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Hace dos años los esposos Alexandra Bastidas y John Jairo Rincón llevaban una vida tranquila en el municipio de Villagarzón (Putumayo). Ella tenía una papelería, mientras que él trabajaba como cocinero en una empresa. Sin embargo, la rutina y las ganas de tener más tiempo para compartir en familia los llevó a dejarlo todo para adentrarse en la selva y crear su propio proyecto turístico.
“Empezamos como muchos emprendimientos: al revés, haciendo como a nosotros nos parecía. Pero este cambio nos daba una mejor calidad de vida, otra cosa diferente a la rutina de levantarse, irse al trabajo, llegar cansado y no compartir”, recuerda Alexandra. Con el esfuerzo de ambos, y sin mucha idea de cómo empezar, la pareja creó Portal del Sol, un pequeño ecohotel a 8 km de Villagarzón en el que la mayoría de los procesos son amigables con el medioambiente.
“Desde antes de la pandemia ya estábamos recibiendo a turistas. Las personas que nos han visitado son amantes de la naturaleza y saben que este es un proyecto que todavía está en construcción”, dice la emprendedora.
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A 900 kilómetros de allí, en el corregimiento de El Totumo (Necoclí), en el Urabá antioqueño, otra joven también emprendió su propio proyecto por la misma época en que lo hizo Alexandra. Se trata de Andis Paola Dorado, una diseñadora que se crió rodeada de modistas.
“Mi abuela confeccionaba la ropa de mi mamá y de todas sus hijas. Mi madre también es modista y yo me iba a su taller de confección a recoger retazos de tela para hacerles ropa a mis muñecas. Crecer en ese medio y verla con esa pasión cosiendo y atendiendo a los clientes me hizo enamorarme de esta labor”, cuenta Andis, que hoy diseña y vende prendas desde su taller.
Alexandra y Andis tienen un par de cosas en común. Los padres de ambas fueron desplazados de sus hogares hace años por la violencia. De hecho, el terreno en el que queda el Portal del Sol le fue entregado al padre de Alexandra en el marco de un proceso de restitución de tierras. Ninguna recuerda haber vivido el conflicto de cerca, pero ambas buscan cambiar la cara de sus regiones a través de sus negocios.
En El Totumo y en Villagarzón no hay grandes aceleradoras de emprendimientos o cuantiosos fondos a los que puedan aplicar los pequeños empresarios, ventajas a las que sí tienen acceso algunas iniciativas de las grande
s ciudades. Sin embargo, Alexandra y Andis arrancaron sus negocios de manera informal y se fueron educando en la marcha, con estudios técnicos y a punta de prueba y error. Fue así como dieron con el programa Emprendimientos Productivos para la Paz (Empropaz).
Esta iniciativa nació en 2018 de la mano de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo (Usaid) y la institución microfinanciera Bancamía para prestar servicios de finanzas productivas y acompañamiento socioempresarial a los pequeños negocios que nacen en zonas golpeadas por la violencia. Hoy opera en 76 municipios (58 de ellos rurales) y ha atendido de manera gratuita a 4.062 personas con capacitaciones personalizadas y planes de fortalecimiento.
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“El factor común de estos emprendimientos y microempresas es la informalidad”, dice Miguel Achury, gerente de Empropaz. “Nosotros entendemos que la formalización es un proceso, entonces en principio los apoyamos para que puedan generar ingresos de subsistencia y se alejen de los fenómenos de violencia y pobreza, que son los que principalmente marcan el destino de estas poblaciones rurales. Luego los alentamos a que busquen formalizarse”, explica.
De los proyectos que ha acompañado Empropaz, el 40 % pertenece al sector comercio, seguido por el de servicios (25 %) y el rural (20 %). El 41 % de los emprendedores tienen educación primaria y el 59 % de las personas que reciben acompañamiento socioempresarial son mujeres. Con la pandemia, el programa adaptó todos sus contenidos para que pudieran ser consultados de manera digital.
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Empropaz, al igual que otras organizaciones similares, les facilita el acceso a cuentas de ahorro y a un fondo semilla con créditos en condiciones especiales. “Se ha hecho para que las personas puedan acceder a crédito en condiciones especiales y que con el pago de sus intereses le den la oportunidad a otros emprendedores de acceder”, dice el gerente.
Muchos emprendedores recurren a entidades microfinancieras para hacer crecer sus negocios, aunque en la ruralidad no siempre son suficientes. Según la Encuesta de Micronegocios del DANE en el segundo trimestre de 2021, el 20,3 % de los micronegocios en los centros poblados y rural disperso reportaron escasez en la provisión de servicios financieros. Aún así, según la misma encuesta, 32,6 % de los micronegocios que conocían políticas gubernamentales de apoyo al sector privado solicitó o se benefició con alguna de estas políticas, mucho más que en las cabeceras municipales (17,5 %).
“Ahora sé calcular cuánto hilo me puedo gastar en un vestido. Antes dejaba que la máquina cogiera todo lo que yo quisiera. Esas asesorías me han sido de mucha utilidad en lo que tiene que ver con la parte administrativa y contable”, dice Andis, quien agrega que su mayor dificultad ha sido que los clientes la tomen en serio como diseñadora a sus 26 años.
Alexandra, por su parte, cuenta que lo más complicado de crear su ecohotel fue haber comenzado desconociendo el sector turístico, lo que los ha llevado a ella y a su esposo a hacer modificaciones constantes a las habitaciones de su hospedaje.
