Del campo a la ciudad: las razones de los jóvenes rurales para decidir su futuro
¿Habrá quién cultive alimentos en el futuro? Esa es la pregunta que preocupa al sector agropecuario. Le contamos por qué y cuáles son los principales factores que alejan a los jóvenes de las actividades rurales.
Los trabajadores del agro se están envejeciendo: es una de las certezas y preocupaciones del sector. A esto se le suma la dificultad de encontrar mano de obra para las labores agrícolas, que son las que más aportan al abastecimiento de alimentos en el país, pues la oferta para el consumo interno es de 36,8 millones de toneladas. El 84,1 % es de producción nacional (alrededor de 30,9 millones de toneladas) y se calcula que el 70 % de este es de origen campesino, según el Ministerio de Agricultura.
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Los trabajadores del agro se están envejeciendo: es una de las certezas y preocupaciones del sector. A esto se le suma la dificultad de encontrar mano de obra para las labores agrícolas, que son las que más aportan al abastecimiento de alimentos en el país, pues la oferta para el consumo interno es de 36,8 millones de toneladas. El 84,1 % es de producción nacional (alrededor de 30,9 millones de toneladas) y se calcula que el 70 % de este es de origen campesino, según el Ministerio de Agricultura.
Una muestra de esto es que el promedio de edad de los caficultores es de 54 años y aquellos que están entre los 18 y 28 años (que se consideran jóvenes) solo representan el 3 %, de acuerdo con la Federación Nacional de Cafeteros (FNC).
¿Entonces quién se hará cargo del campo? La respuesta lógica a la pregunta son los jóvenes. Sin embargo, el panorama es más complejo, ya que apenas el 22,36 % de ellos (entre los 18 y 30 años) vive en centros poblados o rurales dispersos, de acuerdo con el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE).
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“A muchos de nosotros nos criaron con el pensamiento de que pesa menos un lápiz que una pala. Entonces nuestros papás nos estaban diciendo, indirectamente, que quedarse en el campo no valía la pena”, cuenta Valerio Vélez Gálvez, joven cafetero que administra la finca familiar desde hace seis años.
El dejar de pensar que esa forma de vida es una opción convierte a las ciudades en la única alternativa posible y es una decisión cada vez más común. Esto ha dificultado encontrar talento humano para las actividades rurales, incluso en empleos formales, sostiene Jorge Bedoya, presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC).
¿Por qué dejar el campo?
Son muchas las razones que están detrás del fenómeno, aunque pueden ser condensadas en un concepto: el abandono de la ruralidad por parte del Estado. Esto “hace que los jóvenes no quieran repetir la historia de sus padres de ser productores pobres”, opina Pablo Fernando Ramos, investigador del proyecto Jóvenes Rurales de Agrosavia.
Al comparar las zonas urbanas con las rurales son varias las brechas que favorecen a la primera. En los centros poblados y rurales dispersos es menor el acceso a los servicios públicos en las viviendas: incluso 5,3 % no tiene acceso a ninguno de estos. La diferencia más marcada es la del alcantarillado, pues es del 39,2 %, como muestran los datos de la Encuesta Nacional de Calidad de Vida de 2022, del DANE.
Además, “hay unos estándares de calidad de vida mucho más estables en el modo de vida urbano que en el rural, el primero es casi un 20 % mejor. Estamos hablando de acceso a educación, salud, empleo, infraestructura y vivienda. Aunque en el campo hay muchas otras, como la cercanía a la naturaleza y las relaciones familiares”, detalla Carlos Duarte, docente del Instituto de Estudios Interculturales de la Universidad Javeriana de Cali.
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Más allá de las carencias y diferencias entre ambos estilos de vida, es justamente la educación la que se convierte en la primera puerta de salida para los jóvenes. Pues, en principio, muchos de ellos deben recorrer largas distancias para cursar primaria y secundaria. Después, la oferta de educación superior es muy limitada en los territorios, por lo que Duarte considera que “termina siendo de los elementos más condicionantes para que se muevan hacia las ciudades. Van a educarse y allí encuentran otras oportunidades laborales".
Este factor se acentúa con el difícil acceso a internet, cuya cobertura es 35,5 % menor en las zonas rurales que en las urbanas. Los expertos coinciden en que la población joven tiene un gran interés por la tecnología, “quieren estar conectados con el resto del mundo. La falta de conectividad se convierte en un factor de exclusión”, dice Jaime Rendón, director del Centro de Estudios e Investigaciones Rurales de la Universidad de La Salle.
Otra serie de obstáculos
Si bien la oferta institucional privada y pública es limitada, no es el único factor que incide en las condiciones de vida de esta población. El conflicto armado históricamente ha permanecido con fuerza en las zonas más apartadas, aunque la inseguridad no es un problema solo del campo, hay que decirlo.
“Mi familia salió desplazada del campo y, a pesar de que la situación ha mejorado, sigue en nosotros ese miedo y vulnerabilidad que se vive en el campo frente al conflicto armado. Muchas veces es esa violencia la que hace que los jóvenes tengan que salir a la ciudad”, relata Vélez Gálvez desde su experiencia.
Esto es una muestra de la “violencia endémica contra los jóvenes campesinos, que son la población más vulnerable”, de acuerdo con Duarte. Para él, los campesinos han sido estigmatizados por el conflicto armado, pues han sido vistos como sujetos ilegales, que deforestan y pertenecen a algún grupo al margen de la ley.
