“Cuando fui el benjamín de la tecnocracia”: Guillermo Perry
Un capítulo de “Decidí contarlo”, sello editorial Debate, el último libro del exministro, fallecido el viernes a los 73 años. Cuenta cómo la economía y los economistas le cambiaron la vida.
Especial para El Espectador *
Entré a la Universidad de los Andes, a la Facultad de Ingeniería, con la idea de irme al tercer año a terminar matemáticas en una universidad afuera. Decidí terminar ingeniería eléctrica, aunque sabía que no la ejercería ni un solo día, porque era la rama que usaba más física teórica y matemáticas avanzadas, que era lo que más me gustaba, después de la literatura. En el último año tomé un curso obligatorio de “economía de la ingeniería”, que era en realidad de evaluación social de proyectos, y me atrajo mucho.
Ahí comencé a pensar en la idea de especializarme en economía. Un día en la universidad me dijeron que me buscaba Ulpiano Ayala, quien se había graduado ya como ingeniero civil en los Andes y se había ido a hacer un máster en economía en Stanford. “Me ofrecieron trabajar en Planeación Nacional —me dijo—, con un profesor de Harvard, para armar unos modelos matemáticos para el sistema de interconexión eléctrica, pero tengo que volver a Stanford. Les di su nombre porque sé que usted tiene una buena formación matemática, conoce del tema eléctrico y le interesa la economía. Lo va a llamar Augusto Cano, el subdirector”. ("No concibo la vida sin cultura": La última entrevista a Guillermo Perry).
Yo me iba para el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts, a hacer un máster en ingeniería de comunicaciones, pero cuando Augusto me explicó en qué consistía el trabajo, decidí quedarme. Entré a la Unidad de Proyectos Específicos del Departamento Nacional de Planeación (DNP) con dos muy brillantes ingenieros civiles paisas que me aventajaban por unos cuantos años: Alejandro Figueroa, hoy presidente del Banco de Bogotá, y Hugo Javier Ochoa, quien murió muy joven. Los tres cursábamos simultáneamente el máster en economía en los Andes, por cuenta de Planeación Nacional. Ellos se concentraban en los temas de carreteras, aguas y distritos de riego, y yo me dedicaba al sector eléctrico. Buena parte de mi tiempo trabajaba con el profesor Henry Jacoby, de Harvard (hoy en el MIT), desarrollando los modelos matemáticos que fueron la base de otros más sofisticados que luego elaboró ISA (Interconexión Eléctrica S. A.) con diversos consultores.
Mi primera experiencia directa con Carlos Lleras tuvo lugar cuando fui al Conpes a presentar un documento sobre políticas y estrategia de desarrollo para el sector eléctrico que me habían encargado escribir para que sirviera de marco para las decisiones de inversión y regulación del sector. Cuando leí mi documento, muy técnico, y a medida de que los ministros abrían los ojos sin entender mayor cosa, Lleras se paró de su puesto y se acercó al mío: “Doctor Perry —me dijo con toda amabilidad— ¿por qué no nos cuenta en palabras sencillas lo que usted escribió ahí en esa jerga técnica?”.
Al hacerlo, vi que los ojos de los ministros volvían a su tamaño normal, empezaban a sonreír y aprobaban con movimientos de cabeza. “Dígame —Lleras me dijo al finalizar mi explicación— ¿por qué no escribió así el documento? Le pido por favor que lo vuelva a redactar en esa forma para que quede claro para todo el mundo. Ahora que lo entendimos, les pregunto a los ministros si lo aprueban”. Y lo aprobaron sin mayor discusión. Esa lección me sirvió para toda la vida, pues siempre he tratado de hacer lo que presento o escribo sobre economía y otros temas técnicos lo más comprensible posible para todo lector y cualquier audiencia.
Había aplicado a Harvard, pero también al MIT. Me admitieron en las dos y preferí el MIT porque tenía una orientación más matemática y cuantitativa. Escogí hacer un doctorado en economía e investigación de operaciones (matemáticas aplicadas), tema que me seguía seduciendo. Casi me matan los de la Misión de Harvard en Colombia, pero era decisión mía. Alejandro sí optó por Harvard y fuimos compañeros de apartamento con Pedro Shaio, quien hizo un máster en educación en Harvard.
A los dos años había aprobado mis exámenes doctorales y estaba buscando tema de tesis cuando me llamaron de Planeación a preguntarme si quería encargarme de la Unidad de Coordinación Presupuestal, a cargo de coordinar la elaboración del presupuesto nacional de inversión y hacer estudios tributarios y fiscales. Decidí aceptar y posponer mi tesis.
