El día después de perder el grado de inversión
No es cierto que una reforma tributaria adicional fuera la solución para no perder el grado de inversión y si lo hubiera sido, no quiere decir que mantener la calificación implicaría un dólar o unas tasas de interés mucho más bajas a las actuales.
Felipe Campos*
El 19 de mayo pasará a la historia como la segunda vez que Colombia perdió el grado de inversión. Y si se dan las expectativas, una segunda calificadora, Fitch, se unirá a la decisión de Standard & Poor’s (S&P) incluso antes de que termine el semestre. Con esto nuestro historial dirá que perdimos el grado de inversión en 1999, lo recuperamos en 2011 y se nos volvió a ir en el 2021. Un baile de décadas que confirma lo trascendente del evento.
También te puede interesar: Colombia tardaría al menos dos años en recuperar el grado de inversión
Sin embargo, la pregunta es si Colombia verdaderamente amaneció siendo un país diferente el 20 de mayo, el día después del anuncio de la calificadora.
La respuesta corta es no tanto. Si bien sería mejor no haberlo perdido, la mayoría de las tendencias que hoy estamos viviendo sin el grado ya las estábamos viviendo antes. Nuestro Gobierno lleva años pagando tasas de interés más altas que cualquier país con igual grado de inversión, Colombia tenía una de las monedas más devaluadas del mundo antes de presentar la primera reforma tributaria de 2021 y la inflación global de este año nos subió las tasas de interés cuatro veces más que el anuncio de S&P.
Esto no significa que las calificaciones no importen, solo que su ruido hay que reducirlo a sus justas proporciones.
Primero que todo, del 90 % al 95 % de los extranjeros que le prestan al Gobierno no están restringidos por el grado de inversión. Esto quiere decir no solo que Colombia ha logrado una base de grandes inversionistas institucionales que literalmente vinieron porque quisieron, sino lo suficientemente profesionales para entender anticipadamente el deterioro de nuestros números.
En otras palabras, detrás de una narrativa en la que Colombia, gracias a la regla fiscal y una reforma tributaria cada 18 meses, defendió el grado de inversión, la realidad es que desde el 2017 el mercado decidió subirle las tasas de interés al país debido principalmente a que nuestro endeudamiento nunca dejó de subir.
Así que si lo piensan bien el bajo impacto de la pérdida de calificación no es porque no sea importante, sino porque hace rato estamos pagando los costos de nuestra alta dependencia de los vaivenes de las materias primas y un régimen tributario que se gana todos los premios de la OECD: el de menor recaudo, el de mayor regresividad y el más complejo.
Todo lo anterior para reforzar varias ideas. Primero, no es cierto que una reforma tributaria adicional fuera la solución para no perder el grado de inversión y si lo hubiera sido, no quiere decir que mantener la calificación implicaría un dólar o unas tasas de interés mucho más bajas a las actuales. Como no sucedió con las tres reformas anteriores desde el 2016.
Por el lado optimista, también hay que resaltar que en un entorno mundial de tasas bajas, los intereses que pagamos hoy siguen siendo menores que los pagados en la última década mientras tuvimos el grado de inversión.
Segundo, no es que no necesitemos una reforma. Solo que no una diseñada para calmar a las calificadoras, que abiertamente dicen que no les importa la forma en que cuadremos la caja. Sino una estructural que deje de mostrar el perro a cuadros que somos en estándares internacionales: bajo recaudo, un montón de gente y empresas escondidas del fisco, otras aprovechando su complejidad, exenciones altísimas y muy pocas personas y sobre todo empresas cargando el grueso del cobro. Sin embargo, todo pareciera indicar que esta no es la tributaria que vendría en el corto plazo.
En tercer lugar, es importante dejar de culpar a un solo gobierno, a las manifestaciones o la falta de reforma por la pérdida del grado de inversión.
Esto de las calificaciones es una carrera de relevos. Iván Duque pierde un nivel en sus cuatro años de presidencia y Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe ganaron uno en cada uno de sus ocho años. Es tan criticable la actuación actual como no haber corrido más rápido en doce años de fortaleza de materias primas entre 2002 y 2014.
En este aspecto histórico la verdadera falla no es perder el grado en 1999 y volver a perderlo en 2021. A finales de los años 90 éramos el segundo mejor riesgo de la región después de Chile. Hoy somos el quinto, donde solo les ganamos a Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador y Brasil, y tres de esos países estuvieron quebrados hace muy poco.
Terminemos con la coyuntura del 2021. El dólar estará presionado al alza hasta que una segunda calificadora se una a la decisión de S&P, momento en que será oficial la pérdida del grado y tendríamos ventas forzadas de bonos del 5 % al 10 % del total que tienen los extranjeros.
En este contexto, la inflación es el verdadero golpe a vigilar. No solo por la subida del dólar, sino porque ya estaba sorprendiendo al alza antes y junto a los paros es muy probable que llegue en algún momento del año al 4 %. Los precios no solo afectan a un consumidor que se está tratando de levantar de la lona, sino que eventualmente acabarán con las tasas de interés más bajas de nuestra historia.
El mensaje final es que, más allá del grado de inversión o una nueva reforma tributaria, es importante que en medio del descontento podamos llegar a acuerdos, donde uno de ellos es que las deudas se tienen que pagar, así sea más tarde de lo pensado.
*Gerente de investigaciones económicas de Alianza Valores.
El 19 de mayo pasará a la historia como la segunda vez que Colombia perdió el grado de inversión. Y si se dan las expectativas, una segunda calificadora, Fitch, se unirá a la decisión de Standard & Poor’s (S&P) incluso antes de que termine el semestre. Con esto nuestro historial dirá que perdimos el grado de inversión en 1999, lo recuperamos en 2011 y se nos volvió a ir en el 2021. Un baile de décadas que confirma lo trascendente del evento.
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Sin embargo, la pregunta es si Colombia verdaderamente amaneció siendo un país diferente el 20 de mayo, el día después del anuncio de la calificadora.
La respuesta corta es no tanto. Si bien sería mejor no haberlo perdido, la mayoría de las tendencias que hoy estamos viviendo sin el grado ya las estábamos viviendo antes. Nuestro Gobierno lleva años pagando tasas de interés más altas que cualquier país con igual grado de inversión, Colombia tenía una de las monedas más devaluadas del mundo antes de presentar la primera reforma tributaria de 2021 y la inflación global de este año nos subió las tasas de interés cuatro veces más que el anuncio de S&P.
Esto no significa que las calificaciones no importen, solo que su ruido hay que reducirlo a sus justas proporciones.
Primero que todo, del 90 % al 95 % de los extranjeros que le prestan al Gobierno no están restringidos por el grado de inversión. Esto quiere decir no solo que Colombia ha logrado una base de grandes inversionistas institucionales que literalmente vinieron porque quisieron, sino lo suficientemente profesionales para entender anticipadamente el deterioro de nuestros números.
En otras palabras, detrás de una narrativa en la que Colombia, gracias a la regla fiscal y una reforma tributaria cada 18 meses, defendió el grado de inversión, la realidad es que desde el 2017 el mercado decidió subirle las tasas de interés al país debido principalmente a que nuestro endeudamiento nunca dejó de subir.
Así que si lo piensan bien el bajo impacto de la pérdida de calificación no es porque no sea importante, sino porque hace rato estamos pagando los costos de nuestra alta dependencia de los vaivenes de las materias primas y un régimen tributario que se gana todos los premios de la OECD: el de menor recaudo, el de mayor regresividad y el más complejo.
Todo lo anterior para reforzar varias ideas. Primero, no es cierto que una reforma tributaria adicional fuera la solución para no perder el grado de inversión y si lo hubiera sido, no quiere decir que mantener la calificación implicaría un dólar o unas tasas de interés mucho más bajas a las actuales. Como no sucedió con las tres reformas anteriores desde el 2016.
Por el lado optimista, también hay que resaltar que en un entorno mundial de tasas bajas, los intereses que pagamos hoy siguen siendo menores que los pagados en la última década mientras tuvimos el grado de inversión.
Segundo, no es que no necesitemos una reforma. Solo que no una diseñada para calmar a las calificadoras, que abiertamente dicen que no les importa la forma en que cuadremos la caja. Sino una estructural que deje de mostrar el perro a cuadros que somos en estándares internacionales: bajo recaudo, un montón de gente y empresas escondidas del fisco, otras aprovechando su complejidad, exenciones altísimas y muy pocas personas y sobre todo empresas cargando el grueso del cobro. Sin embargo, todo pareciera indicar que esta no es la tributaria que vendría en el corto plazo.
En tercer lugar, es importante dejar de culpar a un solo gobierno, a las manifestaciones o la falta de reforma por la pérdida del grado de inversión.
Esto de las calificaciones es una carrera de relevos. Iván Duque pierde un nivel en sus cuatro años de presidencia y Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe ganaron uno en cada uno de sus ocho años. Es tan criticable la actuación actual como no haber corrido más rápido en doce años de fortaleza de materias primas entre 2002 y 2014.
En este aspecto histórico la verdadera falla no es perder el grado en 1999 y volver a perderlo en 2021. A finales de los años 90 éramos el segundo mejor riesgo de la región después de Chile. Hoy somos el quinto, donde solo les ganamos a Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador y Brasil, y tres de esos países estuvieron quebrados hace muy poco.
Terminemos con la coyuntura del 2021. El dólar estará presionado al alza hasta que una segunda calificadora se una a la decisión de S&P, momento en que será oficial la pérdida del grado y tendríamos ventas forzadas de bonos del 5 % al 10 % del total que tienen los extranjeros.
En este contexto, la inflación es el verdadero golpe a vigilar. No solo por la subida del dólar, sino porque ya estaba sorprendiendo al alza antes y junto a los paros es muy probable que llegue en algún momento del año al 4 %. Los precios no solo afectan a un consumidor que se está tratando de levantar de la lona, sino que eventualmente acabarán con las tasas de interés más bajas de nuestra historia.
El mensaje final es que, más allá del grado de inversión o una nueva reforma tributaria, es importante que en medio del descontento podamos llegar a acuerdos, donde uno de ellos es que las deudas se tienen que pagar, así sea más tarde de lo pensado.
*Gerente de investigaciones económicas de Alianza Valores.