El capítulo chino de Julián Torres Gómez, fundador de Fitpal
Publicamos un fragmento del libro "La Estupidez Colectiva" (sello Ediciones B), sobre cómo este emprendedor perdió el miedo y consolidó una red de gimnasios en América Latina con más de 450 sedes.
Especial para El Espectador *
El 16 de julio de 2012 me embarqué en la aventura de mi vida. Justo después de terminar las últimas materias en la universidad, decidí irme a vivir a China. Quería tener una experiencia única, diferente, enriquecedora y que transformara mi forma de ver el mundo. Algo en mí me decía que tenía que salir de Colombia y conocer cómo era vivir en una sociedad lejana, con otros valores y reglas de juego. Estaba cansado de la rutina en Bogotá y no me convencía seguir el camino que estaban siguiendo todos los que se estaban graduando conmigo —entrar a trabajar en una multinaciona de consumo masivo—. Ni siquiera estaba seguro de por qué había estudiado Administración de Empresas en primer lugar, y mucho menos qué quería hacer con mi vida. Lo que sí sabía era que quería tener una experiencia fuera de lo normal. (Le puede interesar: Así funciona Fitpal)
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El 16 de julio de 2012 me embarqué en la aventura de mi vida. Justo después de terminar las últimas materias en la universidad, decidí irme a vivir a China. Quería tener una experiencia única, diferente, enriquecedora y que transformara mi forma de ver el mundo. Algo en mí me decía que tenía que salir de Colombia y conocer cómo era vivir en una sociedad lejana, con otros valores y reglas de juego. Estaba cansado de la rutina en Bogotá y no me convencía seguir el camino que estaban siguiendo todos los que se estaban graduando conmigo —entrar a trabajar en una multinaciona de consumo masivo—. Ni siquiera estaba seguro de por qué había estudiado Administración de Empresas en primer lugar, y mucho menos qué quería hacer con mi vida. Lo que sí sabía era que quería tener una experiencia fuera de lo normal. (Le puede interesar: Así funciona Fitpal)
Escogí el lugar más alejado y raro que pude encontrar en el mapa, Beijing, China, y pocos días antes de mi ceremonia de grado compré un tiquete de avión, me inscribí en un curso básico de mandarín en BLCU (Beijing Language and Culture University), saqué la visa china, firmé un poder para que mi mamá reclamara mi diploma de la universidad y me fui. Recuerdo el momento en el que pisé el aeropuerto de Beijing como si fuera ayer. Después de veinticuatro horas de viaje, me bajé del avión hacia las 11:00 p. m. y sentí pánico. Estaba a 14.930 km de mi casa, en un país totalmente ajeno, sin saber decir “Hola” en mandarín y sin un teléfono inteligente para poderme comunicar con mi casa y avisar que había llegado. Por primera vez en mi vida supe lo que era sentirse realmente solo y aislado. Era una noche de verano en Beijing y la temperatura era de 30 °C. El ambiente se sentía denso y lo primero que me impactó de esa inmensa ciudad fue su polución, era como se veía en las fotos y en los documentales.
La visibilidad era altamente obstruida por una gran nube de humo que daba la sensación de estar en una ciudad posapocalíptica. Esa noche, a bordo de un taxi viejo que me llevó al apartamento donde pasaría la primera noche, recuerdo haber mirado por la ventana con nostalgia y haberme puesto a escribir, fotografiar y grabar en video todo lo que pudiera de mi experiencia para nunca olvidarla. No había empezado y ya sentía que se me iba a esfumar de mis recuerdos; sabía que sería algo especial. Y así fue, durante los 365 días que permanecí en Asia, grabé más de catorce horas de video, tomé más de dos mil quinientas fotos y escribí veinte páginas sobre experiencias aisladas. Guardé todas esas memorias en un disco duro extraíble que luego escondí en mi mesa de noche en Bogotá para nunca perderlas.
