Digitalización, economía popular y nuevas formas de trabajo
Brigitte Baptiste, rectora de la Universidad EAN, habla acerca de cómo la tecnología y la economía popular pueden dar soluciones en temas como el trabajo informal, al tiempo que critica la reforma laboral por estar desconectada de las necesidades del panorama del trabajo moderno en Colombia.
El fin de la Semana Santa ciertamente marca un regreso a la programación habitual. Por estos días, en el panorama económico y político, incluye volver a discusiones cruciales entre las que se cuenta el Plan Nacional de Desarrollo y el paquete de reformas: salud, pensiones y, claro, mercado laboral.
Al mismo tiempo que el Gobierno ha puesto prácticamente toda la carne en el asador con su agenda de cambios, también ha habido un gran impulso en términos de lo que la administración Petro denomina economía popular.
Por ejemplo, recientemente se lanzó toda una estrategia de financiamiento enfocada en este renglón de la economía que agrupa, por ejemplo, pequeñas unidades de producción. Entre las razones, se destacan cifras del DANE que destacan que apenas el 30 % de los 5,3 millones de micronegocios que hay en el país tiene financiamiento formal y uno de cada cuatro que solicitó crédito lo hizo a través del llamado gota a gota.
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Por otra parte, hace un par de semanas, el Gobierno inauguró en Soacha el primer centro de reindustrialización de los 120 que, se espera, haya en el país cuando finalice la administración Petro. En esta instalación, conocida como Zasca, se espera atender a unas 80 unidades productivas (en áreas como manufactura y confección) con asistencia técnica y acceso a maquinaria especializada, entre otros servicios.
Estos movimientos ayudan a entender la escala que la economía popular parece tener en la agenda de la administración nacional, que a su vez, es vista como uno de los motores para atacar un asunto clave: la informalidad laboral, que, según las más recientes cifras del DANE, en febrero de este año se ubicó en 58,4 % (frente al mismo mes de 2022, que registra un leve descenso: 59,6 %).
“La economía popular puede ser un gran dinamizador del mercado laboral en la medida en la que vinculemos el emprendimiento y la innovación y abramos espacio para nuevos tipos de trabajo”, dice Brigitte Baptiste, rectora de la Universidad EAN, quien será una de las figuras centrales del foro “Economía popular en la era digital”, que se realizará en asocio con El Espectador este 18 de abril en las instalaciones de la institución.
Baptiste asegura que los temas del trabajo informal podrían encontrar soluciones “entendiendo muy bien qué clase de servicios está proveyendo la informalidad para ponerle esos retos a la academia, con miras a establecer nuevas formas de trabajo en las cuales los actores informales encuentren interés para formalizarse”.
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Atender la formalidad es vital en este punto, pues en buena parte tiene la llave para, por ejemplo, aportar más cotizantes a un sistema de pensiones que funciona con un déficit eterno y creciente (parte clave de la reforma laboral), así como entregar mayor seguridad y calidad para los trabajadores (asunto esencial de la reforma laboral).
Por esto, una de las grandes críticas que ha recibido la reforma laboral que radicó el Gobierno ante el Congreso es que no resuelve el asunto esencial de la informalidad, pues otorga protecciones e introduce reglas para el mercado laboral que ya está formalizado.
En este sentido, Baptiste también critica la visión actual que del proyecto al decir que “es una reforma retroinnovadora. Vuelve a los orígenes de la crítica al modelo laboral basado en el mercado, con el propósito de proteger al trabajador, lo cual está muy bien. Pero no considera que ya han transcurrido 50 o 60 años desde que se plantearon esas condiciones de empleabilidad en el país. Sí creo que hay un desfase muy importante entre la propuesta que se va a discutir en el Congreso y la realidad contemporánea”.
Parte del debate alrededor de la reforma son sus afectaciones al mercado laboral, una queja que han elevado varios sectores empresariales. La discusión del proyecto pareciera que va emergiendo una cierta tensión entre protecciones al trabajador o creación de empleo. En este punto, Baptiste habla de cambiar la noción de empleo por la de trabajo.
“Deberíamos estar mirando cuáles son los nuevos oficios, los nuevos trabajos, las nuevas fuentes de ocupación en el siglo XXI. Y también cómo esos nuevos trabajos van construyendo sus propias reglas y cómo el Estado facilita que emerjan las condiciones necesarias en las cuales nos sintamos más cómodos con estos nuevos trabajos y no tanto de un Estado controlador que define los parámetros del trabajo a veces con ideas muy cerradas”.
Baptiste toca acá un punto crucial, pues, en la visión de algunos expertos, las reformas laborales no tienen la función de crear trabajo, sino de garantizar las condiciones para que este emerja en el mercado. “A mí me gusta hablar más acerca de cómo el Estado ayuda a la creación de trabajo, ayuda a movilizar los capitales público y privado para que aparezca ese nuevo trabajo. Y no podemos caer en la dicotomía cuanto más empleo o mejores condiciones laborales”.
Este cambio de orientación sobre qué es el trabajo actualmente o cuáles son los trabajos de nuestro tiempo incluye el espectro de la digitalización y el emprendimiento. “Los millennials, por ejemplo, han mostrado que no quieren ese trabajo permanente, que garantiza una carrera de 10 años con ascensos jerárquicos. De hecho, parte de la pérdida de interés de la juventud en las universidades es porque ese mito del progreso laboral ya no existe, no llena sus expectativas. Los jóvenes están pensando en tener una canasta de posibilidades, con diferentes tipos de retribución: trabajan por dinero en ciertas condiciones, y por cierto tiempo, y también por responsabilidad moral y ética o por placer bajo otras condiciones y en otro momento. Hay una demanda de flexibilización laboral que ya está ocurriendo y no hemos entendido muy bien”, concluye Baptiste.
