El país del futuro militar
La multinacional europea Epicos busca que los fabricantes nacionales se conviertan en un actor clave para las Fuerzas Militares y que en un futuro reduzcan las compras en el extranjero.
David Mayorga
En los últimos días de 2005, Embraer, la estatal brasileña especializada en la fabricación de aviones, selló uno de los más importantes contratos del último lustro para su división de defensa. Por una cifra cercana a los US$235 millones se comprometió en entregar, en un plazo de tres años, 25 unidades del modelo Super Tucano a las fuerzas militares de Colombia.
“Lo seleccionamos como la opción más eficaz para la importante misión de seguridad interna”, aseguró el mayor general Ricardo Rubianogroot, jefe de Operaciones Logísticas de la Fuerza Aérea Colombiana (FAC), a la prensa brasileña un año después, cuando el fabricante hizo entrega de los cinco primeros aviones contratados, los cuales no tardaron en dejar su huella.
Ocurrió el 1° de marzo de 2008, cuando un escuadrón de Super Tucanos, siguiendo información de inteligencia, se adentró en la provincia de Sucumbíos, en territorio ecuatoriano y, según reportes posteriores, lanzó bombas de guía láser además de cohetes 4 por 70 milímetros para acabar con un campamento de las Farc en el cual perdió la vida alias Raúl Reyes, segundo al mando del grupo irregular.
Para entonces, y antes de que el Gobierno colombiano se enfrascara en una pelea diplomática a tres bandas con sus similares de Ecuador y Venezuela, se encontraba en el país un inglés con una misión concreta: revolucionar la industria aeroespacial, de defensa y high tecnologies (‘tecnología de avanzada’).
Por pedido de Embraer, que le pagó una cifra desconocida para que localizará nuevas oportunidades de negocios, aterrizó en Bogotá, en agosto de 2007, con la idea de desarrollar el modelo de offset en el sector, el mismo que le ha reportado grandes resultados en todo el mundo.
Oportunidades por doquier
Después de su primera reunión en el Ministerio de Defensa, Jacques Chahal-Purewal supo que su tarea en Colombia iba a ser más complicada de lo esperado. “El primer problema que tuvimos fue que nadie sabía cuáles eran los fabricantes locales”, comenta el actual vicepresidente de Negocios Internacionales de Epicos, multinacional especializada en construir plataformas virtuales en el mundo, al estilo de la red social Facebook, para el sector aeroespacial y de defensa.
Sin embargo, el mejor indicador fue el interés que Juan Carlos Pinzón, entonces viceministro de Defensa, y otros funcionarios de la cartera mostraron en el modelo de offset, en el cual, al momento de firmar un contrato de compra de armas, el país comprador obliga al fabricante a invertir una parte del monto girado en la industria local, contratando a sus empresas para la fabricación de partes del producto final.
La firma, cuyas oficinas están registradas en Suiza y su centro de operaciones técnicas funciona en Grecia, no tardó en comenzar operaciones. Montó su división local y dio rienda suelta a su Proyecto de Apoyo a la Industria Nacional, con la curiosa sigla de PAIN (‘dolor’, en inglés), el cual en su primera fase se volcó a la tediosa tarea de realizar un censo de los fabricantes colombianos.
“La idea era hacer un inventario de su maquinaria, su catálogo de productos y los certificados de calidad por un lado, y por el otro de su infraestructura, su nivel de deuda y recursos humanos”, comenta Chahal-Purewal en un clarísimo inglés con acento británico. Esta etapa los llevó desde Bogotá hasta Cartagena, pasando por Barranquilla, Bucaramanga, Cali y Medellín, donde identificaron a cerca de 500 participantes potenciales.