En diciembre de 2017, mientras estaba de vacaciones, se entraron los ladrones a mi apartamento en Bogotá y entre las cosas que se llevaron estaba el disco duro con todos mis recuerdos de China. En tan solo un instante, 365 días de memorias se habían perdido. Por fortuna, meses después encontré una de las libretas originales en las que solía escribir algunas reflexiones que había olvidado y, casi que por arte de magia, llegaron en un momento en el cual las necesitaba más que nunca. Fitpal, la empresa que había fundado dos años atrás, en noviembre de 2015, y que había experimentado algo de tracción en el mercado, no había levantado más financiación y tenía veinte mil pesos en el banco. Si no encontrábamos una fuente de capital en la próxima semana, tendríamos que cerrar. Nos enfrentábamos a tener que recortar nuestra nómina, pasarnos a oficinas más pequeñas y negociar términos de pago con los cuatrocientos gimnasios a los que les debíamos cientos de millones de pesos.
El sentimiento no se puede ni comenzar a explicar. Tantas horas de trabajo, tanto esfuerzo y tanto sudor estaban en riesgo de extinción y mi carrera profesional, en juego. Necesitaba urgentemente algo que me sacara de mi propia cabeza y que me recordara todas esas lecciones valiosas que aprendí en China. Ese día abrí la libreta verde y vi un texto que escribí y de inmediato se me aguaron los ojos. El texto describe de una manera muy coloquial una de las experiencias que cambiaron mi forma de ver la vida y enfrentarme al miedo. Fue un momento en el que tuve una epifanía, me enfrenté a un miedo gigante, y sentí cómo la vida tenía sentido momentos después.
Antes de esa experiencia, siempre había sido una persona muy nerviosa y miedosa. Desde pequeño había aprendido a tenerle miedo a todo —los aviones, las montañas rusas, las alturas, los caballos, las motos y los rayos—. Seguramente todos esos miedos podían ser ubicados en un miedo general, la muerte, que aprendí desde mi operación de corazón a los tres años de edad. Sin embargo, el 12 de agosto de 2012, eso cambió rotundamente. Ese día decidimos hacer un viaje con unos amigos a Longqing Gorge, un parque natural suntuoso, a 90 km de Beijing, en un pueblo llamado Gucheng, donde hay un parque de diversiones cuya atracción turística más importante es el bungee jump. Era un día soleado, tranquilo; el verano estaba en su esplendor y mis amigos tenían más energía que nunca. Se les había metido en la cabeza que se tirarían de Bungee en ese parque.
Recuerdo haber sufrido todo el camino en el bus hacia el parque porque mis amigos me estaban presionando para que también lo hiciera y todo mi ser me decía que no debía hacerlo, que así era como la gente se mataba trágicamente. Nada de lo que me decían resultaba divertido o emocionante. El solo hecho de pensar en tirarme de un puente amarrado de una cuerda me espantaba y a mi mente solo llegaban los aterradores cuentos que había oído en algún momento sobre saltos fallidos. Estuve paralizado del miedo todo el día y casi no disfruté las otras atracciones. Cuando llegó el momento de que mis amigos hicieran el salto, me preguntaron una última vez si estaba seguro de que no quería hacerlo. Estaba seguro de que no quería hacerlo. Lo había decidido. Pero en ese momento mi forma de pensar cambió.
Un pensamiento profundo se apoderó de mí en ese momento y me dije a mí mismo: “Tengo que hacer esto. Esto hace parte de la experiencia. No puedo estar acá en China y perderme de esto solo por el miedo. Me voy a arrepentir. ¿Cuántas veces me he perdido de cosas por tener miedo?”. Finalmente dije que sí, firmé el contrato que liberaba al parque de la responsabilidad, pagué 150 yuanes y me subí a la plataforma. Esto fue lo que escribí en aquel texto después de haber realizado el salto exitosamente:
14 de agosto de 2012
Perder el miedo a las cosas del mundo y a las situaciones es lo más
importante que uno puede hacer. El primer paso que di para superar
mis miedos fue tirarme de bungee en Longqing Gorge 龙庆峡. Llegué
aterrorizado al parque y me repetí al menos cien veces que no lo iba a
hacer. Pensaba en lo peligroso que podía llegar a ser y en lo atemorizante
que sería enfrentarme a la muerte. Pero lo que más me frenaba eran las
imágenes de mi mamá y de mi abuela aterrorizadas y escandalizadas.