El fin de la Semana Santa ciertamente marca un regreso a la programación habitual. Por estos días, en el panorama económico y político, incluye volver a discusiones cruciales entre las que se cuenta el Plan Nacional de Desarrollo y el paquete de reformas: salud, pensiones y, claro, mercado laboral.
Al mismo tiempo que el Gobierno ha puesto prácticamente toda la carne en el asador con su agenda de cambios, también ha habido un gran impulso en términos de lo que la administración Petro denomina economía popular.
Por ejemplo, recientemente se lanzó toda una estrategia de financiamiento enfocada en este renglón de la economía que agrupa, por ejemplo, pequeñas unidades de producción. Entre las razones, se destacan cifras del DANE que destacan que apenas el 30 % de los 5,3 millones de micronegocios que hay en el país tiene financiamiento formal y uno de cada cuatro que solicitó crédito lo hizo a través del llamado gota a gota.
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Por otra parte, hace un par de semanas, el Gobierno inauguró en Soacha el primer centro de reindustrialización de los 120 que, se espera, haya en el país cuando finalice la administración Petro. En esta instalación, conocida como Zasca, se espera atender a unas 80 unidades productivas (en áreas como manufactura y confección) con asistencia técnica y acceso a maquinaria especializada, entre otros servicios.
Estos movimientos ayudan a entender la escala que la economía popular parece tener en la agenda de la administración nacional, que a su vez, es vista como uno de los motores para atacar un asunto clave: la informalidad laboral, que, según las más recientes cifras del DANE, en febrero de este año se ubicó en 58,4 % (frente al mismo mes de 2022, que registra un leve descenso: 59,6 %).
“La economía popular puede ser un gran dinamizador del mercado laboral en la medida en la que vinculemos el emprendimiento y la innovación y abramos espacio para nuevos tipos de trabajo”, dice Brigitte Baptiste, rectora de la Universidad EAN, quien será una de las figuras centrales del foro “Economía popular en la era digital”, que se realizará en asocio con El Espectador este 18 de abril en las instalaciones de la institución.
Baptiste asegura que los temas del trabajo informal podrían encontrar soluciones “entendiendo muy bien qué clase de servicios está proveyendo la informalidad para ponerle esos retos a la academia, con miras a establecer nuevas formas de trabajo en las cuales los actores informales encuentren interés para formalizarse”.
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Atender la formalidad es vital en este punto, pues en buena parte tiene la llave para, por ejemplo, aportar más cotizantes a un sistema de pensiones que funciona con un déficit eterno y creciente (parte clave de la reforma laboral), así como entregar mayor seguridad y calidad para los trabajadores (asunto esencial de la reforma laboral).
Por esto, una de las grandes críticas que ha recibido la reforma laboral que radicó el Gobierno ante el Congreso es que no resuelve el asunto esencial de la informalidad, pues otorga protecciones e introduce reglas para el mercado laboral que ya está formalizado.
En este sentido, Baptiste también critica la visión actual que del proyecto al decir que “es una reforma retroinnovadora. Vuelve a los orígenes de la crítica al modelo laboral basado en el mercado, con el propósito de proteger al trabajador, lo cual está muy bien. Pero no considera que ya han transcurrido 50 o 60 años desde que se plantearon esas condiciones de empleabilidad en el país. Sí creo que hay un desfase muy importante entre la propuesta que se va a discutir en el Congreso y la realidad contemporánea”.
Parte del debate alrededor de la reforma son sus afectaciones al mercado laboral, una queja que han elevado varios sectores empresariales. La discusión del proyecto pareciera que va emergiendo una cierta tensión entre protecciones al trabajador o creación de empleo. En este punto, Baptiste habla de cambiar la noción de empleo por la de trabajo.
“Deberíamos estar mirando cuáles son los nuevos oficios, los nuevos trabajos, las nuevas fuentes de ocupación en el siglo XXI. Y también cómo esos nuevos trabajos van construyendo sus propias reglas y cómo el Estado facilita que emerjan las condiciones necesarias en las cuales nos sintamos más cómodos con estos nuevos trabajos y no tanto de un Estado controlador que define los parámetros del trabajo a veces con ideas muy cerradas”.
Baptiste toca acá un punto crucial, pues, en la visión de algunos expertos, las reformas laborales no tienen la función de crear trabajo, sino de garantizar las condiciones para que este emerja en el mercado. “A mí me gusta hablar más acerca de cómo el Estado ayuda a la creación de trabajo, ayuda a movilizar los capitales público y privado para que aparezca ese nuevo trabajo. Y no podemos caer en la dicotomía cuanto más empleo o mejores condiciones laborales”.
Este cambio de orientación sobre qué es el trabajo actualmente o cuáles son los trabajos de nuestro tiempo incluye el espectro de la digitalización y el emprendimiento. “Los millennials, por ejemplo, han mostrado que no quieren ese trabajo permanente, que garantiza una carrera de 10 años con ascensos jerárquicos. De hecho, parte de la pérdida de interés de la juventud en las universidades es porque ese mito del progreso laboral ya no existe, no llena sus expectativas. Los jóvenes están pensando en tener una canasta de posibilidades, con diferentes tipos de retribución: trabajan por dinero en ciertas condiciones, y por cierto tiempo, y también por responsabilidad moral y ética o por placer bajo otras condiciones y en otro momento. Hay una demanda de flexibilización laboral que ya está ocurriendo y no hemos entendido muy bien”, concluye Baptiste.