La segunda parte de la operación requirió un análisis profundo de los seleccionados. “Les ofrecemos toda la inteligencia de negocios: si necesitan un socio local, se lo ayudamos a conseguir; también les brindamos asesorías jurídicas y de mercadeo”, señala Nicolás Gómez, gerente de Proyectos de la división colombiana de la multinacional, que contrató los servicios de universidades como la San Buenaventura, la Pontificia Bolivariana de Medellín, la Escuela de Aviación Marco Fidel Suárez de Cali y el Instituto Tecnológico de Bolívar para identificar cuáles de ellas podrían asociarse en clústers de defensa y concursar por contratos en el exterior.
Y fue a través de este análisis que encontraron algunos vacíos en el sector. Por ejemplo, Indumil, empresa estatal de producción de elementos bélicos, carece de los certificados de rastreo forense, que permiten a las autoridades conocer la procedencia de las armas y municiones que fabrica, requisito que la ha descabezado de varias licitaciones internacionales. Según Chahal-Purewal, su compañía trabaja de la mano de los directivos para superar este inconveniente con buenos resultados: “Les ahorramos US$100.000 al proveerles de un estudio de mercado sin costo”.
Actualmente, Epicos se encuentra en el inicio de su tercera fase: crear un portal nacional con la página web de cada empresa participante para que los clientes de los 52 países en los que opera consulten las capacidades de cada fabricante y, de acuerdo con sus precios, sean contratadas con el modelo de outsourcing. De momento, se han encontrado oportunidades de negocios en Paraguay, y algunos fabricantes de aviones civiles evalúan las propuestas nacionales.
Pero en el contexto interno, el objetivo de Epicos es muy preciso. “La industria de defensa gasta cientos de millones de dólares al año. Nuestra meta es reducir la cantidad de dinero que se va del país y asegurarnos que los fabricantes locales puedan entregarles productos a sus fuerzas armadas”, dice Chahal-Purewal.
Algunos proyectos en curso son el desarrollo de equipos de visión nocturna por parte de Indumil y la fabricación, con la participación de Pintuco, de una pintura antirradar que será aplicada en bases militares, helicópteros y aeronaves.
Un país armado
De concretarse la meta que pretende Epicos, el presupuesto colombiano sentiría un alivio por los grandes montos que asigna al sector defensa: según cálculos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri), el país gastó en el exterior —entre 2000 y 2010— cerca de US$1.197 millones en compra de armamento, ocupando actualmente el puesto 36 entre los países que más desembolsos en compras bélicas hacen en el mundo.
Durante toda esta década se compraron aviones, radares, bombas guiadas y armas a Brasil, Canadá, China, Dinamarca, Francia, Alemania, Israel, Italia, Holanda, Rusia y España, además de recibir varias unidades de Estados Unidos dentro del Plan Colombia.
Pero algunos críticos temen que con el desarrollo del sector aeroespacial y de defensa puedan repetirse errores del pasado.
Es un pensamiento que no perturba a Gómez: “Para mirar hacia la sostenibilidad de la industria, los fabricantes no se pueden quedar sólo en proveer al Ministerio de Defensa, tienen que buscar acceso a nuevos mercados y productos”. Sobre todo en una industria que en 2008, la estadística más reciente del Sipri, movió alrededor de US$1,46 billones en el mundo.
La historia de los fusiles ‘humanitarios’
En 1994 el Ministerio de Defensa le compró a Israel, en un contrato que rondó los US$52 millones de la época, la franquicia para la producción de los fusiles Galil, descontinuados por órdenes de Jerusalén.
La operación, que comenzó como una simple renovación de armamento para derrotar a los grupos guerrilleros por tácticas ‘humanitarias’ (causarían una mortalidad menor y, en teoría, contribuirían a más capturas), fue denunciada por El Espectador y mereció el Premio SIP 1995, debido a varias irregularidades retomadas por congresistas que, sin éxito, pidieron su suspensión.
La adquisición de esta licencia de fabricación supuso, según documentos del Ministerio, un ahorro de US$120 millones en adquisiciones y la fabricación anual de unas 42.000 unidades. Sin embargo, en las estadísticas oficiales de 2005 se contabilizaban giros por US$143 millones a Israel por concepto de anticipos.
