El baile de los que sobran: la población sándwich en la crisis del COVID-19
Aquí se pueden encontrar los trabajadores independientes, el ejército de contratistas por prestación de servicios y, en general, personas que al no estar cerca a la línea de pobreza o la completa formalidad, no acceden a los apoyos oficiales en medio de la crisis del COVID-19. ¿Cuál es su situación?
Diego Gueavara* y Santiago La Rotta
“Recuerda el viejo dicho: los primeros ochenta años son los difíciles, después te mueres y quedas muy tranquilo. Pues bien, ahora los primeros ochenta años no son solo difíciles, sino que, a este paso, pronto serán todos laborables”. Las palabras pertenecen a uno de los personajes creados por el escritor griego Petros Márkaris, autor reconocido principalmente por sus novelas policíacas protagonizadas por el comisario Kostas Jaricos.
Por extraño que parezca, las novelas en las que el comisario detiene al mal (o al menos lo intenta) no son tratados sobre lógica y criminalística, sino más crónica social en la Grecia moderna, un país con una historia ilustre definida por palabras como Dramaturgia y Filosofía (en mayúscula, por supuesto), cuyo presente ha sido redefinido por términos como Crisis y Crédito (mayúsculas también).
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A pesar de sus diferencias y particularidades, todas las crisis terminan por parecerse un poco, los 80 años laborales pueden ser en Grecia o en Colombia: “Yo lo que siento es que no hay para dónde correr. Y uno trabaja, pero ahora es imposible pensar en trabajo, ¿cuál, dónde? La recuperación de esto nos va a tomar toda la vida. Pensión es un impensable y pienso a veces que no hablamos tanto de vivir, como de sobrevivir. En estos días estuve releyendo cosas por ahí y me acordé del final de El coronel no tiene quien le escriba: cuando la tarjeta de crédito llegue al límite va a tocar comer mierda”.
Quien habla es Álvaro Ramírez**, un corrector de estilo y editor de contenido quien reside en Bogotá y trabaja de forma independiente con la industria editorial. Sus palabras sirven para ilustrar cómo se encuentra una población que puede pasar de agache en medio de una crisis jamás antes vivida: no está en situación de vulnerabilidad, pero también sufrió un frenazo económico en medio de la pandemia. En otras palabras, son personas que no acceden a las ayudas del Estado porque no son el objeto de estas, pero su condición se puede deteriorar rápidamente al no tener mayores redes de seguridad, excepto el acceso a préstamos rápidos vía tarjeta de crédito (un panorama que, de por sí, puede constituir una vulnerabilidad).
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Como se anunció aquí hace cerca de un mes, las más recientes medidas para enfrentar la crisis han sido de todo menos convencionales. En términos de apoyos a la población de manera directa el Gobierno nacional se ha querido enfocar en los menos favorecidos con transferencias monetarias, en este grupo están principalmente quienes hacen parte del Sisbén (población focalizada) y algunos ciudadanos que por su nivel de ingresos bajos orbitan alrededor de la línea de pobreza y han podido acceder al ingreso solidario. No obstante, quienes orbitan zonas grises de nivel de ingresos, y que no están en las bases del Gobierno, empiezan a ejercer presión en las periferias de algunas ciudades por la ausencia de alimentos.
Por otro lado, algunos trabajadores del sector formal podrían verse beneficiados por las ayudas del Gobierno a las pymes y otros más cuentan con la fortuna de poder virtualizar su empleo, lo que les permite al menos temporalmente mantener su nivel de ingresos.
En medio de estos dos tipos de población se encuentra una gran parte de las personas que afrontan serios problemas con sus ingresos ante esta crisis y que quedan desprotegidos por cuenta de la parálisis de una gran parte de la economía, y por eso la podemos denominar una población “sándwich”.
Vale la pena aclarar que, aunque algunos autores utilizan en la literatura el concepto de la generación “sándwich” para denominar a las personas que mantienen tanto a sus hijos como a sus padres, en este caso hacemos referencia a quienes pueden ser parte de la economía popular sin ser pobres, aquellos con contratos temporales de no más de dos salarios mínimos que transitan entre la formalidad y la informalidad.
En este espectro está el ejército de contratistas por prestación de servicios de bajos ingresos que año a año trabajan sin vacaciones, primas o prestaciones. Si se mira en términos per cápita siguiendo los datos del GIT (Grupo Interno de Trabajo) con base en Gran Encuesta de Hogares se podría pensar en hogares que tienen un ingreso per cápita entre $350.000 y $800.000, pero con alta inestabilidad laboral.
