"La apertura democrática no funciona sino con protección de las nuevas fuerzas políticas"
Juan Fernando Vargas, profesor de Economía de la Universidad del Rosario y uno de los ganadores del Premio Juan Luis Londoño, pronunció este discurso en la ceremonia de premiación.
Juan Fernando Vargas
Quiero empezar con una confesión: mi productividad académica --y con seguridad también la de Leopoldo-- se debe en gran medida a la suerte que tenemos de tener estudiantes y asistentes de investigación pilos y dedicados. Tengo además la convicción de que la historia premia ese esfuerzo. Nuestros ayudantes tendrán, en su momento, acceso a excelentes estudiantes y asistentes, en una especie de “equivalencia ricardiana” académica.
Al menos esto es lo que les digo a mis estudiantes. Es mi estrategia motivacional principal; un intento de “coaching académico” que, por suerte, casi nunca falla. No tengo duda de que la gran mayoría de nuestros ayudantes serán mejores profesores e investigadores que nosotros.
Si bien Leopoldo y yo ahora estamos recogiendo los frutos de ese proceso de equidad académica intergeneracional, no siempre fue así. A principios de la década pasada y durante un par de años, Leopoldo y yo fuimos vecinos de oficina en el ala de asistentes del piso 11 del Banco de la República. Nuestra experiencia duró hasta que Juan Carlos Echeverry lo reclutó a él en el CEDE y yo me fui a hacer mi doctorado en Inglaterra.
Creo que Leopoldo estará de acuerdo en que la parte más divertida de esa etapa inicial de nuestra vida laboral era escribir para Webpondo. Fundada y sostenida con tesón por Álvaro Riascos, Webpondo llegó a ser una revista muy famosa entre los economistas colombianos. Esto, a pesar de su extraño nombre. Apuesto que el enlace más visitado de la página era el que explicaba el significado de “Pondo”.
Mi última contribución a Webpondo, antes de irme al doctorado en 2003, fue escribir un homenaje a Juan Luis Londoño, a quien conocí en persona y cuya desaparición prematura me conmovió profundamente. Tuve que estudiar mucho --y sin duda me quedé corto-- para dar cuenta de sus enormes contribuciones a la profesión, a las ciencias sociales y a las políticas públicas. Me emocionó leer también varias notas de prensa en las que María Zulema hablaba de la vida --no de la muerte-- de su compañero. Recuerdo perfectamente que la frase que más me impactó aludía a que Juan Luis se comprometió tan intensamente que su presencia y sus logros equivalían a que hubiera vivido no 44 años sino el doble.
Para mí, esa es la mayor enseñanza de Juan Luis Londoño: vivir intensamente el compromiso por la vida y por contribuir a la construcción de un mejor país.
Hoy, que me siento inmensamente honrado con el premio que lleva su nombre, quiero creer que he vivido intensamente mis compromisos como investigador y como profesor, como padre y esposo (ahí están sentados mis enanos hermosos y el amor de mi vida), y mis compromisos como ciudadano.
Si bien todos tenemos una responsabilidad con el país, esa responsabilidad es mayor para personas como Leopoldo y yo, que hemos tenido el privilegio de ser becarios con recursos provenientes del esfuerzo de la sociedad. La confianza que Colombia depositó en nosotros para prepararnos en el exterior como economistas implica sin duda una deuda especial con el país.
Trato de estar a la altura de esa responsabilidad en mi investigación, concentrándome en aspectos que considero muy importantes para el desarrollo de Colombia: la construcción de Estado, el fortalecimiento institucional y la sostenibilidad de la paz.
Si tuviera que resumir en una frase el eje de la contribución que Leopoldo y yo hemos tratado de hacer diría que es la multidimensionalidad de la fortaleza institucional que requiere la construcción de Estado. ¿La qué…? Permítanme intentar una explicación breve de esa multidimensionalidad haciendo alusión a mi trabajo mediante tres ejemplos relacionados con políticas públicas recientes que devinieron en tragedias porque no tuvieron esa perspectiva.
Primero. Sabemos que condición necesaria para la consolidación de un Estado fuerte es que tenga el monopolio de la fuerza en todo el territorio. En Colombia nunca ha sido así. Un esfuerzo importante para lograr este objetivo fue diseñar un esquema de incentivos que permitiera a la fuerza pública mejorar su efectividad en la lucha contra los grupos armados ilegales. El esfuerzo, sin embargo, resultó en la tragedia que todos conocemos. ¿Por qué? Porque el fortalecimiento del Ejército no estuvo acompañado por el fortalecimiento de instituciones complementarias, como el sistema judicial y mecanismos de contrapeso civil a las acciones de las fuerzas armadas, que eran indispensables para evitar que los incentivos se tradujeran en la ejecución extrajudicial de civiles.
