El valor de navegar una pandemia con mejor información
Juan Daniel Oviedo, director del Dane, ha liderado una transformación en esta entidad: de escueta oficina de estadística nacional a referente de información sobre cómo va el país en medio de uno de los tiempos más complejos en la historia moderna.
“A mí decían que por qué hablaba tanto. Que el DANE es una entidad independiente. Pero la verdad es que no podía concebir la independencia como encerrarse acá y mandar boletines debajo de la puerta, porque no quiero que nadie interfiera, que me infecte”.
Juan Daniel Oviedo, director del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), define la independencia como “tener criterios claros de la objetividad de la información”. Claro hasta ahí. Pero a renglón seguido añade algo que no suele ser común para una oficina nacional de estadística: la necesidad de tener un diálogo con el país para leer, entender, saber qué información se necesita, una conversación en la que los datos conducen a diagnósticos, listo, pero también a soluciones.
Lea también: ¿Por qué la pobreza golpeó más a los hogares con migrantes venezolanos?
La parquedad quizá sea una de las características fundacionales de las oficinas de estadística. Ante la mayoría del público, su bandera oficial quizá sería gris, sin símbolos, ni animales, ni figuras. Gris.
La figura que propone Oviedo se asemeja mucho a esta narrativa: “Botar boletines por debajo de la puerta”, como el menú del restaurante del barrio o el catálogo de ofertas de la ferretería en la esquina.
Más que un molino de números, el DANE hoy encarna una entidad que, aunque aún produce los números del PIB y los porcentajes de la inflación o el desempleo, tiene un repertorio comunicativo más extenso e interesante. Abarca cuestiones como el ritmo de vacunación contra el covid-19, con preguntas sobre por qué la gente no se vacuna, el porcentaje de hogares que logra tener tres comidas al día o cuántos de ellos pueden ahorrar algo de sus ingresos.
El molino de la entidad ayuda a entender los vínculos entre acceso a internet y pobreza, y cada mes da cuenta de cuáles son algunas de las necesidades o problemas de las empresas para producir, al tiempo que explora el panorama de algunas violencias durante las cuarentenas.
Le puede interesar: ¿Qué pasó en el ataque digital contra el DANE?
Como con todo en la experiencia humana, la pandemia también implicó cambios y transformaciones en el DANE. Primero se trató de adaptar los operativos estadísticos para seguir recolectando información, a pesar de los confinamientos que hubo en los primeros días del covid-19.
Esto no es poca cosa, pues eran los días en los que un familiar, el vecino, el otro, era el potencial portador de una muerte dolorosa, pasada por el ahogo y la soledad de una UCI. Seguir recopilando la información se convirtió no solo en un reto logístico, sino en un imperativo en un mundo pleno en incertidumbre y desinformación.
“Ese desafío se convirtió en una oportunidad: mirarnos a nosotros mismos y decir ‘bueno, vamos a resolver el plan de continuidad y migrar a operativos telefónicos’. Y eso implicaba capacitaciones, entre otros temas, pero al mismo tiempo empezamos a sentir la presión de las necesidades de información de la gente”, cuenta Oviedo.
A renglón seguido aclara: “En un mundo globalizado, la gente comenzaba a leer otras fuentes sobre los impactos de la pandemia en la salud mental o las implicaciones del uso de plataformas virtuales en las empresas. A partir de estas conversaciones fue evidente que necesitábamos hacer más cosas. No solo se necesitaba llenar el hueco de información, sino ir más allá y construir sobre este otras operaciones estadísticas”.
En el marco más grande de las cosas, navegar esos días sin información estadística hubiera contribuido en no poca medida al caos de un mundo que apenas empezábamos a comprender como sociedad (no que lo hayamos hecho de a mucho, pero la cosa era peor).
El DANE suele ser una preocupación de las personas que operan en el espectro económico del país. Desde la academia, pasando por inversionistas, hasta los periodistas. Se entiende, pues al fin y al cabo la entidad va tomándole el pulso a la salud económica del país.
Pero uno de los cambios de la pandemia fue, precisamente, que la entidad comenzó a tener más conversaciones con otros espectros de la realidad, como usuarios especializados del sector salud, investigadores sociales y expertos en temas de género. Estas eran relaciones que, en cierta medida, ya se habían establecido. Lo relevante acá fue la expansión en públicos y la profundización de esas interacciones.
Oviedo lo dice de esta forma: “Nos dimos cuenta de que el DANE es muy capaz y su curiosidad le ha permitido hablar con otras disciplinas: científicos de datos, expertos en imágenes satelitales y psicometristas que nos ayudan a calibrar las preguntas de las encuestas de percepción. El concepto tener oficinas de estadísticas absolutamente escuetas y parcas está revaluado. Hablar tanto, como me decían, generó problemas en la gestión de 2019, pero en 2020 era justo lo que se necesitaba: hablar”.
