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(Liderazgo) La gig economy o economía de los pequeños encargos se ha convertido, junto con el futuro del trabajo, en un popular tema de debate. A grandes rasgos, la gig economy implica acuerdos laborales que están más cerca de los «bolos» que de las formas de empleo más tradicionales. Esto propicia teorías según las cuales el empleo se parece cada vez más a un bolo musical, sin garantías de continuidad y en el que los trabajadores son libres de elegir adónde ir después. El empleo a corto plazo o precario es anterior en el tiempo a los acuerdos laborales de tipo más formal, tanto en ocupaciones que ahora se rigen por los llamados «contratos laborales estándar» como en otras que continúan desarrollándose en un ámbito informal, por ejemplo, el trabajo doméstico.
El interés actual en la economía de los pequeños encargos también es resultado de la aplicación de las tecnologías digitales y el uso de plataformas. Cuando se emplea el término gig economy, a menudo se hace referencia a la economía de plataformas y, más concretamente, al trabajo de plataforma. El transporte basado en una aplicación, como Uber, el reparto de comida a domicilio y otros servicios al consumidor son cambios visibles en el mundo laboral. El enfoque de este artículo será más concreto que la gig economy en general y examinará cómo el trabajo de los pequeños encargos está condicionado cada vez más por las plataformas digitales. Tal y como ha argumentado Nick Srnicek (2017):
Las plataformas son, en suma, un nuevo modelo de empresa; se caracterizan por: proporcionar la infraestructura necesaria para mediar entre distintos grupos de usuarios, mostrar tendencias monopolistas impulsadas por efectos en red, usar la subvención cruzada para atraer a distintos grupos de clientes y haber diseñado una arquitectura básica que gobierna las posibilidades de interacción.
El enfoque es importante pues, aunque el trabajo de los pequeños encargos en su concepto más amplio existe desde hace tiempo, la plataformización lo está remodelando drásticamente y puede tener efectos generalizados en toda la economía. Para hacernos una idea de las dimensiones del fenómeno, Richard Heeks (2017) calcula que cerca de setenta millones de personas han encontrado empleo a través de una plataforma. Un poco más a largo plazo, McKinsey calcula que, para 2025, podría haber 540 millones de personas buscando trabajo a través de las «plataformas de talento online», y existe una predicción según la cual hasta 230 millones lo encontrarían (Manyika et al., 2015). Gus Standing (2016) va más allá y predice que, para esa fecha, una tercera parte del trabajo se desarrollará mediante plataformas digitales.
Este artículo busca acercar a los lectores a estas cuestiones, empezando con las condiciones previas que moldean la aparición y las dinámicas de la gig economy. A continuación examina las tendencias resultantes en el mercado laboral, incluidos los efectos que van más allá de la economía de los pequeños encargos, la experiencia para los trabajadores descrita en investigaciones recientes, los efectos en la sociedad en su conjunto y, por último, los posibles escenarios futuros, tanto positivos como negativos.
REQUISITOS PARA LA GIG ECONOMY
Antes de examinar los efectos de la gig economy merece la pena indagar en las condiciones para su aparición. De otro modo existe el peligro de ver la gig economy en solo una de sus modalidades y definida solo por factores tecnológicos, lo que minimiza la intervención de otros importantes agentes en el proceso. En esencia, las plataformas que median en el empleo de los pequeños encargos usan «herramientas que hacen posible el encuentro entre la oferta y la demanda de trabajo» (Graham y Woodcock, 2018). Sin embargo, las características del trabajo están condicionadas por los requisitos para que exista, los cuales a su vez facilitan e impulsan el crecimiento de esta clase de empleo. Tal y como han identificado Woodcock y Graham (2019), existen nueve requisitos para la gig economy y abarcan aspectos tecnológicos, sociales y políticos, así como combinaciones entre estos.
