Viaje a La Guajira: el epicentro del hambre en Colombia
Este departamento presenta las cifras más críticas del país en seguridad alimentaria. Tres de cada cinco personas tienen dificultades para acceder a los alimentos. Las causas de este fenómeno son múltiples y complementarias. Así se expresa el hambre en la región.
En la comunidad Macurema, del municipio de Riohacha, Dilibeth Bonivento cuida las ollas que dejó sobre unos ladrillos en su fogón de leña, mientras sus cinco hijos la rodean. Afuera, la arena de la extensa llanura desértica está apenas cubierta con una escasa vegetación. Entre el polvo asoman cactus. La sucesión en el paisaje la rompen las vías destapadas que serpentean desde la carretera principal hasta las rancherías wayuus en La Guajira.
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En la comunidad Macurema, del municipio de Riohacha, Dilibeth Bonivento cuida las ollas que dejó sobre unos ladrillos en su fogón de leña, mientras sus cinco hijos la rodean. Afuera, la arena de la extensa llanura desértica está apenas cubierta con una escasa vegetación. Entre el polvo asoman cactus. La sucesión en el paisaje la rompen las vías destapadas que serpentean desde la carretera principal hasta las rancherías wayuus en La Guajira.
Son más de las tres de la tarde cuando Dilibeth se acerca con un plato blanco y un cucharón de metal para sacar el arroz espeso y los trocitos de pollo que cocinó para el almuerzo. Esta será la última comida del día.
Lea la segunda entrega del especial: Estos son los rostros del hambre en La Guajira.
“Los alimentos son muy importantes para nosotros. Hace no mucho una niña bajó bastante de peso y hace dos años sacamos dos niños que tenían desnutrición severa”, cuenta Bonivento. Y en seguida dice que comer es la principal de sus preocupaciones.
Y es que más de 15 millones de colombianos viven en inseguridad alimentaria, lo que significa que en los hogares al menos una vez al año tuvieron que disminuir la calidad y cantidad de los alimentos consumidos debido a falta de dinero y otros recursos. Sin embargo, cuando se piensa en hambre, La Guajira suele ser la primera y más delicada región a tratar el tema.
Los datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) dicen que en 2022 ese fue el departamento que presentó mayor prevalencia de inseguridad alimentaria, con una tasa general de 59,7 % entre los hogares de este territorio y de 17,5 % para los casos en donde alcanza el mayor nivel de gravedad.
Esto se traduce en que la prioridad en las rancherías es conseguir comida; quedan en segundo plano otras necesidades como el vestuario o transporte, pues el dinero no les alcanza para eso. La dieta incluye especialmente carbohidratos. Incluso Lari Ipana, de la comunidad Churupa del municipio de Manaure, prefiere vender los chivos —que son fuente de proteína— para comprar arroz, por ejemplo.
La realidad del hambre allí es compleja y se expresa de diferentes formas, tanto en el territorio como en sus habitantes. Se trata de un fenómeno estructural que se deriva de varias causas, que al final se complementan.
“No tenemos trabajo. Si tuviéramos, compraríamos comida”, afirma Bonivento. Su principal fuente de ingresos son las artesanías, tejer mochilas y hacer chinchorros (hamacas). Pero con eso no le alcanza, ya que “están muy económicas y el mercado, muy caro. Tampoco podemos gastar toda la plata en comida, porque hay que comprar hilo”, explica.
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Una mochila se puede vender entre $30.000 y $35.000 y las mujeres pueden tejer una o dos a la semana, según el tiempo que dispongan, pues algunas también deben cuidar a sus hijos. Los chinchorros tienen un mejor precio, se venden entre $200.000 y $300.000 y solo se realizan por encargo.
En promedio, la venta de una mochila alcanza para un día de alimentos de la familia (dos comidas). Por ejemplo, Bonivento dice que compra la libra de arroz a $4.000, pero en la casa de su mamá hay que cocinar un kilo al día (o sea, $8.000).
