales prometen, entre otras cosas, mejorar la movilidad e impulsar la economía de varios departamentos.
La inauguración de la totalidad del megaproyecto, que se inició en 2005 con la excavación del túnel piloto que despejó las dudas respecto a la viabilidad del Túnel de La Línea, la obra cumbre del Cruce de la Cordillera Central, es un hito para la infraestructura colombiana. Para volver realidad la obra, que se gestó durante más de 100 años (después de varios retrasos e inconvenientes) fue necesario contratar a más de 7.000 personas: en el momento de más actividad hubo en la construcción unos 3.000 trabajadores.
Uno de ellos es José Humberto Lozano, ayudante de obra en el proyecto por más de 10 años. Si bien se siente satisfecho de ver la obra culminada, también sabe que llegó la hora de despedirse del trabajo que le brindó estabilidad económica durante una década.
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José pasó su hoja de vida después de que un amigo le informó que necesitaban personal para trabajar en el Túnel de La Línea. Hasta ese momento había trabajado en el campo desde los 12 años, sembrando frijol, arracacha, arveja, zanahoria, cilantro, habichuela. Ahora, con la finalización del proyecto, quiere seguir trabajando en obras, pero mientras consigue otro empleo retomará esas labores.
Y aunque le gusta vivir en su natal Cajamarca, está dispuesto a trasladarse a otra zona para poder trabajar. Su motivación y meta es conseguir una casa para su esposa e hijos y poder arreglar la de su mamá que en este momento se inunda cuando llueve mucho.
La obra en la que pasó once años de su vida, de los 38 que tiene, lo transformó. Ya está acostumbrado a las jornadas de 12 horas, a levantarse a las 4:00 de la mañana, esperar el bus de la empresa que lo recoge pasadas las 5:00 para llegar a trabajar un poco antes de 6:00. Está acostumbrado a trabajar durante 16 días (algunos de día y otros de noche) y a los cuatro días de descanso. Y también estaba acostumbrado a que cuando había trancones largos tenía que devolverse a pie. Un tema que, entre otras cosas, debería solucionar el proyecto, ya que los cálculos del Invías estiman que la accidentalidad se reducirá en un 95 % y se evitarán cierres por cerca de 850 horas al año causados por accidentes y derrumbes con este proyecto.
Para José, el Cruce de la Cordillera Central no es solamente una obra: en esos 30 kilómetros conoció amigos, pasó buenos y malos ratos y aprendió un oficio al que nunca antes se le había medido. De hecho, reconoce que al principio le daba temor ingresar al túnel de La Línea, el paso subterráneo de 8,6 kilómetros, construido a 2.400 metros sobre el nivel del mar, por la imponencia del alto que corona la montaña que atraviesa la estructura.
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No se sabe a ciencia cierta cuántas personas fallecieron en la construcción. José escuchó de otros accidentes, pero de este no se puede olvidar porque estaba ahí y porque perdió un amigo. Todavía se le aguan los ojos al recordar esa historia.
Mientras apoya los últimos retoques de la obra en los túneles ubicados en el sector Cajamarca del proyecto, dice que también tiene buenos recuerdos. El más bonito fue ver su nombre en el monumento que le hace honor a los trabajadores que participaron en la construcción del Túnel de La Línea, el más largo de su tipo en América Latina.
También lo llena de orgullo saber que algún día su familia pasará por los 15 túneles y 16 viaductos en Tolima, los ocho túneles y 15 viaductos de Quindío (más el túnel de La Línea y el de rescate) y él podrá decir que participó en la construcción, que puso un granito de arena.
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Muchos otros trabajadores, como José, culminan una etapa. El orgullo y la nostalgia también dejan ver la incertidumbre respecto a qué sigue en sus vidas.