El anime, desde Hiroshima hasta Netflix
La industria del entretenimiento ha adquirido un súbito interés por el anime. Netflix y Hulu invierten en comprar licencias y crear producciones originales. En Japón se hacen “remakes” de éxitos de los 90, como “Dragon Ball Super”.
Juliana Vargas / @Jvargasleal
Corría el año 2007 cuando Natsuki Matsumoto, profesor de arte contemporáneo de la Universidad Musashino, caminaba por el mercado de pulgas de Osaka. Aquel día había sido frío y gris. Durante su clase de arte contemporáneo en la universidad había intentado ponerle algo de color, pero había sido imposible. En días así, la bruma es hermana del petróleo: viscosa, negra, penetrante, y no hay pincel que luche contra el crudo. Sin embargo, la melancolía que sentía se disipó de golpe. Al escudriñar uno de los puestos vio una copia perfectamente preservada de Namakura Katana, una obra de dos minutos de duración y sin sonido de 1917. Era la animación japonesa más antigua de la historia y el profesor Matsumoto se incluyó en ella al encontrar este raro ejemplar.
Esta primera obra dio inicio a una industria que poco a poco se convertiría en un fenómeno mundial. Primero vino una infancia vertiginosa, entre los años 30 y 40, con experimentos como Benkei and Ushikawa, Jack and the Beanstalk y Momotaro’s Sea Eagles. No obstante, el anime fue desgarrado por Litte Boy y Fat Man en 1945: las bombas atómicas detonadas sobre Japón al final de la Segunda Guerra Mundial, sumadas a la crisis económica que la siguió, casi matan esta industria, pero fue precisamente esta crisis la que exhortó a los japoneses a encontrar formas de entretenimiento que elevaran los ánimos y los transportaran a otros mundos. Las estanterías de pronto se vieron abarrotadas de libros de papel barato en los que se trazaban dibujos que no respetaban márgenes mínimas. La crisis del país nipón fue el auge de las historietas conocidas como manga, que ayudaron a salvar el alma de este país a punta de tinta.
Cuando la crisis terminó, estas miles de historietas fueron el insumo que le dio un nuevo impulso a la animación japonesa, la cual pronto pasó a llamarse simplemente “anime”, abreviatura de la palabra animación.
A diferencia de la animación occidental, el anime no estaba exclusivamente dirigido al público infantil. Todo lo contrario, lo que hizo del anime un fenómeno cultural en Japón fue que estaba pensado para todos los públicos. Niños, jóvenes y adultos fueron afectados por la guerra; niños, jóvenes y adultos debían levantarse de nuevo; el manga, y por extensión el anime, tenía la tarea de enseñarles a caminar de nuevo. Por esta razón se desarrollaron varios géneros dentro del anime: shojo, dirigido a chicas adolescentes; shonen, dirigido a chicos adolescentes; seinen, dirigido a hombres jóvenes y adultos; josei, dirigido a mujeres jóvenes y adultos; kodomo, dirigido a niños, e incluso el hentai, género con contenido pornográfico.
Tal vez este mismo hecho sea la razón por la que, en un inicio, el anime no tuviera buena acogida entre el público occidental. Las heridas de la guerra dotaban al género de un existencialismo, un vocabulario maduro y algunas escenas de sexo y violencia que no se encontraban dentro de la animación de Occidente. A pesar de lo anterior, el anime se abrió camino poco a poco, gracias a que encontró en los jóvenes un nicho de mercado. Meteoro (Mach Go Go Go) y Mazinger Z dieron inicio a esta nueva ola a lo largo de la década de los 70. Después vino Gundam en los 80 y, finalmente, los 90 fueron testigos del auge del anime. Dragon Ball, Yu-Gi-Oh, Pokémon, Ranma ½, Los caballeros del Zodiaco y Supercampeones son sólo unos cuantos ejemplos de las series que encontraron su lugar en audiencias lejos de Japón. Fue tal su éxito que, por ejemplo, años después varios jugadores de fútbol europeos reconocieron sentir pasión por el deporte luego de ver Supercampeones.
Hasta ese momento, sólo el shonen había alcanzado un verdadero éxito en Occidente, con uno que otro destello del seinen, como Akira y Evangelion, pero el anime era más que eso, mucho más. ¿Cuántas series de anime se han transmitido por televisión en Japón? Es imposible contarlas. Más de 800 empresas se dedican a producir este tipo de animación y existe el público que las recibe y consume. Con tal cantidad de producción, el shonen no era suficiente. En 2001, cuando El viaje de Chihiro se ganó el Óscar a mejor película de animación, el mundo se percató de que el anime no era cuestión de un nicho adolescente: era una fuente insaciable de historias que merecían ser contadas.
