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Para 2011, los enfrentamientos políticos entre legisladores republicanos y Barack Obama eran un asunto diario, que terminaría por ensuciar las discusiones sobre el presupuesto anual, la guerra en Afganistán o el nuevo modelo de salud, apodado Obamacare. Uno de los puntos de fricción de ese entonces fue el cupo de endeudamiento del gobierno: una herramienta que, con aprobación del Congreso, le permite al país seguir pagando sus deudas, entre otros factores.
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La cosa era más bien sencilla: los republicanos exigían concesiones, mientras Obama y compañía advertían de los riesgos de no cumplir con las obligaciones de pagos del gobierno estadounidense. Y en la mitad, más que datos y detalles técnicos, lo que había era política, que en este caso es casi un eufemismo para la extorsión.
Lejos de los reflectores, los debates en C-Span o las declaraciones en CNN, Jerome Powell se dedicó a hablar con congresistas republicanos para explicarles por qué no tenía sentido entrar en default por un capricho político y alertar acerca de los riesgos de no pagar las deudas cuando el país estaba en pleno camino de recuperación económica. Cabe aclarar que Powell no era funcionario público, ni enviado extraoficial de Obama. Ni siquiera es demócrata.
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El hombre del folder
Para 2011, Powell trabajaba en el Bipartisan Policy Center, un centro de pensamiento en Washington que se dedica a la investigación en varios temas; en el caso de Powell fue política económica y regulación financiera, dos temas que conocía no por sus estudios en economía (que no tiene, pues es abogado de profesión), sino por su experiencia en banca de inversión, así como por su paso por el Departamento del Tesoro, en donde fue nombrado como subdirector de asuntos financieros por el presidente George Bush en 1994.
El paso de Powell por el centro de pensamiento le valió ser incluido en la junta de la Reserva Federal en 2012, por invitación del entonces presidente Obama. En una administración altamente polarizada este movimiento fue visto no tanto como una reconciliación política (mandatario demócrata tiene en cuenta a funcionario republicano), sino como una jugada sensata: Powell se ganó el nombramiento por poner la política económica por encima de la discusión de intereses políticos. En 2014 fue ratificado en el puesto.
Tanto en la Reserva, como en el centro de pensamiento, Powell forjó una reputación de estudiar los temas a fondo, especialmente cuando no son de su total comprensión. Extraoficialmente se le conoce como “el hombre del folder”, pues suele llegar a sus reuniones con una carpeta llena de material de estudio.
Antes de llegar a la Reserva Federal por primera vez, Powell tuvo una exitosa carrera en la banca de inversión, principalmente en el Grupo Carlyle, en donde forjó un capital personal que, de acuerdo con documentos de 2016 citados por el diario The Washington Post, podría ascender a US$55 millones. Esto también puede explicar por qué aceptó la posición en el Bipartisan Policy Center, en donde tuvo un salario anual de US$1.
Su fortuna personal y su formación lo separan de la mayoría de personajes que han pasado por la dirección de la Reserva Federal: es uno de los hombres más ricos en ocupar el cargo y es el primer director de la institución en no tener un título de economía en, por lo menos, 40 años.
Esto no quiere decir que no tenga preparación o experiencia, sino tan sólo lo separa del resto. Así como también lo hace el hecho de que durante una parte de su tiempo como miembro de la junta de la Reserva prefiriera llegar a trabajar en bicicleta después de recorrer los casi 13 kilómetros que separaban su casa de su lugar de trabajo.
Capitán del barco
Dos de las tareas más importantes de la Reserva Federal (el máximo órgano de política monetaria en Estados Unidos) es vigilar la inflación y el empleo: mantener a raya la primera y estimular el crecimiento del segundo.
Y estos son dos de los factores que parecieran estar detrás de la reciente caída de los mercados, que comenzó en EE.UU. y resonó en bolsas en Europa y Asia. Los analistas esperan una subida pronta de tasas de interés por parte de la Reserva para evitar un sobrecalentamiento futuro de la economía; es más, hay quienes anticipan por lo menos tres incrementos en el indicador durante 2018. Esta expectativa parece haber obrado como un factor de corrección en los márgenes de desempeño del mercado, que venía en una temporada de ganancias que, para algunos, parecía insostenible.
Como varios, o acaso todos, de sus predecesores, Powell es algo así como el pararrayos del desempeño de la economía de Estados Unidos: sus decisiones, si son tomadas con demasiada premura, pueden desacelerar el crecimiento sostenido o, si son tardías, pueden inducir un agotamiento en el desempeño de todo el sistema.
Powell ha dicho públicamente que pretende dejar en pie las regulaciones y cambios que han impulsado el crecimiento económico después de la debacle de 2008, pero también ha indicado que hay algunas de estas normas que pueden rediseñarse para mejorar el desempeño económico. Así mismo, ha confesado que no es un seguidor de la desregulación a toda costa: o sea, parece guardar distancia de la doctrina Trump, a pesar de haber sido nominado por el mandatario.
En un sondeo citado por el diario The New York Times, 144 inversionistas indicaron que esperan que Powell suba las tasas de interés más de lo que habría hecho su antecesora, Janet Yellen (quien aseguró estar decepcionada de haber servido como directora sólo un periodo, cuando lo normal es que sean dos).
Yellen estabilizó la economía y la llevó a tener una tasa de desempleo de 4,1 %, sin expandir la inflación por encima de 2 %.
En su ceremonia de posesión, realizada este lunes, Powell aseguró que “Al inicio de mi mandato, quiero enfatizar mi compromiso a explicar lo que estamos haciendo y el porqué lo estamos haciendo”. E insistió en la necesidad de tener un banco central que respete la “tradición no partidista de tomar decisiones objetivas basadas en los mejores datos disponibles”.