A las ganancias también se le resta el costo del transporte, tanto para vender las artesanías como para comprar la comida. Rosario Gutiérrez, la autoridad tradicional de la comunidad de Ishamana en Maicao, asegura que para llegar a la tienda más cercana se gastaba $20.000 y una hora en ir y volver, cuando la distancia con el casco urbano es de 15 minutos. Al final podía salir más costoso el viaje que los mismos alimentos.
🏜️ Las áridas oportunidades
Respecto a las alternativas para obtener ingreso, las mujeres también pueden conseguir empleo en el servicio general de las casas del casco urbano. “Para los hombres es más difícil. A veces hacen limpieza de los caminos o trabajan como obreros temporalmente”, cuenta Lari Ipana.
Otros wayuus se dedican al pastoreo y a la pesca. De todos modos, la principal fuente de ingresos de las comunidades son las artesanías. Por eso es común llegar a una ranchería y encontrar adultos o niños tejiendo. El oficio dejó de ser exclusivo de las mujeres, los hombres aprendieron a hacer las gasas o fajones (cargaderas) y hasta mochilas.
A las estrechas oportunidades laborales se les suman los obstáculos que tienen los niños wayuus de las comunidades más pobres y apartadas para acceder al sistema educativo. Para que ellos lleguen a la escuela deben caminar bajo el sol y con el estómago vacío por casi una hora —un promedio que varía con la distancia—. Y después hacer lo mismo de regreso. Por ello, muchos menores suelen estar desescolarizados. El nivel educativo del mayor porcentaje de la población wayuu es básica primaria (41,1 %) y el 23,5 % no tiene ninguna formación, según el DANE (2018).
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💧 Regar para sembrar
Otro obstáculo importante para que las comunidades alcancen su seguridad alimentaria va de la mano con el acceso y la calidad del agua. La mayoría de las rancherías —cuando tienen— consumen un líquido no potable.
“Hace falta el agua. La que consumimos les da diarrea a los niños y problemas en la piel”, dice en wayuunaiki Lari Ipana. Son dos las alternativas que tienen en Churupa para abastecerse.
La primera viene de una especie de hueco grande, profundo y amplio que sirve para recoger el agua de la lluvia y almacenarla durante los meses de sequía. A esto se le conoce como jagüey y suele estar expuesto a que los animales beban de él y a que los niños se bañen en sus aguas.
La otra opción es visitar una comunidad cercana, que está entre cinco y seis kilómetros de distancia. Van en bicicleta y si se daña les toca ir con una especie de carretilla de madera. Esa agua tampoco es apta para el consumo humano y es muy salada, según Ipana.
Otras rancherías, en el mejor de los casos, tienen un río o un pozo artesanal cerca. Hasta pueden contar con un molino de viento que les ayuda a extraer el agua. Pero no les alcanza para cultivar.
En otros casos, como en la comunidad de Ishamana, la realidad es otra. En este lugar hay jagüey, molino y más. “Se está manejando un proyecto de agua potable. Van a traer un carrotanque desde otra comunidad. Se le dan dos pimpinas a cada persona diariamente, que son 50 litros. El agua dulce se usa solo para beber y hacer el café. Para cocinar está la del molino”, afirma Gutiérrez.
Gracias a ello, además pueden usar el agua que sacan del molino —que no es salada— para alimentar sus cultivos mediante el riego que hicieron con un sistema de mangueras. “Tenemos una huerta. El mes pasado sembramos frijoles, auyama y patilla. Lo que producimos alcanza para los miembros de la comunidad, que son 35 familias y cerca de 135 personas”, dice al recorrer el lugar.
Cultivan desde hace 35 años y están próximos a la segunda siembra del año, para aprovechar las lluvias de septiembre. Gutiérrez enseña con orgullo el semillero de aquello que plantarán en unos días: hay mango, guayaba, guanábana y hasta cebollín. En el terreno también crece la paja que les dan a los animales.
