Encartados con los cartones
Los jóvenes menores de 30 años que están saliendo a enfrentarse con el mundo laboral en época de crisis, son llamados la Generación Cero.
Lucía Camargo / Santiago La Rotta
Andrea Rodríguez* es una de esas jóvenes emprendedoras que toda empresa, al menos hace algunos años, querría tener en su planta. No sólo fue una de las mejores estudiantes de Ingeniería Industrial de su promoción (año 2004) en la Universidad de los Andes, sino que, además, siempre ha estado interesada en actualizar su conocimiento. Hizo un curso de mercadeo en Londres, trabajó como ejecutiva de cuenta en la banca de empresas del BBVA durante más de dos años, cursó una especialización en mercadeo en el CESA y fue consultora en la compañía de su familia. Luego, volvió al Reino Unido a estudiar una maestría en gerencia en el templo de Economía del mundo: la London School of Economics.
Después de dos años regresó a Colombia, en septiembre del año pasado, dispuesta a vincularse a una compañía en donde pudiera aportarle al país lo que había aprendido. Sin embargo, se topó con una situación que no tenía prevista: las empresas no la recibieron con los brazos abiertos. Al contrario, lleva siete meses buscando trabajo.
Su situación se ha vuelto frecuente entre los jóvenes colombianos. Édgar Chavarro, también ingeniero industrial de los Andes, tiene una historia parecida. Luego de trabajar dos años en Colombia, hizo una maestría en gestión humana y análisis organizacional en el King’s College London, que a pesar de que le ha dado una gran ventaja profesional, también ha resultado una carga, pues su conocimiento lo convierte en una pieza muy costosa para una empresa.
Igual le sucede a Diego Bermeo, quien estudió diseño industrial en la Universidad Javeriana, hizo una maestría en Dirección de Arte para Cine y Televisión en la Universidad de Buenos Aires y desde hace más de tres meses está buscando trabajo.
Todos ellos pertenecen a la llamada Generación Cero, que pasará a la historia como parte de los daños colaterales del capitalismo. A pesar de no estar inscrita en un libro de psicología, ni en un manual de campo para el científico social, sus desafortunados miembros crecen cada día y se cuentan por miles en cada país. Su nombre no podría ser más adecuado: cero trabajo, cero ingresos, cero oportunidades, cero de todo; en últimas, esta es la generación de las ausencias, de la escasez inminente.
Sin embargo, la escasez es, al mismo tiempo, abundancia. A todos estos jóvenes les sobra frustración. A una corta edad han acumulado una amplia experiencia en decepciones. Asimismo, son expertos en el milenario arte de esperar; más que un grupo de profesionales desempleados, ellos son un colectivo de esperadores.
Lo que dicen los jefes
Los jóvenes menores de 30 años que trabajan en la empresa de Camilo Montoya, gerente de Invista Lycra Colombia, son personas bien preparadas, dice él, con un alto nivel de inglés y con estudios de MBA patrocinados por la misma empresa. Para el mal momento por el que está pasando el empleo en Colombia, parecería una ilusión que una compañía patrocinara los estudios de sus trabajadores jóvenes porque tiene la convicción de que serán el relevo de las viejas generaciones. En Invista Lycra es una realidad, pero son muy pocos los que tienen este privilegio y muchos, muchísimos, los que a diario tocan sus puertas porque quisieran hacer parte de ese reducido grupo.
“Viene gente muy preparada que no estamos en condiciones económicas de remunerar. Y el mayor problema son las aspiraciones con las que llegan, sus expectativas son mucho más altas de lo que se les puede pagar”, dice Montoya. Esa es quizá una de las condenas de la Generación Cero, y la tragedia se vuelve aún más trágica cuando los jóvenes de múltiples títulos no tienen experiencia en el campo.
Marta Moreno, gerente de desarrollo social de Asocolflores, asegura que esa combinación es fatal para los que están en la tarea de conseguir un trabajo. “En general, siempre ha habido una resistencia a contratar jóvenes, por la falta de experiencia —asegura Moreno—. Muchos no hacen prácticas en la etapa de estudio y llegan sin saber cómo aplicar lo que aprendieron. Hace falta que las universidades preparen a sus estudiantes para enfrentar el mundo laboral”.
Para el padre Joaquín Sánchez García, rector de la Universidad Javeriana, es claro que una empresa siempre va a decir que los profesionales no se preparan bien en las universidades, “un argumento que, en el fondo, es la excusa perfecta para pagar un salario bajo”.
