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Quiero comenzar mi discurso trazando unas pinceladas gruesas sobre la formación de Miguel Urrutia que ilustrarán de alguna manera su carácter. Miguel estudió con los benedictinos en una escuela preparatoria de Estados Unidos. Como es conocido, los benedictinos hacen votos de pobreza, tienen una visión de que el hombre se realiza mediante el trabajo, que por lo tanto debe encontrar su vocación en la tierra y que el ahorro es una virtud. Son lo más cercano al calvinismo que se pueda encontrar dentro de las órdenes católicas. El calvinismo, como deben saber, considera que incluso el hombre de empresa está guiado por una intensa vocación y que debe ser honesto y justo durante su vida para justificar la gracia que le ha concedido Dios. En los Estados Unidos, la orden monástica se debió contagiar con el espíritu práctico de los nativos de ese país, de tal modo que el joven Miguel que ingresó a la Universidad de Harvard en 1957 venía dotado de las virtudes del trabajo disciplinado y de la modestia; contaba también con la noción de valorar los logros obtenidos por él mismo o por los que lo rodeaban. Hizo su doctorado en la Universidad de California en Berkeley, un poco antes de la revuelta juvenil, que me parece no alcanzó a empaparlo de sus actitudes contestarias ni de sus inclinaciones hedonistas hacia la droga (marihuana y LSD) y el amor libre, pero sí los debió observar de lejos con cierta simpatía o, por lo menos, con tolerancia.
Su tesis doctoral le sirvió de base a La historia del sindicalismo en Colombia de 1969 que asombra todavía a muchos, incluyendo a la izquierda, pues es uno de los pocos y más serios trabajos que se han escrito sobre el tema y lo recomiendan como indispensable para entender el movimiento laboral colombiano. Antes de terminar este libro, Miguel trabajó en el CEDE de la Universidad de los Andes y editó uno de los primeros trabajos sobre Empleo y desempleo en Colombia. Yo me acuerdo de él en 1970, cuando todavía el CID trabajaba con Albert Berry en el trabajo pionero de La distribución del ingreso en Colombia. Yo trabajé un par de años por esa época en la editorial Oveja Negra, de la cual se desprendió otra pequeña editorial que se llamó El tigre de Papel, donde le publicamos ese libro que llevaba un billete de a peso en la carátula, muy desvalorizado porque comenzábamos a tener inflaciones promedio del 25 % por esa época. Lo que quiero resaltar hasta ahora es que los trabajos de Miguel Urrutia sirvieron de inicio a varias áreas de investigación en el país.
Miguel es obviamente conservador y su inclinación ideológica se desliza en buena parte de los trabajos que ha elaborado, pero es también un académico que siempre ofrece pruebas adecuadas de sus afirmaciones, a veces en desafío de su ideología. Por lo general, los conservadores afirman que el desarrollo colombiano ha sido exitoso, lo cual no es tan cierto para el siglo XIX, pero sí lo es más para el siglo XX, como él lo establece en 50 años de desarrollo económico en Colombia. Algunos ideólogos conservadores, como Miguel Antonio Caro, fueron muy indiferentes al desarrollo económico: preferían una Colombia ultracatólica sin importar que permaneciera pobre y fueron agresivos con su oposición liberal, contribuyendo a tres guerras civiles en los 15 últimos años del siglo XIX. Una de las bases de la ideología anti-imperialista en Colombia es, aunque no lo crean, de origen conservador, con un carácter más religioso que geopolítico, pero Urrutia no la comparte.
En el siglo XX los conservadores republicanos de Antioquia mostraron un talante muy distinto pues favorecieron la tolerancia y el desarrollo económico, construyendo las bases de la democracia colombiana que quedaron sentadas en las reformas de 1910 a la Constitución del 86. En el libro, Urrutia se ufana de la estabilidad económica vivida por el país, comparada con la alta volatilidad de las variables económicas del resto de la América Latina, asediada por golpes militares, regímenes populistas y socialistas que han sido exuberantes con sus políticas monetarias y fiscales. Tales políticas han producido, a su vez, largas interrupciones del crecimiento económico que sólo se reanuda cuando retorna la confianza de los empresarios en la sensatez de las políticas de largo plazo del Estado.
En un ensayo de un libro copilado por Rudiger Dornbush y Sebastián Edwards, Urrutia escribió sobre “La ausencia de populismo económico en Colombia” donde expresa que la remarcable estabilidad política de Colombia –solamente interrumpida por el golpe de Rojas Pinilla en 1953, pero también, aunque no lo menciona, por el cierre del Congreso en 1949 – permitió que cafeteros, industriales y propietarios de tierras, con algunas concesiones a las clases medias, pudieran hacer políticas económicas sin grandes excesos monetarios, sobre todo porque no hubo desbalances fiscales que demandaran emisión primaria por parte del Banco de la República.
Marco Palacios ha puesto en cuestión esta tesis al afirmar que el haber hecho abortar el movimiento populista de Jorge Eliécer Gaitán y después el recambio que fue la ANAPO, precipitó al país en un largo conflicto interno, lo que conocemos como “La violencia”, que después justificó los levantamientos juveniles del ELN y del M-19 y el más anciano de las FARC. Yo creo que el resurgimiento del espíritu sectario conservador en cabeza de dirigentes como Laureano Gómez y José Antonio Montalvo llevó al país a la guerra civil, que estuvo bastante limitada al campo, por lo cual no generó grandes costos al crecimiento económico, pero sí le veo su lógica a la posición de Palacios. También fueron ellos los que diseñaron un modelo económico, corporativo conservador, imitando la política económica de Franco en la España falangista, que curiosamente se volvió una política de Estado por más de 40 años.
Ese modelo extendió un manto de protección excesivo a la agricultura y a la industria, abusó de manera “suave” de la emisión para otorgar crédito privado y a veces financiar el déficit del gobierno, con lo cual tuvimos una inflación moderada pero persistente y un crecimiento menor del que hubiéramos tenido con una economía más liberal y dinamizada por más competencia. Es hasta gracioso considerar que hoy en día son la izquierda y sectores del partido liberal quienes más defienden este modelo corporativo de desarrollo económico.
En este aspecto, Miguel Urrutia fue un técnico comprometido con la apertura comercial y la seriedad de la política monetaria, desde que fue joven director de Planeación Nacional y ministro de la administración López Michelsen. Él contribuyó entonces de manera importante a desmontar este modelo que acusaba síntomas de agotamiento como fuera las crisis de balanza de pagos de los años sesenta.
Yo puedo dar fe de su gestión en el Banco de la República que fue muy coherente y al mismo tiempo respetando el principio de construir sobre lo construido. Miguel trabajó con el equipo que venía de atrás y sólo hizo cambios fuertes en investigaciones económicas, que fue el área que más fortaleció. Envió más jóvenes a doctorarse a países anglosajones, conformó grupos de técnicos en el área financiera para manejar de manera óptima las reservas internacionales del país y para intervenir en los mercados de cambios y de títulos de deuda pública. También fortaleció el área de estudio de la inflación que elabora el informe mensual de precios, sobre el cual la Junta toma sus decisiones sobre tasas de interés. Lo destacable es que la administración del banco les concedió libertad académica a los técnicos porque entendió que ésta era imprescindible para que sus informes fueran de la mayor calidad y sobre esa base tomar mejores decisiones. Esto es muy distinto a ciertas actitudes que descabezan institutos o técnicos cuando sus resultados no se muestran de acuerdo con los deseos narcisistas de un alto funcionario.
El cambio de las reglas de operación que introdujo Urrutia fue grande: se pasó de un Emisor interventor y tolerante de una inflación persistente a otro más liberal, pero empeñado en reducirla gradualmente. En 1991, cuando fue nombrada la primera junta directiva del banco, la inflación rondaba el 32 %. Se pasó primero de un sistema que devaluaba diariamente el dólar cierta cantidad a un mercado de divisas organizado por una banda cambiaria que permitía una flotación controlada de la tasa de cambio. Al eliminar la devaluación permanente, las expectativas de inflación así causadas comenzaron a debilitarse.