En los últimos días de 2005, Embraer, la estatal brasileña especializada en la fabricación de aviones, selló uno de los más importantes contratos del último lustro para su división de defensa. Por una cifra cercana a los US$235 millones se comprometió en entregar, en un plazo de tres años, 25 unidades del modelo Super Tucano a las fuerzas militares de Colombia.
“Lo seleccionamos como la opción más eficaz para la importante misión de seguridad interna”, aseguró el mayor general Ricardo Rubianogroot, jefe de Operaciones Logísticas de la Fuerza Aérea Colombiana (FAC), a la prensa brasileña un año después, cuando el fabricante hizo entrega de los cinco primeros aviones contratados, los cuales no tardaron en dejar su huella.
Ocurrió el 1° de marzo de 2008, cuando un escuadrón de Super Tucanos, siguiendo información de inteligencia, se adentró en la provincia de Sucumbíos, en territorio ecuatoriano y, según reportes posteriores, lanzó bombas de guía láser además de cohetes 4 por 70 milímetros para acabar con un campamento de las Farc en el cual perdió la vida alias Raúl Reyes, segundo al mando del grupo irregular.
Para entonces, y antes de que el Gobierno colombiano se enfrascara en una pelea diplomática a tres bandas con sus similares de Ecuador y Venezuela, se encontraba en el país un inglés con una misión concreta: revolucionar la industria aeroespacial, de defensa y high tecnologies (‘tecnología de avanzada’).
Por pedido de Embraer, que le pagó una cifra desconocida para que localizará nuevas oportunidades de negocios, aterrizó en Bogotá, en agosto de 2007, con la idea de desarrollar el modelo de offset en el sector, el mismo que le ha reportado grandes resultados en todo el mundo.
Oportunidades por doquier
Después de su primera reunión en el Ministerio de Defensa, Jacques Chahal-Purewal supo que su tarea en Colombia iba a ser más complicada de lo esperado. “El primer problema que tuvimos fue que nadie sabía cuáles eran los fabricantes locales”, comenta el actual vicepresidente de Negocios Internacionales de Epicos, multinacional especializada en construir plataformas virtuales en el mundo, al estilo de la red social Facebook, para el sector aeroespacial y de defensa.
Sin embargo, el mejor indicador fue el interés que Juan Carlos Pinzón, entonces viceministro de Defensa, y otros funcionarios de la cartera mostraron en el modelo de offset, en el cual, al momento de firmar un contrato de compra de armas, el país comprador obliga al fabricante a invertir una parte del monto girado en la industria local, contratando a sus empresas para la fabricación de partes del producto final.
La firma, cuyas oficinas están registradas en Suiza y su centro de operaciones técnicas funciona en Grecia, no tardó en comenzar operaciones. Montó su división local y dio rienda suelta a su Proyecto de Apoyo a la Industria Nacional, con la curiosa sigla de PAIN (‘dolor’, en inglés), el cual en su primera fase se volcó a la tediosa tarea de realizar un censo de los fabricantes colombianos.
“La idea era hacer un inventario de su maquinaria, su catálogo de productos y los certificados de calidad por un lado, y por el otro de su infraestructura, su nivel de deuda y recursos humanos”, comenta Chahal-Purewal en un clarísimo inglés con acento británico. Esta etapa los llevó desde Bogotá hasta Cartagena, pasando por Barranquilla, Bucaramanga, Cali y Medellín, donde identificaron a cerca de 500 participantes potenciales.
La segunda parte de la operación requirió un análisis profundo de los seleccionados. “Les ofrecemos toda la inteligencia de negocios: si necesitan un socio local, se lo ayudamos a conseguir; también les brindamos asesorías jurídicas y de mercadeo”, señala Nicolás Gómez, gerente de Proyectos de la división colombiana de la multinacional, que contrató los servicios de universidades como la San Buenaventura, la Pontificia Bolivariana de Medellín, la Escuela de Aviación Marco Fidel Suárez de Cali y el Instituto Tecnológico de Bolívar para identificar cuáles de ellas podrían asociarse en clústers de defensa y concursar por contratos en el exterior.