Pero aclara que siempre será mejor para un estudiante cursar una maestría, puesto que es una herramienta que le dará más posibilidades de ingresar en el mundo laboral. “Es más grande el número de personas desempleadas que tan sólo tienen un pregrado”, asegura, idea que sustenta un estudio reciente del Observatorio del Mercado del Trabajo de la Universidad Externado de Colombia.
Consejos para no ser Cero
Primero. Darío Montoya Mejía, director general del Sena, cree tener la receta para que los menores de 30 años no queden atrapados en la infortunada Generación Cero. Dice, por ejemplo, que el joven de hoy que quiera tener éxito en su búsqueda laboral debe ser un “emprendedor con conceptos de innovación”. Ese, asegura Montoya, es un requisito ineludible.
Segundo. El uso de las tecnologías. “Deben ser jóvenes que comprenden la evolución y los cambios tecnológicos. Las bases teóricas que tienen hoy no les van a servir de nada en unos dos o tres años si no las combinan con las nuevas tecnologías”, asegura Montoya, y agrega que esa virtud, en pocas palabras, significa “anticiparse a las necesidades”.
Tercero. Inclinarse por las carreras del presente y del futuro. El director del Sena señala cuáles son esos oficios que no están en vía de extinción y sobrevivirán a la crisis global. “El desarrollo de software y redes, la construcción, la operación de redes de conectividad, las biotecnologías vegetal y animal, los programas de sistemas de información, la animación. Otro sector que sigue muy fuerte es el de los call centers y contact centers. Una compañía de estas puede estar vinculando unas 200 personas al mes”.
Los miembros de la Generación Cero también comienzan a fraguar, en su espera, los planes B que pueden sacarlos de la incertidumbre en que se encuentran. Si, como dice Andrea Rodríguez, “Colombia no está aprovechando a sus profesionales”, entonces hay que buscar un lugar en donde sí lo hagan. Por eso ya muchos están pensando en migrar.
Por su parte, Édgar Chavarro considera que los jóvenes no deben continuar con el círculo vicioso de aceptar cualquier salario y ser un empleado más. Por eso, cree que la mejor opción es empezar a crear una nueva empresa que pueda tener unas condiciones favorables para aceptar a los de la llamada Generación Cero.
Al final del día, después de haber mandado varias hojas de vida, sólo queda el hastío para quienes invirtieron años y dinero en formarse para encontrar que sus cartones no sirven para nada. “Yo quería volver a hacer cosas interesantes, pero esto ahora ya no me importa. Mejor me voy si no consigo nada”, concluye Andrea Rodríguez.
* Nombre cambiado
Andrea Rodríguez* es una de esas jóvenes emprendedoras que toda empresa, al menos hace algunos años, querría tener en su planta. No sólo fue una de las mejores estudiantes de Ingeniería Industrial de su promoción (año 2004) en la Universidad de los Andes, sino que, además, siempre ha estado interesada en actualizar su conocimiento. Hizo un curso de mercadeo en Londres, trabajó como ejecutiva de cuenta en la banca de empresas del BBVA durante más de dos años, cursó una especialización en mercadeo en el CESA y fue consultora en la compañía de su familia. Luego, volvió al Reino Unido a estudiar una maestría en gerencia en el templo de Economía del mundo: la London School of Economics.
Después de dos años regresó a Colombia, en septiembre del año pasado, dispuesta a vincularse a una compañía en donde pudiera aportarle al país lo que había aprendido. Sin embargo, se topó con una situación que no tenía prevista: las empresas no la recibieron con los brazos abiertos. Al contrario, lleva siete meses buscando trabajo.
Su situación se ha vuelto frecuente entre los jóvenes colombianos. Édgar Chavarro, también ingeniero industrial de los Andes, tiene una historia parecida. Luego de trabajar dos años en Colombia, hizo una maestría en gestión humana y análisis organizacional en el King’s College London, que a pesar de que le ha dado una gran ventaja profesional, también ha resultado una carga, pues su conocimiento lo convierte en una pieza muy costosa para una empresa.
Igual le sucede a Diego Bermeo, quien estudió diseño industrial en la Universidad Javeriana, hizo una maestría en Dirección de Arte para Cine y Televisión en la Universidad de Buenos Aires y desde hace más de tres meses está buscando trabajo.
Todos ellos pertenecen a la llamada Generación Cero, que pasará a la historia como parte de los daños colaterales del capitalismo. A pesar de no estar inscrita en un libro de psicología, ni en un manual de campo para el científico social, sus desafortunados miembros crecen cada día y se cuentan por miles en cada país. Su nombre no podría ser más adecuado: cero trabajo, cero ingresos, cero oportunidades, cero de todo; en últimas, esta es la generación de las ausencias, de la escasez inminente.