El primer requisito es tecnológico y se refiere a la «infraestructura de plataforma». La disponibilidad de una tecnología subyacente, que incluye conectividad 4G, computación en la nube, redes GPS, etc., es un factor importante a la hora de facilitar un crecimiento rápido de las plataformas como modelo laboral. El segundo requisito tiene que ver con la «legibilidad digital del trabajo», que se refiere a si el empleo puede o no gestionarse mediante una plataforma digital. Por ejemplo, los servicios de entrega a domicilio tienen un alto grado de legibilidad digital, puesto que implican tareas intermitentes que pueden cartografiarse en un proceso de pasos concretos. Sin embargo, hay trabajos menos definidos que puede ser complicado organizar mediante una plataforma. El tercer requisito combina aspectos tecnológicos y sociales: «conectividad masiva y tecnología barata». La disponibilidad de teléfonos inteligentes asequibles con conexión a internet continuada es importante tanto para los trabajadores como para los consumidores de las plataformas. Sin ella, los servicios pueden no ser fiables y no satisfacer las necesidades de ninguna de las partes. Las plataformas de transporte sobresalen a la hora de ofrecer sus servicios a cualquier hora del día y a menudo en ausencia de otras opciones. Ello es gracias a una tecnología lo bastante barata para permitir su adopción masiva.
En cuarto lugar está un requisito social relacionado con «actitudes y preferencias de los consumidores». Las plataformas de la gig economy solo pueden crecer si existe un mercado para este tipo de servicios (o se puede crear uno) y si los clientes están dispuestos a acceder a dichos servicios mediante plataformas. Por ejemplo, las plataformas de servicio doméstico requieren –cosa lógica– un mercado para servicio doméstico en el cual haya clientes acostumbrados a tener a alguien trabajando en su casa. En países donde estas prácticas están más extendidas, por ejemplo, Sudáfrica, ya existen canales para reclutar y gestionar a trabajadores domésticos, a menudo basados en relaciones informales en las que la garantía personal u otras formas de expresar confianza desempeñan un papel clave. Para que plataformas de trabajo doméstico como SweepSouth o Domestly tengan éxito, tiene que producirse un cambio en las actitudes y preferencias respecto a su uso. Este ejemplo enlaza con el quinto requisito social: «relaciones laborales influidas por el género y la raza». El trabajo doméstico tiene un componente tradicional feminizado y racializado, con mayoría de trabajadoras procedentes de grupos de población minoritario e inmigrantes. De igual modo, en Reino Unido y otros países del norte global, las tareas de transporte y reparto se han considerado tradicionalmente masculinas, y a menudo están también racializadas. En ambos casos, el resultado es que muchos trabajadores no se encuentran amparados por regulaciones laborales y son más vulnerables a la marginación racista. Muchas de estas dinámicas pueden extrapolarse al trabajo de plataformas.
El sexto requisito para la gig economy es una combinación de aspectos sociales y política económica: la «búsqueda de flexibilidad por parte de los trabajadores». Existen dos motores para la flexibilización del trabajo de plataformas que están íntimamente relacionados. El primero es que las plataformas buscan una fuerza laboral altamente flexible que pueda contratarse a corto plazo y con escasa garantía de continuidad. Por ejemplo, los conductores de camiones de reparto que cobran por entrega, en especial en horas punta, sin que se les paguen las horas en que no se les necesita. Esto permite a las plataformas crecer deprisa, a la vez que reducen costes de plantilla, sobre todo mediante el estatus de trabajador por cuenta propia, que trataremos más adelante. Esta consideración, sin embargo, pasa por alto la demanda, a menudo por parte del trabajador mismo, de unas prácticas laborales más flexibles. Muchos trabajadores quieren mayor flexibilidad que la que brindan las ofertas de empleo tradicionales y valoran la posibilidad de organizar el trabajo en función de otras facetas de su vida, de trabajar más o de hacerlo en varios empleos a la vez. Aunque son varias las razones por las que esto es así, incluida la prevalencia de empleos mal pagados y de baja calidad, este deseo de flexibilidad por parte de los
A grandes rasgos, la gig economy implica acuerdos laborales que están más cerca de los «bolos» que de las formas de empleo más tradicionales.
