¿De dónde sacaremos el agua para seguir cultivando?
Solo el 3% del agua que gestionamos se dedica a consumo humano, la gran mayoría, el 70%, se destina a la agricultura.
Javier Yanes, BBVA Open Mind
(Liderazgo) El 22 de marzo Naciones Unidas celebra el Día Mundial del Agua, una ocasión para subrayar la importancia de la gestión sostenible del agua dulce. Este es uno de los recursos más preciosos del planeta, escaso y mal distribuido, situación que se agrava por los efectos del cambio climático. Y aunque no se destruye, la contaminamos, dejándola inutilizable de forma directa. Pero cada vez necesitamos más, sobre todo para nutrir a una población creciente con la necesaria producción de alimentos, el principal uso que hacemos del agua dulce. ¿De dónde obtendremos el agua para la agricultura del siglo XXI?
Solo el 3% del agua que gestionamos se dedica a consumo humano, la gran mayoría, el 70%, se destina a la agricultura.
A menudo no se entiende cómo podemos sufrir escasez de agua y sequías en un planeta con el 71% de su superficie cubierta de agua. Pero las apariencias engañan: a escala planetaria, los océanos son solo una finísima película que recubre el globo terrestre. A veces se compara el grosor de la corteza terrestre con la piel de una manzana, y el espesor de la capa de agua es aún menor. En una famosa ilustración, si toda el agua existente en la Tierra se reúne en una esfera, ocupa solo parte de EE. UU. Pero poco más de un 3% del total es agua dulce, y de esta solo una tercera parte no está en forma de hielo. Del agua dulce líquida que nos queda, el 99% está bajo tierra. Por lo tanto, y aunque el agua no se crea ni se destruye, solo una pequeñísima parte es aprovechable para nuestros usos, como beber o regar los cultivos.
Soluciones a pequeña escala para un problema local
Aunque el agua sea para nosotros uno de los primeros requisitos imprescindibles para la vida, lo cierto es que solo el 3% de la que gestionamos se dedica a consumo humano; la gran mayoría, el 70%, se destina a la agricultura. Pero desde el año 1900 nuestro uso del agua dulce en todo el mundo casi se ha multiplicado por ocho. El cambio climático, la sobreexplotación y el deterioro medioambiental están secando nuestros ríos y desertificando amplias regiones, mientras que otras sufren inundaciones catastróficas. El agua tiene su propio ciclo terrestre que en algunos países se trata de alterar estimulando la lluvia, pero estos métodos tienen una muy dudosa eficacia. ¿Cómo podemos afrontar la creciente necesidad de agua para abastecer de alimentos a una población mundial en aumento, si nuestro uso actual del agua ya ha superado el límite planetario de seguridad?
Existen múltiples propuestas tecnológicas innovadoras para aumentar la disponibilidad de agua aprovechable en las regiones donde hace falta, sobre todo mediante el uso de nuevos materiales: sistemas de destilación solar, condensación incluso a partir del aire más seco, desalinizadoras avanzadas o estaciones que reciclan el agua usada empleando energías limpias y renovables como la solar o la eólica. Pero se trata de soluciones a pequeña escala que se encuentran en fases experimentales y cuya aplicación masiva se ve lejana.
El cambio climático, la sobreexplotación y el deterioro medioambiental están secando nuestros ríos y desertificando amplias regiones, mientras que otras sufren inundaciones catastróficas.
Sin embargo, y dado que el 99% del agua dulce líquida está bajo tierra, este es un gran filón. El agua subterránea es una fuente empleada tanto para el consumo como para la agricultura: la mitad de la población mundial bebe del agua que corre por el subsuelo y en torno a un 43% de la utilizada para regar los cultivos procede también de este origen, sin contar con que también abastece ríos, lagos y humedales. El agua subterránea es un activo renovable que forma parte del ciclo general del agua, pero según los expertos ha sido históricamente infravalorada, sobreexplotada y mal gestionada, lo que amenaza su estabilidad y sus posibilidades de recuperación a corto o medio plazo en caso de agotamiento.
Intervenciones para el declive del agua subterránea
Según un gran estudio global de 2024 encabezado por Scott Jasechko, experto en recursos acuáticos de la Universidad de California, que reúne millones de mediciones de unos 170.000 pozos y casi 1.700 acuíferos en más de 40 países representando el 75% del uso del agua subterránea, en este siglo hay una alarmante tendencia generalizada al descenso de los niveles: más de medio metro al año, sobre todo en regiones agrícolas secas de América (Chile, México y suroeste de EEUU), Europa (España), África (Marruecos) o Asia (Arabia Saudí, Irán, Afganistán, China e India). El declive del agua subterránea puede además causar hundimiento de los terrenos, amenazando las infraestructuras y aumentando el riesgo de inundaciones.
