¿Cuánto debe subir el salario?
El pulso por el salario mínimo es uno más de los elementos del paisaje decembrino. Sin embargo, la discusión en la mesa de concertación debería ser mucho más profundo que un regateo anual sobre unos puntos de incremento. En esta instancia, empresarios y sindicatos deberían unirse para exigir políticas más claras que generen un verdadero crecimiento.
Mario Alejandro Valencia * Germán Machado **
Comenzaron los pulsos sobre el incremento del salario mínimo para 2022, que sigue una especie de dinámica invariable en la que, por falta de acuerdo entre sindicatos y empresarios, al final el Gobierno definirá el monto por decreto, según -entre otras cosas- a sus cálculos electorales.
Pero la discusión es más profunda que unos puntos de incremento. Definir el monto del salario mínimo es una preocupación contable para las empresas, pero sobre todo es un debate fundamental para la economía y la sociedad del país.
Durante años se ha discutido en Colombia, con elementos valiosos en ambas orillas, si el salario mínimo es muy alto, si es muy bajo, si debería subir mucho o poco, si refleja la productividad del país, si debería fijarse por regiones, si afecta al empleo o la informalidad o si se parece mucho al salario promedio de la sociedad. Todos son análisis con un alto contenido técnico, liderados por importantes tanques de pensamiento, pero que casi siempre dejan por fuera otras variables económicas y sociales.
Lo cierto es que Colombia es un país de ingreso medio con salarios promedio que son 12 veces más bajos que los del promedio de sus pares en la OCDE. Con ese pobre nivel, el salario mínimo y el salario medio se parecen mucho, lo que demuestra una de dos cosas: o el salario mínimo es muy alto o el salario medio es muy bajo.
Quienes adopten la primera visión, en general, pueden estar pensando como el contador de la empresa, preocupado por tener suficiente caja para pagar la nómina. Quienes adoptamos la segunda, tendemos a preocuparnos más por el conjunto de la economía y a pensar que el énfasis debe estar en elevar el salario promedio y no en atajar el salario mínimo. El problema es ¿cómo hacer para pagar salarios más altos?
Es fácil ponerse de acuerdo en que es mejor para el bienestar de una sociedad ganar más. Si las personas ganan más consumen más y si consumen más se produce más, se genera más crecimiento económico, se pagan más impuestos y el Estado tiene recursos para emprender más obras de infraestructura, que estimulan la creación de más empresas y más puestos de trabajo. Entonces, ¿por qué no se sube más el salario? Porque los salarios formales no responden a lógicas políticas, sino al resultado del nivel de productividad del país que, a su vez, depende de la formación y la tecnología de su fuerza de trabajo.
Pero aquí el problema es que tres de cada cuatro trabajadores colombianos no tienen más educación que el bachillerato y uno de cada tres ni siquiera lograron terminar la secundaria. Como lo mostró el Banco Mundial recientemente, la niñez colombiana en hogares de ingreso bajo no tiene suficiente nutrición, estudia menos años y, en consecuencia, después trabaja en actividades poco productivas, mal remuneradas y en condiciones que la dejan más expuesta a los choques económicos. ¿Cómo romper este círculo vicioso?
Orientar el debate hacia el crecimiento
Hacer que los trabajadores mejoren su nivel de ingreso depende en muy buena medida del crecimiento económico. La evidencia demuestra que sin crecimiento económico sostenido no es posible reducir la pobreza ni el desempleo, ni mejorar la calidad de vida de los ciudadanos de forma permanente. Sin embargo, aquí hay varios aspectos a abordar. Crecer es importante, pero no es suficiente. Hoy la economía está creciendo impulsada especialmente por el consumo, que se financia en buena medida por el crédito y las remesas. Como es obvio, este crecimiento tiene un límite que, siguiendo las proyecciones del Gobierno, presenta una tendencia descendiente en los años que vienen.
Lo que hace que la economía crezca sostenidamente es su capacidad nacional de ofrecer a los mercados interno y externo bienes y servicios, que entre más tecnología y productividad contengan, aumentan más su valor. La mala noticia es que los números muestran que en el futuro Colombia crecerá menos que en la década anterior, menos que al inicio del siglo XXI y menos que en el siglo XX. Por eso, incluso antes de la pandemia, entre 2016 y 2019, Colombia ya había perdido 300.000 puestos de trabajo cuando su ritmo de crecimiento se volvió más flojo (en promedio, 2,3 % anual).