También se puede encontrar en este rango a familias con pequeños negocios, aquellas que viven del alquiler de cuartos y que incluso algunas veces a través de la deuda han podido acceder a diferentes bienes de consumo o trabajo como motos, computadores o vehículo. Acá encontramos a los dueños de pequeñas peluquerías, a los taxistas que alquilan un carro a diario y a muchos pequeños emprendimientos que sobreviven incluso con tiempos mayores a 14 horas diarias de trabajo.
Son personas como Laura Cañón**, una estilista independiente quien vio cómo su fuente de ingresos se secó de repente, como el agua que deja de salir de un grifo. “Todos tenemos deudas. Eso preocupa. Pero también asusta que, aunque hay algo de ahorros, cuando esos se vayan, qué pasa. Uno lee las noticias y obvio asusta no saber cuándo pueda comenzar a pasar esto y mientras tanto se acaba lo poco que se había acumulado y es comenzar a vivir al debe sin posibilidad de ayuda de nadie. Vivir después para los bancos suena muy cruel”.
Aunque los pequeños empresarios y los independientes puedan no ser vistos como vulnerables, la crisis los expone de manera particular: su mayor fragilidad es estar en la mitad entre la asistencia social y la imposibilidad de retomar sus labores. El coronavirus es una calamidad que se mueve a distintas velocidades, habilitada o ayudada por inequidades y distorsiones sociales. Si en las personas más pobres sus efectos pueden ser escalofriantemente rápidos, en la población sándwich también podríamos estar hablando de una tragedia, solo que será en cámara lenta.
Según datos del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario, una persona en el mercado laboral puede denominarse vulnerable si le es imposible cumplir sus funciones con teletrabajo o si no hace parte de los sectores que siguen funcionando como alimentos o salud. Muchos de los que están funcionando también afrontan crisis de baja demanda. Bajo este criterio, 64 % de los trabajadores en la categoría de informal enfrentan altos niveles de vulnerabilidad. Sin lugar a duda, la población sándwich es significativa dentro de la composición de la economía colombiana, por decir lo menos.
Una parte de esta población podría asociarse al concepto de “precariado” desarrollado por el profesor británico Guy Standing, un término que surge del debilitamiento del proletariado como clase social organizada alrededor de las dinámicas fabriles y emerge ante la flexibilidad y volatilidad en el mundo del trabajo en tiempos de globalización financiera.
El precariado, entonces, se asocia a una clase heterogénea en composición educativa y sectorial, pero marcada por un rastro, eterno y acaso siniestro, de contratos temporales y constante incertidumbre en el mundo laboral.
La estructura flexible y las dinámicas de desindustrialización de muchas economías en desarrollo han llevado a que millones personas que antes eran parte de las clases trabajadoras asalariadas tengan que saltar a la economía del rebusque, como bien lo anticipo la gran economista británica Joan Robinson: “Un hombre que no puede encontrar un trabajo regular naturalmente empleará su tiempo tan útilmente como pueda. Por lo tanto, excepto bajo condiciones peculiares, una disminución de la demanda efectiva que reduce la cantidad de empleo ofrecido en las industrias no conducirá al ‘desempleo’ en el sentido de ociosidad total y más bien conducirá a los trabajadores a una serie de ocupaciones”, que usualmente serán informales y no cualificadas. Esa es la realidad de una gran parte del tejido económico de la población sándwich que hoy camina el filo de la navaja en medio de la pandemia.
Una parte de la llamada “nueva clase media” también hace parte de este grupo. Para el sociólogo brasilero Jessé de Souza, este grupo emergente se puede entender como una clase trabajadora que consiguió conquistar algunas mejorías, muy leves, en su condición social, pero a través de un fuerte nivel de sobrexplotación, con trabajo y estudio combinado y endeudamiento.
Una gran parte de esta población puede estar en un mayor riesgo y no tiene acceso a ninguna ayuda por parte de los programas estatales. Al final, la reflexión interesante de Souza es si este concepto de clase media emergente oculta los problemas distributivos de muchas economías en desarrollo, en vez de ser un estandarte de optimismo cuando el ciclo económico es bueno.
Ante la crisis del COVID-19, que sin duda puede señalarse como la gran tragedia, en lo que va corrido del siglo XXI, la población sándwich enfrentará grandes retos y, desafortunadamente, no serán tenidos en cuenta dentro de las políticas de apoyo.
Hoy están recurriendo al endeudamiento formal e informal para continuar con la cabeza por fuera del agua. Para muchos colombianos en esta franja, los avances de las tarjetas de crédito pueden ser el único respiro y esto implica que quedarán amarrados en el círculo vicioso del endeudamiento y el refinanciamiento continuo, como los personajes de una tragedia en la que se vive siempre el mismo día. ¿Qué día es hoy?: es tiempo de endeudarse para pagar las deudas.
Por eso más que nunca las medidas deben ser más radicales y dejar de concentrarse en el foco, pues muchos otros necesitan ser parte de las políticas de apoyo del Estado en esta gran crisis que definirá parte de la historia del siglo XXI.