Al vaciado de las corrientes subterráneas se une otro problema: la actividad humana está salando las aguas dulces a un nivel que supone una amenaza existencial.
Este declive se ha acelerado en los últimos 40 años en la tercera parte de los acuíferos. En los casos en que las aguas subterráneas vierten a los ríos, ocurre además que se está invirtiendo el flujo: el agua de las corrientes se filtra a los acuíferos deficientes, lo que a su vez afecta a la ecología de los ríos. “La extendida aceleración del descenso en el nivel de aguas subterráneas subraya la urgente necesidad de medidas más efectivas”, escribían los autores. Al vaciado de las corrientes subterráneas se une otro problema: la actividad humana está salando las aguas dulces a un nivel que supone una amenaza existencial, según otro estudio de 2023, y esto incluye también la salinización de las aguas subterráneas. En ciertos casos, advierten Jasechko y sus colaboradores, el agua de mar invade los acuíferos, dejándolos inutilizables.
Pero los autores identifican también las intervenciones que resultan eficaces y que en algunos lugares han conseguido detener este sangrado de los acuíferos. Políticas como reducir la demanda o recurrir a fuentes alternativas han mejorado el nivel de los acuíferos en algunos lugares, pero también se están aplicando sistemas para recargarlos con aguas superficiales sin dañar los ecosistemas. Por ejemplo, en un valle de Arizona donde el acuífero descendió 30 metros desde los años 40, se construyeron embalses de filtración que se rellenan con agua del río Colorado transportada cientos de millas por canales, lo que ha conseguido elevar el nivel del agua subterránea hasta 60 metros.
Existen múltiples propuestas tecnológicas innovadoras para aumentar la disponibilidad de agua aprovechable en donde hace falta, pero se trata de soluciones a pequeña escala.
Según Jasechko y sus colaboradores, “para abordar el creciente problema del agotamiento de las aguas subterráneas globales, este tipo de historias de éxito deberían copiarse en docenas de acuíferos con niveles en declive”.
** ** Texto publicado originalmente en Open Mind del BBVA, replicado en El Espectador con autorización de BBVA Colombia.
(Liderazgo) El 22 de marzo Naciones Unidas celebra el Día Mundial del Agua, una ocasión para subrayar la importancia de la gestión sostenible del agua dulce. Este es uno de los recursos más preciosos del planeta, escaso y mal distribuido, situación que se agrava por los efectos del cambio climático. Y aunque no se destruye, la contaminamos, dejándola inutilizable de forma directa. Pero cada vez necesitamos más, sobre todo para nutrir a una población creciente con la necesaria producción de alimentos, el principal uso que hacemos del agua dulce. ¿De dónde obtendremos el agua para la agricultura del siglo XXI?
Solo el 3% del agua que gestionamos se dedica a consumo humano, la gran mayoría, el 70%, se destina a la agricultura.
A menudo no se entiende cómo podemos sufrir escasez de agua y sequías en un planeta con el 71% de su superficie cubierta de agua. Pero las apariencias engañan: a escala planetaria, los océanos son solo una finísima película que recubre el globo terrestre. A veces se compara el grosor de la corteza terrestre con la piel de una manzana, y el espesor de la capa de agua es aún menor. En una famosa ilustración, si toda el agua existente en la Tierra se reúne en una esfera, ocupa solo parte de EE. UU. Pero poco más de un 3% del total es agua dulce, y de esta solo una tercera parte no está en forma de hielo. Del agua dulce líquida que nos queda, el 99% está bajo tierra. Por lo tanto, y aunque el agua no se crea ni se destruye, solo una pequeñísima parte es aprovechable para nuestros usos, como beber o regar los cultivos.
Soluciones a pequeña escala para un problema local
Aunque el agua sea para nosotros uno de los primeros requisitos imprescindibles para la vida, lo cierto es que solo el 3% de la que gestionamos se dedica a consumo humano; la gran mayoría, el 70%, se destina a la agricultura. Pero desde el año 1900 nuestro uso del agua dulce en todo el mundo casi se ha multiplicado por ocho. El cambio climático, la sobreexplotación y el deterioro medioambiental están secando nuestros ríos y desertificando amplias regiones, mientras que otras sufren inundaciones catastróficas. El agua tiene su propio ciclo terrestre que en algunos países se trata de alterar estimulando la lluvia, pero estos métodos tienen una muy dudosa eficacia. ¿Cómo podemos afrontar la creciente necesidad de agua para abastecer de alimentos a una población mundial en aumento, si nuestro uso actual del agua ya ha superado el límite planetario de seguridad?
