El concepto inglés de crony capitalism es usualmente traducido al español como capitalismo de compinches o capitalismo de amigotes. Este término alude a un tipo de capitalismo en el que el éxito de los empresarios no se debe al riesgo que asumen y su capacidad de innovación, sino a sus estrechos vínculos con el gobierno, las subvenciones que reciben de este en términos tributarios y unas condiciones convenientes para que los negocios más grandes tengan su rentabilidad garantizada.
La versión colombiana de este esquema la podríamos llamar el capitalismo de parceros, un esquema en el que durante años la puerta giratoria de funcionarios entre gremios y gobierno ha sido una práctica común y poco cuestionada.
Hay ministros TIC que terminan asesorando a las firmas que regulaban meses atrás, funcionarios públicos que vienen de los bancos o miembros del equipo de gobierno que hicieron carrera en gremios de la producción, defendiendo los intereses del comercio, por ejemplo, pero terminan encargados de la política de defensa.
Si bien estas prácticas no son ilegales y suelen presentarse en prácticamente todo lado, las normativas al respecto varían entre países y claramente en Colombia unas normas relativamente laxas han empoderado ese estrecho vinculo entre capital comercial, financiero y poder político.
El crony capitalism se siente cómodo con estructuras de mercado altamente concentradas en los principales conglomerados de un país. Aquí el sector bancario está concentrado en cerca del 70 % en cuatro grandes actores (Bancolombia, Aval, Davivienda y BVVA) y el renglón de las pensiones tiene una concentración de más del 60 % en dos actores (Porvenir y Protección).
Además, en otros sectores empresariales durante muchos años las dinámicas de cartelización y fijación de precios fueron comunes y solo en tiempos recientes, dados los incentivos de delación, se han empezado a ver sanciones contra las incontables prácticas de manipulación de precios que ha habido en productos como cuadernos, pañales, papel higiénico, vigilancia privada y tuberías. Estos ejemplos (que se quedan cortos para ilustrar el tamaño de este lastre) son en parte el resultado de las dinámicas del capitalismo de compinches, que ha sido la norma en las últimas décadas.
En el mundo rural, las realidades del capitalismo de compinches son dramáticas y se pueden ver en la brutal concentración de la propiedad. Carlos Suescún, en su tesis doctoral recientemente defendida en la Universidad de Campinas, en Brasil, muestra cómo en 2014 el índice de Gini en concentración de la propiedad en tierras alcanzaba cifras alrededor del 0,9 en departamentos como Córdoba y Meta, y concluye que por más que ha existido cierto grado de modernización en el campo, la estructura agraria no ha cambiado fundamentalmente y al final se trata de un esquema funcional para el statu quo de los capitalistas rurales colombianos que claramente están en el poder.
¿Qué implica todo esto? ¿Qué tiene que ver el capitalismo de los parceros con el llamado castrochavismo y los temores de intervenciones centrales al mercado?
Los libros básicos de texto de la economía de la corriente principal insisten en la noción del mercado perfecto, bajo los supuestos de la existencia de muchos compradores y vendedores que hacen que ninguno de los actores pueda influir en el precio en un escenario de información perfecta.
Muchos de los políticos locales se han quedado con esta versión de juguete de la economía y es la que defienden constantemente en sus discursos con referencias a las bondades del libre mercado y la competencia, pero pocas veces hablan de la concentración de la tierra, el ingreso y la riqueza, que afectan la democracia y el mercado que tanto les preocupan cuando les toca salir a hacer campaña.
En realidad, sus intereses y sus propuestas en los proyectos de ley son más cercanos a la influencia del lobby y el capitalismo de amigotes que al funcionamiento libre de los actores del mercado. A comienzos de 2020, La Silla Vacía publicó un muy buen reportaje titulado “Santiago Pardo, el tributarista del poder” un buen ejemplo de lobby y poder del capitalismo de compinches. El portal describe a Pardo como “un hombre que defiende a capa y espada los intereses del sector financiero y productivo, donde está el grueso de sus clientes, intereses que se ven plasmados en los artículos que logró introducir en la reforma tributaria”.
Con este análisis como telón de fondo, que señala hacia el mal funcionamiento del capitalismo colombiano (cuando la palabra habla de concentración, amigotes y baja competencia), entonces vale la pena preguntarse: ¿quiénes más venden el trajinado espanto del castrochavismo no son los mismos que terminan por torpedear el buen funcionamiento del mercado?
El castrochavismo tiene una relación con las elecciones similar a la que hay entre la paleta Drácula y el mes de octubre: ambos son productos de temporada.
Después de la pasada ronda electoral, el término desapareció de la escena política, pero con el arresto y posterior liberación del expresidente Álvaro Uribe, esta idea comenzó a hacer su ronda de nuevo entre los políticos de la derecha colombiana y, pareciera, será de nuevo el caballito de batalla de cara a los comicios de 2022.
Por desgracia, el término ha trascendido la discusión nacional y hoy es empleado también por latinos republicanos de Florida (EE. UU.) en pleno cierre de la campaña presidencial en ese país. Estos sectores ven en Joe Biden una supuesta amenaza castrochavista, algo que, como muchas otras cosas en esa elección, provoca risa nerviosa, pues Biden ni siquiera incomoda a los capitalistas financieros de Wall Street.
La caricatura del castrochavismo parte de la noción de que el capitalismo criollo funciona muy bien, con un mercado pleno en competencia y en fuerzas y balances que terminan beneficiando al usuario y recompensando la innovación.
Dato al margen: en medio de la peor crisis de la historia, en el segundo trimestre de este año, cuando el decrecimiento de la economía fue cercano al 15,7 %, uno de los sectores amigos, como es el financiero, registró un crecimiento del 1 %.
Hoy el temor no debe ser al castrochavismo, sino más bien a la permanencia de una estructura de producción, acumulación y distribución estática y acomodada a los intereses de las élites de amigotes que hacen un capitalismo a su gusto y distante de una mejor versión de este sistema, que tienda a mejorar la distribución, disminuir la acumulación y asegurar el buen funcionamiento de los mecanismos de asignación.
Al final estas eran las aspiraciones de los capitalistas de los años dorados (1940-1970), pero hoy el capitalismo es tan agresivo, clientelista y distorsionado que, curiosamente, los anhelos de muchos de los sectores alternativos y progresistas en Colombia y en el mundo son por tener un capitalismo más matizado.
*Profesor de la Escuela de Economía de la Universidad Nacional de Colombia.