Sin embargo, la escasez es, al mismo tiempo, abundancia. A todos estos jóvenes les sobra frustración. A una corta edad han acumulado una amplia experiencia en decepciones. Asimismo, son expertos en el milenario arte de esperar; más que un grupo de profesionales desempleados, ellos son un colectivo de esperadores.
Lo que dicen los jefes
Los jóvenes menores de 30 años que trabajan en la empresa de Camilo Montoya, gerente de Invista Lycra Colombia, son personas bien preparadas, dice él, con un alto nivel de inglés y con estudios de MBA patrocinados por la misma empresa. Para el mal momento por el que está pasando el empleo en Colombia, parecería una ilusión que una compañía patrocinara los estudios de sus trabajadores jóvenes porque tiene la convicción de que serán el relevo de las viejas generaciones. En Invista Lycra es una realidad, pero son muy pocos los que tienen este privilegio y muchos, muchísimos, los que a diario tocan sus puertas porque quisieran hacer parte de ese reducido grupo.
“Viene gente muy preparada que no estamos en condiciones económicas de remunerar. Y el mayor problema son las aspiraciones con las que llegan, sus expectativas son mucho más altas de lo que se les puede pagar”, dice Montoya. Esa es quizá una de las condenas de la Generación Cero, y la tragedia se vuelve aún más trágica cuando los jóvenes de múltiples títulos no tienen experiencia en el campo.
Marta Moreno, gerente de desarrollo social de Asocolflores, asegura que esa combinación es fatal para los que están en la tarea de conseguir un trabajo. “En general, siempre ha habido una resistencia a contratar jóvenes, por la falta de experiencia —asegura Moreno—. Muchos no hacen prácticas en la etapa de estudio y llegan sin saber cómo aplicar lo que aprendieron. Hace falta que las universidades preparen a sus estudiantes para enfrentar el mundo laboral”.
Para el padre Joaquín Sánchez García, rector de la Universidad Javeriana, es claro que una empresa siempre va a decir que los profesionales no se preparan bien en las universidades, “un argumento que, en el fondo, es la excusa perfecta para pagar un salario bajo”.
Pero aclara que siempre será mejor para un estudiante cursar una maestría, puesto que es una herramienta que le dará más posibilidades de ingresar en el mundo laboral. “Es más grande el número de personas desempleadas que tan sólo tienen un pregrado”, asegura, idea que sustenta un estudio reciente del Observatorio del Mercado del Trabajo de la Universidad Externado de Colombia.
Consejos para no ser Cero
Primero. Darío Montoya Mejía, director general del Sena, cree tener la receta para que los menores de 30 años no queden atrapados en la infortunada Generación Cero. Dice, por ejemplo, que el joven de hoy que quiera tener éxito en su búsqueda laboral debe ser un “emprendedor con conceptos de innovación”. Ese, asegura Montoya, es un requisito ineludible.
Segundo. El uso de las tecnologías. “Deben ser jóvenes que comprenden la evolución y los cambios tecnológicos. Las bases teóricas que tienen hoy no les van a servir de nada en unos dos o tres años si no las combinan con las nuevas tecnologías”, asegura Montoya, y agrega que esa virtud, en pocas palabras, significa “anticiparse a las necesidades”.
Tercero. Inclinarse por las carreras del presente y del futuro. El director del Sena señala cuáles son esos oficios que no están en vía de extinción y sobrevivirán a la crisis global. “El desarrollo de software y redes, la construcción, la operación de redes de conectividad, las biotecnologías vegetal y animal, los programas de sistemas de información, la animación. Otro sector que sigue muy fuerte es el de los call centers y contact centers. Una compañía de estas puede estar vinculando unas 200 personas al mes”.
Los miembros de la Generación Cero también comienzan a fraguar, en su espera, los planes B que pueden sacarlos de la incertidumbre en que se encuentran. Si, como dice Andrea Rodríguez, “Colombia no está aprovechando a sus profesionales”, entonces hay que buscar un lugar en donde sí lo hagan. Por eso ya muchos están pensando en migrar.
Por su parte, Édgar Chavarro considera que los jóvenes no deben continuar con el círculo vicioso de aceptar cualquier salario y ser un empleado más. Por eso, cree que la mejor opción es empezar a crear una nueva empresa que pueda tener unas condiciones favorables para aceptar a los de la llamada Generación Cero.
Al final del día, después de haber mandado varias hojas de vida, sólo queda el hastío para quienes invirtieron años y dinero en formarse para encontrar que sus cartones no sirven para nada. “Yo quería volver a hacer cosas interesantes, pero esto ahora ya no me importa. Mejor me voy si no consigo nada”, concluye Andrea Rodríguez.
* Nombre cambiado