Estos son los rostros del hambre en La Guajira
Los niveles de desnutrición en la población infantil de este departamento están por encima de la media nacional. Tres de cada cinco personas de esta región colombiana tienen dificultades para alimentarse constante y saludablemente. Los rostros del hambre del norte de Colombia.
Cuando Emilia Epieyo tiene dinero, una de sus prioridades es comprar comida. Constantemente piensa en cómo alimentar a sus cinco hijos, cuenta en wayuunaiki mientras sostiene a Eulalia, su hija menor, que está desnutrida. Epieyo y su familia viven en la comunidad de Pulichimana, en Riohacha, La Guajira.
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Cuando Emilia Epieyo tiene dinero, una de sus prioridades es comprar comida. Constantemente piensa en cómo alimentar a sus cinco hijos, cuenta en wayuunaiki mientras sostiene a Eulalia, su hija menor, que está desnutrida. Epieyo y su familia viven en la comunidad de Pulichimana, en Riohacha, La Guajira.
En general, una de las mayores preocupaciones de muchos wayuus es la alimentación, incluso para quienes sí tienen certeza de que comerán al día siguiente o la próxima semana. Si bien los alimentos son un asunto común entre muchos, el matiz vital en este panorama es la urgencia por conseguirlos.
📍 Lea la primera entrega de este especial: Viaje a La Guajira: el epicentro del hambre en Colombia.
Inseguridad alimentaria es un tema que se puede ver desde la frialdad de los datos, la abstracción de índices, tasas e incidencia. Pero en el terreno significa la incertidumbre acerca de cuánto durará el hambre, si unas horas o unos días.
Esta preocupación la comparten 28 de cada 100 hogares colombianos y 60 de cada 100 guajiros, de acuerdo con los datos más actualizados del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE, 2022).
🍽️ Vivir para comer y comer para vivir
La consecuencia más notoria y grave del hambre se expresa en la desnutrición de los niños menores de cinco años. Esta enfermedad puede ser catalogada como aguda moderada o aguda severa, según las mediciones que se realizan de talla y peso para la edad del menor.
A ellos los atiende el sistema de salud, los hospitalizan o tratan desde sus hogares, según sea el caso. Pero esto no garantiza que el niño esté fuera de peligro. “Hay muchos que salen del centro de recuperación nutricional con el peso adecuado, los visitamos 15 días después y están en riesgo de nuevo, porque en sus casas no hay seguridad alimentaria”, sostiene Sandra Guillot, trabajadora social de la IPS indígena Kottushi de La Guajira.
Este retorno expone lo complejo de este fenómeno: desde el sistema de salud puede haber una respuesta que lleve a la estabilización de un caso, pero si no hay acceso constante a alimentos y agua, la desnutrición regresará una vez más. Ese es el panorama que describe Ana Laura Dovale Pimienta, coordinadora médica de Kottushi.
Para este año, el Instituto Nacional de Salud reportó que el departamento tuvo un comportamiento inusual respecto a las cifras de desnutrición aguda moderada y severa en menores de cinco años. Entre enero y mediados de agosto se reportaron 1.648 casos, cuando el número promedio de los últimos cinco años es de 869.
María Angélica Epiayu, perteneciente a la comunidad mocochirrain (Manaure), habla de las dificultades para tratar la desnutrición de su hija Brianis, quien tiene un año y siete meses. “Ella no sube de peso y sigue igual, aunque come las vitaminas todos los días. Estuvo en el hospital tres meses, otro mes y medio en casa de paso, pero nada que se mejora. Ya lleva un año así”.
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Si bien se trata de una enfermedad que pone en peligro la vida misma, las consecuencias se extienden en el tiempo, afectando el desarrollo y crecimiento de los menores. Dovale Pimienta explica que “evaluamos el crecimiento y sabemos que las facultades de desarrollo van a ser muchísimo más lentas. Hay niños de dos y tres años que no caminan ni hablan porque no tienen músculos ni huesos fuertes. Ahí se evidencia la importancia de los nutrientes en la dieta”.