Los requisitos séptimo y octavo tienen que ver con la política económica e implican «regulaciones gubernamentales» y «poder del trabajador». Estos dos factores moldean el contexto en el que operan la economía de los pequeños encargos y las plataformas. El primero fija el marco regulador que pone límites –o por el contrario favorece– al crecimiento de esta modalidad de trabajo. No obstante, en muchos casos, la regulación existente no habrá sido diseñada para contemplar la naturaleza específica de este tipo de trabajo, lo que significa que las plataformas pueden esquivar o evitar las regulaciones. El poder del trabajador, en cambio, hace referencia al poder negociador de los trabajadores en el momento actual y requiere comprender cómo puede o no afectar el entorno en el que operan las plataformas, inclinando la balanza a favor de los empleados y de sus derechos. Por ejemplo, en países con sindicatos de taxistas fuertes, la penetración de las plataformas de servicios de transporte se ha visto entorpecida o bloqueada. En otros casos, regulaciones que protegen a los trabajadores han actuado como medida de presión. El equilibrio entre poder de los trabajadores y presión corporativa, por tanto, delimita de forma esencial el terreno en el que se establecen y desarrollan las plataformas.
El noveno y último requisito es una combinación de economía política y tecnología y se refiere a las dinámicas de «globalización y externalización». En cierto sentido, eso se refiere más específicamente a una clase concreta de economía de los pequeños encargos. En líneas generales, hay dos clases de trabajo gig. Primero está el «trabajo vinculado geográficamente» que requiere que los trabajadores estén en un lugar concreto, ya sea limpiando una casa, repartiendo comida, etcétera. El segundo es el «trabajo de nube» y abarca las tareas que pueden hacerse de manera remota, con un ordenador. Podría tratarse de microtrabajo en plataformas como Amazon Mechanical Turk, con tareas breves tales como etiquetar imágenes o transcribir, o de actividades free lance de mayor duración en plataformas como Upwork (Woodcock y Graham, 2019). Está claro que la segunda modalidad incorpora dinámicas de externalización basadas en redes de logística digital cada vez más globalizadas. Así, gran parte del trabajo que se hace en internet entre bastidores, como por ejemplo moderar el contenido de vídeos en Filipinas, lo llevan a cabo estos trabajadores gig de forma remota. Sin embargo, el trabajo con vinculación geográfica también implica procesos de este tipo, puesto que gran parte lo asumen trabajadores migrantes, que cruzan fronteras y se convierten en empleados externalizados dentro de las nuevas fronteras nacionales.
Estos nueve requisitos no determinan la forma que adoptará la gig economy, pero cuando se toman todos ellos en consideración tienen una profunda influencia en sus efectos potenciales en distintos países. Es importante prestar atención a estos diferentes requisitos, en especial a aquellos que no están directamente relacionados con la tecnología, para así demostrar que «existen ya por todo el mundo innumerables economías de los pequeños encargos que se experimentan de maneras significativamente distintas» (Woodcock y Graham, 2019). A pesar de esto, tal y como demostrará el resto del artículo, surgen cada vez más rasgos, dinámicas y resultados comunes, que sin embargo no excluyen las posibilidades que tiene esta modalidad de trabajo de cambiar de forma en un futuro cercano.