En un momento dado me di cuenta de que no podía seguir viviendo mi
vida de esta manera. Retrocedía a la época en la que no me montaba
en las montañas rusas en Disney y recordé lo mucho que había sufrido
y cómo me había arrepentido después. Esta vez no podía actuar como
un niño chiquito. Si me iba a morir, me moriría ese día, un día espectacular,
junto a mis amigos en un parque natural suntuoso.
Fue la primera vez en mi vida que decidí enfrentarme a mi mayor
miedo: la muerte. Apenas lo hice sentí una liberación increíble. Me
liberé a mí mismo de mi ego, mis creencias, mis hábitos. Hoy siento
como si no hubiera nada en el mundo que no pueda hacer. Todo se
logra, todo se soluciona y puedo convertirme en lo que yo quiera. La
clave es enfrentarme al miedo de dejarme caer al vacío. Dejarse llevar.
A partir de ese momento mi vida no fue la misma. Darmecuenta de que podía lograr cualquier cosa si me lo proponía fue revelador. Me juré a mí mismo que haría que mi vida fuera emocionante y única todos los días, y que para lograr eso aceptaría los retos que me llegaran sin importar qué tanto miedo me dieran. Pensando de esta manera y diciéndoles sí a las oportunidades sin pensar en el miedo que sintiera, ese año en China tuve las experiencias más bizarras e increíbles de mi vida. Me convertí en cantante para eventos corporativos y matrimonios, actué como extra en una serie china, fui profesor de guitarra, subí las 6.600 escaleras del monte Tai (泰山, una de las cinco montañas sagradas del taoísmo) con una rodilla recién dislocada, viajé a Corea como agente encubierto para investigar un caso de dumping de un químico, y junto con unos amigos me conseguí la representación exclusiva para Latinoamérica de una empresa coreana de sanitarios inteligentes.
En 2017, después de leer el texto que había escrito años atrás, me llené de valor, decidí aceptar la situación en la que estaba Fitpal y me prometí que me tiraría al vacío hasta el final siendo lo más valiente posible. Resolví ir a un evento de emprendimiento al que no quería ir porque ya me había dado casi que por vencido; me paré a dar un pitch de negocio con la misma energía que cuando fundé la empresa. Si moría ese día, moriría con la frente en alto, en un día espectacular, al lado de emprendedores talentosos y de mi equipo de trabajo. Ese día, como si la vida me hubiese mandado un mensaje, un inversionista se me acercó después del evento y me dijo: “Estamos interesados en invertir en Fitpal. Vaya a mi oficina el lunes”.
Y así fue como cerramos la ronda número dos de capital de nuestra adorada empresa. La vida funciona de formas extrañas. Simplemente hay que dejar que se desenvuelva en frente de nosotros y no resistirnos a nada. Los emprendedores tienen características que desafían totalmente los paradigmas con los que hemos crecido y todos nuestros miedos. Por lo general, encuentran la forma de salirse de las percepciones que los frenan y del miedo que paraliza. Aprenden a ver las situaciones como oportunidades de crecimiento y se desprenden de los resultados, entendiendo que lo único que tienen que hacer es dejarse caer al vacío y tratar de materializar lo que está en su cabeza.
Casi todos los emprendedores que he estudiado y que conozco poseen un set de cualidades que me gustaría explorar en este capítulo. Siempre he pensado que estas cualidades se relacionan muy de cerca con partes del cuerpo humano. Me gusta verlas como los gadgets que se pegan al cuerpo del emprendedor y lo hacen ser una especie de superhéroe. De alguna manera todos ya las poseemos, en muchas ocasiones hemos tenido una relación
cercana con ellas, pero el mundo académico y el mundo corporativo nos obligaron a guardarlas bien adentro para no salirnos de nuestro libreto y minimizar las probabilidades de poner en cuestión nuestra inteligencia. Sin embargo, es importante poder reencontrarnos con ellas y, así como el meditador vuelve a ser consciente de su cuerpo y la respiración, el emprendedor debe reconectarse con estas partes para explorar su potencial y encontrar ese nirvana que todos buscamos.
*Se publica por Cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial.