El dilema económico de los Juegos Olímpicos
Este tipo de competencias rara vez se traducen en beneficios económicos tan duraderos y potentes como las deudas que países y ciudades contraen para realizarlas. Infraestructura en desuso y cuentas abultadas, dos de los problemas más comunes.
Las imágenes de los Olímpicos suelen ser, con algunas diferencias, un poco las mismas en cada evento: un par de ceremonias llenas de color, mucha sonrisa, baile, música, juegos pirotécnicos y en la mitad varios días de competiciones con más sonrisas, lágrimas y algunos disgustos. De fondo, la postal de los Juegos es una de alegría y tributo al espíritu humano.
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Las imágenes de los Olímpicos suelen ser, con algunas diferencias, un poco las mismas en cada evento: un par de ceremonias llenas de color, mucha sonrisa, baile, música, juegos pirotécnicos y en la mitad varios días de competiciones con más sonrisas, lágrimas y algunos disgustos. De fondo, la postal de los Juegos es una de alegría y tributo al espíritu humano.
Lo que viene después de las justas puede ser una suerte de resaca financiera, tributaria y hasta social. Como despertar de una gran fiesta a punta de taladro de dentista.
Atenas 2004 es uno de los mejores ejemplos del después financiero de los Juegos: un costo oficial de más de US$9.000 millones (aunque hay cuentas que elevan esa factura a cerca de US$15.000 millones), con un país que tiempo después entró en una crisis de deuda pública, en parte impulsada por los compromisos adquiridos para realizar los Olímpicos. A esto hay que sumarle las imágenes, ya no de deportistas y gente sonriendo, sino de piscinas olímpicas llenándose de pasto, como si se tratara de una película sobre el fin de la humanidad cortesía de zombies.
Lo de Atenas es icónico, en tanto la crisis de deuda griega (impulsada en parte por el lastre de los Olímpicos) estuvo por cargarse al euro y requirió una cirugía financiera transnacional a gran escala. Pero no es el único ejemplo de su tipo.
Montreal acogió los Juegos de 1976 con un presupuesto proyectado de US$124 millones. Pero retrasos en la construcción y problemas operativos llevaron a que el precio total de esta empresa pasara de los US$1.500 millones. La ciudad se demoró 30 años (hasta 2006) en saldar las deudas adquiridas por los Juegos.
¿Cuál es el atractivo de los Olímpicos?
Lo primero que hay que aclarar es que estamos hablando más allá del mérito deportivo. Esta es una discusión que excede lo deportivo, pues el impacto de organizar los Juegos excede la competencia y la celebración de disciplina, esfuerzo y trabajo que constituyen las fibras fundamentales que, al final, son la esencia de la celebración de la competencia.
De fondo, los Juegos son una gran vitrina: un escaparate para lucir lo mejor que tiene un lugar. La apuesta esencial es que la atención se traduzca en incrementos en turismo, desarrollo, empleo y, en general, en una inyección de ego y grandilocuencia que se traduzca en un motor económico.
A pesar de los grandes espectáculos, y los titánicos esfuerzos logísticos para realizarlos, lo cierto es que el milagro económico rara vez se cristaliza.
Los Olímpicos de Beijing de 2008, por ejemplo, se estima que costaron unos US$40.000 millones (aunque la contabilidad oficial es más baja), pero los ingresos percibidos directamente por las competiciones no llegan a los US$4.000 millones. Para el caso de Tokio, las ganancias se incrementaron a casi US$6.000 millones y los costos estuvieron (a pesar de los sobrepasos de presupuestos por cortesía del covid-19) alrededor de los US$13.000 millones.
Los números dejan ver una enorme distancia entre inversión y retorno, si se quiere. Ahora bien, así como Atenas 2004 puede ser la postal del descalabro, Barcelona 1992 suele invocarse como la de la redención.
Aún hoy, tanto habitantes como estudios económicos citan a los Olímpicos como una suerte de terapia de choque para una ciudad que se reinventó en ese momento y pasó a ser uno de los destinos turísticos más visitados en el mundo.
Pero el caso de Barcelona pareciera, en este punto, más la excepción que confirma la regla que otra cosa.
Por ejemplo, para París 2024, Air France-KLM reportó resultados financieros para el segundo trimestre esta semana y estimó que los Juegos le costarán unos 200 millones de euros en ingresos que dejará de percibir por cuenta de los viajeros que evadirán París durante la temporada para evitarse los problemas y las congestiones asociadas con las justas.
El problema con los Juegos
Esta no es una historia para nada nueva. Cada competencia de esta magnitud invita a reflexionar sobre las oportunidades y los peligros de subirse a la montaña rusa de los Olímpicos.
De fondo, la competencia es utilizada como un vehículo para canalizar inversión para mejorar la infraestructura y, en general, el calibre de la ciudad anfitriona.
Pero algunas de estas inversiones, más allá de los lugares de competencia en sí, terminan siendo una respuesta exagerada (o equivocada) a las necesidades de un lugar. Al final, los requerimientos poco tienen que ver con la planeación y el desarrollo urbano, y más con las exigencias de los organizadores de la competencia.
Por ejemplo, se calcula que una ciudad anfitriona debe garantizar al menos 40.000 habitaciones de hotel disponibles. En el caso de los juegos de Río de Janeiro 2016, la ciudad debió construir de cero 15.000 de estas, capacidad que, argumentan algunos análisis, se encuentra sin la ocupación suficiente para haber justificado esa inversión.
Los Juegos requirieron una inversión total de más de US$20.000 millones, de los cuales US$13.000 salieron de la ciudad, que en su momento debió pedir un préstamo federal para poder pagar casi US$1.000 millones sólo en seguridad para la competencia, pues ya había llegado a su límite de deuda.
De acuerdo con un estudio de Deutsche Bank, “los países anfitriones de los Juegos Olímpicos o de la Copa Mundial de la FIFA rara vez obtienen un rendimiento económico o incluso social positivo de lo que suelen ser inversiones masivas y financiadas con fondos públicos en nuevos estadios e infraestructuras públicas”.
Los impactos en empleo, se estima, también son limitados, pues la mayoría de puestos de trabajo están asociados a labores temporales y los que sí quedan de carácter permanente (en trabajos de mantenimiento, por ejemplo) suelen ser de empresas establecidas, con trabajadores que ya se encontraban ocupados previamente.
En declaraciones recogidas por medios, el gobernador del Banco de Francia, François Villeroy de Galhau, aseguró que el impacto de los Juegos será más “psicológico” que económico.
En el caso de París 2024, esta puede ser una noticia bienvenida, pues los primeros cálculos indican que, a pesar de la acumulación de las facturas, las justas no se traducirían en un crecimiento de la deuda pública del Estado francés, que orbita los US$3,2 billones.
¿Cuánto costarán los Juegos de París 2024?
Para este punto se estima que para la competencia se invertirán poco más de US$9.000 millones. De estos, casi US$1.500 millones se irán para el esfuerzo de descontaminación del río Sena, que acogerá la ceremonia de inauguración, las pruebas de triatlón, de natación-maratón y de paratriatlón.
Aunque no es una cantidad despreciable, el presupuesto de los franceses se ve más razonable que el costo de Tokio (US$13.000 millones) o Londres (US$15.000 millones). Y la razón, en parte, tiene que ver con que la ciudad reutilizará varias de sus estructuras deportivas para las competencias. En otras palabras, ya tiene con qué responder.
Esto, ciertamente, ayuda a mitigar uno de los principales motivos de guayabo después de los Olímpicos, el de la infraestructura que se muere en vida. Y, por otra parte, la inversión en mejorar la calidad del agua en el Sena (sea tan eficiente como ha sido anunciada, o no tanto), al final de cuentas puede ser la gran herencia de los Juegos de París.
Sin embargo, falta ver si después de sumar todos los extras (pagos de más en seguridad y personal para responder a emergencias, por ejemplo), la factura sigue siendo tan “baja”. De acuerdo con declaraciones recogidas por medios, el primer presidente del Tribunal de Cuentas de Francia aseguró que el costo final de los Olímpicos podría duplicarse.
Esta, por cierto, es otra tradición Olímpica, casi del mismo calibre que la del fuego y la antorcha: la inflada final de las cuentas. Según un estudio de este año elaborado por la Universidad de Oxford, el costo de la competencia termina siendo el triple del precio ofertado al momento de anunciarlos. Y este promedio se ha mantenido para cada competencia desde 1960.
En parte, esto tiene que ver con el crecimiento deportivo de la competencia. De acuerdo con Andrew Zimbalist, un autor que ha estudiado a fondo la economía alrededor de los Olímpicos, desde los años 70 los Juegos han incorporado más del doble de competidores de los que había a principios del siglo pasado y el número de eventos se incrementó en un tercio sólo desde los años 60.
Algunos de los críticos de los Olímpicos han señalado que el proceso de escogencia y los criterios (y exigencias) deberían cambiar para permitir que la competencia se realice sin que implique una debacle financiera para la ciudad que acoja el evento. Algunos cambios ya han sido implementados desde el nivel central de los Juegos, vale aclarar.
Pero aún así, el evento sigue siendo visto con sospecha cuando se habla de efectos económicos y sociales positivos en el largo plazo.
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