TENDENCIAS DEL MERCADO LABORAL
A partir de estos diferentes requisitos, la economía de los pequeños encargos ha crecido y se ha desarrollado. En una fase más temprana, algunos investigadores la recibieron como el principio de la llamada «economía compartida» (Sundararajan, 2017). Sin embargo, las promesas de la gig economy no se han cumplido. Por ejemplo, Sarah Kessler (2018) cita al fundador de una start-up: «Podríamos trabajar para nuestros vecinos, conectar con todos los proyectos que necesitemos para salir adelante y encajar esos bolos entre ensayos de la banda, jardinería y otras pasiones». Pero el modelo de trabajo de los pequeños encargos no se ha construido alrededor de relaciones ya existentes, sino que ha empezado a destruir maneras previas de trabajar. En concreto, ha propiciado la ruptura con lo que se ha llamado «relación laboral estándar», la cual implica, para los trabajadores, la expectativa de «un empleo a tiempo completo estable, socialmente protegido y fiable» sujeto a la protección del Estado e influido por acuerdos colectivos (Bosch, 2004).
En determinados sectores, como el transporte y el reparto a domicilio, están surgiendo tendencias claras y visibles. Se calcula que Uber tiene ya unos cuatro millones de conductores en todo el mundo, con más de cuarenta mil en Londres. Un estudio de Huws et al. (2016) concluyó que el trabajo «de plataformas no solo crece a gran velocidad, sino que se extiende a áreas ocupacionales diversas». Esto incluye tanto el trabajo que se hace por completo online como otras modalidades en las que determinadas tareas, como el reparto, se gestionan online. También señalan que existen «indicios de que este modelo se está extendiendo a áreas tan diversas como la sanidad, la enseñanza, la asistencia legal y una amplia variedad de tareas manuales y de mantenimiento» (Huws et al., 2016). Entre los países europeos en los que se realizó el estudio, el 9% de las personas encuestadas de Reino Unido habían hecho trabajo remunerado mediante plataformas, con el 9% en Holanda, el 10% en Suecia, el 12% en Alemania y el 19% en Austria. En un estudio realizado en Estados Unidos, resultó que el 8% de los estadounidenses había trabajado en una plataforma en 2016, y la cifra ascendía al 16% para la franja de edad comprendida entre los dieciocho y los veintinueve años (Smith, 2016). Sin embargo, para muchos trabajadores se trataba de ingresos suplementarios a un empleo de otro tipo. Los resultados del estudio aducen que, para un número pequeño pero en aumento de trabajadores, el trabajo de plataformas empieza a suponer el grueso de sus ingresos. Los trabajadores lo «están eligiendo, debido a su desesperación por encontrar una fuente de ingresos antes que como una elección profesional consciente» (Huws et al., 2016).
El uso de estatus de autónomos exacerba muchas de las consecuencias negativas de la gig economy para los trabajadores, más allá de los que se encuentran en entornos laborales precarios como los call centers.
A pesar de estas conclusiones, ha resultado difícil calcular de forma precisa las dimensiones de la gig economy. En primer lugar, hay diferencias importantes en cómo definen los investigadores dicha economía, lo que quiere decir que sus rasgos varían de un estudio a otro. En segundo lugar, por el momento hay pocos datos. Tal y como se ha dicho ya, Heeks (2017) calcula que hay setenta millones de trabajadores registrados en plataformas, pero que solo cerca del 10% están disponibles en algún momento. La flexibilidad y la escasez de requisitos de entrada se traducen en que muchas personas intentan trabajar en plataformas o alternan esta clase de trabajo con otras. A pesar de la dificultad de obtener mediciones precisas, está claro que «cada vez son más los trabajos […] gestionados por plataformas» (Woodcock y Graham, 2019). Por ejemplo, en Reino Unido, un estudio calcula que la fuerza laboral de los pequeños encargos asciende a un millón cien mil trabajadores, los mismos que trabajan en el Servicio Nacional de Salud inglés (Balaram et al., 2017). Con independencia de las cantidades, es innegable que la gig economy está produciendo importantes cambios cualitativos, tanto para los trabajadores como para la sociedad en general.
LA EXPERIENCIA DE LOS TRABAJADORES
La experiencia de trabajar en la gig economy, igual que la de del pluriempleo, es diversa. Las experiencias, las aspiraciones y las necesidades varían mucho de un trabajador a otro. Por tanto no es posible generalizar la experiencia de trabajar en la gig economy. En el contexto estadounidense, Alexandrea Ravanelle (2019) ha argumentado que en la economía de los pequeños encargos hay «luchadores», «supervivientes» e «historias de éxito». Si se observa con atención, estas tipologías, así como sus combinaciones, pueden encontrarse en todas las plataformas. No obstante, existen importantes dinámicas que están cada vez más extendidas en el contexto del trabajo de los pequeños encargos.
La primera está ligada a la flexibilidad de la gig economy. La flexibilidad es un concepto manido que, en la práctica, puede significar un montón de cosas, desde trabajadores con capacidad de elegir cuándo trabajar, a la libertad de empleadores de contratar y despedir a su antojo, etcétera. Por lo tanto, la flexibilidad a menudo viene acompañada de restricciones en función de quién la ponga en práctica. Para aquellos con relativamente escaso poder, esta flexibilidad suele traducirse en precariedad. Ello implica dificultad para el trabajador a la hora de predecir cuánto va a ganar o durante cuánto tiempo tendrá un empleo remunerado. Para ilustrar esta idea, merece la pena regresar a un ejemplo tomado de mi campo de trabajo con conductores de Deliveroo en Londres (Woodcock y Graham, 2019). La historia incorpora muchos de los problemas que genera esta modalidad de empleo:
Uno de los repartidores, que había participado en el estudio de Jamie [Woodcock] desde el principio, contó una historia especialmente reveladora sobre la experiencia de trabajar para Deliveroo. Al final de la entrevista, Jamie le preguntó cuál era, en su opinión, la parte más difícil del trabajo. Esperaba que el repartidor mencionara lo modesto del salario, la inestabilidad laboral o el riesgo de accidentes, pero en lugar de ello le contó lo siguiente: el repartidor tenía otros dos empleos además de Deliveroo. Por las mañanas se levantaba para ir a su primer trabajo e intentaba desayunar antes. A la hora del almuerzo hacía un turno para Deliveroo y se aseguraba de comer algo rápido por el camino. Por la tarde trabajaba en el tercer empleo, antes de empezar el turno de cenas en Deliveroo. La principal dificultad era asegurarse de que comía lo bastante una vez llegaba a casa y así tener energías para levantarse de la cama y repetir el proceso al día siguiente… Deliveroo se anuncia como un servicio de entrega de comida a profesionales jóvenes y refinados, pero la realidad es que muchas de las entregas de este repartidor iban a personas que estaban demasiado agotadas después de trabajar como para hacerse la cena. Esto resulta especialmente irónico, considerando cómo publicita Deliveroo su marca. El relato de este repartidor, por tanto, constituye una crítica elocuente de la realidad del trabajo de los pequeños encargos en Londres: un trabajador que lucha por ingerir las calorías suficientes para llevar comida a personas que están demasiado cansadas de trabajar como para cocinar.
Es una historia importante por varias razones. En primer lugar, pone de manifiesto las prácticas laborales a que se enfrentan muchos trabajadores de la gig economy. Aunque son libres de trabajar cuando quieran, para el repartidor de Deliveroo la flexibilidad consistía en intentar complementar el salario mínimo que percibía en sus otros empleos para así sobrevivir en una ciudad tan cara como Londres.
Este trabajador nunca había conocido a nadie que trabajara para Deliveroo. La primera reunión la tuvo con personas consideradas, igual que él, legalmente autónomas para registrarse e instalar la aplicación, mientras que los problemas se gestionaban a través de un call center externalizado. De modo que era una experiencia muy distinta a la de trabajar en un café, una librería u otros empleos mal pagados y muy extendidos en Londres. La ironía de luchar por consumir calorías suficientes para repartir comida subraya la «materialidad» de esta clase de trabajo de plataforma. Significa entender cómo funcionan las redes de carreteras, con otros conductores y riesgo de accidentes, las condiciones meteorológicas, la condición física, la facilidad o dificultad de encontrar las direcciones, la duración de las baterías del móvil, la cobertura y todos los demás aspectos que se esconden tras la interfaz digital de la aplicación.
