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En la preparación de los alimentos que consumen las personas todos los días se generan desperdicios. Estos van desde las cáscaras de los alimentos y los huevos hasta las sobras que quedan en los platos. Generalmente esos desechos van a parar al relleno sanitario del municipio.
Sin embargo, en vez de ir a un botadero, estos residuos hoy son la base, diaria y estable, para nuevos productos que se utilizan en industrias como la agronómica, la energética o la alimenticia.
El Grupo Interdisciplinario de Estudios Moleculares (GIEM) de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Antioquia, con el apoyo de la Gobernación de Antioquia, se encarga de investigar cuáles productos generar y cómo darles valor y utilidad para los diferentes sectores.
Estos procesos se están realizando en los municipios antioqueños de Caramanta y Támesis, en donde el 100 % de los residuos orgánicos se van para las biorrefinerías, en donde sucede la transformación de la basura en nuevos productos industriales.
En Támesis se calcula que unas sesenta toneladas de basura al mes son transformadas en las biorrefinerías, evitando así su llegada al vertedero local.
Los productos generados en estas instalaciones son sólidos, líquidos o gaseosos. “La fracción sólida la llamamos digestato y se puede usar como una enmienda para suelos degradados; por ejemplo, por minería o como insumo para fertilizantes. El líquido es un fertilizante que podemos usar en cultivos que tienen riego por goteo o de especies menores. Y la parte gaseosa se denomina biogás, que tiene del 60 al 70 % de metano y es equivalente al gas natural que se demora miles de años en producirse, mientras que este tarda algunos días”, asegura Carlos Andrés Uribe, investigador y coordinador del GIEM.
¿Cómo funciona este proceso?
Para obtener esos tres productos es necesario un proceso. Este debe iniciar con la separación de residuos en la fuente; es decir, en el hogar o restaurante donde se cocina. Después, los residuos orgánicos se convierten en biomasa. Luego va a una biorrefinería, que “es una planta industrial basada en la digestión aerobia”, donde la transforman gracias al “consorcio de diferentes microorganismos”, explica Uribe.
Una tonelada de residuos da como resultado entre 300 y 500 kilogramos de producto sólido, de 300 a 500 litros de su componente líquido y alrededor de 55 metros cúbicos de biogás al 70 %.
Este último se puede usar para lo mismo que el gas natural, como cocinar, alimentar un calentador o movilizar un carro. También se puede llevar a un motor y convertirlo en energía eléctrica, aunque para que pueda ingresar a la red de distribución habría que quitarle el dióxido de carbono para convertirlo en biometano al 99,9 %, que es “equivalente al gas natural”, explica Uribe.
El uso y la forma de almacenamiento depende de las necesidades del lugar. “En El Carmen de Viboral, la comunidad que vive en la vereda donde está instalado el sistema nos dijo que la oscuridad de la vía era un problema, porque no podían ir a la escuela de la vereda, pues les daba miedo. Allá, el biogás que se produce se lleva a un motor que lo transforma en energía eléctrica. La almacenamos en baterías y por la noche se prenden unas luces LED que iluminan esa vía. Entonces la gente puede realizar actividades nocturnas en la escuela, que es su sitio de reunión”, cuenta Uribe.
Un giro hacia el futuro
Además de Támesis y Caramanta, hay biorrefinerías en El Carmen de Viboral y dos más, que no están en funcionamiento, en El Peñol y Moravia, un barrio de Medellín. Estos lugares fueron elegidos debido a una caracterización que tuvo como prioridad que en el municipio separaran los residuos desde la fuente.
La Gobernación de Antioquia se involucró al descubrir que el proyecto era relevante para la agricultura, porque ayuda a la recuperación de los suelos mediante la generación de fertilizantes, pues “las actividades agropecuarias los desgastan mucho”, expresa la entidad.
Así fue como el GIEM y la Secretaría de Agricultura de la Gobernación comenzaron esta iniciativa entre 2011 y 2012. Esta última se encargaba de la inversión inicial y le entregaba al municipio para que este mantenga, cuide y use la infraestructura.
Si bien dicho enfoque fue exitoso, otros son los planes que tiene la administración actual de cara al futuro. Ahora trabajan en el “aprovechamiento, pero enfocado a la agroindustria en las plantas de beneficio de bovinos y porcinos”, porque “tienen muchos problemas con la autoridad ambiental” debido al impacto que tienen esos residuos —que son cabeza, huesos, pieles y sangre, entre otros—, dice la administración departamental.
Hay un proyecto en ejecución en Ebéjico para la planta de beneficio animal y otro se está formulando para la plaza de ferias de La Ceja, donde hay un plan de modernización de la ganadería del que hará parte el aprovechamiento del estiércol.
Aprovechar los residuos orgánicos, más allá del tipo o lugar de proveniencia, no solo disminuye la cantidad de desperdicios que llegan al relleno sanitario, sino que también beneficia al medio ambiente porque hay menor contaminación en las fuentes hídricas, en palabras de Uribe. Y añade que con los fertilizantes y en la producción de combustibles se reducen los gases de efecto invernadero y hay menor contaminación de los suelos.
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