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La promesa de atravesar la Cordillera Central empezó a gestarse desde 1902. Veinte años después se ordenó, por primera vez, la ejecución de un túnel para este fin. Sin embargo, sólo hasta 2005 arrancó la excavación del piloto que por fin despejaría las dudas respecto a si era o no posible hacer un túnel en un terreno tan inestable.
Martha Cecilia Méndez López participó en la construcción de uno de los proyectos más ambiciosos de la infraestructura en Colombia, y lo hizo rompiendo los esquemas sobre la participación de las mujeres en obras de este tipo. Ahora, anhela recorrer los 31 viaductos, 25 túneles, tres intercambiadores viales y 30 kilómetros de doble calzada que conectan Cajamarca (Tolima) y Calarcá (Quindío) como parte del proyecto Cruce de la Cordillera Central.
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Para 2011 a la historia del Cruce de la Cordillera Central, y a su obra cumbre, el túnel de La Línea, le faltaban varias páginas. En ese momento, Martha estaba cargando tierra en una carretilla, “echando pica” y soldando en una zona aledaña, cuando un ingeniero le propuso vincularse a la construcción de lo que acabaría siendo el túnel carretero más largo de Latinoamérica (8,65 kilómetros de doble calzada en un solo sentido).
“No sabía qué era un túnel, comenzando porque no sabía ni siquiera qué era una hoja de vida porque siempre había sido independiente”, cuenta parada frente a la iglesia de Cajamarca. Trae puesto un vestido largo de color azul con pequeñas flores blancas.
Antes de convertirse en una de las primeras mujeres en manejar este tipo de maquinaria en el país, trabajó en el campo, así como en ornamentación, haciendo rejas y puertas para las casas de sus vecinos en Cajamarca. “La verdad nunca me imaginé que yo de estar alistando arracacha, cogiendo frijol, iba a resultar en el túnel de La Línea operando una máquina”.
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Desde ese entonces ya tenía el apodo de Martha Roca Dura, debido a los muchos trabajos que le dio la roca sobre la que construyó su casa. “La gente nos decía picapiedra y yo les decía que más bien roca dura. Así me pusieron y así me dicen algunos todavía”.
Al principio se desempeñó como auxiliar de tráfico, desde ese momento, y a escondidas, manipulaba máquinas como la retroexcavadora, el camión dúmper y el cargador frontal que otros compañeros le enseñaban a operar.
Después de tres meses le informaron que, por orden de quienes dirigían la obra, tenía que aprender a manejar la jumbo hidráulica, una unidad de perforación que cuenta con uno o varios martillos. Primero intentó negarse, le preocupaba el tamaño de la máquina, pero a la larga aceptó el reto.
El camino estuvo lleno de tropiezos. Recuerda que al principio le fue mal porque la primera persona que trató de enseñarle “era uno de los tantos hombres a los que no les gusta que las mujeres estén trabajando en una obra”. Sin embargo, toda la paciencia que no tuvo el primero, la tuvo el segundo, quien fue su maestro en el manejo de esta maquinaria: Libardo Barón, un compañero al que le guarda mucho cariño.
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Y, como ella misma dice, de ahí en adelante su trabajo hablaba por ella. Le fue tan bien que la llamaron a trabajar en otros proyectos, como en Hidroituango, también en una mina en Carmen de Atrato e incluso fue a República Dominicana durante ocho meses. De todas formas, cada vez que tenía la oportunidad regresaba a trabajar en el Cruce de la Cordillera Central, entre otras cosas porque así podía estar cerca de sus cuatro hijos.
De hecho, estuvo en una buena parte de la recta final de la construcción del Túnel de La Línea, que fue entregado en septiembre del año pasado junto con otros tres túneles cortos, además del de rescate. Meses después regresó para trabajar en la construcción del último túnel y en el refuerzo de otros en el sector Cajamarca del Cruce de la Cordillera, hasta enero de 2021 cuando la empresa la trasladó a una obra en Villavicencio.