* Profesor de la Escuela de Economía de la Universidad Nacional.
** Nombres cambiados por petición de las personas.
“Recuerda el viejo dicho: los primeros ochenta años son los difíciles, después te mueres y quedas muy tranquilo. Pues bien, ahora los primeros ochenta años no son solo difíciles, sino que, a este paso, pronto serán todos laborables”. Las palabras pertenecen a uno de los personajes creados por el escritor griego Petros Márkaris, autor reconocido principalmente por sus novelas policíacas protagonizadas por el comisario Kostas Jaricos.
Por extraño que parezca, las novelas en las que el comisario detiene al mal (o al menos lo intenta) no son tratados sobre lógica y criminalística, sino más crónica social en la Grecia moderna, un país con una historia ilustre definida por palabras como Dramaturgia y Filosofía (en mayúscula, por supuesto), cuyo presente ha sido redefinido por términos como Crisis y Crédito (mayúsculas también).
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A pesar de sus diferencias y particularidades, todas las crisis terminan por parecerse un poco, los 80 años laborales pueden ser en Grecia o en Colombia: “Yo lo que siento es que no hay para dónde correr. Y uno trabaja, pero ahora es imposible pensar en trabajo, ¿cuál, dónde? La recuperación de esto nos va a tomar toda la vida. Pensión es un impensable y pienso a veces que no hablamos tanto de vivir, como de sobrevivir. En estos días estuve releyendo cosas por ahí y me acordé del final de El coronel no tiene quien le escriba: cuando la tarjeta de crédito llegue al límite va a tocar comer mierda”.
Quien habla es Álvaro Ramírez**, un corrector de estilo y editor de contenido quien reside en Bogotá y trabaja de forma independiente con la industria editorial. Sus palabras sirven para ilustrar cómo se encuentra una población que puede pasar de agache en medio de una crisis jamás antes vivida: no está en situación de vulnerabilidad, pero también sufrió un frenazo económico en medio de la pandemia. En otras palabras, son personas que no acceden a las ayudas del Estado porque no son el objeto de estas, pero su condición se puede deteriorar rápidamente al no tener mayores redes de seguridad, excepto el acceso a préstamos rápidos vía tarjeta de crédito (un panorama que, de por sí, puede constituir una vulnerabilidad).
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Como se anunció aquí hace cerca de un mes, las más recientes medidas para enfrentar la crisis han sido de todo menos convencionales. En términos de apoyos a la población de manera directa el Gobierno nacional se ha querido enfocar en los menos favorecidos con transferencias monetarias, en este grupo están principalmente quienes hacen parte del Sisbén (población focalizada) y algunos ciudadanos que por su nivel de ingresos bajos orbitan alrededor de la línea de pobreza y han podido acceder al ingreso solidario. No obstante, quienes orbitan zonas grises de nivel de ingresos, y que no están en las bases del Gobierno, empiezan a ejercer presión en las periferias de algunas ciudades por la ausencia de alimentos.
Por otro lado, algunos trabajadores del sector formal podrían verse beneficiados por las ayudas del Gobierno a las pymes y otros más cuentan con la fortuna de poder virtualizar su empleo, lo que les permite al menos temporalmente mantener su nivel de ingresos.
En medio de estos dos tipos de población se encuentra una gran parte de las personas que afrontan serios problemas con sus ingresos ante esta crisis y que quedan desprotegidos por cuenta de la parálisis de una gran parte de la economía, y por eso la podemos denominar una población “sándwich”.
Vale la pena aclarar que, aunque algunos autores utilizan en la literatura el concepto de la generación “sándwich” para denominar a las personas que mantienen tanto a sus hijos como a sus padres, en este caso hacemos referencia a quienes pueden ser parte de la economía popular sin ser pobres, aquellos con contratos temporales de no más de dos salarios mínimos que transitan entre la formalidad y la informalidad.
En este espectro está el ejército de contratistas por prestación de servicios de bajos ingresos que año a año trabajan sin vacaciones, primas o prestaciones. Si se mira en términos per cápita siguiendo los datos del GIT (Grupo Interno de Trabajo) con base en Gran Encuesta de Hogares se podría pensar en hogares que tienen un ingreso per cápita entre $350.000 y $800.000, pero con alta inestabilidad laboral.
También se puede encontrar en este rango a familias con pequeños negocios, aquellas que viven del alquiler de cuartos y que incluso algunas veces a través de la deuda han podido acceder a diferentes bienes de consumo o trabajo como motos, computadores o vehículo. Acá encontramos a los dueños de pequeñas peluquerías, a los taxistas que alquilan un carro a diario y a muchos pequeños emprendimientos que sobreviven incluso con tiempos mayores a 14 horas diarias de trabajo.