La libertad de las formas tradicionales de trabajo tiene el potencial de crear problemas sociales de amplio calado en un futuro. En muchos países, la seguridad social está vinculada al contrato de empleo estándar.
Hay un corpus creciente de investigaciones que señalan las consecuencias negativas de la economía de los pequeños encargos para los trabajadores (Aloisi, 2016; Scholz, 2017; Graham et al., 2017; Graham y Woodcock, 2018; Wood et al., 2018; Woodcock y Graham, 2019; Cant, 2019). El uso de estatus de autónomos exacerba muchos de estos aspectos negativos, más allá de los que se encuentran en entornos laborales precarios como los call centers (Woodwork, 2017a). Para muchos trabajadores, la experiencia laboral es cada vez más precaria. Tal y como lo define la Organización Internacional del Trabajo (2011):
En su sentido más general, el trabajo precario es la manera que tienen los empleadores de trasladar los riesgos y las responsabilidades a los trabajadores. Se trata de un trabajo realizado en la economía formal e informal y se caracteriza por niveles variables y grados de características objetivas (estatus legal) y subjetivas (sentimientos de incertidumbre e inseguridad). Aunque un empleo precario puede tener muchas caras, por lo común se define por la incertidumbre relativa a su duración, la multiplicidad de empleadores posibles o una relación ambigua con el empleador, la ausencia de protección social y de prestaciones generalmente asociadas al empleo, un salario bajo y la presencia de importantes obstáculos legales y prácticos para unirse a un sindicato y negociar de manera colectiva.
Detrás de esta precariedad hay una serie de «fuerzas sociales, económicas y políticas» que «se han alineado para volver más precario el empleo» (Kalleberg, 2009). La precariedad real de un empleo, es decir, la probabilidad de que se termine, también contribuye a la experiencia: la amenaza de que el trabajo pueda acabar en cualquier momento (Woodcock, 2014). Los efectos de la precariedad van más allá del hecho de que los trabajadores pierdan sus empleos. También afecta a su vida fuera del trabajo y a su capacidad de participar en otros aspectos de la sociedad.
LOS EFECTOS EN LA SOCIEDAD
La economía de los pequeños encargos está transformando no solo el trabajo, sino aspectos más generales de la sociedad. Uno de los requisitos examinados arriba era la «búsqueda de flexibilidad por parte de los trabajadores», así como las «actitudes y preferencias de los consumidores» (Woodcock y Graham, 2019). Ambas cosas podrían combinarse para explicar el impacto más general de la gig economy en la sociedad: trabajadores, plataformas y consumidores buscan una mayor flexibilidad. Los trabajadores buscan formas de trabajar más flexibles y adaptables, las plataformas se están liberando de regulaciones laborales previas y los consumidores esperan cada vez más servicios bajo demanda.
Puesto que la mayoría de las plataformas de perfil alto ofrecen servicios de cara al cliente, se están produciendo cambios en los patrones de consumo. Por ejemplo, Uber ha aumentado de forma considerable su cartera de conductores privados, y el excedente de conductores se traduce a menudo en que los usuarios tienen tiempos de espera muy cortos. Los bajos precios han aumentado la demanda de estos servicios, lo que a su vez está transformando el uso del transporte en muchas ciudades. Las plataformas de entrega a domicilio de comida también están cambiando los patrones de consumo, así como la relación con restaurantes, mediante el establecimiento de los llamados «restaurantes fantasma» (Butler, 2017), en los que la comida ya no se prepara en un establecimiento hostelero tradicional, sino en espacios creados ad hoc, a menudo en contenedores de carga.