Y fue a través de este análisis que encontraron algunos vacíos en el sector. Por ejemplo, Indumil, empresa estatal de producción de elementos bélicos, carece de los certificados de rastreo forense, que permiten a las autoridades conocer la procedencia de las armas y municiones que fabrica, requisito que la ha descabezado de varias licitaciones internacionales. Según Chahal-Purewal, su compañía trabaja de la mano de los directivos para superar este inconveniente con buenos resultados: “Les ahorramos US$100.000 al proveerles de un estudio de mercado sin costo”.
Actualmente, Epicos se encuentra en el inicio de su tercera fase: crear un portal nacional con la página web de cada empresa participante para que los clientes de los 52 países en los que opera consulten las capacidades de cada fabricante y, de acuerdo con sus precios, sean contratadas con el modelo de outsourcing. De momento, se han encontrado oportunidades de negocios en Paraguay, y algunos fabricantes de aviones civiles evalúan las propuestas nacionales.
Pero en el contexto interno, el objetivo de Epicos es muy preciso. “La industria de defensa gasta cientos de millones de dólares al año. Nuestra meta es reducir la cantidad de dinero que se va del país y asegurarnos que los fabricantes locales puedan entregarles productos a sus fuerzas armadas”, dice Chahal-Purewal.
Algunos proyectos en curso son el desarrollo de equipos de visión nocturna por parte de Indumil y la fabricación, con la participación de Pintuco, de una pintura antirradar que será aplicada en bases militares, helicópteros y aeronaves.
Un país armado
De concretarse la meta que pretende Epicos, el presupuesto colombiano sentiría un alivio por los grandes montos que asigna al sector defensa: según cálculos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri), el país gastó en el exterior —entre 2000 y 2010— cerca de US$1.197 millones en compra de armamento, ocupando actualmente el puesto 36 entre los países que más desembolsos en compras bélicas hacen en el mundo.
Durante toda esta década se compraron aviones, radares, bombas guiadas y armas a Brasil, Canadá, China, Dinamarca, Francia, Alemania, Israel, Italia, Holanda, Rusia y España, además de recibir varias unidades de Estados Unidos dentro del Plan Colombia.
Pero algunos críticos temen que con el desarrollo del sector aeroespacial y de defensa puedan repetirse errores del pasado.
Es un pensamiento que no perturba a Gómez: “Para mirar hacia la sostenibilidad de la industria, los fabricantes no se pueden quedar sólo en proveer al Ministerio de Defensa, tienen que buscar acceso a nuevos mercados y productos”. Sobre todo en una industria que en 2008, la estadística más reciente del Sipri, movió alrededor de US$1,46 billones en el mundo.
La historia de los fusiles ‘humanitarios’
En 1994 el Ministerio de Defensa le compró a Israel, en un contrato que rondó los US$52 millones de la época, la franquicia para la producción de los fusiles Galil, descontinuados por órdenes de Jerusalén.
La operación, que comenzó como una simple renovación de armamento para derrotar a los grupos guerrilleros por tácticas ‘humanitarias’ (causarían una mortalidad menor y, en teoría, contribuirían a más capturas), fue denunciada por El Espectador y mereció el Premio SIP 1995, debido a varias irregularidades retomadas por congresistas que, sin éxito, pidieron su suspensión.
La adquisición de esta licencia de fabricación supuso, según documentos del Ministerio, un ahorro de US$120 millones en adquisiciones y la fabricación anual de unas 42.000 unidades. Sin embargo, en las estadísticas oficiales de 2005 se contabilizaban giros por US$143 millones a Israel por concepto de anticipos.