Así fue como le dio la bienvenida a otros éxitos shonen como Naruto y Fullmetal Alchemist, pero también a series seinen como Death Note, Monster y Gantz, y a series jonen como Nana. Incluso, el cine estadounidense se vio influenciado por el anime cuando El cisne negro e Inception se inspiraron en Perfect Blue y Paprika, respectivamente.
El crecimiento se fue reflejando en las cifras que reportaba esta industria año a año. Para 2001 alcanzó una cifra aproximada de 1.200 millones de euros. Para 2013 ya llegaba a 10.782 millones de euros y en 2016 se ubicó en 15.000 millones de euros.
Y fue en 2016 que llegó Kimi no na wa (Your Name). En menos de cinco meses, esta película recaudó US$332 millones. Se exportó a otros países, estando varias semanas en cartelera en mercados como China, Corea del Sur, España y Estados Unidos. Al final de su emisión en cines, recaudó un total de US$358 millones, superando a El viaje de Chihiro.
Una vez más, el mundo volcó su atención sobre Japón para darse cuenta de que el panorama no estaba colmado solamente por Kimi no na wa. Miles de series de anime ya se veían en páginas web como Crunchyroll, muchas más que las que tenían un alto éxito en televisión occidental; ya existía un nombre propio para los fans del anime: otaku, y había otras películas con calidad suficiente para pelear un premio Óscar, como Una voz silenciosa y En este rincón del mundo. Entre la venta de un DVD acá y un streaming allá, la mayor expresión cultural de Japón había permeado al mundo.
Y ahora nos encontramos con Netflix, Amazon y Hulu yendo detrás del anime. En 2018, Netflix invertirá US$8.000 millones en la producción de series y películas originales, entre las que se incluyen 30 series de anime, sin contar las decenas de series más que transmite por medio de licencias.
Amazon lanzó a través de su plataforma Prime un canal dedicado exclusivamente al anime, llamado Anime Strike, y hace un tiempo Sony pagó US$143 millones por Funimation, el mayor distribuidor de anime en Estados Unidos, que ya tiene su propio servicio streaming, llamado Funimation Now.
Luego de muchos años, hoy el mundo sabe que el anime es memoria y dolor, es cultura y sentido de pertenencia, es un estilo de vida en donde caben desde el más pequeño hasta el más viejo. El anime es Japón para el mundo.
Corría el año 2007 cuando Natsuki Matsumoto, profesor de arte contemporáneo de la Universidad Musashino, caminaba por el mercado de pulgas de Osaka. Aquel día había sido frío y gris. Durante su clase de arte contemporáneo en la universidad había intentado ponerle algo de color, pero había sido imposible. En días así, la bruma es hermana del petróleo: viscosa, negra, penetrante, y no hay pincel que luche contra el crudo. Sin embargo, la melancolía que sentía se disipó de golpe. Al escudriñar uno de los puestos vio una copia perfectamente preservada de Namakura Katana, una obra de dos minutos de duración y sin sonido de 1917. Era la animación japonesa más antigua de la historia y el profesor Matsumoto se incluyó en ella al encontrar este raro ejemplar.
Esta primera obra dio inicio a una industria que poco a poco se convertiría en un fenómeno mundial. Primero vino una infancia vertiginosa, entre los años 30 y 40, con experimentos como Benkei and Ushikawa, Jack and the Beanstalk y Momotaro’s Sea Eagles. No obstante, el anime fue desgarrado por Litte Boy y Fat Man en 1945: las bombas atómicas detonadas sobre Japón al final de la Segunda Guerra Mundial, sumadas a la crisis económica que la siguió, casi matan esta industria, pero fue precisamente esta crisis la que exhortó a los japoneses a encontrar formas de entretenimiento que elevaran los ánimos y los transportaran a otros mundos. Las estanterías de pronto se vieron abarrotadas de libros de papel barato en los que se trazaban dibujos que no respetaban márgenes mínimas. La crisis del país nipón fue el auge de las historietas conocidas como manga, que ayudaron a salvar el alma de este país a punta de tinta.
Cuando la crisis terminó, estas miles de historietas fueron el insumo que le dio un nuevo impulso a la animación japonesa, la cual pronto pasó a llamarse simplemente “anime”, abreviatura de la palabra animación.