Armé un excelente equipo con otros jóvenes técnicos como Alberto Brugman, con quien he trabajado en diferentes ocasiones a lo largo de mi vida; Marcelo León, hoy un muy exitoso empresario; Sergio Arboleda y José Gabriel Ortiz, quienes luego se dedicaron a la televisión y las telecomunicaciones, entre otros. Para dirigir los estudios tributarios me fui a Cali a invitar a la persona que más conocía de esos temas en el país, Enrique Low Murtra, quien había trabajado con la Misión Musgrave. Lo convencí de venir a trabajar conmigo medio tiempo. Los estudios tributarios que hicimos con Enrique Low, desarrollando varios temas propuestos por la Misión Musgrave, fueron después muy útiles para la reforma tributaria de 1974 que hicimos en el gobierno López Michelsen. Después Planeación le ofreció ser el jefe de la unidad macroeconómica, y se trasladó del todo a Bogotá. Enrique fue más tarde secretario económico y director de impuestos con Misael Pastrana y ministro de Justicia con Barco.
uimos colegas también con Antonio Barrera, Roberto Junguito, Antonio Urdinola, Javier Toro, Julio Mendoza y Giovanni Ciardelli, un grupo excepcional de directores. También recuerdo de esa época a Óscar Marulanda y Luis Ignacio Betancur. Yo era el benjamín del grupo, con apenas 24 años. Con varios de ellos compartimos muchas otras actividades profesionales luego. Tuve mucho contacto directo con el ministro de Hacienda, Abdón Espinosa Valderrama, porque Édgar Gutiérrez, nuestro jefe, se había peleado con él y no se hablaban. Hicimos el primer presupuesto nacional de inversión íntegramente en computador y lo entregamos antes del plazo que nos permitía la ley vigente de presupuesto. Cuando lo llevamos a Hacienda, el ministro Abdón Espinosa y el por entonces todopoderoso director de presupuesto Rafael Arango Toro no lo podían creer y, por primera vez, no se atrevieron a cambiarle ni una coma.
Luego Augusto Cano se retiró de la subdirección de Planeación, porque lo nombraron decano de economía en la Universidad de los Andes y a mí me escogieron para reemplazarlo. Fui entonces subdirector de Planeación y secretario general del Consejo Nacional de Política Económica y Social (Conpes), por lo que durante el último año de su gobierno iba todas las semanas a esas reuniones que Lleras presidía meticulosamente.
Éramos una especie de boy scouts. Un equipo muy joven, muy bien preparado y motivado. Trabajábamos con un entusiasmo increíble, como si el futuro del país dependiera solo de nosotros. Se actuaba como un solo equipo y procurábamos que hubiera una estrecha coordinación entre lo que se hacía en los distintos ministerios y empresas e institutos descentralizados, manteniendo siempre una visión de largo plazo. Lleras nos protegía de la politiquería y no había política o inversión que no fuera discutida en detalle en el Conpes y aprobada allí. Era el reino de la tecnocracia, con el presidente de la República como su jefe directo y protector.
* Cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial. El libro es el fruto de un diálogo, que recoge 50 años de historia económica, con la periodista Isabel López Giraldo.
Entré a la Universidad de los Andes, a la Facultad de Ingeniería, con la idea de irme al tercer año a terminar matemáticas en una universidad afuera. Decidí terminar ingeniería eléctrica, aunque sabía que no la ejercería ni un solo día, porque era la rama que usaba más física teórica y matemáticas avanzadas, que era lo que más me gustaba, después de la literatura. En el último año tomé un curso obligatorio de “economía de la ingeniería”, que era en realidad de evaluación social de proyectos, y me atrajo mucho.
Ahí comencé a pensar en la idea de especializarme en economía. Un día en la universidad me dijeron que me buscaba Ulpiano Ayala, quien se había graduado ya como ingeniero civil en los Andes y se había ido a hacer un máster en economía en Stanford. “Me ofrecieron trabajar en Planeación Nacional —me dijo—, con un profesor de Harvard, para armar unos modelos matemáticos para el sistema de interconexión eléctrica, pero tengo que volver a Stanford. Les di su nombre porque sé que usted tiene una buena formación matemática, conoce del tema eléctrico y le interesa la economía. Lo va a llamar Augusto Cano, el subdirector”. ("No concibo la vida sin cultura": La última entrevista a Guillermo Perry).
Yo me iba para el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts, a hacer un máster en ingeniería de comunicaciones, pero cuando Augusto me explicó en qué consistía el trabajo, decidí quedarme. Entré a la Unidad de Proyectos Específicos del Departamento Nacional de Planeación (DNP) con dos muy brillantes ingenieros civiles paisas que me aventajaban por unos cuantos años: Alejandro Figueroa, hoy presidente del Banco de Bogotá, y Hugo Javier Ochoa, quien murió muy joven. Los tres cursábamos simultáneamente el máster en economía en los Andes, por cuenta de Planeación Nacional. Ellos se concentraban en los temas de carreteras, aguas y distritos de riego, y yo me dedicaba al sector eléctrico. Buena parte de mi tiempo trabajaba con el profesor Henry Jacoby, de Harvard (hoy en el MIT), desarrollando los modelos matemáticos que fueron la base de otros más sofisticados que luego elaboró ISA (Interconexión Eléctrica S. A.) con diversos consultores.
