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Los hechos de la semana abren preguntas interesantes acerca de hasta dónde la volatilidad y el susto en los mercados termina por reflejar el verdadero valor de las empresas. Las deformaciones del pánico perjudican la economía y pueden no compadecerse con la realidad.
Lunes 9 de marzo de 2020. Amanece en Colombia y al despertar nos dimos cuenta de que horas antes, mientras dormíamos, en los mercados de oriente se registró la peor caída en el precio del petróleo en un solo día desde la Guerra del Golfo en 1991 (-25%). Esto por cuenta de la falta de un acuerdo sobre recortes de producción entre los países de la OPEP y Rusia, algo que se enmarca en un contexto de estrés financiero provocado por la incertidumbre del impacto del coronavirus sobre el crecimiento económico mundial. Un mal presagio para lo que sería la jornada de negociación del día.
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En efecto, esta situación provocó que las principales plazas bursátiles del mundo se desplomaran en magnitudes considerables que por momentos nos recordaban los fantasmas de otras malas jornadas en los mercados. Al cierre de la jornada, Estados Unidos perdió 7,8 %; Reino Unido, 7,7 %; Europa, 7,4 %; Japón, 5,6 %. En Latinoamérica, Argentina cayó 13 %; Brasil, 12,2 % y Colombia 10,5 %.
Y esto fue sólo el lunes. En general, los malos resultados continuaron el resto de días en casi todo el planeta, aunque el descalabro mayor sí fue en el comienzo de la semana.
Sin detenernos demasiado en las cifras ya mencionadas, el comportamiento de toda esta semana (y notablemente el del lunes) abre la puerta para analizar una cuestión interesante: hay que tener claridad sobre si la cotización de las empresas que vemos en la bolsa (local o internacional) corresponde realmente al valor que agregan por el bien o servicio que proporcionan o si lo que compramos o vendemos es simplemente una percepción distorsionada de su valor.
Para descifrar esta pregunta es importante reconocer que el choque de oferta descrito afecta, ineludiblemente, el componente fundamental del precio de las acciones, pero también es necesario separarlo o distinguirlo de la posible sobre reacción que puede estarse generando en el componente especulativo del precio, que es donde se observa el inusitado aumento de la volatilidad de los activos.
Al hacer esta separación vale la pena preguntarse, entonces, cómo el desacuerdo entre dos países a medio mundo de distancia nos pone en primera fila para ver la erosión de la capitalización bursátil de la empresa más grande en Colombia (20%, sólo el lunes); es claro que estamos hablando de una petrolera, lo cual tiene sentido en este escenario. Pero esa destrucción de valor también se trasladó a la cementera más grande en Colombia (-16,4 % el lunes), uno de los bancos con mayor solidez (-14,4 %), a uno de los grupos de inversión con mejores resultados (-12,5 %) y así entre otros sectores de la economía y ha provocado además la suspensión temporal (por espacios de 30 minutos) de las negociaciones en la Bolsa de Valores de Colombia.
De fondo, lo que se pregunta acá es ¿cómo estas desvalorizaciones dejan de reconocer de un momento a otro la promesa de valor que por años estas empresas han entregado, no sólo a sus beneficiarios, sino que han aportado al desarrollo del país y por lo que realmente deberían valorarlas?
Por otra parte, todo este escenario implicó también una depreciación de $200 del peso colombiano frente al dólar el lunes. Este escenario se siguió exacerbando a lo largo de la semana y este jueves llegó a nuevos niveles históricos, con un dólar a más de $4.000. Esto, en cierta forma, es normal dada la dependencia económica del país a los hidrocarburos y a los menores ingresos que percibirá en el futuro si se mantienen los precios bajos. Inevitablemente esta depreciación se transmitirá a los precios de los bienes y servicios domésticos por el denominado efecto "pass-trough", que hará que los mismos cuesten al ciudadano de a pie mucho más, pese a que su valor agregado no haya cambiado en lo más mínimo.
Ahora bien, estas situaciones de incertidumbre dan visibilidad a los llamados "activos refugio" como los bonos del tesoro de Estados Unidos a 10 años, que han sido los grandes ganadores en estas jornadas (y que sólo el lunes sumaron una valorización de 29,1 %) o los de Alemania a 10 años (que en esa jornada ganaron 20,6 %).
En el caso del primero, vale la pena preguntarse ¿cómo puede considerarse refugio un país altamente endeudado con el resto del mundo vía bonos y reservas internacionales, que también está completamente expuesto al riesgo de recesión, cuyo mercado de renta variable está sobrevalorado y que se contrajo más de 7 % de la misma forma en que lo hicieron los demás países que no son "refugio"?
En el caso del segundo, hablamos de un país "refugio" que enfrenta unas perspectivas de estancamiento prolongado en el crecimiento y con dificultades para mantener el ritmo de su producción industrial.
Con todo esto en mente surgen más interrogantes: ¿es la especulación la verdadera motivación con la que queremos que funcionen los mercados financieros? ¿Cómo podemos limitarla? ¿Dónde queda el sentido del mercado de valores de servir como un canal alterno al bancario para apalancar el desarrollo de proyectos productivos o el crecimiento de las empresas? ¿Para qué tantos años de estudio y preparación de los profesionales en algunas de las disciplinas más exigentes? ¿Para qué tantos análisis y estudios de mercado con las metodologías académicas más rigurosas si nos despertamos una mañana y encontramos que el mercado abre pensando que nuestras empresas valen 20 % menos que ayer?
Seamos conscientes y cuidadosos de estos "espejismos" financieros, para no caer en el pánico financiero e incrementar los comportamientos en manada que pueden derivar en pérdidas muy superiores a las que realmente cabe esperar.
En este proceso bien vale recordar la importancia de que las finanzas estén al servicio de la economía y no al contrario, de modo que la confianza y la creencia en la verdadera esencia de los mercados no se desvanezca.
*Profesor de la Escuela de Economía de la Universidad Nacional de Colombia.