A diferencia de la animación occidental, el anime no estaba exclusivamente dirigido al público infantil. Todo lo contrario, lo que hizo del anime un fenómeno cultural en Japón fue que estaba pensado para todos los públicos. Niños, jóvenes y adultos fueron afectados por la guerra; niños, jóvenes y adultos debían levantarse de nuevo; el manga, y por extensión el anime, tenía la tarea de enseñarles a caminar de nuevo. Por esta razón se desarrollaron varios géneros dentro del anime: shojo, dirigido a chicas adolescentes; shonen, dirigido a chicos adolescentes; seinen, dirigido a hombres jóvenes y adultos; josei, dirigido a mujeres jóvenes y adultos; kodomo, dirigido a niños, e incluso el hentai, género con contenido pornográfico.
Tal vez este mismo hecho sea la razón por la que, en un inicio, el anime no tuviera buena acogida entre el público occidental. Las heridas de la guerra dotaban al género de un existencialismo, un vocabulario maduro y algunas escenas de sexo y violencia que no se encontraban dentro de la animación de Occidente. A pesar de lo anterior, el anime se abrió camino poco a poco, gracias a que encontró en los jóvenes un nicho de mercado. Meteoro (Mach Go Go Go) y Mazinger Z dieron inicio a esta nueva ola a lo largo de la década de los 70. Después vino Gundam en los 80 y, finalmente, los 90 fueron testigos del auge del anime. Dragon Ball, Yu-Gi-Oh, Pokémon, Ranma ½, Los caballeros del Zodiaco y Supercampeones son sólo unos cuantos ejemplos de las series que encontraron su lugar en audiencias lejos de Japón. Fue tal su éxito que, por ejemplo, años después varios jugadores de fútbol europeos reconocieron sentir pasión por el deporte luego de ver Supercampeones.
Hasta ese momento, sólo el shonen había alcanzado un verdadero éxito en Occidente, con uno que otro destello del seinen, como Akira y Evangelion, pero el anime era más que eso, mucho más. ¿Cuántas series de anime se han transmitido por televisión en Japón? Es imposible contarlas. Más de 800 empresas se dedican a producir este tipo de animación y existe el público que las recibe y consume. Con tal cantidad de producción, el shonen no era suficiente. En 2001, cuando El viaje de Chihiro se ganó el Óscar a mejor película de animación, el mundo se percató de que el anime no era cuestión de un nicho adolescente: era una fuente insaciable de historias que merecían ser contadas.
Así fue como le dio la bienvenida a otros éxitos shonen como Naruto y Fullmetal Alchemist, pero también a series seinen como Death Note, Monster y Gantz, y a series jonen como Nana. Incluso, el cine estadounidense se vio influenciado por el anime cuando El cisne negro e Inception se inspiraron en Perfect Blue y Paprika, respectivamente.
El crecimiento se fue reflejando en las cifras que reportaba esta industria año a año. Para 2001 alcanzó una cifra aproximada de 1.200 millones de euros. Para 2013 ya llegaba a 10.782 millones de euros y en 2016 se ubicó en 15.000 millones de euros.
Y fue en 2016 que llegó Kimi no na wa (Your Name). En menos de cinco meses, esta película recaudó US$332 millones. Se exportó a otros países, estando varias semanas en cartelera en mercados como China, Corea del Sur, España y Estados Unidos. Al final de su emisión en cines, recaudó un total de US$358 millones, superando a El viaje de Chihiro.
Una vez más, el mundo volcó su atención sobre Japón para darse cuenta de que el panorama no estaba colmado solamente por Kimi no na wa. Miles de series de anime ya se veían en páginas web como Crunchyroll, muchas más que las que tenían un alto éxito en televisión occidental; ya existía un nombre propio para los fans del anime: otaku, y había otras películas con calidad suficiente para pelear un premio Óscar, como Una voz silenciosa y En este rincón del mundo. Entre la venta de un DVD acá y un streaming allá, la mayor expresión cultural de Japón había permeado al mundo.
Y ahora nos encontramos con Netflix, Amazon y Hulu yendo detrás del anime. En 2018, Netflix invertirá US$8.000 millones en la producción de series y películas originales, entre las que se incluyen 30 series de anime, sin contar las decenas de series más que transmite por medio de licencias.
Amazon lanzó a través de su plataforma Prime un canal dedicado exclusivamente al anime, llamado Anime Strike, y hace un tiempo Sony pagó US$143 millones por Funimation, el mayor distribuidor de anime en Estados Unidos, que ya tiene su propio servicio streaming, llamado Funimation Now.
Luego de muchos años, hoy el mundo sabe que el anime es memoria y dolor, es cultura y sentido de pertenencia, es un estilo de vida en donde caben desde el más pequeño hasta el más viejo. El anime es Japón para el mundo.