Estos patrones de consumo cambiantes tienen un denominador común. Ya se trate de transporte de pasajeros, de reparto de comida o de otros servicios bajo demanda, permiten a otros trabajadores externalizar aspectos de su «reproducción social» (Bhattacharya, 2017), referidos a la recuperación de y la preparación para el trabajo. Al nivel más obvio, las opciones de transporte más rápidas dejan más tiempo libre para hacer horas extra o para dedicarlo a otras cosas, mientras que recibir la comida ya hecha significa que no hay que cocinarla. De esta manera, la gig economy enlaza con tendencias más amplias de intensificación del trabajo que pueden observarse en otros sectores de la economía (Graeber, 2018). Ello implica que parcelas de nuestras vidas que antes se organizaban en casa –a pesar de todos los problemas que ello puede acarrear– ahora se abren a la inversión y al capital riesgo.
Esta libertad de las formas tradicionales de trabajo también tiene el potencial de crear problemas sociales de más amplio calado en un futuro. En muchos países, la seguridad social –ya cubra la enfermedad, la jubilación o la maternidad/paternidad– está vinculada al «contrato de empleo estándar». La flexibilidad a corto plazo de la gig economy ha traído ciertos beneficios para las personas que trabajan en ella, así como para aquellos que ahora dependen de la externalización de los costes del exceso de trabajo. Sin embargo, dada la falta de protección para el trabajador de esta nueva economía, los costes sociales tendrán que soportarlos en gran medida los individuos.
Tal y como se ha dicho, la gig economy se apoya en el estatus de trabajador autónomo, que libera a la plataforma o empresa de pagar prestaciones y cubrir los riesgos que entraña el trabajo. Para los que conducen un vehículo en la economía de los pequeños encargos, esto es de especial importancia. En un estudio sobre los trabajadores de plataforma en Londres:
El 42% afirmó haber tenido accidentes en los que su vehículo había resultado dañado y el 10% del muestreo total dijo que alguien había salido herido y que en la mayoría de los casos habían sido ellos […]. Tres cuartos de los entrevistados (75%) afirmó que había habido ocasiones en las que habían tenido que tomar medidas para evitar una colisión (Christie y Ward, 2018).
Además, los autores del estudio advertían de que los sistemas de incentivos en la gig economy fomentaban «la caza del empleo», exacerbando los riesgos para conseguir más trabajo, lo que a su vez «aumenta la exposición al peligro». Concluyen que estos «intermediarios digitales sin rostro no se hacen responsables de la salud ni de la seguridad de personas que les hacen ganar dinero» (Christie y Ward, 2018). Estos peligros se extienden también a cuando las personas no están trabajando. La aseguradora Zurich ha advertido de que existe «un punto ciego en el sistema de pensiones actual». Los trabajadores de la gig economy no tienen acceso a un plan de pensiones en el lugar de trabajo, lo que significa que no están ahorrando lo bastante para su jubilación» (Shaw, 2017). Calculan que cinco millones de personas corren el riesgo de no tener provisión de fondos para la jubilación, incluidas las que trabajan para plataformas, pero también modalidades de trabajo nada seguras, como contratos de cero horas.
Parcelas de nuestras vidas que antes se organizaban en casa, como cocinar, ahora, con la economía de los pequeños encargos, se abren a la inversión y al capital riesgo.
Tampoco se habla apenas de los efectos del trabajo de plataformas en el medio ambiente. La infraestructura de internet y las inmensas granjas de servidores con las que funcionan las plataformas cada vez tienen mayor impacto en el medio ambiente. Por ejemplo, se calcula que las operaciones de plataforma consumen actualmente el 3% del suministro global de electricidad, a la vez que son responsables del 2% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, una huella de carbono equivalente a la industria de las líneas aéreas (Woodcock, 2017b).