Son personas como Laura Cañón**, una estilista independiente quien vio cómo su fuente de ingresos se secó de repente, como el agua que deja de salir de un grifo. “Todos tenemos deudas. Eso preocupa. Pero también asusta que, aunque hay algo de ahorros, cuando esos se vayan, qué pasa. Uno lee las noticias y obvio asusta no saber cuándo pueda comenzar a pasar esto y mientras tanto se acaba lo poco que se había acumulado y es comenzar a vivir al debe sin posibilidad de ayuda de nadie. Vivir después para los bancos suena muy cruel”.
Aunque los pequeños empresarios y los independientes puedan no ser vistos como vulnerables, la crisis los expone de manera particular: su mayor fragilidad es estar en la mitad entre la asistencia social y la imposibilidad de retomar sus labores. El coronavirus es una calamidad que se mueve a distintas velocidades, habilitada o ayudada por inequidades y distorsiones sociales. Si en las personas más pobres sus efectos pueden ser escalofriantemente rápidos, en la población sándwich también podríamos estar hablando de una tragedia, solo que será en cámara lenta.
Según datos del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario, una persona en el mercado laboral puede denominarse vulnerable si le es imposible cumplir sus funciones con teletrabajo o si no hace parte de los sectores que siguen funcionando como alimentos o salud. Muchos de los que están funcionando también afrontan crisis de baja demanda. Bajo este criterio, 64 % de los trabajadores en la categoría de informal enfrentan altos niveles de vulnerabilidad. Sin lugar a duda, la población sándwich es significativa dentro de la composición de la economía colombiana, por decir lo menos.
Una parte de esta población podría asociarse al concepto de “precariado” desarrollado por el profesor británico Guy Standing, un término que surge del debilitamiento del proletariado como clase social organizada alrededor de las dinámicas fabriles y emerge ante la flexibilidad y volatilidad en el mundo del trabajo en tiempos de globalización financiera.
El precariado, entonces, se asocia a una clase heterogénea en composición educativa y sectorial, pero marcada por un rastro, eterno y acaso siniestro, de contratos temporales y constante incertidumbre en el mundo laboral.
La estructura flexible y las dinámicas de desindustrialización de muchas economías en desarrollo han llevado a que millones personas que antes eran parte de las clases trabajadoras asalariadas tengan que saltar a la economía del rebusque, como bien lo anticipo la gran economista británica Joan Robinson: “Un hombre que no puede encontrar un trabajo regular naturalmente empleará su tiempo tan útilmente como pueda. Por lo tanto, excepto bajo condiciones peculiares, una disminución de la demanda efectiva que reduce la cantidad de empleo ofrecido en las industrias no conducirá al ‘desempleo’ en el sentido de ociosidad total y más bien conducirá a los trabajadores a una serie de ocupaciones”, que usualmente serán informales y no cualificadas. Esa es la realidad de una gran parte del tejido económico de la población sándwich que hoy camina el filo de la navaja en medio de la pandemia.
Una parte de la llamada “nueva clase media” también hace parte de este grupo. Para el sociólogo brasilero Jessé de Souza, este grupo emergente se puede entender como una clase trabajadora que consiguió conquistar algunas mejorías, muy leves, en su condición social, pero a través de un fuerte nivel de sobrexplotación, con trabajo y estudio combinado y endeudamiento.
Una gran parte de esta población puede estar en un mayor riesgo y no tiene acceso a ninguna ayuda por parte de los programas estatales. Al final, la reflexión interesante de Souza es si este concepto de clase media emergente oculta los problemas distributivos de muchas economías en desarrollo, en vez de ser un estandarte de optimismo cuando el ciclo económico es bueno.
Ante la crisis del COVID-19, que sin duda puede señalarse como la gran tragedia, en lo que va corrido del siglo XXI, la población sándwich enfrentará grandes retos y, desafortunadamente, no serán tenidos en cuenta dentro de las políticas de apoyo.
Hoy están recurriendo al endeudamiento formal e informal para continuar con la cabeza por fuera del agua. Para muchos colombianos en esta franja, los avances de las tarjetas de crédito pueden ser el único respiro y esto implica que quedarán amarrados en el círculo vicioso del endeudamiento y el refinanciamiento continuo, como los personajes de una tragedia en la que se vive siempre el mismo día. ¿Qué día es hoy?: es tiempo de endeudarse para pagar las deudas.
Por eso más que nunca las medidas deben ser más radicales y dejar de concentrarse en el foco, pues muchos otros necesitan ser parte de las políticas de apoyo del Estado en esta gran crisis que definirá parte de la historia del siglo XXI.
* Profesor de la Escuela de Economía de la Universidad Nacional.
** Nombres cambiados por petición de las personas.