Ella agrega que cuando la enfermedad no se trata bien se llega a una desnutrición crónica, lo que impide que los niños tengan las mismas habilidades que las demás personas en aspectos como el aprendizaje, la comunicación y la motricidad. Por ejemplo, Matilde tuvo que salir de su comunidad en Riohacha para recuperar su salud, tiene 11 años, pero en una mirada desprevenida podría parecer de tres o cuatro. Algo similar sucede con su hermano Wílmer, quien tiene ocho años, pero podría pasar por un niño de dos. “Wílmer no es capaz de repetir las palabras ni siquiera en su idioma, el wayuunaiki”, afirma Guillot.
Las consecuencias del hambre no solo se expresan en el desarrollo futuro, sino que se desgranan en temas dermatológicos, o en un cambio de tonalidad del cabello hacia colores más rubios, que es uno de los síntomas bandera de desnutrición, según Juan Carlos Buitrago, director de la Red de Bancos de Alimentos de Colombia (Abaco).
Para Dovale Pimienta, uno de las manifestaciones más complejas de esta enfermedad es una hinchazón irregular en el cuerpo que “arroja un falso peso adecuado” al momento de pesar a los menores. “Es la más grave y difícil de diagnosticar”, concluye la coordinadora.
Las consecuencias más severas del hambre las padecen los menores de cinco años, por ser los más vulnerables. En el largo plazo, los problemas de desnutrición están asociados a mayores obstáculos en procesos educativos y laborales, en un territorio que presenta una tasa de desempleo cuatro puntos por encima del promedio nacional.
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👁️🗨️ De cara al hambre
El problema y los costos del hambre no son un tema nuevo en La Guajira. Por eso hay una serie de iniciativas alrededor del tema. Algunos proyectos giran alrededor de la agricultura y el acceso a los alimentos, mientras que otros buscan una remuneración digna para el trabajo. Pero todos le apuntan a lo mismo: la nutrición.
Uno de ellos es del Departamento de Prosperidad Social (DPS), que ayuda a implementar unidades productivas de alimentos para el autoconsumo y apoyar la lucha contra el hambre de 3.300 hogares wayuus en los municipios de Maicao, Manaure, Riohacha y Uribia. Algunos de los beneficiarios fueron 11 familias de la comunidad de Ishamana, en Maicao.
“Ellos tienen las huertas en sus casas. El DPS les dio todos los insumos y semillas para que cultiven los alimentos”, cuenta Rosario Gutiérrez, la autoridad tradicional de allí. Esto es posible gracias a que cuentan con agua potable y tienen un pozo con molino del que sacan más para sembrar.
Además, Gutiérrez está gestionando una de las 125 ollas comunitarias que ofrece un programa de la Presidencia de la República para hacerle frente al hambre. Consiste en una especie de restaurante dentro de la ranchería donde se les den desayuno y almuerzo a 100 personas.
Otra entidad que se ha comprometido con garantizar la seguridad alimentaria es el Ministerio de Agricultura. Este, en conjunto con cinco instituciones del agro, firmaron un acuerdo en junio pasado para coordinar acciones en favor del derecho a la alimentación de 150 comunidades en nueve municipios guajiros. También se anunció la inversión de $700 millones para la rehabilitación del distrito de riego de pequeña escala de El Molino, La Guajira, y la Agencia de Desarrollo Rural (ADR) aseguró que dispone de un cupo de 5.493 usuarios para la prestación del servicio público de extensión agropecuaria en el departamento.
Igualmente, el Ministerio incluyó algunos municipios del departamento en los núcleos de priorización de la reforma agraria, para avanzar en “el uso eficiente del suelo en la producción de alimentos, la redistribución de la tierra y el ordenamiento alrededor del agua y acciones hacia la adaptación al cambio climático”, según la entidad. Y también definió algunos lugares como zona de protección para la producción de alimentos, que pertenecen a los municipios guajiros de La Jagua del Pilar, Urumita, Villanueva, El Molino, San Juan del Cesar, Distracción, Fonseca, Barrancas y Hatonuevo.
No solo las entidades del Gobierno tienen iniciativas contra el hambre. El Banco de Alimentos de La Guajira también ha contribuido a este fin, pues apoya comedores en cinco comunidades para garantizar un almuerzo completo a niños menores de cinco años y madres gestantes o lactantes. A cada comunidad le entregan alimentos según el número de personas. Esto sucede el primer día hábil de cada semana. Desde las 7:00 a. m., varias mujeres recorren rápidamente, una y otra vez, la pequeña sala que hace las veces de despensa mientras trasladan y organizan los alimentos, con sus gorros blancos semitransparentes puestos.