Existen múltiples propuestas tecnológicas innovadoras para aumentar la disponibilidad de agua aprovechable en las regiones donde hace falta, sobre todo mediante el uso de nuevos materiales: sistemas de destilación solar, condensación incluso a partir del aire más seco, desalinizadoras avanzadas o estaciones que reciclan el agua usada empleando energías limpias y renovables como la solar o la eólica. Pero se trata de soluciones a pequeña escala que se encuentran en fases experimentales y cuya aplicación masiva se ve lejana.
El cambio climático, la sobreexplotación y el deterioro medioambiental están secando nuestros ríos y desertificando amplias regiones, mientras que otras sufren inundaciones catastróficas.
Sin embargo, y dado que el 99% del agua dulce líquida está bajo tierra, este es un gran filón. El agua subterránea es una fuente empleada tanto para el consumo como para la agricultura: la mitad de la población mundial bebe del agua que corre por el subsuelo y en torno a un 43% de la utilizada para regar los cultivos procede también de este origen, sin contar con que también abastece ríos, lagos y humedales. El agua subterránea es un activo renovable que forma parte del ciclo general del agua, pero según los expertos ha sido históricamente infravalorada, sobreexplotada y mal gestionada, lo que amenaza su estabilidad y sus posibilidades de recuperación a corto o medio plazo en caso de agotamiento.
Intervenciones para el declive del agua subterránea
Según un gran estudio global de 2024 encabezado por Scott Jasechko, experto en recursos acuáticos de la Universidad de California, que reúne millones de mediciones de unos 170.000 pozos y casi 1.700 acuíferos en más de 40 países representando el 75% del uso del agua subterránea, en este siglo hay una alarmante tendencia generalizada al descenso de los niveles: más de medio metro al año, sobre todo en regiones agrícolas secas de América (Chile, México y suroeste de EEUU), Europa (España), África (Marruecos) o Asia (Arabia Saudí, Irán, Afganistán, China e India). El declive del agua subterránea puede además causar hundimiento de los terrenos, amenazando las infraestructuras y aumentando el riesgo de inundaciones.
Al vaciado de las corrientes subterráneas se une otro problema: la actividad humana está salando las aguas dulces a un nivel que supone una amenaza existencial.
Este declive se ha acelerado en los últimos 40 años en la tercera parte de los acuíferos. En los casos en que las aguas subterráneas vierten a los ríos, ocurre además que se está invirtiendo el flujo: el agua de las corrientes se filtra a los acuíferos deficientes, lo que a su vez afecta a la ecología de los ríos. “La extendida aceleración del descenso en el nivel de aguas subterráneas subraya la urgente necesidad de medidas más efectivas”, escribían los autores. Al vaciado de las corrientes subterráneas se une otro problema: la actividad humana está salando las aguas dulces a un nivel que supone una amenaza existencial, según otro estudio de 2023, y esto incluye también la salinización de las aguas subterráneas. En ciertos casos, advierten Jasechko y sus colaboradores, el agua de mar invade los acuíferos, dejándolos inutilizables.
Pero los autores identifican también las intervenciones que resultan eficaces y que en algunos lugares han conseguido detener este sangrado de los acuíferos. Políticas como reducir la demanda o recurrir a fuentes alternativas han mejorado el nivel de los acuíferos en algunos lugares, pero también se están aplicando sistemas para recargarlos con aguas superficiales sin dañar los ecosistemas. Por ejemplo, en un valle de Arizona donde el acuífero descendió 30 metros desde los años 40, se construyeron embalses de filtración que se rellenan con agua del río Colorado transportada cientos de millas por canales, lo que ha conseguido elevar el nivel del agua subterránea hasta 60 metros.
Existen múltiples propuestas tecnológicas innovadoras para aumentar la disponibilidad de agua aprovechable en donde hace falta, pero se trata de soluciones a pequeña escala.
Según Jasechko y sus colaboradores, “para abordar el creciente problema del agotamiento de las aguas subterráneas globales, este tipo de historias de éxito deberían copiarse en docenas de acuíferos con niveles en declive”.
** ** Texto publicado originalmente en Open Mind del BBVA, replicado en El Espectador con autorización de BBVA Colombia.