Y finaliza: “Es importante que la sociedad entienda que la información es un bien público. Somos servidores públicos, no un astronauta que, desde la Luna, mira y describe la Tierra”.
“A mí decían que por qué hablaba tanto. Que el DANE es una entidad independiente. Pero la verdad es que no podía concebir la independencia como encerrarse acá y mandar boletines debajo de la puerta, porque no quiero que nadie interfiera, que me infecte”.
Juan Daniel Oviedo, director del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), define la independencia como “tener criterios claros de la objetividad de la información”. Claro hasta ahí. Pero a renglón seguido añade algo que no suele ser común para una oficina nacional de estadística: la necesidad de tener un diálogo con el país para leer, entender, saber qué información se necesita, una conversación en la que los datos conducen a diagnósticos, listo, pero también a soluciones.
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La parquedad quizá sea una de las características fundacionales de las oficinas de estadística. Ante la mayoría del público, su bandera oficial quizá sería gris, sin símbolos, ni animales, ni figuras. Gris.
La figura que propone Oviedo se asemeja mucho a esta narrativa: “Botar boletines por debajo de la puerta”, como el menú del restaurante del barrio o el catálogo de ofertas de la ferretería en la esquina.
Más que un molino de números, el DANE hoy encarna una entidad que, aunque aún produce los números del PIB y los porcentajes de la inflación o el desempleo, tiene un repertorio comunicativo más extenso e interesante. Abarca cuestiones como el ritmo de vacunación contra el covid-19, con preguntas sobre por qué la gente no se vacuna, el porcentaje de hogares que logra tener tres comidas al día o cuántos de ellos pueden ahorrar algo de sus ingresos.
El molino de la entidad ayuda a entender los vínculos entre acceso a internet y pobreza, y cada mes da cuenta de cuáles son algunas de las necesidades o problemas de las empresas para producir, al tiempo que explora el panorama de algunas violencias durante las cuarentenas.
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Como con todo en la experiencia humana, la pandemia también implicó cambios y transformaciones en el DANE. Primero se trató de adaptar los operativos estadísticos para seguir recolectando información, a pesar de los confinamientos que hubo en los primeros días del covid-19.
Esto no es poca cosa, pues eran los días en los que un familiar, el vecino, el otro, era el potencial portador de una muerte dolorosa, pasada por el ahogo y la soledad de una UCI. Seguir recopilando la información se convirtió no solo en un reto logístico, sino en un imperativo en un mundo pleno en incertidumbre y desinformación.
“Ese desafío se convirtió en una oportunidad: mirarnos a nosotros mismos y decir ‘bueno, vamos a resolver el plan de continuidad y migrar a operativos telefónicos’. Y eso implicaba capacitaciones, entre otros temas, pero al mismo tiempo empezamos a sentir la presión de las necesidades de información de la gente”, cuenta Oviedo.
A renglón seguido aclara: “En un mundo globalizado, la gente comenzaba a leer otras fuentes sobre los impactos de la pandemia en la salud mental o las implicaciones del uso de plataformas virtuales en las empresas. A partir de estas conversaciones fue evidente que necesitábamos hacer más cosas. No solo se necesitaba llenar el hueco de información, sino ir más allá y construir sobre este otras operaciones estadísticas”.
En el marco más grande de las cosas, navegar esos días sin información estadística hubiera contribuido en no poca medida al caos de un mundo que apenas empezábamos a comprender como sociedad (no que lo hayamos hecho de a mucho, pero la cosa era peor).
El DANE suele ser una preocupación de las personas que operan en el espectro económico del país. Desde la academia, pasando por inversionistas, hasta los periodistas. Se entiende, pues al fin y al cabo la entidad va tomándole el pulso a la salud económica del país.
Pero uno de los cambios de la pandemia fue, precisamente, que la entidad comenzó a tener más conversaciones con otros espectros de la realidad, como usuarios especializados del sector salud, investigadores sociales y expertos en temas de género. Estas eran relaciones que, en cierta medida, ya se habían establecido. Lo relevante acá fue la expansión en públicos y la profundización de esas interacciones.
Oviedo lo dice de esta forma: “Nos dimos cuenta de que el DANE es muy capaz y su curiosidad le ha permitido hablar con otras disciplinas: científicos de datos, expertos en imágenes satelitales y psicometristas que nos ayudan a calibrar las preguntas de las encuestas de percepción. El concepto tener oficinas de estadísticas absolutamente escuetas y parcas está revaluado. Hablar tanto, como me decían, generó problemas en la gestión de 2019, pero en 2020 era justo lo que se necesitaba: hablar”.
Y finaliza: “Es importante que la sociedad entienda que la información es un bien público. Somos servidores públicos, no un astronauta que, desde la Luna, mira y describe la Tierra”.