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Un ridículo proyecto de ley del economista, presentado y retirado por el representante Oswaldo Arcos Benavides, abrió de nuevo el debate sobre instituciones que dicen representar el ejercicio de la profesión, pero no son más que un pretexto para cobrar $320.000 por una inútil tarjeta.
Lo que abrió el debate sobre el proyecto, que probablemente el representante a la Cámara de Cambio Radical no leyó o no entendió, eran las pretensiones inquisitivas que le daban un poder descomunal al Consejo Nacional Profesional de Economía, que todos los economistas ortodoxos, alternativos, socialistas, capitalistas, neoliberales, etc, calificamos de inservible. Proponía “abstenerse de emitir públicamente juicios adversos (…) señalando errores profesionales” y prohibía “formular conceptos y opiniones” en forma pública o privada que perjudicaran moralmente a otro economista.
El estudio de la economía se construye, alimenta y transforma con la crítica, el abordaje de conceptos y opiniones diversas. Durante siglos la economía se ha moldeado a partir del contexto social, involucrando las visiones de variadas profesiones. No es posible entender algo sobre economía si no se tiene una percepción más amplia de filosofía, antropología, matemáticas, sociología, ingeniería, derecho y psicología, solo por mencionar algunas.
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La teoría de los sentimientos morales del filósofo Adam Smith, sobre la empatía, fue la antesala a la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones. El materialismo dialéctico de Marx, que se opuso al idealismo y la metafísica, fue la base de la elaboración de El capital. Los estudios sobre la interacción y cooperación humana de la politóloga Elinor Ostrom, junto con los estudios de los psicólogos Kahneman y Thaler, son aportes tan valiosos para la economía como los realizados en la modelación matemática por Ragnar Frisch o el de John Stuart Mill sobre el homo economicus, estemos o no de acuerdo.
Justamente, la riqueza del análisis económico surge de las visiones coincidentes y opuestas, ante la imposibilidad de predecir con exactitud los resultados de la aplicación de la economía.
Frente a este hecho, muchas personas cuestionan el carácter científico de la economía con explicaciones como: es una técnica, es una herramienta, como si estas no fueran científicas también. El que no sea exacta no le quita lo científico.
El abordaje del estudio económico, por medio de un método de conocimiento, le otorga la rigurosidad de la hipótesis, la medición y la experimentación.
Como la economía es exclusivamente humana, el laboratorio es la sociedad y los errores o aciertos afectan directamente a las personas. Así, como la única forma de experimentar es con personas que tienen procesos biológicos regidos por la física y la química, el científico Stephen Hawking mostró que el comportamiento humano y, por ende, las consecuencias de los modelos económicos, “está determinado de una manera tan complicada y con tantas variables que resulta imposible, en la práctica, predecirlo”, aunque el universo esté “gobernado por leyes definidas”.
Las leyes de la economía cambian, avanzan y evolucionan; entonces establecer criterios sobre su funcionamiento y la actuación de sus profesionales solo es posible con los debates, las equivocaciones y las discusiones sociales, incluso álgidas.
Obligar a la economía a no formular conceptos y opiniones es matarla en beneficio de unos burócratas de una institución anacrónica. Es matar el debate sobre el desarrollo, el bienestar, el cambio climático, la vida en sociedad y los recursos necesarios para mejorar su calidad.
Durante décadas han predominado los enfoques en la economía de Colombia que fomentan la dependencia y el atraso tecnológico, por intereses particulares que se han querido presentar como propuestas políticas patrióticas.
La única posibilidad de encaminarnos hacia el progreso es con la crítica económica y la confrontación civilizada de ideas hacia nuestros contradictores y de ellos hacia nosotros, que traiga como resultado un proceso de cambio de rumbo.
Por fortuna, el representante Arcos se dio cuenta del grotesco encargo, que nos dio la oportunidad a los economistas de unirnos en el propósito de no tener que estar unidos en nuestras ideas.
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