Si bien todo esto afecta a la población en general, hay obstáculos adicionales para la producción del sector agropecuario. Se podría decir que el principal es la tierra y su alta concentración, puesto que el coeficiente de Gini de Colombia es del 0,86, según cifras de 2018 del Ministerio de Agricultura (cuanto más cercano a 1 sea este valor mayor desigualdad).
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Entonces si un joven decide quedarse deberá encontrar tierra en la que pueda trabajar. En la mayoría de los casos son sus padres quienes se la dejan; sin embargo, al ser una agricultura familiar se desarrolla en pequeñas extensiones y solo tienen para ofrecer pequeñas parcelas (especialmente en entornos cafeteros), de acuerdo con Claudia del Pilar Rodríguez, coordinadora del programa Familias Cafeteras de la FNC.
Y, a la vez, tener una tierra para cultivar no es suficiente, debe ser sostenible. Para ello se requiere asistencia técnica, acceso a créditos, insumos agrícolas y comercialización. Si esto no se garantiza, el resultado será la poca productividad y la falta de oportunidades de crecimiento. Como lo indica Raúl Ávila, docente de Economía de la Universidad Nacional: “La migración también se da porque no se ve como una opción rentable para obtener ganancias económicas”.
Al final, también influyen la cultura y los imaginarios relacionados con la labor agrícola, ya que pueden rechazarla por implicar un mayor esfuerzo físico. Y aunque el lápiz pese menos que la pala, el “lápiz no es para abandonar el campo, sino para buscar nuevas formas de que esa pala pese menos”, afirma el caficultor Vélez Gálvez.
Pese a que la ruralidad haya tenido un abandono histórico, en la medida en que se reconfigure, va a cambiar la mentalidad y se va a resignificar la labor de tal modo que las personas se sientan importantes para el desarrollo agropecuario, expresa Lina María Vélez, coordinadora de posgrados en Agronegocios de la Universidad Pontificia Bolivariana.
Arraigo y oportunidades
Es evidente que las razones en contra pesan, mas no son los únicos elementos en juego. Un factor relevante en esta balanza es el arraigo que tengan los jóvenes con su territorio.
“Si reconocen las potencialidades de este, no solo las falencias, puede generar iniciativas de ingresos para el desarrollo de su comunidad y buscar la forma de quedarse”, expone Jean Sebastián Pedraza, coordinador en Latinoamérica de Jóvenes Profesionales para el Desarrollo Agrícola (YPARD por sus siglas en inglés).
Pero no solo se trata de lo que puede beneficiar a las personas en este rango de edad, sino también de lo que pueden ofrecer y aportar al permanecer en sus lugares de origen.
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Muestra de esto son sus capacidades para apropiarse del uso de las tecnologías que pueden ser aplicadas al agro, la apertura a la innovación, conocimientos técnicos, experiencias agroturísticas y proyección del valor agregado. Muchos de ellos reconocen que falta entender la actividad productiva como una empresa o emprendimiento, tener una visión de negocio.
Para Jaime Rendón, director del Centro de Estudios e Investigaciones Rurales de la Universidad de La Salle, el campo debe ser un asunto a potenciar y son los jóvenes los que van a garantizar esas nuevas dinámicas, pero es necesario que ellos encuentren allí no solo un lugar de trabajo, sino también uno en el que es posible tener una vida digna.
Los caminos de regreso
Para lograrlo, los expertos coinciden en que es necesario que el Estado invierta en bienes públicos que ayuden a cerrar las brechas existentes en conectividad (vías y telecomunicaciones), seguridad, servicios básicos (electricidad y acueducto). Especialmente en la educación, que va desde la primaria hasta la superior, con técnicas y tecnologías enfocadas a la producción agropecuaria, que se relacione con sus contextos.
Ejemplo de esto es CampeSENA, una estrategia para fortalecer la economía y facilitar el acceso del campesinado a programas y servicios del SENA (Servicio Nacional de Aprendizaje). Y también el programa de Agrosavia, del Ministerio de Agricultura, que se articula con las instituciones educativas rurales para fortalecer la producción agrícola de acuerdo con las necesidades y potencialidades de los territorios, según sus intereses, explica Ramos.
“Desde la academia tenemos la responsabilidad de darle valor al trabajo rural y que los jóvenes puedan regresar a sus territorios a llevar el conocimiento que adquirieron en las ciudades para que se dé el desarrollo rural. La formación debe generarles amor por sus territorios”, reflexiona Lina María Vélez.
Además, se requieren herramientas que fortalezcan el potencial productivo del sector pensado para ellos, como el acceso a crédito, tierras, asistencia técnica y fomento de proyectos productivos.
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Por otro lado, es necesario que el Estado tenga más información de esta población para tomar decisiones acertadas. Como plantea la docente Vélez, hay que preguntarles a los jóvenes sobre sus expectativas y necesidades para que puedan hacer sus vidas en la ruralidad.
“El campo tiene todas las oportunidades del mundo, lo que pasa es que nosotros los jóvenes no tenemos las herramientas y caemos en la tentación de pensar que las oportunidades están en las ciudades”, apunta el caficultor Vélez Gálvez.
Finalmente, cada joven rural decidirá cuál es el lugar más apropiado para desarrollar su proyecto de vida. Pero definitivamente es responsabilidad del Estado equilibrar la balanza entre el campo y la ciudad para que la elección entre estos no esté sesgada por dichas brechas.
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