Segundo. Otra condición necesaria para el fortalecimiento del Estado de Derecho es que la oposición pueda expresar su opinión por la vía democrática y de este modo contribuya a construir equilibrios políticos y sociales. Cuando se permitió a finales de los ochenta que los gobiernos locales fueran elegidos popularmente, se abrieron de facto las puertas de la democracia para los grupos que, como la izquierda, estuvieron excluidos de la arena política al menos desde el principio del Frente Nacional. Pero la reacción violenta de las élites de poder local recrudeció la violencia paramilitar en los lugares donde grupos de izquierda ganaron las elecciones. El exterminio de la Unión Patriótica y la violencia armada en contra de la movilización social son ejemplos de esta otra tragedia que recorta los espacios de la democracia colombiana. Es que la apertura democrática no funciona (y de hecho puede consolidar esquemas de poder antidemocráticos) si no está a acompañada de múltiples mecanismos institucionales de protección de las nuevas fuerzas políticas, antes excluidas.
En las elecciones de octubre de 2019, la FARC como partido político participará por primera vez en las urnas. Hay razones para pensar que la historia del ejemplo anterior puede repetirse porque la ausencia de fortaleza institucional y democrática en el ámbito territorial podría generar consecuencias inesperadas y potencialmente trágicas. El tercer ejemplo ilustra este punto.
Tercero. El proceso de paz con las Farc es tal vez el logro político más importante en la historia reciente de Colombia, pero no estuvo ni está acompañado por un esfuerzo por parte del Estado en consolidar su presencia y su capacidad institucional, así como en promover el desarrollo de democracia de base ciudadana en los territorios antes controlados por esa guerrilla. Esto generó un vacío de poder desde el cese al fuego decretado por las Farc en diciembre de 2014 (un año y medio antes de la firma del Acuerdo), que invitó a otros grupos armados a buscar el control de estos territorios, en buena medida mediante la estrategia de asesinar a los líderes locales.
Necesitamos avanzar en la visión multidimensional de la política colombiana.
La distinción que hoy nos hace la Fundación Juan Luis Londoño de la Cuesta es un honor que conlleva para nosotros el reto de continuar con nuevo aliento trabajando para ayudar a la construcción de Estado, el fortalecimiento institucional y la consolidación de la paz, mediante la investigación y el debate.
Cada nueva idea y cada nuevo paper serán sometidos al debate académico con nuestros pares para asegurar su calidad, y al debate político de la sociedad para asegurar su pertinencia. Leopoldo y yo seguiremos trabajando juntos para abrir nuevos espacios de multidisciplinariedad, con diversidad de ideas y enfoques, y con el pluralismo aportado por la participación de nuestros colegas y nuestros estudiantes. Buscaremos así que nuestras investigaciones tengan cada vez más implicaciones políticas que generen transformaciones sociales, con el fin de mejorar el bienestar todos de los colombianos. Buscaremos contribuir a que sean derribadas las barreras que hoy impiden a la academia llegar a la sociedad y a la sociedad hacerse parte activa de la academia. Esta es, en últimas, la esencia del premio que hoy nos honra y el compromiso que nos genera.
Tengo muchas deudas de afecto en mi carrera, y no puedo terminar sin agradecer a quienes han hecho posible que yo esté hoy recibiendo este honor.
En primer lugar, agradezco a Juan Luis Londoño por sus contribuciones académicas y por ser ejemplo de vida. Y, por supuesto a su familia y amigos por haber sabido conservar su legado y por invitarnos siempre a hacer de la economía una disciplina con impacto político y social.
Soy hijo de dos -digo, de tres-- economistas que son un ejemplo admirable de compromiso con su país. Mi esposa, Mariana es también economista y una de las que más admiro. Este premio es para ellos. Y también para mis hijos Male y Facu.
He tenido maestros de primer nivel en los aspectos científico y humano, tanto en Colombia como en Inglaterra y Estados Unidos. Ellos fueron determinantes en mi interés por la academia y por la política. Es imposible nombrarlos a todos, pero ellos saben de mi afecto y agradecimiento. Mencionaré con especial cariño a Carmen Elisa Flores, de la época del pregrado en Los Andes, a Mike Spagat en Royal Holloway, y a Bob Bates en Harvard. Este reconocimiento es también suyo.
Por supuesto, no puedo dejar de mencionar a James Robinson, cuya generosidad hacia sus estudiantes es infinita. En mi caso personal, Jim me “adoptó” y me llevó a Harvard en 2005. Me dio una oficina junto a la suya y me ofreció su tutoría y también su amistad. Además, es innegable que su sello está en cada texto que escribo, en cada artículo. ¡Gracias Jim!
Mis colegas en varios continentes de diversas universidades, centros de investigación y escenarios de intercambio académico han sido y son fundamentales en mi carrera; a ellos mi sincero reconocimiento. También estoy profundamente agradecido con Carlos Sepúlveda, Hernán Jaramillo y Manuel Ramírez, por dejarme ser parte activa del proceso de crecimiento que la Facultad de Economía de la Universidad del Rosario ha abordado sin pausa durante los últimos años. Estoy feliz de haber aportado mi granito de arena a ese proceso.
Agradezco de todo corazón a mis estudiantes, a quienes procuro trasmitir lo aprendido de mis profesores, pero a quienes también recibo como maestros, por sus valiosas contribuciones mediante sus dudas, debates, aportes de investigación y críticas.
Cuando pienso en quienes han recibido este premio en el pasado me siento al mismo tiempo orgulloso y poco merecedor. Alejandro, Felipe, Ana María, Raquel, Daniel, Juan Miguel y la gran Ximena Peña, han hecho contribuciones que muchos soñamos con llegar a hacer algún día. Los admiro profundamente y les mando desde este podio un abrazo gigante de agradecimiento y afecto.
Quizás lo más gratificante de este premio es recibirlo hoy con Leopoldo, mi cómplice a lo largo de toda esta historia, mi amigo del alma. Muchos en este recinto me han escuchado decir muchas veces que, para mí, es el mejor economista de Colombia.
Mi historia de economista ha sido marcada por Leopoldo y por mi otro gran amigo, Pablo Querubín. Hablar de ellos haría interminable este discurso. Me limito a contarles que desde el pregrado en los Andes estudiamos mucho y gozamos aún más. El disfrute y el buen humor también es otra gran enseñanza de Juan Luis.
Muchas gracias.
Quiero empezar con una confesión: mi productividad académica --y con seguridad también la de Leopoldo-- se debe en gran medida a la suerte que tenemos de tener estudiantes y asistentes de investigación pilos y dedicados. Tengo además la convicción de que la historia premia ese esfuerzo. Nuestros ayudantes tendrán, en su momento, acceso a excelentes estudiantes y asistentes, en una especie de “equivalencia ricardiana” académica.
Al menos esto es lo que les digo a mis estudiantes. Es mi estrategia motivacional principal; un intento de “coaching académico” que, por suerte, casi nunca falla. No tengo duda de que la gran mayoría de nuestros ayudantes serán mejores profesores e investigadores que nosotros.
Si bien Leopoldo y yo ahora estamos recogiendo los frutos de ese proceso de equidad académica intergeneracional, no siempre fue así. A principios de la década pasada y durante un par de años, Leopoldo y yo fuimos vecinos de oficina en el ala de asistentes del piso 11 del Banco de la República. Nuestra experiencia duró hasta que Juan Carlos Echeverry lo reclutó a él en el CEDE y yo me fui a hacer mi doctorado en Inglaterra.
Creo que Leopoldo estará de acuerdo en que la parte más divertida de esa etapa inicial de nuestra vida laboral era escribir para Webpondo. Fundada y sostenida con tesón por Álvaro Riascos, Webpondo llegó a ser una revista muy famosa entre los economistas colombianos. Esto, a pesar de su extraño nombre. Apuesto que el enlace más visitado de la página era el que explicaba el significado de “Pondo”.
Mi última contribución a Webpondo, antes de irme al doctorado en 2003, fue escribir un homenaje a Juan Luis Londoño, a quien conocí en persona y cuya desaparición prematura me conmovió profundamente. Tuve que estudiar mucho --y sin duda me quedé corto-- para dar cuenta de sus enormes contribuciones a la profesión, a las ciencias sociales y a las políticas públicas. Me emocionó leer también varias notas de prensa en las que María Zulema hablaba de la vida --no de la muerte-- de su compañero. Recuerdo perfectamente que la frase que más me impactó aludía a que Juan Luis se comprometió tan intensamente que su presencia y sus logros equivalían a que hubiera vivido no 44 años sino el doble.
