¿El regreso del fantasma de la presencialidad?
En la medida en la que el mundo entra más en la pospandemia, continúan las tensiones laborales entre los nuevos modos y formatos de trabajo y las nostalgias por las oficinas. El cambio, de fondo, es más cultural y social que tecnológico. Análisis.
Santiago La Rotta
Diego Ojeda
Con el fin efectivo de la emergencia sanitaria y los peores días de la pandemia en el retrovisor, vale la pena revisar la nueva normalidad qué significa ahora, especialmente en lo que tiene que ver con el panorama laboral. ¿Cambiamos de verdad hacia nuevas formas de trabajo o la presencialidad regresó a las oficinas, como los zombies?
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Con el fin efectivo de la emergencia sanitaria y los peores días de la pandemia en el retrovisor, vale la pena revisar la nueva normalidad qué significa ahora, especialmente en lo que tiene que ver con el panorama laboral. ¿Cambiamos de verdad hacia nuevas formas de trabajo o la presencialidad regresó a las oficinas, como los zombies?
El punto acá es que no hay una respuesta definitiva a esta pregunta: el panorama hoy es gris o híbrido, si se quiere; este último quizás es el término primordial para entender cómo se ha modificado el sistema laboral en estos años de pandemia.
Y resulta gris por varias razones. La primera es que sí, la adopción de trabajo remoto ha sido masiva, si se compara con el mundo prepandemia. Bien sea a tiempo completo o parcial (el modelo híbrido), la virtualidad es hoy un elemento que pareciera fijo a la hora de hablar de formas y jornadas de trabajo.
Pero, a la vez, esta es una discusión que pareciera solo aplicar para ciertos sectores y que cobija a algunos trabajadores, al menos a juzgar por los datos recabados por el DANE. De acuerdo con los más recientes resultados de la encuesta Pulso Social, 90 % de los consultados dijeron no haber trabajado de forma remota en la semana anterior a que fueran incluidos en el sondeo. Más aún, 54,5 % de los colombianos entrevistados por el DANE señalaron que no tienen tareas laborales que puedan efectuar de forma remota.
Y esto quizá suena obvio, pero a la vez determina qué tipo de discusión estamos teniendo, y en qué escala, a la hora de hablar de trabajo remoto. La necesidad de volver a la oficina varía enormemente dependiendo del tipo de empresa y el tamaño de sus operaciones. Es distinto tener un negocio que precisa de la atención al público o la presencialidad para operar maquinaria, por ejemplo, que una compañía que puede funcionar de forma remota enteramente.
En un país con cerca del 50 % de empleos informales, y con un fuerte énfasis en las micro y pequeñas empresas, quizá resulte normal que el esquema de presencialidad siga siendo el preferido, y tal vez el necesario, por una mayoría de las empresas nacionales.
Pero reconocer este panorama no borra el otro pedazo de la ecuación: la presencialidad absoluta tiene muchos menos adeptos, a pesar de lo que digan personas como Elon Musk (dueño de Tesla y SpaceX) o Jamie Dimon (CEO de JPMorgan Chase, uno de los mayores bancos de EE. UU. y un enemigo declarado del trabajo remoto).
De acuerdo con Javier Echeverri, presidente de ManpowerGroup para Colombia, “los modelos de trabajo híbrido y el trabajo sin ataduras tienen más demanda que nunca, ya que las personas tienen la intención de conservar el lado positivo de la pandemia y remodelar su nuevo mundo laboral: equilibrar el hogar y el trabajo, valorando la flexibilidad, la interacción, la colaboración y la conexión humana de una manera que funcione para ellos”.
Al mismo tiempo, Echeverri agrega que las empresas que más han mostrado flexibilidad a la hora de adoptar modelos de trabajo más allá de la presencialidad total son las de tecnología, algo que confirman Iván Jiménez y Carlos Prieto, profesores del Observatorio Laboral de la U. Javeriana. Los académicos agregan que uno de los sectores más impermeables al trabajo remoto es el comercio (uno de los motores de la economía en general).
Según sondeos de la firma, algunas de las principales preocupaciones de los empleadores en la actualidad incluyen, principalmente, la productividad.
El mito de la oficina productiva
En la medida en la que la emergencia sanitaria por el covid-19 fue moldeando necesidades, y presupuestos, muchas compañías comenzaron a reducir, o prescindir, espacios de oficinas.
Asimismo, la digitalización de los clientes llevó a algunas compañías (en sectores electos, es cierto) a reducir su presencia física para privilegiar más los canales digitales. Es el caso de algunos bancos que, como resultado de la pandemia, fueron consolidando sedes y oficinas como resultado de una clientela más orientada hacia la atención y resolución de problemas de forma virtual.
Pero en la medida en la que la niebla más densa de la pandemia se ha ido levantando, el fantasma de las costumbres pasadas se ha ido despertando con más fuerza para algunos.
Uno de los grandes mantras que guía el funcionamiento actual de las compañías es que el contacto humano es sinónimo directo de creatividad e innovación: la presencialidad es un requisito para producir más y mejor, de cierta forma.
La popularidad de este lema tiene que ver, en parte, con la forma como la concentración del trabajo fue generando el modelo de vida alrededor de las oficinas, y con una jornada laboral centrada en una única locación.
Pero hay cada vez más académicos y estudios que tienden a no encontrar un vínculo entre presencialidad y creatividad, entre el contacto aleatorio en una oficina y un mejor desempeño laboral. Incluso, un cuerpo creciente de evidencia señala que las oficinas abiertas, por ejemplo, tienden a ir en contra de la productividad y fomentan el aislamiento mediante el uso de audífonos u otros mecanismos para, por favor, lograr algo de calma y concentración.
El dilema acá es que algunas empresas hoy no pueden acomodar al 100 % de sus empleados de forma presencial y simultánea. “La verdad es que tampoco entiendo para qué habríamos de volver todos a la oficina. Trabajamos por resultados. Y a algunos les funciona más ir a la oficina algunos días. Otros no. Pero las métricas no son de asistencia porque no estamos en un colegio, sino de proyectos y de KPI orientados al trabajo”, comenta Liliana González *, una administradora de empresas, con maestría en gerencia, quien trabaja para una de las mayores compañías del sector energético del país.
González, por ejemplo, se mudó a una ciudad intermedia como resultado de la pandemia, pero hoy encuentra tensiones más frecuentes con su jefe inmediato por el deseo de este de regresar a la presencialidad con toda su unidad de trabajo. “Mi mudanza la consulté en su momento. Pero, más allá de eso, ¿cuál es el punto? Se siente más como un capricho que como una decisión. El mundo cambió”.
El cambio es, sin embargo, un proceso que toma tiempo y depende de factores culturales y sociales. Los profesores Jiménez y Prieto lo ven de esta forma: “Estamos en una transición hacia entender que el mundo del trabajo tiende hacia las actividades remotas. Todavía tenemos el rezago de entender que el trabajo se tiene que realizar en el lugar dispuesto para este efecto. Y esto le da predominio a la presencialidad, más que a la productividad”.
Ahora bien, lo que González dice sirve para ejemplificar cómo en algunos lugares las tensiones entre presencialidad y trabajo remoto dependen de cosas como la cultura corporativa y, al final, del capricho de algunos mandos medios o altos de las empresas.
La productividad definida, en esencia, como horas presenciales pareciera un remanente del mundo prepandemia: una suerte de nostalgia mal habida y, para algunos, estorbosa.
“No hemos interiorizado como sociedad el trabajo a través de mecanismos remotos”.
* Nombre cambiado por solicitud de la fuente.