Mi primera experiencia directa con Carlos Lleras tuvo lugar cuando fui al Conpes a presentar un documento sobre políticas y estrategia de desarrollo para el sector eléctrico que me habían encargado escribir para que sirviera de marco para las decisiones de inversión y regulación del sector. Cuando leí mi documento, muy técnico, y a medida de que los ministros abrían los ojos sin entender mayor cosa, Lleras se paró de su puesto y se acercó al mío: “Doctor Perry —me dijo con toda amabilidad— ¿por qué no nos cuenta en palabras sencillas lo que usted escribió ahí en esa jerga técnica?”.
Al hacerlo, vi que los ojos de los ministros volvían a su tamaño normal, empezaban a sonreír y aprobaban con movimientos de cabeza. “Dígame —Lleras me dijo al finalizar mi explicación— ¿por qué no escribió así el documento? Le pido por favor que lo vuelva a redactar en esa forma para que quede claro para todo el mundo. Ahora que lo entendimos, les pregunto a los ministros si lo aprueban”. Y lo aprobaron sin mayor discusión. Esa lección me sirvió para toda la vida, pues siempre he tratado de hacer lo que presento o escribo sobre economía y otros temas técnicos lo más comprensible posible para todo lector y cualquier audiencia.
Había aplicado a Harvard, pero también al MIT. Me admitieron en las dos y preferí el MIT porque tenía una orientación más matemática y cuantitativa. Escogí hacer un doctorado en economía e investigación de operaciones (matemáticas aplicadas), tema que me seguía seduciendo. Casi me matan los de la Misión de Harvard en Colombia, pero era decisión mía. Alejandro sí optó por Harvard y fuimos compañeros de apartamento con Pedro Shaio, quien hizo un máster en educación en Harvard.
A los dos años había aprobado mis exámenes doctorales y estaba buscando tema de tesis cuando me llamaron de Planeación a preguntarme si quería encargarme de la Unidad de Coordinación Presupuestal, a cargo de coordinar la elaboración del presupuesto nacional de inversión y hacer estudios tributarios y fiscales. Decidí aceptar y posponer mi tesis.
Armé un excelente equipo con otros jóvenes técnicos como Alberto Brugman, con quien he trabajado en diferentes ocasiones a lo largo de mi vida; Marcelo León, hoy un muy exitoso empresario; Sergio Arboleda y José Gabriel Ortiz, quienes luego se dedicaron a la televisión y las telecomunicaciones, entre otros. Para dirigir los estudios tributarios me fui a Cali a invitar a la persona que más conocía de esos temas en el país, Enrique Low Murtra, quien había trabajado con la Misión Musgrave. Lo convencí de venir a trabajar conmigo medio tiempo. Los estudios tributarios que hicimos con Enrique Low, desarrollando varios temas propuestos por la Misión Musgrave, fueron después muy útiles para la reforma tributaria de 1974 que hicimos en el gobierno López Michelsen. Después Planeación le ofreció ser el jefe de la unidad macroeconómica, y se trasladó del todo a Bogotá. Enrique fue más tarde secretario económico y director de impuestos con Misael Pastrana y ministro de Justicia con Barco.
uimos colegas también con Antonio Barrera, Roberto Junguito, Antonio Urdinola, Javier Toro, Julio Mendoza y Giovanni Ciardelli, un grupo excepcional de directores. También recuerdo de esa época a Óscar Marulanda y Luis Ignacio Betancur. Yo era el benjamín del grupo, con apenas 24 años. Con varios de ellos compartimos muchas otras actividades profesionales luego. Tuve mucho contacto directo con el ministro de Hacienda, Abdón Espinosa Valderrama, porque Édgar Gutiérrez, nuestro jefe, se había peleado con él y no se hablaban. Hicimos el primer presupuesto nacional de inversión íntegramente en computador y lo entregamos antes del plazo que nos permitía la ley vigente de presupuesto. Cuando lo llevamos a Hacienda, el ministro Abdón Espinosa y el por entonces todopoderoso director de presupuesto Rafael Arango Toro no lo podían creer y, por primera vez, no se atrevieron a cambiarle ni una coma.
Luego Augusto Cano se retiró de la subdirección de Planeación, porque lo nombraron decano de economía en la Universidad de los Andes y a mí me escogieron para reemplazarlo. Fui entonces subdirector de Planeación y secretario general del Consejo Nacional de Política Económica y Social (Conpes), por lo que durante el último año de su gobierno iba todas las semanas a esas reuniones que Lleras presidía meticulosamente.
Éramos una especie de boy scouts. Un equipo muy joven, muy bien preparado y motivado. Trabajábamos con un entusiasmo increíble, como si el futuro del país dependiera solo de nosotros. Se actuaba como un solo equipo y procurábamos que hubiera una estrecha coordinación entre lo que se hacía en los distintos ministerios y empresas e institutos descentralizados, manteniendo siempre una visión de largo plazo. Lleras nos protegía de la politiquería y no había política o inversión que no fuera discutida en detalle en el Conpes y aprobada allí. Era el reino de la tecnocracia, con el presidente de la República como su jefe directo y protector.
* Cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial. El libro es el fruto de un diálogo, que recoge 50 años de historia económica, con la periodista Isabel López Giraldo.