Para mí, esa es la mayor enseñanza de Juan Luis Londoño: vivir intensamente el compromiso por la vida y por contribuir a la construcción de un mejor país.
Hoy, que me siento inmensamente honrado con el premio que lleva su nombre, quiero creer que he vivido intensamente mis compromisos como investigador y como profesor, como padre y esposo (ahí están sentados mis enanos hermosos y el amor de mi vida), y mis compromisos como ciudadano.
Si bien todos tenemos una responsabilidad con el país, esa responsabilidad es mayor para personas como Leopoldo y yo, que hemos tenido el privilegio de ser becarios con recursos provenientes del esfuerzo de la sociedad. La confianza que Colombia depositó en nosotros para prepararnos en el exterior como economistas implica sin duda una deuda especial con el país.
Trato de estar a la altura de esa responsabilidad en mi investigación, concentrándome en aspectos que considero muy importantes para el desarrollo de Colombia: la construcción de Estado, el fortalecimiento institucional y la sostenibilidad de la paz.
Si tuviera que resumir en una frase el eje de la contribución que Leopoldo y yo hemos tratado de hacer diría que es la multidimensionalidad de la fortaleza institucional que requiere la construcción de Estado. ¿La qué…? Permítanme intentar una explicación breve de esa multidimensionalidad haciendo alusión a mi trabajo mediante tres ejemplos relacionados con políticas públicas recientes que devinieron en tragedias porque no tuvieron esa perspectiva.
Primero. Sabemos que condición necesaria para la consolidación de un Estado fuerte es que tenga el monopolio de la fuerza en todo el territorio. En Colombia nunca ha sido así. Un esfuerzo importante para lograr este objetivo fue diseñar un esquema de incentivos que permitiera a la fuerza pública mejorar su efectividad en la lucha contra los grupos armados ilegales. El esfuerzo, sin embargo, resultó en la tragedia que todos conocemos. ¿Por qué? Porque el fortalecimiento del Ejército no estuvo acompañado por el fortalecimiento de instituciones complementarias, como el sistema judicial y mecanismos de contrapeso civil a las acciones de las fuerzas armadas, que eran indispensables para evitar que los incentivos se tradujeran en la ejecución extrajudicial de civiles.
Segundo. Otra condición necesaria para el fortalecimiento del Estado de Derecho es que la oposición pueda expresar su opinión por la vía democrática y de este modo contribuya a construir equilibrios políticos y sociales. Cuando se permitió a finales de los ochenta que los gobiernos locales fueran elegidos popularmente, se abrieron de facto las puertas de la democracia para los grupos que, como la izquierda, estuvieron excluidos de la arena política al menos desde el principio del Frente Nacional. Pero la reacción violenta de las élites de poder local recrudeció la violencia paramilitar en los lugares donde grupos de izquierda ganaron las elecciones. El exterminio de la Unión Patriótica y la violencia armada en contra de la movilización social son ejemplos de esta otra tragedia que recorta los espacios de la democracia colombiana. Es que la apertura democrática no funciona (y de hecho puede consolidar esquemas de poder antidemocráticos) si no está a acompañada de múltiples mecanismos institucionales de protección de las nuevas fuerzas políticas, antes excluidas.
En las elecciones de octubre de 2019, la FARC como partido político participará por primera vez en las urnas. Hay razones para pensar que la historia del ejemplo anterior puede repetirse porque la ausencia de fortaleza institucional y democrática en el ámbito territorial podría generar consecuencias inesperadas y potencialmente trágicas. El tercer ejemplo ilustra este punto.
Tercero. El proceso de paz con las Farc es tal vez el logro político más importante en la historia reciente de Colombia, pero no estuvo ni está acompañado por un esfuerzo por parte del Estado en consolidar su presencia y su capacidad institucional, así como en promover el desarrollo de democracia de base ciudadana en los territorios antes controlados por esa guerrilla. Esto generó un vacío de poder desde el cese al fuego decretado por las Farc en diciembre de 2014 (un año y medio antes de la firma del Acuerdo), que invitó a otros grupos armados a buscar el control de estos territorios, en buena medida mediante la estrategia de asesinar a los líderes locales.
Necesitamos avanzar en la visión multidimensional de la política colombiana.