En el terreno monetario el cambio fue más drástico aún, a partir de un sistema basado en el control (bastante escaso, agregaría yo) de los agregados monetarios, que eran intervenidos en diciembre de cada mes para que se metieran a un corredor muy tolerante generando alzas decembrinas de las tasas de interés. Sólo cuando la inflación superaba el 30 % anual, se introducía un encaje marginal del 100 % que duplicaba las tasas de interés. Este era el sistema recomendado por los economistas de la Universidad de Chicago, adaptado a las desordenadas condiciones del país, al que se le hacía la crítica de que era indiferente al crecimiento económico y al bienestar de la población
El Banco de la República introdujo paulatinamente un sistema que pretendía alcanzar unas metas de inflación por medio del control de las tasas de interés de muy corto plazo, que entregaba el mensaje de cúal era la postura de política monetaria del banco, dura o laxa, según las circunstancias. Se pasó entonces de un sistema basado en agregados monetarios a otro que recurría a los tipos de interés. Éste es el sistema moderno que más eficaz ha resultado en los últimos 15 años para reducir la inflación en el mundo, incluso en Colombia. Es un sistema que opera contra-cíclicamente para enfriar la economía cuando esta va disparada o estimula el crecimiento económico cuando la economía está asediada por la recesión, en contravía a la ortodoxia monetaria.
Otro seguro que se le puso al banco colombiano por la Constitución de 1991 para reducir la inflación fue el de que no le podía prestar dinero primario al gobierno, a menos de que hubiera una decisión unánime de su junta directiva, lo cual nunca se dio ni el gobierno demandó. Así las cosas, la inflación descendió paulatinamente hasta llegar al 15 % en 1999. La crisis de ese año, causada por el contagio internacional de una fuga de capital, redujo la inflación al 9 % y siguió reduciéndose en los años posteriores cuando la economía permanecía en un equilibrio de bajo empleo.
Las políticas expansionistas del Emisor parecían incapaces de hacer virar la economía hacia el crecimiento, algo que dificultaba la percepción negativa de la seguridad en el país que tenían los empresarios, creada por una Insurgencia que abusó de las condiciones que se le ofrecieron para negociar la paz. Una vez cancelado el proceso de paz y que las políticas de seguridad comenzaron a dar frutos, la inversión y el consumo de los hogares retornaron con creces y la economía respondió frente los estímulos monetarios, fiscal y de seguridad que se le venía dando desde el inicio mismo de la crisis.
La inflación siguió descendiendo hasta alcanzar niveles cercanos a la inflación internacional, demostrando el poder de las expectativas para que los agentes fijen sus precios de manera descendente, sin causar costos económicos. Se destapó así el potencial del mercado de crédito tanto público como privado del país, lo cual ha sido acicate del crecimiento de los últimos años, pero también para el sostenimiento del déficit fiscal a niveles excesivos.
Miguel también ha mostrado distancia de las posiciones ultraconservadoras, al plantear que si el país insiste en mantener el gasto público alcanzado debe elevar los impuestos en consonancia, algo que el gobierno no ha querido escuchar. También ha expresado que si hay laxitud fiscal, la política monetaria tiene que endurecerse.
Un último detalle que me parece interesante de las calidades de Miguel Urrutia lo observé al leer su hoja de vida, en la cual agregaba orgulloso que había sido profesor de la Universidad Nacional en 1992 y 1993. Eran todavía los tiempos en los que en la UN asustaban a los advenedizos, pero Miguel entró, dictó su curso de desarrollo económico, y se llevó para el Banco de la República a los mejores estudiantes que encontró. Desde entonces, el banco ha aumentado su contratación de los mejores estudiantes que arroja el sistema universitario del país, apoyado ahora por los exámenes de estado, consolidando el talante meritocrático que le supo imprimir Miguel Urrutia Montoya a todas las instituciones por donde ha pasado en su fructífera vida.
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