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La sorprendente salida de Altman se produjo tras una “revisión deliberativa por parte de la junta (directiva), que concluyó que no siempre fue sincero en su comunicación con la junta, lo que obstaculizó su capacidad para ejercer sus responsabilidades”, según un comunicado.
La noticia de su despido cogió por sorpresa a Silicon Valley, ya que Altman, de 38 años, había sido reconocido como pionero y una de las figuras más destacadas de la inteligencia artificial (IA).
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En un post en X, el gurú tecnológico dijo que su paso por OpenAI había transformado “el mundo” y a él como persona.
“La junta directiva ya no confía en su capacidad para seguir liderando OpenAI”, aseguró el cuerpo directivo de la compañía. Y agregó: “Creemos que es necesario un nuevo liderazgo”.
Altman, junto con el jefe de Tesla, Elon Musk, y otros, puso en marcha en 2015 OpenAI, una empresa de investigación con el objetivo declarado de desarrollar tecnología de IA generativa para beneficio de humanidad.
A Altman lo sustituirá de forma interina Mira Murati, directora técnica de OpenAI. Como parte de la reorganización, el presidente del consejo de administración, Greg Brockman, cofundador de la empresa, dejará el puesto pero permanecerá en la plantilla.
Gurú de las startups
Nacido en 1985, Altman creció en un suburbio de San Luis, donde tuvo su primer ordenador a los ocho años, según un perfil publicado en el New Yorker en 2016.
Los ordenadores y el acceso a una comunidad en línea, reconoció a la revista Esquire, le ayudaron a sobrellevar su homosexualidad en una zona conservadora del país.
Como tantas figuras de la tecnología antes que él, Altman abandonó la Universidad de Stanford para fundar una empresa, Loopt, que permitía a los usuarios de teléfonos inteligentes compartir su localización.
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Loopt fue adquirida en 2012 por US$43,4 millones, una operación que le abrió las puertas de Silicon Valley.
Se tomó un año sabático durante el cual leyó decenas de libros sobre materias que le interesaban, escribió en un post. Durante ese tiempo habló mucho de ingeniería nuclear, biología sintética, inversiones e inteligencia artificial. “Se plantaron las semillas de cosas que posteriormente funcionaron”, dijo.
En 2014, Altman se convirtió en presidente de Y Combinator, una “aceleradora” que ofrece a las startups orientación y financiación a cambio de un porcentaje de las empresas.
Camisetas y shorts
Altman amplió la estrategia de inversión de Y Combinator más allá de las startups de software a la biotecnología, la energía y otros campos.
“Piensa deprisa y habla deprisa; es intenso, pero en el buen sentido”, afirma Derek Greenfield, fundador de Industrial Microbes, que conoció a este emprendedor cuando su empresa de biotecnología estaba recibiendo apoyo de Y Combinator.
Greenfield recuerda que Altman siempre vestía de manera informal, a veces con camiseta y pantalones cortos. “Tenía los pies en la tierra”.
Abandonó Y Combinator para centrarse en la IA a pesar de los temidos riesgos. “Es un pensador muy profundo que está increíblemente centrado en hacer las cosas bien”, dijo Jeremy Goldman, director senior de marketing y comercio de Insider Intelligence.
Altman afirma que la combinación de inteligencia artificial, robótica y energía puede permitir que las máquinas hagan todo el trabajo y proporcionar una “renta básica” a los adultos de toda la sociedad.
“Un gran futuro no es complicado: necesitamos tecnología para crear más riqueza y políticas para distribuirla de forma justa”, escribió Altman en un blog. “Todo lo necesario será barato, y todo el mundo tendrá dinero suficiente para poder permitírselo”.
Los peligros de la inteligencia artificial
Más allá del aura de genio que lo rodea, Altman también es una figura controversial, incluso dentro de la propia empresa.
Eliezer Yudkowsky, uno de los principales investigadores en inteligencia artificial en el mundo aseguró que se siente más alegre sobre la perspectiva futura de OpenAI ahora que Altman salió de la empresa.
El foco de investigación de Yudkowsky es algo que se conoce como inteligencia artificial amigable. En pocas palabras, una tecnología que no busque ser un riesgo existencial para la humanidad.
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“Mira Murati se comunicó conmigo en 2022, a través de una llamada de Zoom de una hora. Sam Altman jamás intentó este tipo de contacto. Además, no creo que Murati haya hecho chistes acerca de lo cómico que sería que el mundo se acabara”, escribió el investigador en una publicación en X.
Y agregó que su perspectiva sobre la empresa mejoraría si realizaran una serie de acciones, que incluyen “dejar de intentar que la regulación internacional no aplique para ellos y para sus financiadores”.
La salvación para el crecimiento económico, el mayor peligro para la humanidad, el mejor aliado para el trabajo, el peor enemigo del mercado laboral, una espada de doble filo...
En este punto de la historia, la IA ha sido calificada con cada una de estas expresiones y tantas otras más, tan contradictorias entre sí como grandilocuentes.
La batalla de adjetivos y calificaciones sirve, en buena parte, para ilustrar un punto algo obvio con todo tipo de tecnología, pero que resulta particularmente cierto y urgente con esta: como cualquier herramienta, la IA puede servir para construir o destruir; de la misma forma que un martillo sirve erigir una casa o para romper cráneos.
Uno de los puntos que preocupa a investigadores y analistas es que, casi por diseño, muchos de los parámetros y engranajes que permiten a un modelo de IA funcionar son secretos corporativos: nadie sabe muy bien cómo se hace la salsa, pero adelante, hay que comerla.
Y esto es particularmente complicado para una variedad de tecnologías, pero lo es particularmente para sistemas de IA, pues el conjunto de datos con el cual se entrena un modelo de IA puede llevar a resultados con sesgos de género o raciales, por solo hablar de dos puntos complejos.
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