Elecciones en Estados Unidos: lo que está en juego para la economía
Hay asuntos centrales en juego, como el aumento en los costos de vida, el comercio internacional o cómo impulsar la producción local en un mundo globalizado. Aunque son tensiones comunes, las visiones de Kamala Harris y Donald Trump difieren enormemente sobre cómo tratar estos temas y sus posiciones tienen implicaciones para un lado u otro.
Daniel Felipe Rodríguez Rincón
Santiago La Rotta
Estados Unidos elegirá a su próximo presidente en las elecciones más reñidas que se recuerden.
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Estados Unidos elegirá a su próximo presidente en las elecciones más reñidas que se recuerden.
En las últimas encuestas, ni Kamala Harris ni el expresidente Donald Trump tienen una ventaja real respecto al otro en los siete estados que, tradicionalmente, deciden la presidencia, y esto dice mucho de la división que existe entre el electorado sobre cuál es el rumbo que debe tomar la primera economía global para afrontar asuntos como el costo de vida, la crisis de vivienda o, en general, el rol que el Estado tiene en la política económica y en la sociedad.
Los comicios, que se llevarán a cabo el 5 de noviembre, son más que la antesala de un nuevo capítulo para la agenda interna de Estados Unidos; también pueden leerse como un enfrentamiento entre dos formas de ver esta economía y lo que necesita para recuperar un mejor ritmo de crecimiento, además de mantener el liderazgo en sectores claves.
Este martes, los mercados globales tendrán un ojo puesto a los resultados electorales y otro en la estabilidad monetaria, política aparte, por el peso que tiene el dólar en las economías de todo el mundo, incluida Colombia, que sostiene estrechos lazos comerciales, de inversión y de cooperación económica con EE. UU.
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Así llega la economía a las elecciones
“It’s the economy, stupid” (“Es la economía, estúpido”) fue la frase con la que uno de los estrategas de Bill Clinton definió la campaña presidencial de 1992. Tres décadas después la economía sigue siendo un tema crucial en la decisión de voto de los estadounidenses, en medio de preocupaciones por el costo de vida y los impuestos a personas y empresas.
De julio a septiembre, la primera economía global mostró un crecimiento del 2,8 % frente al mismo período de 2023. Un resultado inferior al 3 % registrado en el segundo trimestre, como lo indicaron las estimaciones preliminares del Departamento de Comercio.
El informe de la entidad indicó que el gasto del consumidor, que constituye la mayor parte de la actividad económica, aumentó 3,7 %, el mayor incremento desde principios de 2023. La aceleración fue liderada por aumentos en el gasto de bienes (automóviles, muebles para el hogar y artículos recreativos).
Una de las principales preocupaciones de los votantes sigue siendo la pérdida de poder adquisitivo, un fenómeno que ha venido ocurriendo desde enero de 2021 con la pandemia y que continúa: si bien los salarios han aumentado un 18 % desde entonces, los precios de los alimentos, la vivienda y los combustibles crecen de forma más rápida (entre un 22 y 29 %), según cálculos de Allianz Trade North America.
La inflación subyacente (medición que no incluye los precios de la energía ni los alimentos) subió a un 2,2 % en el tercer trimestre, aunque permanece en línea con la meta de la Reserva Federal (Fed).
El más reciente informe del Departamento de Comercio, publicado el miércoles, subraya el sólido impulso de la demanda interna en Estados Unidos, en un momento en el que la Fed inició en septiembre un ciclo de bajadas en tasas de interés, luego de mantenerlas en su punto más alto en décadas.
Se espera que, tras las elecciones, la Reserva Federal continúe flexibilizando su política monetaria en las dos decisiones que restan antes de terminar 2024.
Con la inflación en niveles aceptables y el consumo como locomotora de la economía, quien llegue a la Casa Blanca deberá atender otros frentes, como el mercado laboral.
Este viernes se conocieron los más recientes datos de desempleo, en un informe que podría calificarse como predeciblemente decepcionante. La economía de EE.UU. registró en octubre un aumento de apenas 12.000 nuevos puestos de trabajo (por fuera del sector agrícola). Algunas expectativas situaban esta cifra con un cero extra a la derecha, como para señalar el desfase.
El resultado no es bueno, pero lo cierto es que se esperaba que fuera malo, pues la medición se dio en medio de una gran huelga en Boeing (uno de los motores exportadores del país) y el impacto de dos huracanes que tuvieron impactos serios en estados como Florida, las Carolinas, entre otros.
Si bien la cifra de septiembre no parece sorprender a nadie, lo que sí parece indicar es que, sustrayendo estos eventos extraordinarios, el mercado laboral de ese país sigue en una cierta fase de enfriamiento gradual, al menos frente a los niveles extraordinarios de la pospandemia.
La gradualidad de este movimiento es clave al ver el panorama general, pues en opinión de muchos analistas, este ajuste del mercado laboral puede ser necesario para corregir una suerte de recalentamiento en el ritmo de contratación de esa economía. Hasta el momento, la tasa de desempleo se mantiene en un solo dígito, y con 4,1 %, en el mismo nivel de agosto.
Pero, a la vez, un enfriamiento en la contratación, en caso de volverse un viento poderoso y helado, llevaría a problemas con el gasto de los hogares y, por ese camino, a una recesión.
La palabra recesión hace su entrada de tanto en tanto al escenario, así lo haga apenas asomando la cara detrás de la escenografía.
De cierta forma, las recesiones pueden verse casi como un pedazo más del paisaje, como argumenta Juan David Ballén, director de Análisis y Estrategia de Casa de Bolsa: “La economía se mueve en ciclos, las recesiones son naturales, suelen durar poco y ocurrir cada tres a cinco años, dependiendo de la coyuntura”.
Para este punto de la historia, la Reserva Federal logró esquivar una recesión entre 2022 y 2023, al seguir empujando para abajo la inflación mediante sus tasas de interés (que terminan por encarecer el crédito, en pocas palabras), pero sin llevarse por delante el mercado laboral o el crecimiento económico en general.
Típicamente, las recesiones suelen presentar una caída en el PIB, sumada a una subida en el desempleo. La lógica más básica acá es que las bajas en el consumo (por diferentes factores, como una alta inflación) llevan a una menor producción de bienes y servicios, lo que a su vez impulsa una salida de trabajadores del sistema laboral. Y así entonces baja el producto interno y sube el desempleo.
Esta visión, un poco más granulada y completa, es la que tiene la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER, por su sigla en inglés) para certificar cuándo EE. UU. ha entrado en recesión, que define como “una baja significativa en la actividad económica” y que involucra en su análisis factores como el empleo, la producción de la industria y las ventas del comercio.
La delgada línea que transita la Fed, así como la economía de EE. UU. en general, es seguir disminuyendo la inflación, a la vez de mantener estable el mercado laboral, que parece enfriarse gradualmente frente a las cifras fuera de lo común, heredada de las distorsiones económicas introducidas por la pandemia.
Las visiones económicas de Trump y Harris
De cierta forma, los dos candidatos que se enfrentan en esta elección crucial comparten una suerte de diagnóstico sobre lo que aqueja a la principal economía global: hay que seguir metiendo en cintura los costos (la eterna pelea contra el pico inflacionario pospandemia), bajarle impuestos a la clase media, modificar regulaciones e incrementar la cantidad de bienes que se fabrican en Estados Unidos.
A estas tareas se suman muchas otras, por supuesto, pero en el corazón de estas metas se entrecruzan asuntos estructurales de largo plazo, como el rol de la migración en la economía, el liderazgo tecnológico del país (en sectores claves, como la transición energética) o la redistribución de la riqueza vía impuestos, por mencionar algunos.
En primer lugar, ambos candidatos proponen alguna receta de proteccionismo económico vía aranceles y tarifas extras para ciertos bienes. La diferencia aquí radica en el alcance de las medidas.
Mientras Harris ha planteado aranceles para sectores estratégicos (medidas que ya están implementadas por el presidente Biden), bajo un espectro más limitado de aplicación en general, mientras que Trump ha dicho en varias ocasiones que impondría un arancel de 20 % a todos los bienes que sean importados, cifra que ha dicho podría llegar a 60 % para bienes hechos en China (el número uno en manufacturas a nivel global).
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El tema de los aranceles y las restricciones al comercio internacional es clave para Trump, pues son la herramienta mediante la cual intentaría controlar los costos de los alimentos a nivel local y, a la vez, obligar a que más cosas sean producidas en EE. UU., lo cual le pega a su agenda de incentivar la producción y el empleo local.
Pero en ambos escenarios, varios análisis, incluyendo un documento de Goldman Sachs, han concluido que un cierto desmadre en los aranceles terminaría por encarecer bienes y servicios en general, lo que a su vez generaría una baja en consumo, una subida en inflación y terminaría por pegarles al mercado laboral y al crecimiento de la economía en general.
De hecho, el informe de Goldman Sachs concluye que el crecimiento económico se vería beneficiado (no por un margen extraordinario, hay que aclarar) bajo una presidencia de Harris, mientras que un regreso de Trump implicaría una baja en el PIB.
Frente a la cuestión de cómo incentivar más producción local (especialmente en sectores críticos, como transición energética y tecnología avanzada), Harris propone reducciones en impuestos, que irían acompañadas de aranceles en frentes estratégicos, como ya se dijo.
Los impuestos son uno de los temas más importantes en prácticamente cualquier elección, pero cumplen un papel fundamental en esta, pues son una de las palancas que forman la opinión pública sobre la percepción de los hogares en un momento en el que los precios no regresan a sus niveles prepandemia.
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Harris ha propuesto varias reducciones en la carga tributaria de segmentos de la clase media para incentivar la compra de vivienda o aliviar el peso financiero de criar hijos. Y, por otra parte, les subiría impuestos a los segmentos más pudientes de la principal economía global, aunque con una visión más moderada sobre temas como las ganancias de capital, por ejemplo.
Trump, por otra parte, es una suerte de granada en el andamiaje del impuesto de renta en ese país: aunque sus políticas económicas son en su mayoría una colcha de retazos entre discursos y entrevistas para Fox, el expresidente ha hablado de reemplazar completamente este sistema mediante su idea de aranceles universales al comercio internacional.
El Comité para un Presupuesto Federal Responsable, una ONG que estudia temas fiscales en ese país, ha estimado que los recortes tributarios de Trump le restarían US$9,5 billones a esta economía a lo largo de una década.
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Claro, esta cifra no tiene en cuenta los crecimientos que generarían algunas de estas medidas. Pero estos impactos tampoco están claros. Por ejemplo, Trump propone una reducción de seis puntos para el impuesto corporativo (llevándolo a 15 %) para empresas que se trasladen de vuelta a Estados Unidos, una jugada que, en un mundo de economías de escala y globalizado, puede no solo no ser viable para muchas empresas, sino tampoco deseable.
Lo que pase en las elecciones de EE.UU. tendrá un impacto, para un lado u otro, en la economía de ese país y, a la vez, en la global. Este efecto se puede sentir, especialmente, en países como Colombia, que tienen una relación comercial cercana y de vieja data con esa potencia.
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