La distinción que hoy nos hace la Fundación Juan Luis Londoño de la Cuesta es un honor que conlleva para nosotros el reto de continuar con nuevo aliento trabajando para ayudar a la construcción de Estado, el fortalecimiento institucional y la consolidación de la paz, mediante la investigación y el debate.
Cada nueva idea y cada nuevo paper serán sometidos al debate académico con nuestros pares para asegurar su calidad, y al debate político de la sociedad para asegurar su pertinencia. Leopoldo y yo seguiremos trabajando juntos para abrir nuevos espacios de multidisciplinariedad, con diversidad de ideas y enfoques, y con el pluralismo aportado por la participación de nuestros colegas y nuestros estudiantes. Buscaremos así que nuestras investigaciones tengan cada vez más implicaciones políticas que generen transformaciones sociales, con el fin de mejorar el bienestar todos de los colombianos. Buscaremos contribuir a que sean derribadas las barreras que hoy impiden a la academia llegar a la sociedad y a la sociedad hacerse parte activa de la academia. Esta es, en últimas, la esencia del premio que hoy nos honra y el compromiso que nos genera.
Tengo muchas deudas de afecto en mi carrera, y no puedo terminar sin agradecer a quienes han hecho posible que yo esté hoy recibiendo este honor.
En primer lugar, agradezco a Juan Luis Londoño por sus contribuciones académicas y por ser ejemplo de vida. Y, por supuesto a su familia y amigos por haber sabido conservar su legado y por invitarnos siempre a hacer de la economía una disciplina con impacto político y social.
Soy hijo de dos -digo, de tres-- economistas que son un ejemplo admirable de compromiso con su país. Mi esposa, Mariana es también economista y una de las que más admiro. Este premio es para ellos. Y también para mis hijos Male y Facu.
He tenido maestros de primer nivel en los aspectos científico y humano, tanto en Colombia como en Inglaterra y Estados Unidos. Ellos fueron determinantes en mi interés por la academia y por la política. Es imposible nombrarlos a todos, pero ellos saben de mi afecto y agradecimiento. Mencionaré con especial cariño a Carmen Elisa Flores, de la época del pregrado en Los Andes, a Mike Spagat en Royal Holloway, y a Bob Bates en Harvard. Este reconocimiento es también suyo.
Por supuesto, no puedo dejar de mencionar a James Robinson, cuya generosidad hacia sus estudiantes es infinita. En mi caso personal, Jim me “adoptó” y me llevó a Harvard en 2005. Me dio una oficina junto a la suya y me ofreció su tutoría y también su amistad. Además, es innegable que su sello está en cada texto que escribo, en cada artículo. ¡Gracias Jim!
Mis colegas en varios continentes de diversas universidades, centros de investigación y escenarios de intercambio académico han sido y son fundamentales en mi carrera; a ellos mi sincero reconocimiento. También estoy profundamente agradecido con Carlos Sepúlveda, Hernán Jaramillo y Manuel Ramírez, por dejarme ser parte activa del proceso de crecimiento que la Facultad de Economía de la Universidad del Rosario ha abordado sin pausa durante los últimos años. Estoy feliz de haber aportado mi granito de arena a ese proceso.
Agradezco de todo corazón a mis estudiantes, a quienes procuro trasmitir lo aprendido de mis profesores, pero a quienes también recibo como maestros, por sus valiosas contribuciones mediante sus dudas, debates, aportes de investigación y críticas.
Cuando pienso en quienes han recibido este premio en el pasado me siento al mismo tiempo orgulloso y poco merecedor. Alejandro, Felipe, Ana María, Raquel, Daniel, Juan Miguel y la gran Ximena Peña, han hecho contribuciones que muchos soñamos con llegar a hacer algún día. Los admiro profundamente y les mando desde este podio un abrazo gigante de agradecimiento y afecto.
Quizás lo más gratificante de este premio es recibirlo hoy con Leopoldo, mi cómplice a lo largo de toda esta historia, mi amigo del alma. Muchos en este recinto me han escuchado decir muchas veces que, para mí, es el mejor economista de Colombia.
Mi historia de economista ha sido marcada por Leopoldo y por mi otro gran amigo, Pablo Querubín. Hablar de ellos haría interminable este discurso. Me limito a contarles que desde el pregrado en los Andes estudiamos mucho y gozamos aún más. El disfrute y el buen humor también es otra gran enseñanza de Juan Luis.
Muchas gracias.