Ahora, de un crecimiento potencial calculado en el orden del 4,5 % anual hace 10 años, Colombia ha pasado a nuevas proyecciones de solo 3,2 % anual para la próxima década. Bajo esas condiciones, crear empleos y mejorar los salarios será cada vez más difícil, salvo que haya reformas estructurales. Sin ajustes, el salario mínimo será cada vez más cercano al salario promedio. Como la economía irá más despacio, los salarios crecerán más lentamente, lo que, de por sí, será una mala noticia para todos.
Entonces no es la cifra de corto plazo lo que más debería preocuparnos. Un aspecto que complica esta discusión es la cantidad de precios que equivocadamente están atados al salario mínimo, como algunos peajes, multas, servicios de grúas, cuotas moderadoras de las EPS e incluso el aporte a seguridad social de los trabajadores. El énfasis debe estar en la capacidad de generar empleo y de pagar mejores salarios en el futuro.
La negociación es una oportunidad
Así las cosas, el foco de discusión sobre el salario mínimo, tanto de los sindicatos como de los empresarios, debería ser ponerse de acuerdo en exigirle al Gobierno que establezca un camino claro y un compromiso con políticas económicas que generen crecimiento económico mediante el impulso a la productividad y la competitividad.
De la Comisión de Concertación de Políticas Salariales debería salir la petición de una agenda explícita para mejorar la productividad por medio de la formación para el trabajo, incitar la inversión en sectores de altos encadenamientos, corregir el comercio desleal cuando se presente, estimular la vocación exportadora de las empresas nacionales e invertir con decisión en infraestructura para el comercio.
También debería conminarse al Gobierno Nacional a promover la eficiencia del gasto público (de acuerdo con un estudio del BID en 2018, Colombia malgasta uno de cada siete pesos) y generar mejores condiciones para hacer negocios en el país. Esto implica, entre otras, una reforma que mejore la progresividad en el impuesto de las personas naturales de más altos ingresos y, en reemplazo, disminuir la carga tributaria sobre las empresas.
Los debates trascendentales sobre lo que genera un crecimiento estable de la economía y el papel que tiene el Gobierno en dirigir a la sociedad para lograrlo deben ser parte del espacio de discusión que se abre en dicha Comisión.
Es la oportunidad para que trabajadores y empresarios se unan en un propósito común: Colombia debe ser un país más productivo para poder demandar más empleo y tener salarios más altos. Las políticas salariales deben estar acompañadas de acciones concretas y ser mucho más que un regateo anual.
* Analista económico. Docente del CESA y de la U. Nacional.
** Exasesor del ministro de Hacienda. Docente del CESA y de la U. de los Andes.
Comenzaron los pulsos sobre el incremento del salario mínimo para 2022, que sigue una especie de dinámica invariable en la que, por falta de acuerdo entre sindicatos y empresarios, al final el Gobierno definirá el monto por decreto, según -entre otras cosas- a sus cálculos electorales.
Pero la discusión es más profunda que unos puntos de incremento. Definir el monto del salario mínimo es una preocupación contable para las empresas, pero sobre todo es un debate fundamental para la economía y la sociedad del país.
Durante años se ha discutido en Colombia, con elementos valiosos en ambas orillas, si el salario mínimo es muy alto, si es muy bajo, si debería subir mucho o poco, si refleja la productividad del país, si debería fijarse por regiones, si afecta al empleo o la informalidad o si se parece mucho al salario promedio de la sociedad. Todos son análisis con un alto contenido técnico, liderados por importantes tanques de pensamiento, pero que casi siempre dejan por fuera otras variables económicas y sociales.
Lo cierto es que Colombia es un país de ingreso medio con salarios promedio que son 12 veces más bajos que los del promedio de sus pares en la OCDE. Con ese pobre nivel, el salario mínimo y el salario medio se parecen mucho, lo que demuestra una de dos cosas: o el salario mínimo es muy alto o el salario medio es muy bajo.
Quienes adopten la primera visión, en general, pueden estar pensando como el contador de la empresa, preocupado por tener suficiente caja para pagar la nómina. Quienes adoptamos la segunda, tendemos a preocuparnos más por el conjunto de la economía y a pensar que el énfasis debe estar en elevar el salario promedio y no en atajar el salario mínimo. El problema es ¿cómo hacer para pagar salarios más altos?
Es fácil ponerse de acuerdo en que es mejor para el bienestar de una sociedad ganar más. Si las personas ganan más consumen más y si consumen más se produce más, se genera más crecimiento económico, se pagan más impuestos y el Estado tiene recursos para emprender más obras de infraestructura, que estimulan la creación de más empresas y más puestos de trabajo. Entonces, ¿por qué no se sube más el salario? Porque los salarios formales no responden a lógicas políticas, sino al resultado del nivel de productividad del país que, a su vez, depende de la formación y la tecnología de su fuerza de trabajo.