Una de las trabajadoras revisa una hoja que tiene en las manos mientras dice “3,2; 2,5; 2,7” para indicar la cantidad de un producto a empacar. Inmediatamente pasan otras mujeres con bolsas a dejar los pimentones -ya pesados- en unas canastas verdes. Los descargan encima de las piñas, junto a los tomates, limones y plátanos. Son cuatro menús que cambian cada semana y que se deben preparar en las rancherías como se les indica.
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Además, venden mochilas wayuus que están almacenadas junto con los rollos de hilo de todos los colores. Esto gracias a que tienen un banco de hilos que le apunta a la seguridad alimentaria de los indígenas. Eligen a las madres de los niños de la primera infancia en riesgo o con desnutrición severa para que sean parte del programa. “Son 200 mujeres tejedoras a las que les ofrecemos valoraciones y seguimiento nutricional, garantizar el alimento para sus hijos en los comedores, entre otros”, según Rebeca Badillo Jiménez, directora de la institución.
Otra parte esencial del proyecto es que a esas mujeres se les entrega un hilo para que tejan y se les orienta sobre los requisitos de calidad que deben cumplir. A ellas les reciben una mochila cada 15 días. Por una estándar se les entregan $35.000 en dinero, un paquete de alimentos por un valor de casi $50.000 y un kit de hilo por el valor de $35.000 a $38.000 para asegurar la siguiente producción.
“Así se genera un ciclo productivo con encadenamiento, porque nosotros desde el Banco nos encargamos del proceso de comercialización de retorno de la inversión. Remuneramos la labor de una manera digna, porque estas mujeres en general son explotadas en su trabajo artesanal. En el mercado una mochila no supera los $32.000, mientras que nosotros pagamos desde $70.000 hasta $125.000, según el tamaño y tipo de tejido”, agrega Badillo.
Por último, el Banco cuenta con una estrategia de tiendas solidarias. Una de ellas está en Ishamana. Arrancó en pandemia, pues Gutiérrez compraba alimentos en Maicao para venderlos y así evitar que los miembros de su comunidad se expusieran al contagio cuando salieran a hacer las compras. “Después surgió la tienda solidaria, con el apoyo del Banco de Alimentos. Son más de 25 comunidades las que se benefician al venir acá. Si las personas no tienen cómo pagar, les presto hasta que reciban el dinero de las ventas de las mochilas y con eso me pagan”, detalla la autoridad tradicional.
El espacio que ocupa la iniciativa es el de una bodega, pero Gutiérrez sueña con tener una tienda con su letrero. El apoyo del Banco está en el abastecimiento y en subsidiar algunos alimentos para que se puedan vender a menor precio, agrupados en paquetes. Uno de ellos vale $20.000 y contiene un litro de aceite, dos libras de arroz, un kilo de azúcar, una libra de harina de trigo y una libra de fríjol cabecita negra. El valor real es de, aproximadamente, $30.000. Mientras que el otro es de $15.000 y consiste en aceite de medio litro, una libra de arroz, media libra de café, fríjol cabecita negra y harina de trigo. El precio real está por los $25.000.
Aunque el aporte de cada institución es valioso, uno de los principales responsables de atacar el hambre en el departamento es la Gobernación de La Guajira. El Espectador buscó a esta entidad para conocer el diagnóstico que tienen de la situación y sus acciones al respecto, pero al cierre de esta edición no obtuvo respuesta.
Que los guajiros, especialmente wayuus, puedan acceder a alimentos de calidad y suficientes está lejos de solucionarse con la entrega de comida. Los problemas alrededor de la nutrición y el hambre tienen causas estructurales, que se deben atender desde varios frentes: acceso a agua potable, fomento de la agricultura, educación, oportunidades laborales y atención en salud.
Si la apuesta no se emprende con un enfoque que contemple las duras aristas de este fenómeno, es posible que cada vez que se mencione el hambre en Colombia, el referente siga siendo La Guajira.
*Esta es la segunda entrega de un reportaje en dos partes sobre el tema.
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