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🛒 Más allá de comer
Ishamana demuestra que es posible la agricultura en el desierto, pero que —en definitiva— el acceso al agua es indispensable. En eso se resume la solución para el pueblo wayuu. “Como son agricultores, con agua pueden tener animales, cosechar, hacer huertas. Esa tiene que ser una apuesta desde la política pública”, sostiene Juan Carlos Buitrago, director de la Red de Bancos de Alimentos de Colombia (Abaco). Mientras no se logre, el hambre seguirá siendo una realidad de las comunidades.
En un mundo capaz de intervenir la genética de seres vivos, en el que hay turistas yendo al borde del espacio, aún falta cruzar la enorme de brecha que lleva a que todos puedan tener acceso a agua y alimentos. Entrado el siglo XXI, hace falta lo mínimo.
La situación ha permanecido durante tantos años que los wayuu también han adoptado, en su cultura, costumbres que responden a esa realidad. La más evidente es que están acostumbrados a comer dos veces al día, independientemente de si tienen alimentos o no, según Sandra Guillot, wayuu y trabajadora social del banco de alimentos de La Guajira. Suelen desayunar a las 8:00 de la mañana, almorzar a eso de las 3:00 p.m. y toman chicha (bebida a base de maíz) antes de dormir.
Si bien en las comunidades más pobres solo hay alimento una vez al día, el hambre no solo se da por no comer. También es el efecto de no acceder a una dieta variada y balanceada, como la definen expertos y organismos internacionales.
En las rancherías comparten lista de mercado, pues varios wayuus dicen comprar para el hogar arroz, maíz, azúcar, aceite, harina (para hacer bollos) y café, ocasionalmente.
Algunos tienen chivos que se pasean por los caminos, junto con los pollos; otros también pescan. De allí sacan la proteína, junto con los huevos que ponen las gallinas. Hay casos en los que no se comen los chivos, porque prefieren —en un momento de extrema necesidad— venderlos para comprar los demás alimentos.
Esta dieta se complementa con los dos únicos frutos silvestres que dan los cactus de esta región. El primero, la iguaraya, es un fruto redondo, de rojo intenso, que se asemeja a la pitaya. El segundo, el pichiguel, es triangular, de cáscara fucsia y pulpa blanca con semillas pequeñas y negras.
“Es importante regular la dieta. Sí se pueden comer carbohidratos, pero no es la base principal del alimento, como sí lo es la proteína y la cantidad que se consuma es fundamental. Así como los vegetales, aunque no comen de ningún tipo. Las frutas que más tienen a la mano son la iguaraya, pichiguel, cereza y cuando hay cosecha, las venden”, explica Ana Laura Dovale Pimienta, coordinadora médica de la IPS indígena Kottushi de La Guajira.
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📍 La cara del hambre
Con el trabajo que realizan en las rancherías y poblaciones vulnerables, Juan Carlos Buitrago, director de la Red de Bancos de Alimentos de Colombia ha establecido algunos signos que evidencian la inseguridad alimentaria en que viven los habitantes. Se trata de:
- 🐕 El estado de los perros: si están muy flacos, forrados en las costillitas, de igual forma están los niños.
- 🔥 El fogón: las cenizas pueden mostrar que no se ha prendido en uno, dos o tres días. Cuando no hay rastro significa que en esa ranchería lleva varios días sin comer.
- 🐐 La presencia de animales: si no hay muchos es otro síntoma del hambre.
- 🗑 La limpieza: hay comunidades muy juiciosas, con líderes organizados que recogen el plástico y la suciedad. Mientras que en otras se ve mucha basura, eso es un signo indirecto de que allí no hay tanto liderazgo y de que posiblemente no tienen comida.
Esas son algunas muestras que ponen en evidencia una realidad intangible, pero cotidiana en La Guajira, especialmente para los wayuus. El hambre hace que la vida gire —en buena parte— alrededor de la preocupación por conseguir alimentos.
*Esta es la primera entrega de un reportaje en dos partes sobre el hambre en La Guajira.
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