Aprender a cuidar a los demás, la propuesta de Carlos Raúl Yepes en su nuevo libro
El expresidente de Bancolombia publicó “Vale la pena pensarlo. Felicidad, emociones, cuidado, ética y liderazgo en tiempos de redes sociales”, sello editorial Aguilar. Fragmento.
Carlos Raúl Yepes * / Especial para El Espectador
El cuidado de los demás
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El cuidado de los demás
En este capítulo del cuidado debe estar la referencia a un valioso libro de la filósofa catalana Victoria Camps: Tiempo de cuidados, con un subtítulo que completa la ruta que nos marca: Otra forma de estar en el mundo. En concreto, nos habla de un momento específico: la pospandemia por el covid-19. Se trata de una invitación a la tendencia denominada la ética del cuidado. Hemos hablado del cuidado personal y también hay que hablar del cuidado a los demás y de nuestras relaciones con ellos.
Hay un interesante planteamiento de Victoria Camps: el ethos noble. El ethos —palabra que viene del griego ‘costumbre o carácter’— se define como el conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman la identidad de una persona o de una comunidad. Puede ser un rasgo admirado y citado como ejemplo por seguir. Camps nos recuerda tres momentos esenciales para la construcción de un ethos. Primero, el control de los deseos. Segundo, la adhesión a unas normas de conducta básicas. Y, tercero, un comportamiento virtuoso. Cuidar, como lo dice Camps, consiste en una serie de prácticas de acompañamiento, atención y ayuda a las personas que lo necesitan. Pero es al mismo tiempo una manera de hacer las cosas, una manera de actuar y de relacionarnos con los demás.
Cuidar implica desplegar actitudes que van más allá de realizar tareas concretas de vigilancia, asistencia, ayuda o control. El cuidado de los demás implica afecto, acompañamiento, cercanía, respeto, empatía con la persona que recibe ese cuidado.
La ética del cuidado exige que nos veamos a nosotros mismos, pero que también reconozcamos la otredad —vivimos un tiempo en el que el cuidado es un valor tan importante como el de la justicia— y es una alternativa a la ética racionalista, pensada por y para un individuo racional y autónomo. Está enfocada en un sujeto de derechos, que ha sido lo predominante desde la modernidad. Es el objetivo de la moralidad y se explica en el llamado a preocuparse por los demás y, en especial, por las personas más necesitadas.
Esta ética del cuidado no puede entenderse solo en términos de razonamientos lógicos. Tiene que ser al mismo tiempo una forma de responder a las necesidades de quienes nos interpelan desde su fragilidad. Se complementa a su vez con la ética de la justicia o de los derechos, que no está completa sin una ética de la responsabilidad.
El papa Francisco nos decía que estamos ante una cultura del descarte, en la que tenemos muchas vidas que no pueden ser desatendidas; las vidas de otros, las vidas precarias o a las que también se le llama vidas subalternas. Considerar el cuidado un valor ético conlleva una pretensión de universalidad, como ocurre con todos los valores éticos. El cuidado como valor ético ya es reconocido.
Cuidar es preocuparse por el otro que necesita ayuda. La ética del cuidado es, más que una práctica, un conjunto de reglas y de principios.
El cuidado no es un asunto de género, es parte de lo público y lo privado, exige equidad y permite compartir en igualdad de condiciones el acceso al mundo. Hoy una sociedad democrática necesita de una concepción pública del cuidado.
Debemos preguntarnos por aspectos clave como los espacios del cuidado. Necesitamos una sociedad en la que los más desvalidos no se sientan abandonados, una sociedad menos arrogante en la que todos —sin excepciones ni dispensas de ningún tipo— estén dispuestos a hacerse cargo de la contingencia humana en todas sus manifestaciones.
El cuidado tiene diferentes dimensiones, pero tal vez una de las más importantes es el cuidado en la familia. Las relaciones familiares son de otro tenor porque las mueve el amor y el afecto y no simples contratos de cumplimiento obligado. Uno de los retos hoy es abrir la ética del cuidado como un complemento de la ética de normas y principios o, mejor aún, como otra perspectiva ética imprescindible para atender en sus justos términos la vulnerabilidad y las contingencias humanas que nos afectan a todos.
Otra dimensión del cuidado se puede percibir en el colegio, al que no se va solo a aprender. También se va a relacionarse con los demás, a sentirse parte de un grupo y a confiar en unos apoyos distintos de los que proporcionan las familias.
Es por lo que el cuidado también debe entenderse como un valor público derivado de la teoría de que todos somos, en algunas épocas de nuestra trayectoria vital, receptores de cuidados. En consecuencia, a todos nos corresponde, de manera recíproca, asumir la condición de cuidadores. La ética del cuidado en una democracia es una ética del reparto de responsabilidades.
Lo anterior nos lleva a que el cuidado es un valor. Lo que corresponde entonces es defenderlo, divulgarlo y exigir que se universalice. Un valor que se enmarca en la idea de ética que ya analizábamos y que hoy es una teoría que tiene que ver sobre todo con los deberes; por tal razón, una obligación natural que no tendría por qué derivar de un mandato jurídico específico.