Si bien ha encontrado buenos compañeros, reconoce que en el camino se ha topado, además de toneladas de roca, también de machismo. Algunos se niegan a que los mande una mujer, pero el consejo que Martha le da a quienes entran a gremios tradicionalmente manejados por hombres es muy claro: mantenerse firme y no bajar la cabeza.
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“He escuchado las historias de otras mujeres a las que les ha tocado duro, las hacen llorar así como un día yo también lloré por la perseguidera de un señor”. Nunca cedió ante este acoso sexual y, como bien dice, su trabajo es lo que habla por ella.
Pese a las dificultades, asegura que cada vez más mujeres ocupan espacios que antes eran exclusivos para los hombres, una transición que sería más rápida si existieran más oportunidades. Aun así se siente orgullosa de ver mujeres manejando mulas, taxis, busetas y, por supuesto, maquinaria pesada.
A estos obstáculos, se suman los derivados propiamente de la obra, como las extensas jornadas. Por lo general, sus horarios eran de 12 horas y los descansos funcionaban de diferentes formas dependiendo de la empresa, en algunas laboraba 14 días y descansaba siete, en otras 28 días, incluso en algunas son 16 días de trabajo y sólo cuatro de descanso. Además, los turnos son rotativos, la mitad de noche y la otra mitad de día. Aunque son muchas horas, dice que sólo así se compensa económicamente el esfuerzo.
Y esto sin contar con los riesgos de trabajar en una construcción, más aún manejando una máquina como la que opera Martha. Su trabajo requiere de mucha responsabilidad porque, como ella misma lo dice, “un incidente puede ser fatal, un mal movimiento puede costarle la vida a uno o al auxiliar”. Martha explica que la jumbo hidráulica varía en su cantidad de brazos y tamaño de acuerdo a la marca, también existen algunas manuales y otras con computador. “Se utiliza para hacer huecos en la pared y para hacer sostenimiento, o sea meter pernos con concreto cuando el terreno está malo”, señala.
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Una descarga de energía, que se estalle la manguera o quemarse con aceite son algunos de los riesgos que menciona Martha a la hora de convivir con una máquina de este tipo. También cuenta que al interior de un túnel todos están expuestos a la caída de material rocoso. Por fortuna, nunca sufrió un accidente, pero sí se llevó algunos sustos. Por ejemplo, en Hidroituango recuerda que se desprendió una parte del terreno: “Cuando volví a la zona no lo podía creer, no entendía con qué se sostuvo la máquina. Y si la máquina se voltea el primero que cae es el operario”.
Aunque ella no ha sufrido ningún accidente, sí conoce casos de varios compañeros que fallecieron en la obra. Menciona una ocasión en la que a un trabajador que cambiaba brocas le cayó material rocoso en la espalda y no alcanzó a llegar con vida al hospital. Justo el día anterior había perdido un amigo que quedó bajo un derrumbe en uno de los túneles. También recuerda otros accidentes por caída de piedras o por fallas en los frenos de las máquinas, de ahí que repite que este trabajo es riesgoso y requiere de mucha responsabilidad.
Después de retrasos e inconvenientes, el Cruce de la Cordillera Central por fin facilitará el transporte entre Buenaventura y el centro del país. Tras más de 15 años los 7.000 trabajadores que participaron en la obra por fin la verán culminada.
Martha sostiene que esta fue una gran oportunidad económica para ella y para muchos otros campesinos y habitantes de Cajamarca y Calarcá, especialmente porque en ese momento no había muchas opciones de empleo y contar con un sueldo fijo les permitió “darle estudio a sus hijos o mejorar su vivienda’'. Pero también recuerda a los que perdieron la vida en la construcción, a sus familiares y a aquellos que quedaron con secuelas.
“Se nos acabó el trabajo que teníamos cerca de la casa, ahora nos toca salir para lejos. Ahí vamos, nos quedó el orgullo de que le pusimos un granito de arena a esta obra”, dice.
Por ahora, se queda con el amor que siente por su trabajo. Una de las demostraciones de ese amor la acompaña todas las noches: la almohada que mandó a estampar con la imagen de una jumbo hidráulica.