TENDENCIAS FUTURAS
Existe la posibilidad de que todo el trabajo comience a organizarse mediante plataformas y pase a formar parte de la gig economy. Hay muchos empleos que pueden dividirse en partes más pequeñas y remunerarse por tarea realizada, con empleadores que vean las ventajas de tener una fuerza laboral más flexible. Sin embargo, tal y como se ha señalado en este artículo, el crecimiento del trabajo de plataforma no está determinado únicamente por la tecnología. Existe una serie de condiciones previas que moldean el desarrollo de la economía de los pequeños encargos. En algunos tipos de empleo, tanto los empleadores como los trabajadores podrían oponerse a que esto ocurriera, en otros puede oponerse solo una de las dos partes. También puede ocurrir que se den una serie de factores sociales, tecnológicos o de política económica que no permitan que esto ocurra.
En concreto, hay dos requisitos que siguen influyendo en cómo opera o cómo evolucionará la gig economy. Ambos están relacionados con la política económica: «regulaciones estatales» y «poder de los trabajadores» (Woodcock y Graham, 2019). Los dos se combinan con un tercer factor importante no mencionado en los requisitos, que es el papel de los propios operadores de las plataformas. Se da por tanto una importante dinámica a tres que tiene el potencial de ejercer una influencia considerable en los derroteros futuros del trabajo. A medida que los trabajadores de plataformas empiezan a organizarse, plantean exigencias respecto a cómo quieren trabajar. Por ejemplo, ya ha habido huelgas en lugares tan dispares como Londres, Bangalore o Guangzhou y estamos en un momento en que «hay que dejar de referirse a la resistencia en el trabajo de plataformas como algo incipiente, porque ya está aquí» (Cant y Woodcock, 2019). Los trabajadores están intentando cambiar la manera en que operan las plataformas, pero también las regulaciones gubernamentales. Por su parte, los operadores de plataformas, y en ausencia de formas tradicionales de sindicalismo como la negociación colectiva, han estado dictando las condiciones de trabajo, además de influir en las regulaciones públicas mediante grupos de presión (Woodcock y Graham, 2019). Esta contradicción entre los intereses de los operadores de plataformas y los de los contratistas independientes cada vez se asemeja más a la lucha tradicional entre trabajadores y empleadores, en particular en las fases tempranas de una industria. A ello hay que sumar que los gobiernos de distintas ciudades están empezando a aprobar nuevas regulaciones, que a menudo favorecen a los operadores de plataformas, pero en ocasiones lo hacen a los trabajadores. Dada la naturaleza tripartita del problema, los resultados del pulso entre estos distintos grupos son inciertos.
Los operadores de plataformas, en ausencia de formas tradicionales de sindicalismo como la negociación colectiva, han dictado las condiciones de trabajo e influido en las regulaciones públicas mediante grupos de presión.
La importancia de este pulso es que tiene el potencial de alterar mucho más que la gig economy. Los efectos de la economía de los pequeños encargos no se reducen al crecimiento numérico de las personas que trabajan según este modelo. También sientan un precedente para una manera nueva de gestionar la mano de obra. Así, mientras que el impacto cuantitativo de la gig economy puede ser relativamente pequeño, tiene el potencial de cambiar por completo la manera en que se organizará el trabajo en el futuro. Tal y como ha argumentado Callum Cant (2019), la gig economy actúa como «laboratorio» de prácticas de nuevas formas de gestión empresarial. Se trata de algo similar a cómo formas previas de trabajo digital como los call centers tienen raíces en la división del trabajo en las fábricas, para influir después en la aparición de la gig economy (Woodkcock, de próxima publicación). Así, los métodos que tengan éxito en este nuevo campo de prácticas serán adaptados y empleados en la economía de todo el mundo de manera más generalizada. Por lo tanto, solo mediante la comprensión de lo que está ocurriendo en la gig economy hoy podremos trazar un futuro mejor para el trabajo y los trabajadores.
Jamie Woodcock, universidad de Oxford. Artículo del libro El trabajo en la era de los datos.
** ** Texto publicado originalmente en Open Mind del BBVA, replicado en El Espectador con autorización de BBVA Colombia. Artículo del libro El trabajo en la era de los datos.