Actualmente, ella y su esposo se están formando en guianza turística y operación de alojamientos rurales, en el camino han incluido un biodigestor, una huerta, alumbrado solar y lombrices californianas que producen abono orgánico, por lo que han aprendido a hacer un aprovechamiento circular de los recursos naturales.
Los emprendedores del agro
“Lo más difícil del campo es el acceso a la comercialización. Normalmente, los campesinos tienen como primera opción las plazas de mercado de los municipios. Pero ahí sí que se manejan precios injustos y humillaciones”, dice Dora Ocampo, gerente de Asofrutas, una asociación que agrupa a 56 productores de fruta en La Ceja (Antioquia), de los cuales 29 son mujeres.
Según Dora, a diferencia de los productores de gran tamaño, los agricultores independientes que comienzan con cultivos pequeños están a la merced de los intermediarios, que no siempre les ofrecen precios favorables. A esta situación se suma el cambio climático. “Nosotros acá estamos a cielo abierto, a lo que mi Dios quiera hacer con nosotros. Es muy complejo porque el productor siembra todos sus esfuerzos y una granizada lo acaba todo. Toca volver a refinanciar créditos y arrancar. Así es la vida”, explica.
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Para ella, lo que más les funciona a los pequeños productores es la asociatividad, pues así les resulta más fácil alcanzar objetivos en común, desde tener ventas fijas a almacenes u organizaciones hasta acceder a ayudas del Estado.
En Asofrutas, por ejemplo, todos los asociados pusieron de su parte para comprar un vehículo en el que recogen la producción de cada finca y les ahorran el flete a los productores para comercializarla. “Tengo productores que traen desde 5 kilos de mora hasta 300 kilos, la clave es acopiar. Ese es el éxito de la Asociación, que agrupa los esfuerzos de los más pequeñitos”, cuenta Dora.
Hoy en día, productores de mora de todos los tamaños en La Ceja y La Unión han recibido acompañamiento de entidades como la Agencia de Desarrollo Rural (ADR), que ayuda a la estructuración y cofinanciación de planes y proyectos agropecuarios. Es así como Asofrutas ha conseguido vender en almacenes de cadena de la talla de Éxito y Olímpica. En la pandemia también obtuvieron recursos para renovar 56 parcelas de mora, con lo que los productores solo deberán poner la tierra y la mano de obra.
“Los productores del campo tienen diversas necesidades. Con base en mi experiencia al frente de la ADR, yo trataría de resumirlas en cuatro grandes grupos (excluyendo las coyunturales): aquellas relacionadas con el acceso a la financiación, aquellas que tienen que con el estado de vías terciarias, las vinculadas con el mejoramiento de las prácticas agrícolas, y las que corresponden a la búsqueda de escenarios comerciales”, dice Ana Cristina Moreno, presidenta de la Agencia.
Según Moreno, para darles solución a algunas de estas problemáticas han entregado subsidios por $350.846 en líneas especiales de crédito $3.6 billones, cuyos principales destinatarios han sido pequeños productores (90%).
Además, se han vinculado más de 190.000 productores a la estrategia de Agricultura por Contrato para que puedan cosechar y vender a la fija, y 35.000 personas han sido atendidas con el servicio público de extensión agropecuaria para que puedan mejorar sus procesos productivos. La ADR también ha invertido $4,2 billones en el mejoramiento de vías terciarias.
“Sabemos que los desafíos son muchos y que las dificultades que enfrenta el campo colombiano requieren esfuerzos que perduren en el tiempo, pero aquí hay cifras que demuestran un compromiso genuino y que están mejorando vidas rurales. Continuaremos por este camino”, agregó la presidenta.
(Loas personas interesadas en conocer las ayudas de la agencia pueden escribir al correo electrónico atencionalciudadano@adr.gov.co, llamar al celular 3168341665 o comunicarse con los canales de atención de las oficinas territoriales de la ADR).
Seguir después de la pandemia
Alexandra, Andis y los productores de Asofrutas lograron sobrevivir a la pandemia, como muchos otros emprendedores y pequeños empresarios que están lejos de las grandes ciudades.
“Ya no esperamos a que el cliente venga hasta el local, sino que tenemos días a la semana en los que hacemos un recorrido en Necoclí, Turbo y Apartadó para llevarles a las clientas los productos terminados o les compartimos una tablita de medidas para que ellas se ubiquen”, dice Andis.
El equipo de Empropaz, por su parte, llegó hasta donde la virtualidad se los permitió. “Fuimos intensos en las convocatorias virtuales. La necesidad es enorme y la reactivación económica requiere este tipo de esfuerzos. En este último año y medio se vincularon 2.500 personas, eso nos demuestra que la necesidad está y el deseo de superación está presente”, dice Miguel Achury.
En eso coincide Alexandra, quien es optimista sobre su futuro y cree que el turismo local no va a ser el mismo después de la pandemia. “Antes todo era sol, playa y ciudades grandes. Pero con la pandemia, las personas de los pueblos cercanos empezaron a conocer los sitios bonitos que tenemos y a darles valor. Somos más los que queremos el cambio y le apostamos al turismo como una actividad que no sólo es amigable con el medioambiente, sino que nos ayuda a cambiar el chip de cultivos ilícitos y violencia”, concluye.