El café se toma el Caquetá y lo endulza con nuevas oportunidades
Le contamos por qué un departamento que no es cafetero tiene un enorme potencial para convertirse en un eje de desarrollo de este producto y en una fuente de oportunidades para los caqueteños, como cuentan tres de ellos.
Carmen Rosa Ortega salió desplazada de Caquetá en 2007 y regresó con su familia tras más de una década, ya con sus dos hijos en la adultez. Desde hace cuatro años viven de los frutos de su finca de 14 hectáreas, ubicada en la vereda Las Brisas de la capital del departamento, Florencia.
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Carmen Rosa Ortega salió desplazada de Caquetá en 2007 y regresó con su familia tras más de una década, ya con sus dos hijos en la adultez. Desde hace cuatro años viven de los frutos de su finca de 14 hectáreas, ubicada en la vereda Las Brisas de la capital del departamento, Florencia.
En cuatro hectáreas cultivan café. “Nos gusta mucho porque siempre se va a poder vender, es un grano que se recoge de una vez y no hay que bregar para venderlo. Estamos muy motivados y agradecidos, por eso seguimos sembrando e investigando qué café se da acá”, dice Ortega.
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Caquetá tiene una geografía amplia, con climas y suelos variados. Existen áreas donde el cultivo se adapta sin inconvenientes. Aunque el patrón de lluvias por encima de 3.000 milímetros al año es propio de la región, que predomina entre abril y mediados de diciembre, se podría considera extremo para el cultivo, no impide que lo adopten los caficultores, explica Huver Posada, director para las oficinas coordinadoras del Piedemonte llanero de la Federación Nacional de Cafeteros (FNC).
Este cultivo representó un nuevo inicio para Ortega y su familia, aunque regresaron con el mismo temor que los obligó a irse: evitar el homicidio de su esposo.
“Él trabajaba para una entidad del Estado y lo echaron. Nosotros pusimos una tutela y la ganamos, pero no hicieron caso. Luego los demandamos y, en lugar de reintegrarlo, lo mandaron a matar. Los amigos de él nos avisaron y dio la casualidad de que yo estaba sola en la casa cuando llegaron por él. Me tocó negar todo. Dije que él no era mi esposo, que no lo conocía, que no tenía nada que ver con él, que solamente éramos amigos y venía de vez en cuando”, cuenta.
De ahí se fueron para el Putumayo, a una casa de la madre de Ortega, y allá descubrieron que quienes querían matar al esposo los habían seguido. Luego estuvieron cinco años en la frontera con Perú y de ahí se trasladaron a trabajar en la finca cafetera de los suegros de ella, en el Huila. Allí fue dónde aprendieron del café, hasta que vendieron la propiedad y se quedaron sin dónde vivir. Trabajaron administrando fincas cafeteras y ganaderas. Ahorraron y se fueron al Caquetá a comprar una tierrita en la que se radicaron
Confiesa que solo 10 hectáreas de su finca son trabajables y que estaban totalmente perdidas cuando llegaron, pero que su esposo poco a poco la ha ido recuperando.
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Un café robusto
Si bien Ortega lleva cuatro años dedicada al cultivo del café en ese departamento, realmente es un producto que lleva varias décadas creciendo en esas tierras. “En 1970 llegó la Federación a atender a los cafeteros, cuando empezó a tomar fuerza el café. Pero en la zona es muy importante, probablemente desde 1900”, detalla Posada.
Entonces, la tradición cafetera existe desde hace tiempo. Gracias a ello, el productor Jemer Castillo se dedica al cultivo, pues lo aprendió de sus padres. Empezó a trabajarlo desde sus 13 años y lleva la mitad de su vida en él. A sus 26 años, tiene una finca de 80 hectáreas, de las que puede producir en la mitad porque lo demás es bosque o es muy inclinado. Este colinda con el de su mujer, que también tiene un terreno de 30 a 35 hectáreas para trabajar, aunque el predio es de 70. Ambos se encuentran en la vereda La Gaviota, del corregimiento de San Pedro, Florencia.