Pero aquí el problema es que tres de cada cuatro trabajadores colombianos no tienen más educación que el bachillerato y uno de cada tres ni siquiera lograron terminar la secundaria. Como lo mostró el Banco Mundial recientemente, la niñez colombiana en hogares de ingreso bajo no tiene suficiente nutrición, estudia menos años y, en consecuencia, después trabaja en actividades poco productivas, mal remuneradas y en condiciones que la dejan más expuesta a los choques económicos. ¿Cómo romper este círculo vicioso?
Orientar el debate hacia el crecimiento
Hacer que los trabajadores mejoren su nivel de ingreso depende en muy buena medida del crecimiento económico. La evidencia demuestra que sin crecimiento económico sostenido no es posible reducir la pobreza ni el desempleo, ni mejorar la calidad de vida de los ciudadanos de forma permanente. Sin embargo, aquí hay varios aspectos a abordar. Crecer es importante, pero no es suficiente. Hoy la economía está creciendo impulsada especialmente por el consumo, que se financia en buena medida por el crédito y las remesas. Como es obvio, este crecimiento tiene un límite que, siguiendo las proyecciones del Gobierno, presenta una tendencia descendiente en los años que vienen.
Lo que hace que la economía crezca sostenidamente es su capacidad nacional de ofrecer a los mercados interno y externo bienes y servicios, que entre más tecnología y productividad contengan, aumentan más su valor. La mala noticia es que los números muestran que en el futuro Colombia crecerá menos que en la década anterior, menos que al inicio del siglo XXI y menos que en el siglo XX. Por eso, incluso antes de la pandemia, entre 2016 y 2019, Colombia ya había perdido 300.000 puestos de trabajo cuando su ritmo de crecimiento se volvió más flojo (en promedio, 2,3 % anual).
Ahora, de un crecimiento potencial calculado en el orden del 4,5 % anual hace 10 años, Colombia ha pasado a nuevas proyecciones de solo 3,2 % anual para la próxima década. Bajo esas condiciones, crear empleos y mejorar los salarios será cada vez más difícil, salvo que haya reformas estructurales. Sin ajustes, el salario mínimo será cada vez más cercano al salario promedio. Como la economía irá más despacio, los salarios crecerán más lentamente, lo que, de por sí, será una mala noticia para todos.
Entonces no es la cifra de corto plazo lo que más debería preocuparnos. Un aspecto que complica esta discusión es la cantidad de precios que equivocadamente están atados al salario mínimo, como algunos peajes, multas, servicios de grúas, cuotas moderadoras de las EPS e incluso el aporte a seguridad social de los trabajadores. El énfasis debe estar en la capacidad de generar empleo y de pagar mejores salarios en el futuro.
La negociación es una oportunidad
Así las cosas, el foco de discusión sobre el salario mínimo, tanto de los sindicatos como de los empresarios, debería ser ponerse de acuerdo en exigirle al Gobierno que establezca un camino claro y un compromiso con políticas económicas que generen crecimiento económico mediante el impulso a la productividad y la competitividad.
De la Comisión de Concertación de Políticas Salariales debería salir la petición de una agenda explícita para mejorar la productividad por medio de la formación para el trabajo, incitar la inversión en sectores de altos encadenamientos, corregir el comercio desleal cuando se presente, estimular la vocación exportadora de las empresas nacionales e invertir con decisión en infraestructura para el comercio.
También debería conminarse al Gobierno Nacional a promover la eficiencia del gasto público (de acuerdo con un estudio del BID en 2018, Colombia malgasta uno de cada siete pesos) y generar mejores condiciones para hacer negocios en el país. Esto implica, entre otras, una reforma que mejore la progresividad en el impuesto de las personas naturales de más altos ingresos y, en reemplazo, disminuir la carga tributaria sobre las empresas.
Los debates trascendentales sobre lo que genera un crecimiento estable de la economía y el papel que tiene el Gobierno en dirigir a la sociedad para lograrlo deben ser parte del espacio de discusión que se abre en dicha Comisión.
Es la oportunidad para que trabajadores y empresarios se unan en un propósito común: Colombia debe ser un país más productivo para poder demandar más empleo y tener salarios más altos. Las políticas salariales deben estar acompañadas de acciones concretas y ser mucho más que un regateo anual.
* Analista económico. Docente del CESA y de la U. Nacional.
** Exasesor del ministro de Hacienda. Docente del CESA y de la U. de los Andes.