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El primer mensaje de esta nota es desalentador: esto apenas comienza. La curva de contagios del COVID-19 en Colombia y de los desastres económicos y sociales que dejará está en plena etapa ascendente. El país completa casi dos semanas de confinamiento; los bogotanos, casi tres. Los anuncios iniciales sugerían que solo nos queda una semana más, y cumplida esta podríamos volver a nuestras vidas usuales. Eso no va a pasar. La vida sin restricciones, con viajes intermunicipales, con salidas a estadios, conciertos o restaurantes, con viajeros internacionales, con colegios y universidades llenos de profesores y estudiantes, buses llenos y tráfico colapsado en las ciudades tardará meses en regresar a la normalidad.
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La primera tarea del Estado, sin duda, tiene que ver con salud pública. El ajuste de la emergencia del aparato hospitalario para poder atender una cantidad concentrada en poco tiempo de pacientes y de hacer pruebas masivas para identificar focos de infección está en plena marcha. Entre los gastos nacionales y territoriales, Colombia ha gastado cerca del 1 % de los ingresos anuales en ese esfuerzo. Los confinamientos continuarán en un intento por aplazar esos picos en los que hay más pacientes que capacidad para atenderlos.
La segunda tarea es humanitaria. Con confinamientos, muchas personas en condiciones de pobreza no pueden generar ingresos. El Gobierno Nacional y también algunas autoridades locales se han movido con celeridad para entregarles algunos recursos a las familias que tienen identificadas como las más necesitadas. Con seguridad no llegarán a todos los que las necesitan y seguro no serán suficientes. Pero hay que aplaudir la velocidad con la que el Gobierno y ciudades como Bogotá pusieron en marcha esas ayudas que hace tres semanas apenas empezaban a discutirse.
Si bien hemos gastado varios cartuchos con celeridad, el lío es que estamos en las etapas iniciales del problema. A medida que las economías local y mundial vayan colapsando, irán en aumento los hogares que se quedarán sin empleo y sin ingresos. Nuestros cálculos indican que más del 40 % de los empleos en Colombia están en los sectores más vulnerables a la parálisis que vivimos. Estamos hablando de nueve millones de puestos de trabajo. Y entre más se extienda la emergencia, más sectores entrarán en la categoría de vulnerabilidad. Como los contagiados por el virus, los hogares y las empresas que requerirían ayuda en los meses que vienen serán cada vez más.
El desastre social que implicaría la destrucción de tal número de empleos y la incapacidad fiscal que tendría nuestro Estado para extender ayudas a un número tan considerable de hogares y empresas vuelve aún más urgente intentar transitar por la pandemia evitando que se pierdan esos empleos y el delicado tejido empresarial que los rodea.
Eso va a requerir volver a la primera baldosa: la del sistema de salud. Lo que parece claro de los modelos epidemiológicos es que si los proyectamos a 12 meses, el número total de contagiados no cambia si la cuarentena dura un mes, dos, tres o cuatro. Lo que cambia es el momento en que nos contagiamos. En cambio, para efectos de los ingresos de los hogares y la supervivencia de las empresas y de los empleos, cuarentenas prolongadas pueden resultar catastróficas. Así que los esfuerzos inmediatos que se puedan hacer para aumentar la capacidad de atender pacientes y de hacer pruebas masivas para poder aislar a los contagiados, sintomáticos y no, seguirán siendo un frente de batalla abierto y primordial.
El segundo mensaje de esta nota es más alentador. Piensa en la tercera etapa, la que vendrá una vez empiecen a ceder los números de contagios, nosotros y el resto del mundo empecemos a soltar las restricciones a las libertades individuales, y podamos pensar en la reconstrucción de nuestro tejido social y económico.
Habrá sin duda un reto fiscal. En cálculos que hemos hecho en la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes, el déficit del Gobierno podría llegar este año hasta 6 % del PIB, cifra un poco más alta que la que estimó Fitch (4,5 %) en el comunicado en el que bajó la calificación de la deuda colombiana. La deuda del Gobierno, juntando el impacto de ese déficit, las mayores tasas de interés que enfrentamos y la devaluación, podría aumentar más de 10 puntos como porcentaje del PIB. Ese reto es a su vez una oportunidad: con esas cifras, una reforma tributaria que deje las tarifas de renta personal y corporativa iguales, pero borre absolutamente todos los atajos, gabelas y excepciones que hemos acumulado por décadas podría tener una oportunidad política que un Gobierno serio no debería desaprovechar.
Por el lado del empleo, que quedará seriamente averiado, habrá también oportunidades de reforma que esta coyuntura podrían facilitar. Si bien los hogares buscarán cualquier forma de conseguir ingresos, la reconstrucción debería propender por enganchar a la mano de obra en labores formales. Una nueva ronda de reducciones en los costos formales de contratación, como la que exitosamente adelantó el Gobierno pasado, lucirá esencial para facilitar ese proceso.
En esta ronda de desastres habrá quedado claro que no tener seguros de desempleo bien montados es una mala idea. Una reforma al esquema de cesantías y de los aportes a las cajas de compensación, en la que una parte de esos aportes se vaya realmente a un seguro contra tiempos de desempleo, tendrá una nueva oportunidad política. Ese tren tampoco lo debemos dejar pasar.
El colapso en nuestros ingresos y empleos requerirá enormes esfuerzos contracíclicos. El Gobierno deberá tener listo un plan de inversiones en infraestructura de gran tamaño que ayude a la contratación de mano de obra, a la vez que genera bienes públicos en los que aún tenemos retrasos bien conocidos y sufridos por todos. Pero que quede claro: ese plan no hará magia y no restablecerá el tejido laboral y empresarial que se haya destruido; por eso es clave evitar en estas primeras semanas esos rompimientos.
El financiamiento de ese plan será retador, pero resultará esencial embarcarse en él. Las instituciones financieras internacionales deberán cumplir un papel; el Banco de la República otro, vía bajas de tasas de interés. Y no deberíamos descartar la posibilidad, como lo propuso el exministro Echeverry, de financiar una parte de estas necesidades con préstamos del Emisor al Gobierno. La figura fue contemplada en nuestra Constitución para circunstancias extraordinarias. Estas lo son.
Terminamos con un llamado a la humildad epistémica, a la empatía y a la tolerancia. Estas aguas no las hemos navegado antes. Estamos, como los personajes del Ensayo sobre la ceguera, de Saramago, caminando a tientas, reconociendo un mundo nuevo, con miedos y necesidades que creímos que no íbamos a enfrentar. Cometeremos errores. Aprenderemos. Debemos oírnos. El distanciamiento de estos días debe ser físico, no social.
* Profesores de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes.
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.