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(Sostenibilidad y Liderazgo) La industria de la belleza está siempre arropada por un halo de elegancia y glamur que es su seña de identidad y un argumento esencial de marketing. Pero detrás del brillo de su fachada hay una cara B no tan rutilante: arrastra una huella ambiental y climática que debe reducir, tanto por las exigencias de la regulación como por la demanda de un consumidor cada vez más concienciado con el respeto al medioambiente.
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La industria del lujo es un sector que nunca decae, no solo por la fidelidad de su clientela, sino también porque quienes no forman parte de su mercado habitual aspiran a entrar en él. Pero si tradicionalmente se ha distinguido por no reparar en recursos ni en costes, hoy se ve también empujada a reducir su impacto climático y ambiental en todos los frentes: una moda baja en emisiones, perfumes con envases rellenables, oro y diamantes reciclados y de fuentes más sostenibles.
Los cosméticos son un campo minado de trampas para la sostenibilidad y la salud: desde el uso de recursos, el impacto de los procesos de fabricación y empaquetado, hasta la contaminación de sus desechos o la composición química de los productos.
Dentro de esta amplia categoría se encuadran también los cosméticos y otros productos de belleza, un sector que ingresa más de 600.000 millones de dólares al año y que está asociado a firmas de gran prestigio. Y que, sin embargo, es un campo minado de trampas para la sostenibilidad, la salud y la seguridad: desde el uso de recursos, materias primas y agua, pasando por el impacto de los procesos de fabricación y el empaquetado, hasta la contaminación de sus desechos, sin olvidar la composición química de los productos.
El reto de reciclar el agua
Según el British Beauty Council (BrBC), organización del sector en Reino Unido, la industria se encuentra en un momento de necesidad de cambio para afrontar los retos de sostenibilidad y la crisis climática. El primero está en un ingrediente básico: el agua compone el 70% de los productos de belleza, y por ello se utiliza en inmensas cantidades; 10.400 millones de litros en 2020. Un gigante del sector, L’Oreal, pretende lograr para 2030 un reciclaje del 100% del agua utilizada en un circuito cerrado, y otras firmas apuestan por medidas similares.
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Algunas marcas han lanzado productos sin agua, como champú en polvo o acondicionador en barra. Según la investigadora de la Universidad de Southampton Denise Baden, promotora del proyecto Eco Hair and Beauty, reducir el lavado y acondicionado diario del cabello a dos veces a la semana, suplementado con el uso de champú sin agua y acondicionador sin aclarado, puede recortar la factura ambiental anual del cuidado del cabello de una persona de 14.222 litros de agua, 1.252 kilovatios-hora (kWh) de energía y 500 kilos de CO2, a solo 613 litros, 55 kWh y 25 kilos de CO2. La reducción del consumo de agua es también un propósito de una tecnología de encapsulado de cosméticos en fibras ultrafinas desarrollada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y su spin-off Bioinicia; las fibras se funden en la piel, maximizando la penetración del producto sin utilizar agua ni añadir otros excipientes.
La reducción del consumo de agua es propósito de una tecnología de encapsulado de cosméticos en fibras ultrafinas desarrollada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y su spin-off Bioinicia.
El envasado es también un problema: en la industria de la belleza prima la estética sobre la funcionalidad, y a menudo esto se traduce en elementos innecesarios en el empaquetamiento. El papel y cartón utilizados anualmente equivalen a casi 73.000 kilómetros cuadrados de bosque. El sector es el cuarto mayor consumidor de plásticos para envasado, una necesidad que tira de la producción de petróleo y es fuente de contaminación plástica y microplástica; según un informe de 2020 del BrBC, cada año se fabrican 120.000 millones de envases, y el 95% se desechan, sumando el 70% de la basura del sector. El reciclaje aún es una asignatura pendiente, y el rellenado de envases que comienza a aplicarse en perfumería aún está muy lejos de convertirse en práctica extendida.
La huella contaminante de los ingredientes
Otro campo espinoso es el de los posibles daños debidos a los ingredientes, que se depositan en el medio ambiente a través de los lavados —curiosamente, el agua caliente empleada por los consumidores para este fin es responsable del 59% de las emisiones asociadas al sector— y cuyas emisiones de químicos volátiles igualan a las causadas por el transporte. Un estudio descubrió que el aire de los salones de manicura contiene compuestos volátiles con riesgo carcinogénico a niveles comparables a los presentes en las refinerías de petróleo o los talleres mecánicos. Algunos ingredientes de los cosméticos podrían afectar a la salud reproductiva de las mujeres. La regulación en este campo avanza a velocidades dispares: según la CNN, la Agencia Europea de Productos Químicos (ECHA) enumera 2.495 sustancias prohibidas en los cosméticos para la UE, pero la Agencia de Fármacos y Alimentos de EEUU (FDA) solo recoge 11.
Un estudio descubrió que el aire de los salones de manicura contiene compuestos volátiles con riesgo carcinogénico a niveles comparables a los presentes en las refinerías de petróleo o los talleres mecánicos.
Algunas compañías investigan en biotecnología para ceñirse al uso de moléculas biodegradables. Las marcas tienden a evitar el uso de aceite de palma, culpado de la deforestación en el sudeste asiático, de la oxibenzona de los protectores solares, que provoca el blanqueamiento del coral, o de los parabenos, conservantes derivados del petróleo; ingredientes como estos suman el 46% de la huella de carbono en los productos del gigante Unilever. Grandes firmas como Garnier apuestan por ingredientes de origen natural procedentes de explotaciones ecológicas, a lo que se suman la sustitución del plástico por el cartón y los productos sólidos sin agua.
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En resumen, la industria de la belleza parece concienciada con la necesidad de un giro hacia la sostenibilidad que los consumidores demandan y que está en el punto de mira de los expertos. Pero tendencias como la clean beauty o la green beauty, últimamente en el menú de marcas e influencers, suscitan sospechas de greenwashing en muchas de las proclamas de las compañías. Como apunta el British Beauty Council, solo “un cambio atrevido, urgente” cumplirá el propósito de esta industria: “lograr que la belleza intrínseca de la gente y de nuestro planeta luzca”.
*Javier Yanes, PhD Bioquímica y Biología Molecular, especialidad Inmunología. Periodista de ciencia y escritor de novelas.
** ** Texto publicado originalmente en Open Mind del BBVA, replicado en El Espectador con autorización de BBVA Colombia. Artículo del libro El trabajo en la era de los datos.