El razonamiento nos lleva a que justicia y cuidado son valores complementarios. El cuidado tiene su propio lenguaje, no hay fórmulas que indiquen cuál es la mejor manera de cuidar. Por ejemplo, el funcionario cuida a los ciudadanos si es capaz de humanizar la relación con las personas que acuden a la administración. El empleador cuida a sus empleados cuando ve algo más que un recurso humano laboral. Para cuidar bien hay que sentirse cerca de la persona que requiere cuidados. La relación de cuidado responde al reclamo de la persona concreta, al rostro del otro.
La pandemia por el virus del COVID-19 nos ha recordado con insistencia que es imprescindible cuidarse y cuidar de los demás. Cuidar incluso de la naturaleza que constituye nuestro entorno, porque del tratamiento que nos damos unos a otros y a la naturaleza, depende el futuro de nuestra existencia.
Según Alfred Whitehead, el filósofo de la ciencia, el ser humano tiene tres objetivos: vivir, vivir bien y vivir mejor. Cuando esos propósitos se pierden, nos enfrentamos a la vulnerabilidad humana. Es cuando sobreviene el cansancio, se pierde la memoria, la resistencia disminuye; es cuando el cuerpo pesa y duele.
La profesora Camps nos llama la atención para cuidar a los demás en la enfermedad y, sobre todo, en la vejez, cuando ya existe una sensación de inferioridad, inutilidad, estorbo; cuando se cree que alguien está de más en el mundo; cuando avanza ese duro proceso de envejecer. Parecería que existe una conspiración del silencio frente a la última etapa de la vida. Sabemos que envejecer puede no ser agradable; incluso, que puede llegar a ser triste y deprimente.
Así como Adela Cortina acuñó la palabra aporofobia —expresión entendida como la fobia a los pobres—, he leído que Victoria Camps habla de la tristeza que produce la palabra gerontofobia, expresión para calificar a los viejos de invisibles, carentes de curiosidad o de estímulos para seguir viviendo. A los viejos los abandonan porque la sociedad los expulsa. Lo más triste es que ellos mismos aceptan esa expulsión, puesto que ya no se sienten parte de esa sociedad que los rechaza.
Además de la pérdida de salud y de las penurias económicas —que muchos padecen— hay otros factores en contra de los ancianos que necesitan asistencia. La pérdida de relaciones afectivas, la soledad, el sentimiento de ser una carga, la humillación de tener que recibir cuidados.
Lo paradójico es que los individuos no somos independientes y muchas veces tampoco dependientes. Somos interdependientes porque nos necesitamos mutuamente, de manera recíproca.
Acompañar al otro es una buena manera de entenderlo. Eso corrige la desigualdad entre la persona que cuida y a la que cuidan. Muchas veces cuidar no es nada más que estar al lado del desvalido, estar presente y dispuesto a permanecer cercano.
Cuidar entonces debe entenderse como una relación entre las personas que debe darse y cultivarse como fundamento de las relaciones humanas, al poner el cuidado en el centro. La profesora Camps nos trae un bello pasaje de Aristóteles que habla de su concepción sobre la ética, como una teoría de las virtudes que debería adquirir el ser humano para conseguir la excelencia en el desempeño de sus funciones.
El comportamiento ético se aprende gracias al hábito, al procedimiento y al hecho de habituarse a ser como se debe ser. Para cuidar se necesita confianza, empatía, flexibilidad y diligencia. Si no tenemos voluntad para hacer las cosas lo mejor posible, la legislación resultará entonces bastante inútil.
* Se publica por cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial. Carlos Raúl Yepes también es autor del libro “Por otro camino -De regreso a lo humano-”. Ha sido miembro de las juntas directivas de Bancolombia y sus filiales, de las filiales del Grupo Argos, Suramericana de Seguros, la Asociación Nacional de Empresarios Colombianos –ANDI- Fundación ANDI, Asobancaria, ANIF, Empresas Públicas de Medellín-EPM, Vivaair, Proantioquia, Transparencia por Colombia, Inverfam. Ha sido miembro del Consejo Consultivo del Departamento para la Prosperidad Social (DPS) y de la Agencia Nacional para la Reinserción y la Reintegración-ACR, de la Corporación Reconciliación Colombia, de la Misión Crecimiento Verde de Planeación Nacional (DNP), de la de la Junta Administradora del Fondo de Mitigación de Emergencias-FOME (covid-19), de la iniciativa Todos por la Paz, de la Comisión de Paz del Gobierno Nacional, de la Subcomisión de Paz de Proantioquia, del Grupo Transformación Medellín 2025, de la Alianza por Cartagena, del Centro de Pensamiento de Cartagena y Bolívar, Embajador de Medio Ambiente de la UNODC (United Nations Office On Drugs and Crime). Ha sido miembro de las juntas directivas de las fundaciones de la Selección Colombia de Futbol y Tras la Perla de América (Carlos Vives). Actualmente hace parte de las Juntas Directivas de Interconexión Eléctrica ISA, Postobón, Grupo Hotelero Las Américas-Talarame, del Comité Asesor de Avianca, del Consejo Asesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), del Consejo Empresarial Alianza por Iberoamérica (CEAPI), de la Corporación Libertank, de la Fundación La JuanFe, de la Fundación Ximena Rico y de la Fundación Soy Cartagena.