“Cuando empecé había muy poquitos cultivos. El que más tenía eran 1.000 palos de café, ahora todas las fincas tienen como mínimo 2.000”, dice Castillo. Y asegura que todo el mundo ha sembrado porque es el producto más rentable y con un terreno pequeño basta para que sea sostenible.
El departamento tiene 3.608 hectáreas sembradas y 2.010 cafeteros, según la FNC. Aunque son números grandes, no son significativos en la producción nacional porque no representa ni el 1 % de esta. Y pertenece a una zona de expansión que es el Piedemonte llanero (Arauca, Casanare, Meta, Caquetá y Putumayo).
De manera que no es un departamento cafetero. Sin embargo, Posada espera que aumente el área sembrada y la producción. Un botón de muestra es la juventud de sus caficultores: mientras que el promedio de la población adulta mayor es de 44 % en el país, en el departamento es de apenas 10 %, según la Federación.
“Esto quiere decir que hay una juventud lista para empezar a buscar oportunidades en los sectores productivos del país. Así se garantiza un insumo clave: la mano de obra”, detalla Posada. Y resalta que también hay una cultura cafetera porque muchos de ellos vienen del Huila, principal productor del país.
Huver Posada, coordinador de la Federación, comenta que la zona tiene dos ventajas: es un foco nacional e internacional para la implementación del Acuerdo de Paz y la otra es la presencia de la institucionalidad, de la mano del café y la FNC. Ambos factores pueden hacer crecer el producto a gran escala.
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¿Por qué seduce el café?
Ortega y Castillo resaltan lo beneficioso que es el cultivo por su buen precio y lo fácil que resulta venderlo. Ante esto, Posada explica que se debe a que se transa en monedas más fuertes que el peso, como el dólar y el euro. Y recibe un dinero adicional por ser colombiano, dado su reconocimiento internacional.
La región tiene diversos cafés de alta calidad y los producen de manera sostenible. Tiene excelentes atributos que son muy apetecidos por compradores y consumidores exigentes en el ámbito internacional.
“Cuando hay más seguridad [orden público] la gente le apuesta al café porque es una inversión de largo plazo. Además, entidades como la Federación llevan institucionalidad al campo, pero se necesitan garantías para que la gente invierta”, afirma Luis Fernando Samper, consultor internacional en temas cafeteros.
Ese respaldo institucional también motiva a los productores. Jeremías Gómez lleva seis años con el cultivo en el municipio de Belén de los Andaquíes y espera que, gracias a ello, las autoridades construyan vías e infraestructura en las veredas.
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Gómez, así como Carmen Rosa Ortega, encontró una nueva oportunidad en la legalidad de los cafetales, a los que también se dedicaba su padre. Cuando se casó, comenzó a ser jornalero de otras fincas y se puso a quemar carbón, porque la esposa sabía hacerlo.
“Pero vimos que era dañino y se volvió ilícito. Pero me metí a algo más ilícito: sembrar hoja de coca. Alcancé a coger 80 arrobas mías, pero mis hijos y esposa también tenían las de ellos. Entre todos hacíamos 100 arrobas”, recuerda Gómez. Él mismo la procesaba en un laboratorio que montó, aprendió de los vecinos, que le contaban cómo se hace. Siguió en ello, pese a que le fumigaron los cultivos en 2000. Tras la firma del Acuerdo de Paz, entró al programa de erradicación y sustitución de cultivos.
“Mis hijos se pusieron a sembrar café en la finca. No nos falta la comida”, destaca Jeremías Gómez. En las 60 hectáreas de su finca tiene otros sembrados como plátano y árboles frutales, y algunos animales como codorniz, pato, gallina y cuy.
El café es parte fundamental de los ingresos para los protagonistas de estas tres historias. Más allá de eso, Caquetá tiene lo necesario para convertirse en un eje de desarrollo cafetero que traiga beneficios económicos y sociales a los cultivadores y comunidades con el desarrollo tecnológico, la asistencia técnica y la inversión en proyectos de infraestructura.
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